En efecto, la alumna abre su mochila y extrae de ella... un enorme muñeco de peluche.
Pudiera esperarse, dado el carácter público del acto y el ámbito académico en que se desarrolla, que hubiera extraído algún objeto más aristocrático, más deslumbrante: un libro antiguo o una vieja entrada al Museo del Louvre, por ejemplo. Pero no. Ella ha cumplido estrictamente la consigna: "Traed a clase un objeto significativo en vuestras vidas, al que os sintáis unidos de un modo intenso". Y ese peluche cumple fielmente los requisitos. Las sonrisas iniciales de sus compañeros van transformándose en sorpresa y felicidad a medida que la dueña va desgranando la historia del muñeco, cuenta las circunstancias en que llegó a sus manos, describe los lugares en los que ha estado depositado, muestra las marcas que el paso del tiempo ha dejado en su piel. Por lo general, todos quedan conmovidos. Descubren cuánta memoria puede atesorar un simple objeto.
Y entonces comienza la celebración. Ya nada los para. Uno muestra un anillo que le regaló su abuelo poco antes de morir a modo de despedida, otra muestra una fotografía de sus amigas tomada unos días antes de separarse de ellas para ir a estudiar a otra ciudad, otra se coloca la nariz de payaso que siempre lleva consigo para darse ánimos cuando está decaída, otro enseña la pinza cauterizante del cordón umbilical de su primer hijo, otra muestra el diario que escriben a cinco manos ella y cuatro compañeras, otra exhibe la carta que le escribió su primer amor adolescente, otro muestra el llavero que perteneció a su padre ya fallecido, otra muestra el libro que su madre le leía antes de acostarse cuando era niña, otro despliega la kufiyya palestina que le regaló un íntimo amigo, otra ondea el delantal que le regaló una tía como signo de inicio de una nueva vida independiente, otra muestra el reloj que le regaló su hermano a modo de reconciliación, otro enseña una caracola que recogió en un inolvidable viaje al mar, otra habla del frasco de pastillas del que no se separa jamás pues de él depende su vida en caso de una crisis de su enfermedad, otro muestra la primera pluma que le regalaron en un cumpleaños y con la que aún sigue escribiendo, otra muestra la primera máquina de fotografías que llegó a sus manos, otra toca el acordeón que la acompaña esté donde esté...
La vida se despliega ante ellos con toda su plenitud y belleza.
Este breve muestrario de historias basta para hacer ver que al término de esa ceremonia, y una vez han hablado en voz alta de sus objetos, los alumnos comprenden que todos poseen historias dignas de contarse y que esas historias están depositadas en las cosas que los rodean, los acompañan y conforman sus vidas. Por el atento silencio con que han escuchado las narraciones de sus compañeros percibo que se han dado cuenta de que las "cosas lo dicen todo", que los objetos mostrados son portadores de melancolías, tristezas, felicidades, amores, esperanzas, dudas..., que todos ansían saber más e ir más lejos, que gracias a esos minúsculos objetos compartidos han descubierto la cara oculta y más auténtica de sus compañeros.
Durante ese tiempo se han reído, algunos han lagrimeado, se han mirado de otro modo, todos se han sentido contentos, curiosos y cómplices. Y por lo que luego dicen sé que han entendido que sus muñecos, pulseras, monedas, gafas, espejos, zapatillas, cascabeles... dan testimonio de una pertenencia, homenajean a seres amados, sostienen la memoria, afirman identidades, vinculan a lugares. Ese simple descubrimiento es el don que se ofrecen mutuamente.
Pero, ¿y la literatura? ¿En qué momento se hace presente? ¿Cómo se engarzan esas emociones y esos relatos con los poemas y las novelas? ¿Cómo hacerles migrar desde sus mundos interiores hacia las anchas regiones de la imaginación poética? Sé que los discretos lectores de este blog ya habrán trazado por sí mismos las rutas que emplearían para conducirlos a los textos. En su mente habrán comenzado a pergeñar sus propios procedimientos para enaltecer la literatura. Podría, por tanto, no continuar la narración y dejar a cada cual con sus ensoñaciones. Sin embargo, me parecería descortés dejar inconclusa esa experiencia, de modo que la culminaré mostrando lo que yo hago.
Pero, dada la extensión de esta entrada, y a fin de no cansar a los ocupados lectores (ya me gustaría creer que todos merecen el calificativo que Miguel de Cervantes dedicó a los suyos en el prólogo al Quijote), dejo para el próximo día la terminación del relato.
28 de octubre de 2008
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4 comentarios:
Gracias, sus textos son profundas reflexiones imaginativas que llegan a lo más interior del alma. Son sentimientos convertidos en palabras, las cuales le hacen a uno tener esperenza. Pequeñas palabras que hacen a uno gigante. Gracias y adelante.
Francamente, me siento abrumado por sus anhelantes y pasionales palabras, pero no le oculto que a la vez me gratifican. La construcción del conocimiento no tiene por qué estar ajena a la emoción. Es más, no concibo el uno sin la otra. Pero pensar que uno puede agigantar a otros sólo con sus palabras me produce un estremecimiento de felicidad y temor. ¡Obliga a tantas cosas!
Gracias por sus palabras.
Conmovedor. Entrañable. La "clase" de literatura se convierte en uma médula vital... A partir de ahí, todos amarán la literatura ¿no? Conocimiento y emoción tienen qe ir juntas, porque es así en la vida. La realidad es así. ¿Por qué nos empeñamos en enseñar sólo conocimiento? Los conocimientos quedarían más arraigados si se hiciera con emociones.
Un saludo. Y gracias una vez más
Vida, emoción, conocimiento... Sí, anónimo lector, todo ello está aunado en la literatura. No comprender esa evidencia, o ignorar alguno de esos elementos al leer, es un modo de empobrecerla. Pienso que cada vez son menos los que niegan que la emoción es el sostén, cuando no el acicate, del conocimiento.
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