6 de agosto de 2008

De mano en mano

Me gusta comprar de cuando en cuando libros de ocasión. Hace algunos años compré un lote de libros de Lin Yutang, un autor que me interesaba entonces por diversas razones. Eran libros usados, naturalmente. Todos habían pertenecido a un mismo lector, del que conozco únicamente su nombre, Francisco Prendes Maracaibo, y su caligrafía pulcra y elegante, y asimismo que vivió en Caracas, no sé si azarosamente o desde siempre, hace unos sesenta años. También sé que durante una parte de su vida le interesó la misma literatura que a mí. Las pocas cosas que sé de él las he conocido gracias a los libros que una vez fueron suyos y ahora me pertenecen. Ignoro, pero eso ya no me interesa, qué camino recorrieron esos libros hasta llegar a mí, qué sucesos determinaron que lo que había sido atesorado con tanto afán fuera un día desbaratado o quién los vendió al librero al que luego yo se los compré. No me interesa saberlo porque nada relevante agregaría a lo que de verdad importa: el hecho de que él en un tiempo y yo ahora hayamos tenido en las manos los mismos ejemplares. Cuando abro alguno de los libros que fueron suyos, Sabiduría china o La importancia de vivir, tropiezo ineludiblemente con su nombre, con la fecha de la compra o, inclusive, con los días en que fueron leídos, con el nombre de la librería donde los compró, y también con nombres propios dispersos, signaturas personales y operaciones aritméticas que sólo él, y a lo mejor ni siquiera él, si viviera, podría desvelar. Y me encuentro, claro está, acotaciones, párrafos subrayados con lápiz, signos marginales de interrogación o exclamación, que dan cuenta de momentos de sorpresa o euforia. Y esas huellas, lejos de irritarme, me atraen.

No es que me agrade que ese desconocido guíe mi lectura o me obligue a detenerme en pensamientos que a él le subyugaron y a mí me parecen irrelevantes, ni que me congratule el emborronamiento de los libros; lo que me conmueve es descubrir las marcas de una experiencia intelectual, los gustos de un hombre con el que jamás me he cruzado ni me cruzaré, el itinerario con que se fue enfrentando a las ideas que otro escribió. Desperdigadas por los libros que ahora son míos reconozco vestigios de una vida disconforme, de la curiosidad que la estimulaba y de las lecturas que la configuraron, y eso me enternece porque lo conozco de un modo que quizá no conoció ningún otro ser más próximo o de más confianza. Sin perseguirlo participo de algo que él no quiso o no intentó compartir, las señales de sus lecturas en soledad. Es eso lo que me cautiva de los libros usados, lo primero que busco en los libros viejos, de los que apenas me interesa la originalidad de la edición, su valiosa encuadernación o su antigüedad sino saber que esos libros pertenecieron antes a otros, que otros los manejaron antes que yo, que anónimos lectores, lustros o siglos antes, dejaron en ese ejemplar el rastro de su tiempo y de su inteligencia.

Aunque ignoro todo sobre ese lector, me siento unido a él por un vínculo que nada tiene que ver con la sangre o la geografía, sino con el deseo y los gozos de la lectura.

13 comentarios:

Diego Fernández Magdaleno dijo...

Magnífico texto. Comparto esa emoción por las huellas de quienes leyeron las páginas que tengo entre las manos.
Saludos,
Diego

Juan Mata dijo...

Gracias, estimado amigo, por sus palabras, que me han permitido conocerlo y acercarme a su blog, tan atractivo ya desde la cabecera. Una de las ventajas de este nuevo mundo virtual es la de ramificar el conocimiento más allá de nuestra limitada mirada diaria. Descubrir la diversidad humana, sea a través de los blogs o a través de los libros usados, es una fuente permanente de alegría.

Saludos y gracias.

sfer dijo...

Hace poco, mi hermana y su marido me contaban a dos voces la historia del violín que han comprado recientemente para su hija, mi sobrina, que se encuentra cursando estudios musicales en Londres. Sabían del luthier que lo creó, de la primera persona que lo tocó (un violinista cuyo nombre no recuerdo), de la alumna de aquel primer violinista que compró el instrumento a su maestro, y de cuyas manos ha pasado a las de mi sobrina.

Su historia, como la tuya, me hizo pensar en lo bello que sería poder seguir el hilo, de la misma manera que con un instrumento musical, con un libro...

Gracias por compartirla con nosotros :-)

Juan Mata dijo...

La historia del violín, querida Sfer, está cargada de sutiles emociones: para tu sobrina por el estímulo que le debe proporcionar el hecho de saber que es una continuadora, la mantenedora de una tradición; para los demás por conocer las hermosas narraciones que esconden los objetos.

La historia de tu sobrina parece un reflejo de la película "El violín rojo". Y como suele suceder, me quedo con la duda de saber si es la ficción una copia de la realidad o viceversa. Aunque la verdad es que no importa mucho resolver el dilema. Lo que cuenta es la sensibilidad para detectar la materia de las buenas historias. Y luego saber y querer contarlas.

Gracias una vez más por tu atención.

sfer dijo...

Creo que, en estos casos, es la ficción que copia la realidad... Aunque una realidad, todo hay que decirlo, que no se lo pone nada difícil a la ficción! El certificado de compra del violín estaba escrito con pluma (además, con esos trazos que solo pueden hacerse con pluma) y sellado con lacre. Uno podía imaginar un cuento solo con verlo :-)

Por cierto, buscaré ese "violín rojo". Mientras tanto, ¿has leído el "violín negro" de Fermine? Por si te apetece seguir con las historias de luthiers :-)

Juan Mata dijo...

La ficción es siempre un pobre aprendiz de la realidad, querida Sfer. De los documentos del violín de tu sobrina, lo que más me gusta es el sello de lacre. Me recuerda a mi abuelo, que tenía la costumbre de sellar algunas cartas así. Aún lo recuerdo calentando la barra de lacre, dejando que cayeran lentamente las gotas sobre el sobre y presionando inmediatamente sobre la espesa mancha roja con su tampón metálico. Me parecía una operación propia de agentes secretos y espías.

Sí leí en su día "El violín negro" y, quizá discrepe de tu opinión, me pareció una novela presuntuosa, liviana y cursi. Ni los personajes (pura caricatura) ni la anécdota (famélica y tópica) me interesaron. Lamento tal vez contradecir tus impresiones, pero te estimo lo suficiente como para no disimular.

Más seria, más ambiciosa, más arriesgada, me parece, por ejemplo, "El violín de Auschwitz" de M. Àngels Anglada.

sfer dijo...

Gracias por no disimular. Qué aburrido, si a todos nos gustaran los mismos libros, ¿no es así?

Yo probaré con "El violín de Auschwitz" (un libro muy leído por estas tierras, aunque yo todavía lo tenga pendiente) si tú pruebas con "El silencio de los árboles", de Eduard Márquez, una historia de guerra donde la música y los violines vuelven a jugar un papel importante, así como la necesidad del ser humano de dar y recibir historias...

Juan Mata dijo...

Prometido. Aunque la lectura no sé cuando la podré realizar. He pedido el libro y en la librería me dicen que a los inconvenientes del mes de agosto hay que añadir la dificultad de que es un libro publicado ¡¡¡hace 5 años!!!

Te agradezco en cualquier caso la sugerencia y estoy deseoso de contrastar opiniones.

Si estuviera en nuestra mente formar un grupo de lectura ya tendríamos el nombre: "Club de lectura El Violín".

sfer dijo...

Ninguna prisa (soy más bien poco indicada para exigir la rauda lectura de nada a nadie...).

Ante la respuesta de la librería, solo me cabe decir: ¡GRACIAS A DIOS - o a quien sea - POR LAS BIBLIOTECAS! En Andalucía hay tres ejemplares del libro, pero ninguno de ellos en Granada. Quizá si existe el préstamo interbibliotecario entre bibliotecas de diferentes provincias, te lo puedan traer de Málaga, Almería o Sevilla...

Juan Mata dijo...

Gracias, Sfer, por tu interés y tu diligencia. Tarde o temprano, por una vía o por otra, leeré el libro. No te preocupes.

Te tendré al tanto.

Un abrazo.

Juan Mata dijo...

Sfer, comencé a leer “El silencio de los árboles” con un extraño sentimiento de expectación e inquietud. Temía que tu recomendación no me gustara y tuviese que reconocer otra discrepancia. Los muchos años de lectura van afinando gustos y afianzando manías, de modo que no siempre es fácil el encuentro con otros gustos y otras manías. Confieso que, llegado a cierta edad, uno les pide a los libros lo que, por lo demás, exige a las relaciones personales: densidad, complejidad, sutileza. No me agrada, por tanto, la literatura tipo “algodón de feria”: aparente, colorista, liviana, empalagosa.

Te agradezco de entrada haberme dado a conocer a Eduard Márquez. Es una de las ventajas de estas conversaciones. Y, como te prometí, he leído con gusto la novela recomendada.

Me han interesado de veras las peripecias de Andreas Hymer, aun cuando temía una repetición de los tópicos sobre la música y su poder redentor. Me ha gustado especialmente la aportación que hace el autor al infierno del mito de Orfeo y Eurídice. Resulta muy original y muy estimuladora la ubicación de la acción en Sarajevo (al menos es lo que he querido ver en la innominada ciudad sitiada, por lo que no he entendido muy bien el silenciamiento del nombre, cuando el hallazgo es tan conmovedor). Me parecía que aportaba una nueva imagen de los infiernos contemporáneos y la lucha humana contra la muerte por medio del arte. Pero este elogio es al mismo tiempo un motivo de crítica. Lamento que el autor no haya querido hurgar en ese infierno. Transita por él con rapidez, oblicuamente, sin tocar fondo. Cuando uno encuentra una imagen poderosa creo que está obligado a explorarla y ahondarla. Es lo que pido como lector. El recurso a las cartas de los ciudadanos es muy interesante, pero hubiera deseado que ese poliedro fuese más curvo, menos sedoso, más oscuro. No basta con nombrar el hambre o la muerte. Me gusta que me narren el hambre y la muerte.

Me ha gustado especialmente el recurso a la yuxtaposición de tiempos. El autor resuelve con elegancia y claridad la convivencia de presente y memoria. No siempre es fácil, pero aquí está muy bien resuelto. Lo que me extraña es que, dominando tan bien la escritura, eche mano Eduard Márquez de recursos narrativos tan endebles como hacer que un personaje cuente la historia de la madre de Andreas cuando esa tarea le corresponde al escritor de la novela. No me gusta que los personajes se conviertan en narradores. Es cargar sobre ellos lo que es responsabilidad del autor. La historia de la madre queda así diluida, incoherente.

Me interesa mucho la recreación contemporánea de los mitos clásicos y Eduard Márquez ha hecho una cautivadora contribución. Como lector lo agradezco. Al cerrar el libro he tenido, sin embargo, la sensación de haber leído una historia bella y emocionante, pero truncada. Es muy curioso, pero a diferencia de lo que suele ser habitual, hubiese querido que esta novela hubiese tenido el doble de páginas.

No sé si habré sabido expresar bien mis juicios. Creo que este comentario es un tanto abusivo, demasiado largo para lo que es usual, aun cuando tengo la sensación de que debería haber dicho algunas cosas más. Disculpa, Sfer, la extensión, pero no quería despachar el asunto con un simple sí o un rotundo no.

sfer dijo...

Me quedo con la sensación de que darte las gracias no es suficiente. Gracias por tomarte la molestia de aceptar mi sugerencia (que no pretendía ser otra cosa que una sugerencia, como tantas muchas otras que se hacen y deshacen cada día, con cada entrada, en la blogosfera, y que no caen en el olvido, pero sí más arriba o más abajo de una larga lista de espera de libros por leer). Gracias por compartir tu opinión conmigo... con nosotros. Gracias de nuevo por la sinceridad. Y gracias por el trabajo de expresar por escrito y tan bien algunas de las sensaciones que me dejó el libro de Márquez. Fue uno de los primeros que leí para un club de lectura (como usuaria, no como conductora), y de algún modo muchos de los asistentes quisimos explicar lo que tú tan bien has expresado en tu comentario. Ojalá pudiera ahora decirles a todos ellos que pasaran por aquí para ver sus sensaciones plasmadas por ti. Todos disfrutamos de la historia, pero hubiéramos preferido que no fuese narrada de manera tan matemática, con una estructura tan inflexible. Tan contenida. Los lectores (yo, al menos) también disfrutamos de vez en cuando con los sentimientos desbordados.

Continuemos con el intercambio. Yo, por mi parte, ya tengo a Alice Munro a buen recaudo, para quien sabe cuando, pues no soy tan diligente como tú :-)

Juan Mata dijo...

Así lo haremos, Sfer. Con confianza y sinceridad, pero también sin prisas ni agobios. No te sientas obligada a leer a Alice Munro. No tienes ningún compromiso conmigo. Lee o deja de leer con absoluta libertad.