2 de septiembre de 2008

Lecturas razonables

"La novela nos insta a interpretar metáforas. Pero ahora podemos decir más: la novela se presenta ella misma como una metáfora. Nos sugiere que veamos el mundo de esta manera y no de otra, que miremos las cosas como si fueran esa historia y no como nos recomiendan las ciencias sociales. Al leerla no sólo obtenemos imágenes concretas que nos permiten imaginar este mundo en particular, sino también, y más significativamente, un marco intelectual general para abordar el nuestro.

Insisto en que no existe en esta novela -ni en mi propia postura- desprecio por la razón ni por la búsqueda científica de la verdad. Lo que yo critico es ese enfoque cientificista que pretende hablar en nombre de la razón y de la verdad. A mi entender, no logra hablar en nombre de la verdad porque representa errónea y dogmáticamente la complejidad de los seres humanos y de la vida humana. Y no logra hablar en nombre de la razón porque confía acríticamente en percepciones borrosas y teorías psicológicas burdas. La novela no nos exhorta a desechar la razón, sino a llegar a ella bajo la luz de la fantasía, entendida como una facultad creativa y veraz. [...] La novela indica que los tratados políticos y económicos de estilo abstracto y matemático pueden ser coherentes con su propósito mientras ofrezcan una visión del ser humano que sea tan rica como la visión que propone la novela, mientras no pierdan de vista lo que omiten por motivos de eficiencia. El gobierno no puede investigar la biografía de cada ciudadano como lo hace la novela con sus personajes, pero puede saber que cada ciudadano tiene una biografía compleja, y puede tener en cuenta que en principio la norma sería reconocer la individualidad, la libertad y la diferencia cualitativa de cada uno, tal como la novela."


Las palabras precedentes son de la filósofa Martha Nussbaum, profesora de Derecho y Ética de la Universidad de Chicago, y están extraídas del libro Justicia poética. Y aunque la novela a la que se refiere en el texto es Tiempos difíciles de Charles Dickens, sus reflexiones son perfectamente adjudicables a cualquier otra novela. La autora, una de las más vehementes defensoras de la consideración de la literatura, en especial de las narraciones, como un instrumento privilegiado de conocimiento del mundo y, en particular, de los seres humanos, plantea en el texto una cuestión capital: la voluntad de comprender lo que somos y el tiempo histórico del que somos protagonistas, el deseo de saber qué debemos hacer para vivir con más plenitud y más dignidad, el coraje para dar sentido a la experiencia personal y colectiva, no pueden ser satisfechos únicamente con teorías o discursos o estadísticas. Las narraciones, aunque sean ficticias, pueden contribuir de manera determinante a la búsqueda de la verdad. La literatura posee la admirable cualidad de imbricar las emociones y la imaginación en la exploración del mundo que está más allá de nuestra experiencia individual o cultural, en el acercamiento a otros seres humanos y a sus esperanzas y frustraciones, en el análisis de la propia vida a través de la reflexión sobre la vida de los personajes de la narración. A ese proceso intelectivo lo solemos llamar razonamiento. Razonar no consiste, por tanto, sólo en analizar, sistematizar, experimentar, calcular, verificar, concluir... También es sentir e imaginar. La lectura, por sí sola, no transforma radicalmente al lector. Pero la experiencia de leer sí puede proporcionarle la posibilidad de pensar, interpretar, valorar, optar..., que puede ser el prefacio de la transformación. Luego, claro está, todo depende de la voluntad.

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