20 de noviembre de 2009

No al cierre de 'La Opinión de Granada'

La manía contemporánea de llamarle a casi todo 'producto' -los libros son un producto, el territorio es un producto, las películas son un producto...- ha hecho que la vida en su conjunto se entienda de modo predominante según las reglas de la economía y el comercio. De hecho, la palabra 'vender' ha infectado de tal forma el lenguaje y las conversaciones que es ya muy raro que alguien, al hablar por ejemplo de su trabajo o de sus ideas, no emplee la palabra 'vender' o 'venderse' si de lo que se trata es de presentarse, demostrar sus cualidades u ofrecer sus servicios. Todo, en efecto, parece susceptible de ser vendido y comprado, pues todo resulta ser un producto, inclusive los trabajadores.

Tengo esa sensación mientras acompaño a los redactores y empleados del periódico La Opinión de Granada en su concentración diaria en protesta por el cierre repentino y alevoso del mismo, decidido por la empresa con absoluta impunidad y desprecio hacia los trabajadores que lo hacían posible cada día.

Naturalmente, para la empresa, Editorial Prensa Ibérica, cuyo presidente es el empresario Javier Moll de Miguel, ese periódico era simplemente un producto más en la lista de sus negocios y los trabajadores unos meros productos a utilizar o, llegado el caso, liquidar como si fuesen zapatos o ladrillos. Para esos empresarios sin honor, en cuyas bocas no obstante nunca faltan las palabras 'libertad' o 'ética', un periódico es un producto como otro cualquiera, una mercancía que ahora dejan de vender porque no resulta rentable. Lo importante para ellos es el lucro, por qué habría de importarles entonces la suerte de quienes durante algunos años han sido capaces de ofrecer informaciones veraces y comprometidas, de denunciar abusos y corruptelas, de dar voz a personas anónimas pero valiosas, de soportar los desdenes y las miserias morales de alcaldes, concejales, diputados, presidentes de partidos, patronos y demás.

Supongo que en algunos despachos lujosos de la empresa se habrán elaborado informes, se habrán esgrimido estadísticas y cifras, se habrán calculado costos y finalmente habrán decidido la estrategia: presentarse de repente en la redacción del periódico, a media tarde, y anunciar sin demasiado preámbulo que el periódico que se está elaborando será el último. Y así lo hicieron. Desde el día siguiente las puertas de la redacción permanecen cerradas. A los trabajadores apenas les dio tiempo a recoger sus pertenencias. Es la imagen exacta de la cobardía y la arbitrariedad.

Escribo estas palabras en respaldo de unos periodistas a los que conozco bien, con los que he colaborado, y a los que considero excelentes profesionales. Pero también lo hago porque observo con rabia y temor los retrocesos en la libertad de información, las amenazas continuas al ejercicio del periodismo independiente, la progresiva desconsideración de la figura del periodista. Los compañeros de La Opinión de Granada no son los únicos que vienen sufriendo tales abusos empresariales, pero en ellos quiero concretar mi solidaridad con los demás.

7 comentarios:

Pablo Valdivia dijo...

Querido Juan:

Yo estuve en la primera concentración (coincidió que pasaba unos días de vacaciones en Granada) y me sentí muy triste porque el Grupo Prensa Ibérica se ha desprendido de estos trabajadores sin ningún escrúpulo y de una forma deplorable. Así, sin más, de esa forma tan injusta, sin tener en cuenta el drama de todas las familias que se quedan sin nada en un contexto laboral, como el de la crisis económica española, en el que estos periodistas van a tener muy difícil encontrar un nuevo puesto de trabajo.

Quisiera expresar de nuevo mi solidaridad con todos los trabajadores de La Opinión de Granada a través de tu blog. Guardo un gran recuerdo de mi etapa como colaborador en ese periódico.

Quizá sea un tópico y, por tanto, las palabras aquí se queden pequeñas, pero desde tan lejos no puedo hacer otra cosa que desearle mucho ánimo a todos.

Un abrazo

Pablo

Homo libris dijo...

Me sumo a vuestras palabras solidarias, y es que apena, y mucho, que se pierda una voz que daba mayor pluralidad y sentido a la prensa granadina. Aunque ahora vivo fuera, Granada es mi ciudad y precisamente La Opinión... ha sido el medio por el que, en muchas ocasiones, hemos denunciado el mal hacer de políticos y empresas en torno a la gestión del medio ambiente.

Por todo ello, porque no se concibe la prensa tal y como nos la quieren vender (una vez más, la malhadada palabra) hoy día, como un producto, como palabras manipuladas y manipulables, como una expresión parcial y partidista, sumo mi voz a la protesta.

Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Juan, gracias por tus palabras. Seguimos teniendo voz en la Red y esa confiamos en que no la pueden silenciar (aunque llegue a menos gente).
Un abrazo,
La Opinión sigue viva
laopiniondelagranada.wordpress.com

Anónimo dijo...

Esto ha sido un atropello a la dignidad de los trabajadores. Gente que se ha dejado la piel durante años para sacar adelante un periódico desde cero. Si del fondo tengo dudas, de las formas ni te cuento. Querido ejecutivos de Editorial Prensa Ibérica, señores Moll y Vaquero, esto no se hace, no se deja así en la calle a 45 personas, muchas con una familia que mantener, con niños pequeños... de un día para otro "no vuelvan ustedes mañana". Y seguro que estos directivos de EPI duermen estos días a pierna suelta, sin preocuparse de que sus decisiones truncan la vida de otros.

discreto lector dijo...

Estimados amigos, en estas circunstancias sólo nos queda el lamento y la rabia. Y también la denuncia de las prácticas miserables de la empresa dirigida por Javier Moll de Miguel y, por supuesto, la exigencia de que les sean reconocidos a los trabajadores todos sus derechos. Y el deseo de que encuentren pronto un trabajo digno y la voz crítica y profesional de los periodistas de La Opinión siga viva.

Anónimo dijo...

Impresentable en las formas. Dedíquese a otra cosa, señor Moll, que la prensa no es sólo un negocio.

discreto lector dijo...

Me temo, anónimo lector, que la moral empresarial del señor Moll no coincide en absoluto con la ética que puedan manejar los ciudadanos que aún creen en los derechos y las responsabilidades. El lucro y la arbitrariedad no entienden de leyes o normas, sino de ambiciones personales. Por no tener no han tenido aún la valentía de dar una explicación al cierre.