31 de diciembre de 2009

Y también a lo largo de este año...

[...] Tal como habían quedado, le dejó los libros de texto que ella había utilizado cuando daba clases en la academia. Eran unos tratados muy elementales, pero a Antolín Cabrales le bastaron para organizar sus conocimientos.
"Tienes disposición para el estudio", le dijo Inés Fornillos. "¿Por qué no haces el bachillerato?".
"Sólo me interesa la literatura", repuso él, "para lo demás soy un negado. Además, ¿de qué me serviría el bachillerato?".
"Es una manera de empezar. ¿Qué piensas hacer cuando salgas?"
"Lo que todos: buscar un curro, no encontrarlo, robar y volver al talego. No es mal plan: aquí estoy tranquilo y tengo tiempo para leer."
"Siempre que encuentres a alguien que te suministre los libros. Yo no voy a estar siempre aquí."
Al acabar el curso, le dio un triste aprobado. Al salir de clase le dijo: "Por tu rendimiento no te merecías algo mejor. La verdad es que me habría gustado ponerte buena nota, porque sabes más que nadie, pero en los ejercicios no lo demuestras y yo no puedo calificar por lo que pasa fuera de clase."
El recluso hizo un ademán de indiferencia. "No importa", dijo, "así está bien. Supongo que la nota es justa y, de todos modos, nadie había hecho nunca tanto por mí. Le estoy muy agradecido. ¿Puedo pedirle un último favor?".
"Según de qué se trate", repuso ella con la natural prevención.
"Sé que todavía ha de volver un par de días antes de irse de vacaciones. ¿Tiene algún libro de Henry James?"
"Sí; no me digas que te interesa."
"No lo he leído, pero por lo que dicen los manuales, parece un tío legal. ¿Me puede prestar uno?"
"Es un peñazo."
"Ya lo veremos. Usted y yo funcionamos con distintos parámetros."
"¡Parámetros! ¿De dónde has sacado tú esta palabra?"
"De donde salen todas, joder, del diccionario de la Real Academia. Y no veo qué tiene de malo. Echas una blasfemia y nadie te dice nada, pero dices parámetros y todos dios se escandaliza. ¿Qué pasa con los marginados, a ver?"
"Nada, hombre, no seas picajoso. Sólo trataba de bajarte los humos para que no hagas el ridículo."
Antolín Cabrales leyó a Henry James y lo encontró de buten. A la señorita Fornillos se le iba la cabeza al oír a aquel muchacho, que a principios de curso no había leído ni siquiera el As, emitir juicios sobre Los embajadores.
"¿Pero tú entiendes este galimatías?"
"No hay nada que entender, ¿vale?, No va de eso."
[...]

Eduardo Mendoza, Tres vidas de santos

He aquí un segundo gesto diáfano que acaso contiene como el primero muchos gestos. Igual que el gesto de Adolfo Suárez permaneciendo sentado en su escaño mientras las balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo, el gesto del general Gutiérrez Mellado enfrentándose furiosamente a los militares golpistas es un gesto de coraje, un gesto de gracia, un gesto de rebeldía, un gesto soberano de libertad. Tal vez sea también, por así decir, un gesto póstumo, el gesto de un hombre que sabe que va a morir o que ya está muerto, porque, con la excepción de Adolfo Suárez, desde el inicio de la democracia nadie había acaparado tanto odio militar como el general Gutiérrez Mellado, quien apenas se desató el tiroteo quizá sintió como casi todos los presentes que sólo podía saldarse con una masacre y que, suponiendo que él la sobreviviera, los golpistas no tardarían en eliminarlo. No creo que sea, en cambio, un gesto histriónico: aunque desde hacía cinco años ejerciese la política, el general Gutiérrez Mellado nunca fue esencialmente un político; fue siempre un militar, y por eso, porque siempre fue un militar, su gesto de aquella tarde fue antes que nada un gesto militar y por eso fue también de algún modo un gesto lógico, obligado, casi fatal: Gutiérrez Mellado era el único militar presente en el hemiciclo y, como cualquier militar, llevaba en los genes el imperativo de la disciplina y no podía tolerar que unos militares se insubordinaran contra él. No anoto esto último para rebajar el mérito del general; lo hago sólo para tratar de precisar el significado de su gesto. Un significado que por otra parte quizá no alcance a precisarse del todo si no imaginamos que, mientras se encaraba con los golpistas negándose a obedecerles o mientras les exigía a gritos que salieran del Congreso, el general pudo verse a sí mismo en los guardias civiles que desafiaban su autoridad disparando sobre el hemiciclo, porque cuarenta y cinco años atrás él había desobedecido el imperativo genético de la disciplina y se había insubordinado contra el poder civil encarnado en un gobierno democrático; o dicho de otra manera: tal vez la furia del general Gutiérrez Mellado no estaba hecha únicamente de una furia visible contra unos guardias civiles rebeldes, sino también de una furia secreta contra sí mismo, y tal vez no sea del todo ilícito entender su gesto de enfrentarse a los golpistas como el gesto extremo de contrición de un antiguo golpista.

Javier Cercas, Anatomía de un instante

Y en nuestras propias vidas como lectores, día a día, damos con el río azul de la verdad serpenteando por alguna parte; encontramos escenas y momentos y palabras perfectamente situadas en ficción y poesía, en películas y obras teatrales, que nos sorprenden con su verdad, que nos conmueven y nos alimentan, que sacuden la casa de los hábitos hasta sus cimientos. [...] El realismo, visto en general como fidelidad a las cosas tal como son, no puede ser simple verosimilitud, no puede ser simple semejanza con la vida, o parecido, sino lo que yo llamo vividad: vida en papel, vida traída a una vida distinta por el arte más elevado. Y no puede ser un género; por el contrario, hace que otras formas de ficción parezcan géneros. Porque el realismo de ese tipo (vividad) es el origen. Informa todo lo demás; instruye a sus alumnos díscolos; permite que existan el realismo mágico, el realismo histérico, la fantasía, la ciencia ficción, incluso los thrillers. No es en absoluto tan ingenuo como le achacan sus detractores, casi todas las grandes novelas realistas del siglo XX reflexionan también sobre su propia creación y están llenas de artificio. Todos los grandes realistas, desde Austen a Alice Munro, son al mismo tiempo grandes formalistas. Pero inevitablemente resulta difícil, porque el escritor tiene que obrar como si los métodos novelísticos disponibles estuviesen a punto de convertirse en simples convenciones y por tanto tiene que intentar burlar ese envejecimiento inevitable. El auténtico escritor, el sirviente libre de la vida, es aquel que debe actuar siempre como si la vida fuese una categoría más allá de todo lo que haya podido captar hasta el momento la novela; como si la vida misma siempre estuviese justo a punto de convertirse en convencional.
Cursiva
James Wood, Los mecanismos de la ficción


Disculpen la extensión, pero con la reproducción de algunos fragmentos de textos que he leído este año quería mostrar mi gratitud hacia quienes provocan a diario el placer de leer, ese singular tipo de emoción que deseo que sigan buscando y encontrando en los libros a lo largo de los próximos meses.

30 de diciembre de 2009

A lo largo de este año...

... he leído textos que me han hecho pensar, evocar, sonreír. He aquí el rastro de algunas de esas lecturas:


[...] ¿Cómo entenderlo? No es que en Auschwitz apareciera algo inédito, que sólo tiene valor después de 1945. Si Auschwitz es singular, si podemos hablar de que hay un antes y un después, es porque ahí se pone de manifiesto algo que siempre había acompañado a la historia pero que hasta ese momento había conseguido invisibilizarse o camuflarse: el sufrimiento del otro. Siempre había acompañado la lógica de la acción humana, pero la filosofía había conseguido privarle de toda significación. El sufrimiento era literalmente in-significante. Auschwitz fue como un laboratorio del mal en el que se hace tan visible el sufrimiento que nos obliga a tomarlo en consideración. Lo nuevo que produce Auschwitz es la exigencia de considerar el sufrimiento como condición de toda verdad. Se había camuflado tanto que habíamos llegado a pensar que la verdad casa con la objetividad, la impasibilidad, la apatía, la neutralidad, pero no con la experiencia de sufrimiento.

Reyes Mate, La herencia del olvido

CONJUGACIÓN

Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán.

Ángel Olgoso, La máquina de languidecer

... En la figura universal de la compasión, identifico el pasaje misterioso del animal al hombre, del tráfico de las emociones al de las sonrisas y las lágrimas y del juego de las hormonas al de los símbolos. ... La experiencia de base es el sentir (sentio ergo sum); no es el logos, sino el pathos: la capacidad de ser afectados y afectar. Quizá no se haya considerado lo suficiente que la conciencia es en sí misma un afecto. El mundo vital del ser humano, su mundo originario se manifiesta a través de los afectos. El lenguaje anterior a la razón surgió en el seno de un conjunto de sensaciones portadoras de sentido. Resulta patético y conmovedor por su contenido pasional que, tanto como la razón o incluso más, determina la esencia del hombre. ... La compasión en el sentido que yo le doy se centra en la persona humana en su relación con otros, relación que le permite tomar conciencia de sí misma. Así pues, es el motor de la construcción de dicha persona. Esta observación atribuye a las emociones el papel primario en la existencia del yo. De ahí se deduce una segunda observación: la existencia indudable de otros "yo"; un conocimiento interior de lo que vive el otro; la facultad de reconstituir en cierta forma la perspectiva del otro. Constatación que he resumido en la Biología de las pasiones con la frase: "Yo soy porque estoy emocionado y tú lo sabes."

Jean-Didier Vincent, Viaje extraordinario al centro del cerebro

RETORNO

La luna aporta su prestigio antiguo
al pequeño, apartado vertedero
que, clausurado ya, mira hacia el valle
donde tiemblan las luces distantes de unos pueblos.
Cuando veníamos de noche
a tirar la basura,
nos quedábamos a ver el firmamento.
Bajo la luna, al viejo vertedero
hoy lo cubren espliegos y tomillos:
hay un rumor de bestias cruzando matorrales,
los búhos deslumbrados por los faros del coche.
Pero no tiene ya la misma fuerza
de cuando nos quedábamos aquí para mirar,
rodeados de basura, las estrellas.

Joan Margarit, Misteriosamente feliz

- ¿Con tu padre?
- No, con él no. Mi anciano padre todavía rebosa energía. Tiene opiniones sobre todo y, a menudo, no coinciden con las mías. A veces tengo que esforzarme para no ser como un chiquillo de catorce años con él. A veces, cuando estoy con mi padre, más que esperar morir siento como si estuviera esperando que empiece la vida. El verano pasado se enfureció cuando uno de los hijos de mi hermano decidió casarse con una puertorriqueña. Como mi padre no puede ocultar sus sentimientos y, en general, ni siquiera lo intenta, irritó al muchacho y mi hermano, muy enfadado, me llamó. Fui en coche desde Connecticut hasta Nueva Jersey, y en cuanto llegué mi padre se puso a desgranar sus quejas. Le escuché durante una media hora y entonces le dije que quizá necesitaba una pequeña lección de historia. Le dije: "A principios de siglo tu padre tenía tres opciones. Primera, podría haberse quedado en la Galicia judía con la abuela. Y de haberse quedado allí, ¿qué habría ocurrido? A él, a ella, a ti, a mí, a Sandy, a mamá, a todos nosotros. Muy bien, ésa es la primera opción: todos convertidos en cenizas. La segunda opción es la de irse a Palestina. En el cuarenta y ocho tú y Sandy habríais luchado contra los árabes, y aun en el supuesto de que hubierais sobrevivido los dos, sin duda alguno habría perdido un dedo, un brazo o un pie. En el sesenta y siete yo habría intervenido en la guerra de los Seis Días y, como mínimo, habría recibido un poco de metralla, en la cabeza, por ejemplo, con pérdida de la visión de un ojo. Tus dos nietos habrían luchado en el Líbano y, para ser moderados, supongamos que sólo hubiera muerto uno de ellos. Eso en cuanto a Palestina. La tercera opción era venir a América, cosa que hizo. ¿Y qué es lo peor que puede ocurrir en América? Que tu nieto se case con una puertorriqueña. O sea que vives en Polonia y sufres las consecuencias de ser un judío polaco, o vives en Israel y sufres las consecuencias de ser un judío israelí, o vives en América y aceptas las consecuencias de ser un judío americano. Dime qué prefieres. Dímelo, Herm. "De acuerdo", me replicó, "tienes razón, ¡tú ganas! ¡Me callaré!". Yo estaba encantado. Había sido más astuto que él y no quería dejar las cosas como estaban. Todavía no. "¿Y sabes qué voy a hacer ahora?", le dije. "Voy a ir a Brooklyn para hablar con la madre de la chica. Estoy seguro de que también está de rodillas, llorando y manoseando de lo lindo su rosario. Iré a Brooklyn y le diré lo mismo que acabo de decirte. "Si usted quiere vivir en Puerto Rico, sin duda su hija se casará con un simpático muchacho puertorriqueño, pero todos tendrán que vivir en la isla. Si quiere vivir en Brooklyn, lo peor que puede ocurrirle es que su hija se case con un judío, pero usted ha establecido su vida en Brooklyn. Elija lo que más le convenga."" Esto volvió a irritar a mi padre. "¿Qué clase de comparación es ésa? ¿Qué significa "lo peor que puede ocurrirle"? La mujer debería estar muy halagada por el buen casamiento de su hija." "Claro que lo está", repliqué, "tan halagada como lo estás tú".
- ¿Y cómo terminó el asunto? ¿Qué ocurrió?
- La boda se celebró en la catedral de San Patricio, con la asistencia de un rabino, sólo para asegurarse de que no nos daban gato por liebre.

Philip Roth, Engaño

Mañana reproduciré algunos fragmentos más.

20 de diciembre de 2009

Monstruos de peluche

En las semanas previas al estreno de la película Donde viven los monstruos he dudado mucho si debía verla o ignorarla. Temía decepcionarme, caer de nuevo en la tentación de comparar el libro con la película, comprobar una vez más la imposibilidad de llevar al cine la buena literatura, etcétera. Los avances de la película que iba viendo en el cine y en la televisión no invitaban mucho, la verdad. Y los materiales alrededor de la película que comenzaban a colonizar las librerías y los grandes almacenes tampoco auguraban nada bueno. ¿Ir o no ir al cine? Esa era la cuestión.

He ido. Y...

Lamento decir que la película es extremadamente insustancial y extrañamente confusa. ¿Era previsible? Hasta cierto punto, sí. Pero no tanto como ha resultado al final. Por lo pronto, y eso es tal vez lo peor, le han podado toda la sutileza y todo el encanto que el cuento de Maurice Sendak posee. En el álbum original es más relevante lo que se sugiere que lo que se ve, tienen más importancia las evocaciones que provoca que las certezas que ofrece. Como ocurre con todos los buenos libros, es la naturaleza del espacio que abre a las fantasías del lector lo que determina la cualidad de un álbum ilustrado. Es lo no-dicho, lo que no está explícitamente mostrado, lo que alienta la participación imaginativa de quienes leen una narración. En la película ese espacio se empobrece de tal modo que ahoga las posibilidades de fantasear.

La materialización de los monstruos, en ese sentido, roza el ridículo. El misterio que transmiten las ilustraciones de Sendak se transmuta ahora en evidencia e insipidez. Los monstruos derivan en adorables peluches de juguete, con lo que desaparece cualquier atisbo de magia, de inquietud, de subversión. El extremo talento de Sendak para dibujar unos monstruos que fuesen a la vez terribles y amables es sustituido en la pantalla por muñecos que parecen un remedo de Espinete y sus amigos de Barrio Sésamo. Adiós transgresión.

Pero aún más inconcebible resulta el intento de dotar a los monstruos de nombre y psicología, cuando su mayor atractivo reside precisamente en su indefinición, que es lo que permite al lector habitarlos con las sombras de sus propias turbaciones. Los confusos conflictos adolescentes que los guionistas han introducido en la trama con la excusa de hacer del monstruo Carol un reflejo del joven Max acaban por distorsionar la historia. Derivan la atención hacia las relaciones sentimentales entre Carol y KW, dos de los monstruos protagonistas, en detrimento de las ensoñaciones de Max, que es de lo que de verdad trata el cuento. Pero tampoco es que acabemos sabiendo muy bien cuál es el conflicto que afecta al reino de los monstruos, salvo esa ñoñería de necesitar ayuda para volver a reír, un asunto más propio de
un manual de autoayuda que de una ficción transgresora como es el cuento de Sendak.

Lamento además que haya desaparecido, no sé si por incapacidad técnica (cosa que no creo) o por voluntad de los guionistas, la escena más maravillosa del cuento: la lenta transformación de la habitación de Max en un bosque gracias a su fantasía. La huida por las calles oscuras, al estilo de las recientes películas de terror, que la ha sustituido no alcanza ni de lejos la sugerente metamorfosis ideada por Sendak. La desvirtuación de la historia es manifiesta. Pienso que, cinematográficamente, daba mucho más juego la idea primigenia de Sendak. Porque, tal como plantea el cuento, todo ocurre en la habitación de Max, en su mente. No entiendo el empeño de sacar la acción a la calle.


Como tampoco entiendo la mutilación de la palabra 'monstruo' en la película. Supongo que los productores lo habrán discutido mucho y habrán decidido mantener el título en castellano para no despistar, pero en ese caso deberían haber hecho alguna adaptación en el guión. Ya sé que en inglés no se habla en ningún momento de monstruos, sino de 'wild things', tal como muestra el título original, Where the wild things are. Pero en España, 'wild things' se tradujo por 'monstruos' y es 'monstruo' lo que la madre llama a Max al ver sus travesuras y antes de enviarlo a su habitación sin cenar. Ese calificativo es precisamente lo que desata las fantasías de Max, su deseo íntimo de huir al lugar donde viven los monstruos y ser coronado rey. Es ese término el que provoca su catarsis, su aventura interior y su regreso a la realidad. Me parece contradictorio mantener 'monstruos' en el título y no escucharlo ni una sola vez en la película.

En fin, hago esta crítica en defensa una vez más de la literatura, de su singularidad y su valor. Y también como queja por las adaptaciones cinematográficas que no están a la altura de la propuesta literaria, que rebajan sus cualidades estéticas y desfiguran sus significados profundos. Me molestan las edulcoraciones y las simplicidades a que son sometidos a diario los productos destinados a la infancia, cuando es justamente lo contrario lo que en su día propuso Maurice Sendak con su historia.
En previsión del desencanto, he ido advirtiendo a mis alumnos de que, si se decidían en estos días a comprar el libro para sí o para regalar a alguien querido, se decantaran por el álbum original, que es donde de verdad habitan los monstruos, donde se celebra realmente el poder liberador de la imaginación. Es lo que también me atrevo a aconsejarles ahora.

16 de diciembre de 2009

Día de la Lectura en Andalucía

"No hay película, juego de vídeoconsola, o serie y concurso de televisión que no remita a una lectura o que no esté basada en un libro. Los famosos de las islas salen de Robinson Crusoe, las cámaras que vigilan nuestros movimientos vienen de 1984, los piratas caribeños descienden de La isla del tesoro y los vampiros metrosexuales son la versión light de Drácula, aunque el primer vampiro de la literatura lo creó John William Polidori, como consecuencia de una apuesta que hizo con otros dos amigos narradores para saber quién era capaz de escribir la mejor historia de terror. Lord Byron escribió El entierro y William Polidori El vampiro, pero la apuesta la ganó Mary Shelley con Frankestein. Todas las historias de monstruos, vampiros y fantasmas salen de aquella apuesta literaria, porque incluso Alien, el octavo pasajero es una adaptación espacial de los argumentos del vampiro y el monstruo de Frankestein.
[...]
Si ahora mismo tuviera doce, catorce o dieciséis años, seguramente también estaría enganchado al vídeo, la
play o internet, muerto de miedo de que me entrara algún "troyano" en el ordenador. Pero por eso mismo es bueno saber que los "troyanos" existen porque hubo un caballo de madera dentro del cual se escondieron los soldados aquellos que tomaron la amurallada ciudad de Troya. Todo comenzó gracias a los poemas homéricos: los superhéroes, las armas mágicas y los dioses conviviendo con los seres humanos. Los androides y replicantes que Philip Dick inventó para Blade Runner ya combatían en La Ilíada y ese "Más allá" de "Dragon Ball Z", poblado por los mejores guerreros de todos los tiempos, apareció por primera vez en el canto undécimo de La Odisea."

Las palabras precedentes pertenecen a Fernando Iwasaki y están extraídas de la alocución que, con motivo del Día de la Lectura en Andalucía, que se conmemora el día 16 de diciembre, el Pacto Andaluz por el Libro encarga cada año a un escritor para celebrar públicamante el acto de leer. El texto completo pueden leerlo en este enlace. La relación que establece Iwasaki entre las historias literarias y las historias que se ofrecen ahora en otros medios resalta muy bien el valor de los libros.

(Si tienen tiempo y ganas pueden leer aquí el texto que escribí hace cinco años para la misma conmemoración)

8 de diciembre de 2009

¡Cómo está el mercadillo del libro!

Uno está acostumbrado a que le regalen un libro con la compra del periódico...


con la compra de un billete de autobús...


con la compra de una entrada de cine...

y, por supuesto, con la compra de otro libro...


Pero, la verdad, no imaginaba esto...


(Imagen encontrada en el blog Entizado)

ni mucho menos esto...


(Imagen encontrada en el blog la casa de tomasa)

No sé qué pensarán ustedes, pero les confieso que yo me he quedado estupefacto.

4 de diciembre de 2009

Yo bien, tú bien

Leyendo el libro de Kirmen Uribe, Mientras tanto cógeme la mano, me he encontrado con un poema que quiero compartir con ustedes. Pienso que define bien algunas de las ideas del autor de este blog. Escrito originalmente en euskera, la traducción es de Kirmen Uribe, Gerardo Markuleta y Ana Arregi.


TEKNOLOGIA


Aitonak ez zekien irakurtzen,
ez zekien idazten. Hala ere kontalari

ezaguna zen herrian. Berak pizten zituen,
haurrez inguraturik, sanjuan suak.

Aitaren kaligrafia etzana zen, jantzia.
Doiki ehuntzen zuen papera,

arbela zizelatuko balu bezala.
Mahaian dut soldaduzkatik igorritako postala.

"Yo bien, tú bien
mándame cien".

Gure sasoian mezu elektronikoak
bidaltzen dizkiogu elkarri.

Hiru belaunalditan, egia da,
idazketaren historia luzea igaro dugu.

Dena den, kezkak, beldurrak
beti-betikoak dira, eta izango.

"Yo bien, tú bien..."



TECNOLOGÍA

Mi abuelo no sabía leer, tampoco
sabía escribir. Sin embargo, era conocido

por las historias que contaba. Él encendía,
rodeado de críos, las fogatas de San Juan.

La caligrafía de mi padre era inclinada, elegante.
Tejía el papel con precisión,

como si esculpiera sobre la pizarra.
Todavía tengo la postal que envió desde la mili:

"Yo bien, tú bien,
mándame cien".

Nosotros mandamos
mensajes electrónicos.

Es cierto: en tres generaciones hemos recorrido
un largo trecho en la historia de la escritura.

De todas formas, las preocupaciones, los miedos
son los mismos de siempre, y lo seguirán siendo:

"Yo bien, tú bien..."

29 de noviembre de 2009

Con los ojos de la imaginación

No sabría cuantificar las veces que he visitado la Alhambra, casi siempre como feliz guía de amigos y visitantes. No obstante, cada vez que acudo, aun cuando realice el mismo recorrido, tengo la sensación de que lo hago por primera vez. Sobre todo, porque los acompañantes casi nunca son los mismos, pero también porque la conversación con los palacios nazaríes de mi ciudad es inagotable.

El pasado domingo, sin embargo, y gracias a la gentileza del Patronato de la Alhambra y el Generalife, oficié de guía de un modo que nunca hasta ahora había experimentado. Dentro del programa de visitas 'La Alhambra más cerca' propuse contemplar los palacios 'con los ojos de la imaginación', pues la Alhambra, que tan múltiples miradas admite -arquitectónica, histórica, literaria, matemática, antropológica, botánica...-, no ha sido ajena a los vuelos de la fantasía. De hecho, la mirada imaginativa es una de las más arraigadas y la que mayores alicientes proporciona para visitar el monumento. La mayoría de sus visitantes quizá desconoce las fechas de construcción o los nombres de sus artífices, el significado de la epigrafía poética de sus muros o el valor de su estructura, la genealogía de sus jardines o la ciencia que esconden sus azulejos, pero es casi seguro que en algún momento de sus vidas, en su infancia o en su madurez, han escuchado o leído alguna historia de tesoros ocultos o amores frustrados relacionada con la Alhambra. Cuando entran en ella buscan los lugares que previamente visitaron con su imaginación.

Durante siglos, la Alhambra ha sido escenario de las más desbocadas fantasías, sus patios y torres han alentado por igual la nostalgia y los sueños. La literatura sirve a menudo para poblar los vacíos, para ennoblecer lo perdido, para explicar lo ignorado. Alienta asimismo el deseo de conocer. Y la Alhambra, de la que tanto se desconoce aún, ha sido un espacio incitador de la curiosidad humana. Las novelas, los romances, las leyendas o los poemas que se han tejido en torno a ella han conformado el imaginario popular con mucha más intensidad que los tratados, los estudios o los ensayos académicos. No podía ser de otro modo.

La decisión de contemplar la Alhambra con los ojos de la imaginación tenía sin embargo un motivo fundado. Se conmemora en estos días el sesquicentenario de la muerte de Washington Irving, autor, como es bien sabido, de un libro que contribuyó a la divulgación mundial de unos palacios que, si bien hoy forman parte del Patrimonio de la Humanidad, hace dos siglos, cuando Irving los visitó, estaban en un estado deplorable, medio abandonados y casi ruinosos. Y esa propagación la hizo a través de su célebre Cuentos de la Alhambra, donde narra con indisimulado amor su estancia en los palacios y las historias que iba escuchando de boca de los 'hijos de la Alhambra', la heterogénea comunidad de desharrapados y ociosos que la poblaba entonces. Era un modo personal y póstumo de reconocimiento.

Fue una experiencia gratísima guiar a visitantes tan diversos, desde veinteañeros a octogenarias, a través de las palabras de Washington Irving, el vizconde de Chateaubriand, Ibn Zamrak o Manuel Fernández y González. Comenzamos en la explanada de los Aljibes, donde se han querido escuchar los lamentos de Florinda, hija del Conde don Julián, cuya violación por parte del último rey visogodo, don Rodrigo, hizo que su padre en venganza permitiera el desembarco de las tropas árabes en la península, y concluimos en la Torre de los Siete Suelos, sede legendaria de un caballo descabezado y un perro-león llamado El Velludo, que salen a medianoche a recorrer velozmente la ciudad de Granada, y por la que la tradición mantiene que abandonó la Alhambra el rey Boabdil camino del exilio. Es decir, la imaginación del principio y el final de la presencia árabe en España.

Sí, la Alhambra es un lugar propicio a la ficción y la poesía, pues, como escribió Washington Irving, "el encanto peculiar de este viejo palacio de fantasía radica en la facultad de despertar vagos ensueños y evocar el pasado, revistiendo así las desnudas realidades con las ilusiones de la memoria y la imaginación".

25 de noviembre de 2009

Ellas que caminan a nuestro lado


SENEGALESA

Diles que pregunten por mí
en la aldea de Thiaroye, allí me conocen,
saben quién es mi madre y que le llaman
Ndiémé, saben quién es mi hermana Bébé,
cuál es mi casa, allí me conocen.
Diles que pregunten por mí a la vieja Misia
que me vio nacer y que me curó de la fiebre
y estuvo una vez en la ciudad de Thies a por un diente de oro,
que pregunten por mí a mi primo Makalou
que lleva a los turistas en su barca de pesca.
Que pregunten a mi gente, allí me conocen.
Díselo. No tengo papeles, pero allí saben quién soy,
allí me conocen.


He querido que el poema de Berta Piñán, que habla de la insignificancia de quienes pierden su identidad y sus referencias culturales cuando cambian de país y entran a formar parte de la vasta y uniformadora categoría de 'emigrantes' o, aún peor, 'emigrantes sin papeles',
sirva de encabezamiento al anuncio de una exposición titulada Mujeres y fronteras. Un viaje de Senegal a España, que desde ayer, 24 de noviembre, está abierta en la Biblioteca de Andalucía, en Granada.

El proyecto en el que los organizadores, Luna Vives y Javier Acebal, están empeñados tiene como objetivo acercar a las personas atentas "a la experiencia migratoria de un grupo de mujeres senegalesas que viven hoy en Andalucía. Entre estas actividades está una exposición de fotografía, que siguiendo el viaje de varias mujeres, parte de sus ciudades y pueblos de origen, traza los caminos que han seguido para llegar a su situación actual, explora la relación que mantienen con los que quedaron atrás y los sueños que las ayudan a seguir adelante". Las magníficas fotografías que hilvanan la exposición dan cuenta de un viaje que no es sólo geográfico sino emocional, lingüístico y cultural. Un viaje que en muchos casos acaba en tragedia.

Las mujeres senegalesas que han emigrado unen a las contrariedades generales las propias de su condición: la separación prolongada de sus hijos, las dificultades que tienen para obtener trabajos que otras mujeres emigrantes sí pueden alcanzar debido a su color de piel y a sus costumbres, las discriminaciones familiares y sociales... Las fotografías y los textos y los objetos que urden la exposición tienen la virtud de 'humanizar' a personas generalmente invisibles, tantas veces ignoradas. Las dota de rostro, de antecedentes, de biografía. Las hace vecinas, las hace amables. Es ese acercamiento, la tentativa de quebrar los estereotipos y reconstruir su historia, el mayor valor de una exposición que ayuda a afinar la mirada y a fortalecer la comprensión. Se entiende de pronto que a nuestro lado hay pasados, hay sueños.

Como sé que a muchos lectores les resulta imposible acercarse a ella, dejo aquí un enlace para que la puedan visitar de modo virtual.

20 de noviembre de 2009

No al cierre de 'La Opinión de Granada'

La manía contemporánea de llamarle a casi todo 'producto' -los libros son un producto, el territorio es un producto, las películas son un producto...- ha hecho que la vida en su conjunto se entienda de modo predominante según las reglas de la economía y el comercio. De hecho, la palabra 'vender' ha infectado de tal forma el lenguaje y las conversaciones que es ya muy raro que alguien, al hablar por ejemplo de su trabajo o de sus ideas, no emplee la palabra 'vender' o 'venderse' si de lo que se trata es de presentarse, demostrar sus cualidades u ofrecer sus servicios. Todo, en efecto, parece susceptible de ser vendido y comprado, pues todo resulta ser un producto, inclusive los trabajadores.

Tengo esa sensación mientras acompaño a los redactores y empleados del periódico La Opinión de Granada en su concentración diaria en protesta por el cierre repentino y alevoso del mismo, decidido por la empresa con absoluta impunidad y desprecio hacia los trabajadores que lo hacían posible cada día.

Naturalmente, para la empresa, Editorial Prensa Ibérica, cuyo presidente es el empresario Javier Moll de Miguel, ese periódico era simplemente un producto más en la lista de sus negocios y los trabajadores unos meros productos a utilizar o, llegado el caso, liquidar como si fuesen zapatos o ladrillos. Para esos empresarios sin honor, en cuyas bocas no obstante nunca faltan las palabras 'libertad' o 'ética', un periódico es un producto como otro cualquiera, una mercancía que ahora dejan de vender porque no resulta rentable. Lo importante para ellos es el lucro, por qué habría de importarles entonces la suerte de quienes durante algunos años han sido capaces de ofrecer informaciones veraces y comprometidas, de denunciar abusos y corruptelas, de dar voz a personas anónimas pero valiosas, de soportar los desdenes y las miserias morales de alcaldes, concejales, diputados, presidentes de partidos, patronos y demás.

Supongo que en algunos despachos lujosos de la empresa se habrán elaborado informes, se habrán esgrimido estadísticas y cifras, se habrán calculado costos y finalmente habrán decidido la estrategia: presentarse de repente en la redacción del periódico, a media tarde, y anunciar sin demasiado preámbulo que el periódico que se está elaborando será el último. Y así lo hicieron. Desde el día siguiente las puertas de la redacción permanecen cerradas. A los trabajadores apenas les dio tiempo a recoger sus pertenencias. Es la imagen exacta de la cobardía y la arbitrariedad.

Escribo estas palabras en respaldo de unos periodistas a los que conozco bien, con los que he colaborado, y a los que considero excelentes profesionales. Pero también lo hago porque observo con rabia y temor los retrocesos en la libertad de información, las amenazas continuas al ejercicio del periodismo independiente, la progresiva desconsideración de la figura del periodista. Los compañeros de La Opinión de Granada no son los únicos que vienen sufriendo tales abusos empresariales, pero en ellos quiero concretar mi solidaridad con los demás.

13 de noviembre de 2009

A propósito de Juul

Cumplo hoy un deseo muchas veces postergado: escribir algunas reflexiones acerca de un libro que estimo particularmente, Juul, publicado en España por la editorial Lóguez y cuyos autores son Gregie de Maeyer y Koen Vanmechelen.


Desde su publicación en 1996, en Bélgica, Juul ha sido un álbum ilustrado muy controvertido, admirado por muchos y rechazado por muchos otros también. A nadie deja impasible. Estos días, como parte de las reflexiones que estoy haciendo con mis alumnos sobre el significado de la literatura y, específicamente, de la literatura infantil y juvenil, lo he presentado en clase. Su lectura, como viene ocurriendo desde hace años, ha conmovido, ha provocado debates intensísimos, ha reabierto heridas, ha hecho pensar, ha introducido la vida en la clase. Para quienes no conocen el libro les será difícil entender lo que supone leerlo. Únicamente diré que es un libro descarnado y sobrio, terrible y delicado a la vez, capaz de suscitar las catarsis más puras y los pensamientos más agudos. Esos son los argumentos que mejor hablan en su favor. Sentir y pensar: ¿qué más puede ofrecer un libro de ficción? Y hablo no sólo de lo que ocurre en un aula universitaria, sino de lo que origina también en centros de enseñanza primaria y secundaria o en bibliotecas. Es un libro que habla del dolor, pero también del amor. Habla del daño, pero asimismo de la reparación. La extrema violencia que a tantos espanta no debería hacer olvidar el gesto final de Nora, su compasión y su aliento. Es un libro turbador, hermoso, necesario. Léanlo y juzguen. (En la Red está reproducido el texto, pero me parece que pierde relevancia sin el acompañamiento de las ilustraciones. En este enlace pueden encontrar además un muy buen relato de una experiencia con niños en torno a Juul.)

Quiero aportar un texto que ayer mismo me entregó una alumna. Tengo su autorización para reproducirlo. Lo hago como testimonio de un sufrimiento y como demostración de las emociones que la literatura, a través de un pequeño álbum ilustrado, puede provocar. Y también como homenaje y agradecimiento a la alumna que tuvo el valor de hablar públicamente, pues fui testigo del esfuerzo que tuvo que hacer. Ella es en esta ocasión la portavoz de otras muchas víctimas, algunas de las cuales contaron su experiencia en clase. Otras callaron por pudor o por falta de fuerzas. O por no aparecer ante los demás con el estigma de ser una víctima, que es el castigo añadido que deben padecer. Su silencio es legítimo, pero no lo es el de los demás. El silencio de los consentidores o de los indiferentes los convierte en cómplices de los acosadores, de los que establecen su lugar en el mundo a partir de la humillación y el maltrato a los demás. Nuestro deber es dar voz y amparo a quienes en algún momento de sus vidas han soportado el golpe arbitrario de una palabra o de un puño.



He aquí el texto que fue leído en clase y que luego me fue entregado. Por consideración, omito el nombre de su autora. Les ruego que lo lean con la conciencia de estar entrando en una intimidad dañada.

Preferiría no haberme cruzado con este libro jamás. No dejo de reconocer que puede ser útil para la educación de los más pequeños, pero, sinceramente, creo que yo no estaba preparada para afrontarlo. Al llegar a casa rompí a llorar. Preferiría no haber recordado todo aquello que recordé cuando escuché esta historia. Puede que sea porque soy débil, quizás no, quién sabe. Quizás deba afrontar la realidad que presenta este libro y mirar hacia delante. Quizás debiera admitir que, como Juul, me deshago en piezas. Por desgracia, yo sólo sé mirar atrás. A veces el pasado es demasiado doloroso como para ser olvidado.

A veces el pasado quema. A veces el pasado mata. Al fin y al cabo vivir en el pasado no es vivir.

Algunos compañeros participaron en clase para hablar de los problemas que el libro planteaba, yo quise, pero ciertamente no pude. No podía articular palabra acerca de este tema. No podía hacerlo... no tengo fuerzas para ello.

Sé lo que es sufrir burlas y críticas de los demás acerca de tu físico y de tu persona. Pero también sé algo peor, recibir críticas de ti misma. Es increíble cómo la concepción que los demás tengan de ti y de tu físico te puede condicionar. Es increíble cómo sus burlas y comentarios pueden cambiarte la vida.

Ser tratada como alguien inferior, un ser grotesco o "desagradable a la vista", ser aislada por ello... ¿Quién es capaz de aguantar eso? Yo no lo fui. Aún no lo soy.

Sé lo que es dejar de comer. Sé lo que es sentirse obesa. Sé lo que es tener una imagen distorsionada de ti misma. Sé lo que es odiarse, sentirse siempre a disgusto e inferior. Sé lo que es sentir vergüenza de ti misma, odiar tu físico. Lo sé.

Es increíble cómo la opinión de los demás puede cambiarte. Sencillamente, increíble. Aún hoy en día mantengo esta sensación de desaprobación por parte de todos, por mi propia parte inclusive. Es cierto que ya estoy recuperada, pero si algún día luché por ello fue más por mis familiares que por mí. Odio hacer sufrir a los demás, pero sin embargo parece que no odio hacerme sufrir a mí.

Este libro me recordó mis días ingresada en el hospital, mis días sin asistir a clase... tantos días. Aquellos días en los que no era capaz de sonreír.

Hoy por hoy trato de serlo, sonreír, ser feliz. La verdad es que no trato este tema con mucha gente, por no decir que sólo lo trato con mis amigas de mi ciudad. Sin embargo, hoy me animé a hablar. Hablar para liberarme y olvidar. Hablar para dejar de pensar como pienso, sentir como siento, vivir como vivo.

Quiero tratar de ser feliz e intentar aceptarme tal y como soy. Ojalá algún día llegue a gustarme a mí misma. Prometo intentarlo.

Por ello, recomiendo la lectura de este libro, para que tanto acosadores como acosados, oprimidores como oprimidos, sepan las consecuencias que pueden tener las burlas y críticas que los niños suelen realizar.

No todo el mundo es suficientemente fuerte como para afrontar esas cosas.

Yo aún no lo soy, pero algún día lo seré.

7 de noviembre de 2009

Entender o no

Ando estos días empecinado con mis alumnos en definir, dentro de lo posible, qué significa entender un texto literario, o un texto en general. Es habitual que, ante determinados libros, manifiesten sus dudas acerca de si serán o no comprendidos por los niños, bien porque consideren que el lenguaje es complejo, que el tema es arduo o que el punto de vista es inusual. Son dudas pedagógicamente muy útiles, pues a la par que abren interrogantes acerca de la naturaleza de las narraciones o los poemas permiten aclarar confusiones acerca de la infancia y sus modos de entendimiento.

La idea que perdura en la mayoría de los alumnos, y contra la que tengo que pugnar año tras año, es que leer es una actividad de búsqueda del sentido enterrado entre las líneas del texto, como si de encontrar un tesoro o un filón se tratara. Me empeño en hacerles ver que eso no es así, que el significado de un cuento o una novela o un poema no está prefijado y que es cada lector, a partir de sus experiencias y sus expectativas, de sus conocimientos y sus estados de ánimo, de sus lecturas previas o sus prácticas culturales, el que lo construye, es decir, el que determina lo que un texto le dice a él en un momento particular y en unas circunstancias precisas. Me enfrento además al prejuicio de que el sentido debe 'captarse' en su conjunto, pues de lo contrario el texto no puede entenderse. Consideran que el sentido es algo objetivo, homogéneo, permanente, igual para todos.

En esta ocasión, además de la ayuda de algunos ensayos literarios, me he servido de dos poemas de amor escritos por sendos poetas españoles para tratar de que ellos mismos determinaran qué significa 'entender'. El primero de ellos, Vieja canción, es de Eloy Sánchez Rosillo y el segundo, La mujer de Lot, de Amalia Bautista.

VIEJA CANCIÓN

He escuchado en la radio, por azar, hace un rato,
una vieja canción,
una canción romántica que estuvo muy de moda
en la playa, durante los meses de un verano
maravilloso de mi adolescencia.
Muchas veces la oí entonces, junto a alguien
que junio quiso darme y me quitó septiembre.

Mientras la música sonaba,
he sentido en el pecho
la emoción de los días antiguos: tanta luz,
tanta ilusión brotando, tanta vida;
y he cerrado los ojos y he visto a una muchacha
que a través de la niebla del tiempo me sonríe
y con amor me mira.


LA MUJER DE LOT

Nadie nos ha aclarado todavía
si la mujer de Lot fue convertida
en estatua de sal como castigo
a la curiosidad irrefrenable
y a la desobediencia solamente,
o si se dio la vuelta porque en medio
de todo aquel incendio pavoroso
ardía el corazón que más amaba.


Como verán, ambos poemas son, además de bellos, particularmente provocadores para reflexionar acerca de la memoria, las experiencias, las emociones, el conocimiento cultural, la imaginación, las lecturas..., es decir, todo aquello que nos condiciona a la hora de leer y hace que las narraciones o los poemas sean entendidos o no.

Habrán deducido que el poema de Eloy Sánchez Rosillo evocaba de inmediato experiencias similares, aunque todas diferentes, y que por ello les resultaba diáfano y próximo. Y habrán adivinado asimismo que, inicialmente, la mayoría de mis alumnos no 'entendieron' el poema de Amalia Bautista, pues, salvo excepciones, la historia bíblica de Sodoma y Gomorra y las advertencias de Yahvé a Lot y su familia para salvarse del castigo les era ajena. Ignoraban asimismo las milenarias interpretaciones del suceso que inciden en la curiosidad y la desobediencia propias de las mujeres como causa de la conversión en estatua de sal, aunque para mi sorpresa una alumna afirmó que una tía suya acostumbraba a decir "no seas tan curiosa que pareces la mujer de Lot" cuando alguien de la familia, las chicas sobre todo, preguntaba más de la cuenta o fisgoneaba donde no debía. Pero a medida que, aun de modo fragmentario e inconexo, iban aportando la información necesaria, el poema se volvía transparente, lo relacionaban fácilmente con sus propias vidas, les despertaba emociones inesperadas, se identificaban con la mirada heterodoxa de la autora. Es decir, lo habían entendido. Les resultaba muy gratificante descubrir por sí mismos en qué consiste leer y cómo habría entonces que juzgar la capacidad de los niños para entender o no un texto literario. Pueden suponer la satisfacción que, como profesor, se siente cada vez que un alumno o una alumna confiesa públicamente, o en privado, que va entendiendo en qué consiste la lectura.

1 de noviembre de 2009

Ver, leer

Hace unos días vi en televisión la película La mancha humana, dirigida por Robert Benton a partir de un guión de Nicholas Meyer. No la vi cuando la estrenaron en España y sentí ahora curiosidad por saber si el resultado de una nueva adaptación al cine de una novela de Philip Roth alcanzaba a transmitir al espectador algo más que un enunciado de personajes y tramas. No esperaba mucho, la verdad, pero tenía una cierta disposición a la sorpresa. Sin embargo, se confirmaron mis peores presentimientos. No pretendo con esta entrada incurrir en la tan tediosa como infecunda discusión acerca de las posibilidades o diferencias de las adaptaciones de las grandes novelas al cine, pero no quisiera ocultar que tuve la sensación, mientras veía la película, de estar contemplando un arbolillo donde antes, leyendo la novela, había visto una secuoya majestuosa, robusta y frondosa. Cada secuencia de la película me confirmaba las frustradas tentativas de trasladar al lenguaje cinematográfico un mundo verbal tan poderoso y significativo como el de Philip Roth, una decepción a la que contribuían de modo concienzudo los actores protagonistas. Resultaba penoso e inverosímil ver a Anthony Hopkins interpretando a Coleman Silk, a Nicole Kidman tratando de representar a Faunia Farley o a Gary Sinise encarnando a Nathan Zuckerman. Incluso un actor al que tanto admiro, como es Ed Harris, no alcanzaba ni de lejos a transmitir la atormentada y rabiosa psicología de Les Farley.

Como no deseo incidir en la obviedad de declarar que toda adaptación al cine de las grandes novelas supone una irremediable e injusta mutilación, y que lo único que las justifica es considerarlas como anuncios o introducciones a la novela, voy a hacer lo que me pareció que me correspondía tras apagar la televisión: recomendar la lectura de La mancha humana.


Supone al mismo tiempo una excusa para mostrar nuevamente mi sostenida admiración por Philip Roth. Desde hace tiempo estoy entregado a la modesta, paciente y gozosa tarea de leer toda su obra, y con cada nuevo libro que concluyo siento que es uno de los objetivos más felices que me he impuesto como lector. De La mancha humana sólo diré que, como suele ocurrir con Philip Roth, el lector tiene la sensación de asistir a una minuciosa y demostrativa disección de la psique humana, como si en vez de a un novelista estuviéramos escuchando a la vez a Diego de Velázquez mientras pintaba, a Sigmund Freud mientras indagaba en el subconsciente de un paciente, a Pierre Bourdieu mientras analizaba el comportamiento de un grupo social y a Gustav Mahler mientras componía alguna de sus sinfonías, tan intensa y abarcadora es su escritura. Atender al desvelamiento de la biografía de Coleman Silk es enfrentarse a los miedos, los secretos, las mezquindades y las vulnerabilidades de los seres humanos sin dejar de observar al mismo tiempo el daño que las mentiras, los convencionalismos o el puritanismo de la sociedad pueden infligir a los individuos. Y todo ello mostrado a través de un lenguaje tan hondo, tan revelador, que la lectura nos da la sensación de haber adquirido en pocos días una experiencia de años. Entenderán por qué me pareció procedente advertir que la película es poco más que una sinopsis en la cubierta de un libro.

26 de octubre de 2009

Otro regalo

Alguien me pide que dé a conocer otros aforismos de Ángel Crespo y, pues un espacio como éste también debe nutrirse de los deseos ajenos, atiendo esa petición.


El olvido nos obliga a inventar, a descubrir lo que ignorábamos.

Nadie puede decir qué edad tiene, pues nadie sabe qué día va a morir.

La poesía suele preferir a la noche porque las estrellas nos dejan imaginar al sol, mientras éste no permite imaginar a las estrellas.

No es cierto que se pueda encontrar poesía en todas las cosas; sí lo es que todas las cosas pueden encontrarse en la poesía.

No sólo son reaccionarios quienes sólo piensan en el pasado: también lo son aquellos que no piensan más que en el futuro.

Odio deprisa para quemar el odio; amo despacio para conservar el amor.

Lo que hemos vivido con emoción nos es evocado por la música. La poesía, en cambio, nos recuerda que alguna vez debimos emocionarnos y permanecimos impasibles.

Quien no se contradice no se dice.

La rectitud del árbol, no la del poste.

Aferrar al presente, no aferrarse a él.

Quien viendo al sol ponerse no haya temblado alguna vez por temor de que ya nunca amanezca, no lea poesía.

Inventar palabras, sí: para que ellas nos inventen.

Nos acerca lo que nos diferencia: por eso hacemos el amor. Las iglesias y los partidos unen, en cambio, a lo semejante: por eso engendran odio.

Quien no es capaz de imaginar su propio pasado, ése no tiene porvenir.

21 de octubre de 2009

Un regalo

Ofrezco como un regalo, pues como regalo llegaron a mí, unos aforismos del poeta y traductor español Ángel Crespo. Acostumbro a leerlos de cuando en cuando, desordenadamente, cuando la necesidad o el azar me conducen hasta la balda donde están sus libros. Entonces, aunque no sea esa la intención, abro el librito que publicó en su día Huerga & Fierro Editores y leo alguno de los... ¿qué? ¿versos, apuntes, proposiciones, reflexiones filosóficas...? No sabría definir esa escritura. El título afirma que son aforismos, pero eso no es decir mucho. Aunque la nomenclatura es lo de menos. Lo que importa es la transparencia de esas palabras, la emoción y el saber que procuran. A mí, al menos, me avivan el pensamiento.


Protesto porque estoy convencido, no para convencer.

Algunos poetas parecen ignorar a la décima musa: la que aconseja no escribir.

Para ser capaz de decir algo hay que renunciar a decirlo todo.

La tristeza procede de lo que ya hemos hecho; la alegría de lo que nos queda por hacer.

La poesía es un camino de ida, pero sin vuelta. Los que vuelven regresan de otra parte.

Antes de mirar, aprende a cerrar bien los ojos.

¿Qué es la certeza? La renuncia a seguir pensando.

Los que predican el fin de los tiempos pecan de pereza.

Quien no sabe estar solo es incapaz de compañía. ¿Cómo podría sufrir otra compañía quien es incapaz de tolerar la propia?

La poesía es como un niño que juega en la playa con un cubo y una pala. Un sabio que se pasea meditando repara en él y le dice: ¿Cómo pretendes, criatura, sacar toda el agua del mar con ese cubo de juguete? ¿No ves, hijo, que es imposible? Y el niño responde: Yo no pretendo secar el mar, sino quitarle un poco de sed a la arena.

No cambies: varía.

Cuando quiero hablar de lo tengo cerca, pienso en lo que está lejos.

Propón: no aconsejes.

La poesía es como una piedra en medio del camino. El buen poeta tropieza con ella y cae. El mal poeta nos la tira a la cabeza.

La luz del sol está hecha de nuestras preguntas: por eso ciega.

Poesía: compañía en la soledad; música: soledad en la compañía.

Pon de relieve el mérito de los demás para que el tuyo no te produzca remordimiento.

El sentido común carece de sentido.

Quien no descubre el mundo todos los días no lo ha visto nunca.

16 de octubre de 2009

Entre dos culturas

Cedo hoy a una tentación que he venido sujetando en los meses de existencia de este blog. La constatación de que a menudo el comentario elogioso de un libro induce a algunos lectores a comprarlo de inmediato me refrenaba. Los libros de los que sentía deseos de hablar no eran novelas o cuentos o ensayos literarios que pudieran leerse tranquilamente en el autobús o en la playa o en el sillón predilecto una tarde de domingo, de modo que temía que, si alguien lo compraba se sintiera decepcionado, que es algo que, como ya habrán comprobado ustedes, me afecta mucho. Pero por otra parte, y pues esta plataforma es al fin al cabo una declaración de gustos y afectos, me parecía que estaba ocultando una de mis más íntimas pasiones lectoras. Me refiero a los libros de ciencia. Sobre todo, aquellos que hablan del funcionamiento del cerebro.

Recordaré previamente que se cumplen ahora 50 años de una célebre conferencia que C. P. Snow, un científico que asimismo se movía con pericia en el campo literario, dictó en Cambridge, en el marco de la Conferencia Rede, con el título de 'Las dos culturas', una etiqueta que en adelante sirvió para caracterizar la fractura entre las humanidades, específicamente de la literatura, y el de las ciencias. Lamentaba Snow esa separación, la falta de diálogo entre ambos mundos, la voluntaria ignorancia del trabajo que hacían los demás. Medio siglo después podemos pensar que el desencuentro comienza a repararse y una nueva conciencia de mutua colaboración se abre paso lentamente.

Diré entonces que desde hace años me apremia la idea de tender puentes entre la literatura y las ciencias
y, a un nivel primario y personal, no dejo de buscar puntos de encuentro. Por fortuna, he ido encontrando en las investigaciones científicas, sobre todo en las neurociencias, extraordinarios estímulos para mi trabajo. Gran parte de las cosas que pienso y digo, y que ustedes han podido leer aquí o en otros lugares, están alimentadas y sostenidas por la seguridad que me proporcionan las investigaciones recientes sobre el cerebro.

Y como de lo que se trata es de dejar constancia de algunos de los libros que me fascinan, comenzaré por uno que estimo especialmente. Se trata de
En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos, escrito por el neurocientífico Antonio Damasio. En la Red podrán encontrar abundante información sobre el autor y el libro.

¿Y por qué este libro para empezar? Simplemente porque las reflexiones de Damasio sobre las emociones y los sentimientos, al hilo de los comentarios atentísimos a las ideas filosóficas de Baruch Spinoza, abren un paisaje tan cautivador, tan deslumbrante, que resulta imposible, cuando uno sale del libro, no tener la sensación de que ha entrado en otra dimensión del conocimiento. Y porque su lectura, al menos es lo que me ocurrió a mí, confirma vislumbres y convicciones acerca de la trascendencia de las emociones y los sentimientos para la preservación de la vida pero también como sostén de la experiencia estética. Me siento seguro cuando, pensando en lo que el cerebro es capaz de hacer con los estímulos del mundo exterior, defiendo que la diversidad de emociones y sentimientos que puede proporcionarnos la lectura es una razón más que suficiente para abrir un libro y abandonarse a las palabras allí ordenadas.

Les dejo unas reflexiones de Antonio Damasio contenidas en el libro citado. Alguien no advertido pudiera entender que se trata de las meditaciones de un filósofo. Y, en el fondo, así es. ¿No estaremos en realidad ante los filósofos del siglo XXI?

"Hasta donde puedo comprender, la situación fue resultado, primero, de poseer sentimientos (no simplemente emociones, sino sentimientos), en particular los sentimientos de empatía con los que adquirimos plena comprensión de nuestra simpatía natural y emotiva hacia el otro; en las circunstancias adecuadas la empatía abre la puerta a la pena. En segundo lugar, la situación fue resultado de poseer dos dones biológicos, la conciencia y memoria, que compartimos con otras especies pero que alcanzan mucha más importancia y grado de refinamiento en los seres humanos. En el sentido estricto del término, conciencia significa la presencia de una mente con un yo, pero en términos humanos prácticos, esta palabra realmente significa más. Con ayuda de la memoria autobiográfica, la conciencia nos proporciona un yo enriquecido por los registros de nuestra propia experiencia individual. ...
Si no fuera por este elevado nivel de conciencia humana no habría angustia notable de la que valiera la pena hablar, ahora o en el alba de la humanidad. Lo que no sabemos no puede dañarnos. Si tuviéramos el don de la conciencia pero estuviéramos privados en gran medida de memoria, tampoco habría una aflicción notable. Lo que sabemos, en el presente, pero somos incapaces de situar en el contexto de nuestra historia personal, sólo puede dañarnos en el presente. Son los dos dones combinados, conciencia y memoria, junto con su abundancia, los que originan el drama humano y confieren a dicho drama una condición trágica, antes y ahora. Por suerte, estos mismos dones están también en el origen de la alegría ilimitada, la gloria humana absoluta. Llevar una vida registrada proporciona asimismo un privilegio y no simplemente una maldición. Desde esta perspectiva, cualquier proyecto para la salvación humana (cualquier proyecto capaz de transformar una vida registrada en una vida satisfecha) ha de incluir formas de resistir la angustia que despiertan el sufrimiento y la muerte, neutralizarla y cambiarla por la alegría. La neurobiología de la emoción y el sentimiento nos dice de manera sugerente que la alegría y sus variantes son preferibles a la pena y los afectos asociados, y que son más favorables para la salud y el florecimiento creativo de nuestro ser. Hemos de buscar la alegría, por mandato razonado, con independencia de lo disparatada e irreal que pueda parecer dicha búsqueda. Si no existimos bajo la opresión o el hambre y, no obstante, no podemos convencernos de la gran suerte de estar vivos, quizá es que no lo estemos intentando con la suficiente intensidad."

9 de octubre de 2009

Cien años de vida

Tenía pensada la entrada de hoy desde hace varios meses. Quería que hoy, 9 de 0ctubre de 2009, cuando José Antonio Muñoz Rojas debía cumplir 100 años, mis palabras fuesen un testimonio de homenaje, de introducción a dos poemas que quería reproducir. Hace diez días murió el poeta casi centenario y tuve la tentación de hacer entonces lo que correspondía hacer hoy. Decidí, sin embargo, no alterar mi propósito. Pensé que, si me adelantaba, los dos poemas seleccionados adquirirían de pronto un carácter funeral. No quise utilizarlos como una especie de improvisado obituario, quería que aparecieran como lo que son: celebraciones del amor y de la vida. Y por eso actúo hoy según lo previsto, como si la muerte no hubiera llegado, sabiendo no obstante que estas palabras adquieren de repente un sentido de adiós y gratitud.


Verás, Rosa, que nunca dije nada
que rozara el amor y, sin embargo,
esto no expresa nada si no expresa,
Rosa, que estoy calado hasta los huesos
en tu amor; que sin ti, Rosa, no veo,
no oigo, Rosa. Te digo mis oídos,
te digo mis entrañas, mi aposento,
te digo mis latidos; si algo puedo
es porque tú me ofreces una senda
que me asoma a la dicha; si algo mío
existe que merezca una ternura,
que haga saltar un corazón hermano,
o acudir a la puerta apresurada
algún arma al leerme, y quiera abrirme.
Si algo saca color a la alegría
y descubre algún agua en el secano
de tanto corazón como latimos,
es solamente, Rosa, porque puedo
decir: Rosa, te quiero, y tú me escuchas.

.........

Es otra de las cosas que decimos
sin saber muy bien lo que decimos,
eso de perder el tiempo. No es tan sencillo.
Por lo pronto habría que hallar la alacena
donde guardarlo y cerciorarnos
que sigue. No está claro eso
de que el tiempo se pierde, ni dónde
va si pierde el tiempo. Se pierde
el aire o la noche? Dónde se pierde
el tiempo que dicen que se pierde?
Llevo tanto tiempo perdiendo el tiempo,
sin saber cómo lo pierdo, ni dónde
como no sea en tu regazo. Me gustaría
guardarlo para necesidades urgentes,
como ésta de tu regazo donde
dejar para siempre y nunca el tiempo
que dicen que se pierde.

6 de octubre de 2009

Escritura violada. Respuesta a los comentarios

Me ha parecido conveniente utilizar esta vía para agradecer y responder a los comentarios que ha suscitado mi anterior entrada, 'Escritura violada'.

Comenzaré dando cuenta del porqué de mi enojo y mi protesta.

Creo no ser el único que con frecuencia y sin que medie petición por mi parte recibo mensajes electrónicos que tratan de demostrar el estado deplorable de la educación en España, la degradación de los contenidos de las distintas asignaturas y, sobre todo, la innegable incuria intelectual de los alumnos actuales. Mensajes a los que se adjuntan muy diversos archivos, desde artículos de prensa (¡cuántas vueltas habrá dado el, por lo demás, tópico, faltón e insustancial artículo de Arturo Pérez Reverte!) a exámenes de alumnos con variados disparates o documentos probatorios de la degradación moral de los jóvenes actuales. La carta de amor de la adolescente a la que hacía referencia en la anterior entrada es el último de esos episodios.

Supongo que no soy el único que se ha dado cuenta de que, con el consentimiento o la colaboración inconsciente de muchos profesores, esos mensajes continuamente replicados persiguen un único y venenoso objetivo: desacreditar la educación pública. Puedo imaginar los murmullos de protesta de muchos colegas al leer esto, pero, lamentablemente, no hay en este asunto mucho que debatir. Casi el cien por cien de los mensajes que recorren la Red a este respecto se dedican a denostar a los alumnos por lo mal que escriben, el desinterés que muestran, el abotargamiento de sus mentes. Igual, por lo demás, que se hacía ya hace cuatro mil años. Pero una de dos: o los alumnos actuales son víctimas de una pandemia vírica que los ha dejado inermes y alelados para siempre o su ineptitud es consecuencia de la incapacidad de padres y profesores para instruirlos como corresponde. Porque no es posible que los alumnos actuales sean
en su conjunto una calamidad. Más bien al contrario (me atrevo al respecto recomendar la lectura del número de septiembre de 'Cuadernos de Pedagogía' acerca del nivel educativo en España). Lo paradójico y lo lacerante es que los encargados de solucionar las deficiencias sean quienes se entretengan en propagarlas. ¿No sería más justo y más razonable reflexionar sobre ellas en vez de mofarnos y desentendernos? ¿Qué ganamos mostrando sarcásticamente lo evidente, es decir, que hay alumnos con graves problemas de ortografía, que confunden la pintura neolítica con el cubismo o creen que los quebrados son números que se han roto? ¿Acaso no nos damos cuenta de que con su amplificación estamos celebrando nuestro propio fracaso?

¿Y por qué creo que esto es un ataque a la educación pública? Pues porque todos los documentos y chascarrillos que 'prueban' las dañinas secuelas de la Logse, el descenso de calidad de la enseñanza, la ignorancia supina de los alumnos, la pérdida de valores, etcétera, proceden, sospechosamente, de los centros públicos. ¿Conocen ustedes algún testimonio proveniente de centros privados o, incluso, concertados? Yo no, la verdad. El caso de la autora de la carta que sirve de excusa a estas reflexiones es paradigmático. ¿Dónde creen que está estudiando esa chica? Pues sí, en un centro público. No hace falta ser un lince para darse cuenta. ¿Y cómo lo afrontamos entonces? ¿Nos escandalizamos? ¿Lo lamentamos? ¿Lo remediamos? ¿O humillamos a la autora? Por lo que he observado, muchos colegas han optado por esta última solución.

A mi juicio, el mero hecho de difundir esa carta es un síntoma de negligencia e hipocresía. No sé muy bien qué se pretende demostrar. Casos como el de esa alumna (sí, sí, alumna, no lo olvidemos) hay miles y los ha habido a miles en nuestra historia reciente y, desde luego, durante los años de la dictadura. ¿Ya se nos ha olvidado? ¿Por qué nos empeñamos en ignorar la realidad? ¿Por qué nos negamos a aceptar que la apuesta por la equidad y la inclusión social tiene estas consecuencias? ¿Qué queremos transmitir públicamente con nuestro escándalo: que la Logse, que dio cabida en las aulas a todos los jóvenes sin discriminación, las ha llenado de gente ignorante y zafia? Porque no nos engañemos: la mayoría de los archivos que circulan por la Red no pretenden suscitar la reflexión sino dar motivos para la burla.

Lo cierto es que todavía no he recibido un solo archivo en el que se dé cuenta de los éxitos, los esfuerzos o los compromisos de tantísimos profesores que están haciendo su trabajo con talento, coraje y sensibilidad. ¿Ustedes conocen algún archivo de esa categoríar? Yo, desafortunadamente, no. ¿Y acaso no habría mil motivos para el aplauso y la complacencia?

Y finalmente está la cuestión de la intimidad, sobre la que los comentarios han insistido una y otra vez. No entro a valorar los usos que puedan hacerse del documento al que venimos refiriéndonos. Hay, desde luego, usos perversos y usos aleccionadores. Sin embargo, el asunto de fondo es el origen ilegítimo del mismo. Si, como parece, alguien, un adulto o un profesor, ha interceptado un mensaje privado y lo ha hecho público sin permiso está cometiendo una deslealtad y una afrenta. No tenemos derecho a hurtar y luego propagar, con intenciones generalmente vejatorias, un texto absolutamente íntimo, inviolable. Y me ahorro poner ejemplos que escandalizarían a los adultos si alguien osara usar sin su autorización, incluso con fines bienintencionados, un documento personal. ¿Por qué entonces lo admitimos cuando afecta a los adolescentes? Me constan discusiones en los centros escolares cuando algún profesor muestra como un trofeo valioso una hoja manuscrita que ha logrado capturar furtivamente en un aula o un pasillo. Por fortuna, muchos profesores se sienten ofendidos por los chistes y los sarcasmos de sus compañeros a propósito de los pensamientos y expresiones de los alumnos. Denunciar esa actitud, se manifieste en una sala de profesores o en la Red, era otro de los propósitos de mi anterior entrada. Quería destacar también que esa chica merecía algo más de consideración por parte de quienes han sido delegados por la sociedad para educar e instruir.

Postdata. Releo el texto y me doy cuenta de que está impregnado por el estado de ánimo en el que me encuentro, nada sosegado. Acaba de comenzar el curso escolar y ya estoy envuelto en discusiones acerca de la patológica ignorancia de los alumnos actuales. Y me cansa. Publico esta entrada unos minutos después de acabar una clase que ha sido, para mí y mis alumnos, profundamente intensa y gratificante. Y que nadie piense que en las aulas donde doy clases hay alumnos con brillantes expedientes escolares. No, nunca ha sucedido. Sin embargo, lo que algunos de ellos han demostrado hoy es que son capaces, que son sensibles, que son talentosos. A los ojos de otros profesores probablemente estarían incluidos en el ancho grupo de los mediocres. Pero... Y he observado que tienen faltas de ortografía y no se expresan del todo bien, pero voy a tratar de remediarlo. Disculpen, por tanto, el tono de mis palabras.

2 de octubre de 2009

Escritura violada

Como a tantos otros, y lamentablemente a través de manos amigas y queridas, he recibido una ya célebre y probable carta de amor de una adolescente pidiendo a un amigo explicaciones por la ruptura de relaciones. Circula por la Red como un objeto de mofa e imagino que habrá originado no pocos comentarios despiadados. Reproduzco las primeras líneas de esa carta para que quienes la desconocen se hagan una idea de lo que estoy denunciando.

No tengo la intención de herir a nadie con las palabras que siguen, que están dictadas por el enojo, aunque es previsible que alguien se sienta molesto. Pido disculpas de antemano a quienes incomoden mi lenguaje y mi tono. Pero no puedo ocultar que me siento abochornado sabiendo que son profesores quienes están haciendo circular la carta de correo en correo, de blog en blog. Y a todos ellos pregunto:

¿Cómo consentimos ese atropello? ¿Cómo aceptamos como normal la vulneración de la escritura privada, más aún si la carta es verídica? ¿Cómo permitimos sin avergonzarnos que además se propague con el encabezamiento de 'carta de amor de una alumna de la ESO interceptada por un profesor'? ¿Pero qué imagen de la profesión transmitimos al difundir la carta? ¿Acaso no nos damos cuenta de que ofrecemos el rostro más cruel, más ofensivo, más denigrante de los profesores? ¿Acaso no estamos actuando como vulgares chismosos, al mismo nivel que los más vulgares presentadores de los programas basura de la televisión? ¿Con qué derecho hurtamos y publicamos un documento íntimo, tan personal e inviolable? ¿Para demostrar qué? ¿Que esa alumna es zafia e ignorante? ¿Que su deficiente ortografía y su tosco vocabulario son consecuencia de la degradación educativa propiciada por la Logse? ¿Que esos son los alumnos que ahora tienen la osadía de estudiar? ¿Por qué deberíamos burlarnos de esas deficiencias? ¿No es nuestra misión corregirlas? ¿No reparamos en que con esa actitud estamos desacreditando irreparablemente nuestra profesión? ¿Y qué queremos demostrar: que somos más listos, más cualificados, más aristócratas? ¿No somos conscientes de que la mezquindad que exhibimos al difundir esa carta es más condenable que todos los errores lingüísticos que pueda mostrar una adolescente? ¿O es que ahora, de pronto, nos hemos vuelto mojigatos y de lo que se trata es de denunciar que los adolescentes se soban y se excitan? ¿Por qué nos empeñamos en convertir la Red en un mugriento y vejatorio cotilleo? ¿Por qué contribuimos al desprestigio de las redes sociales? ¿Cómo podemos quejarnos luego de que los alumnos se mofen de los profesores en Tuenti, por poner un ejemplo? ¿Hacemos esto por venganza? ¿O por aburrimiento?

Y aún más: ¿Esa chica no es merecedora de un mínimo respeto? ¿No debería ser la comprensión
más propia de los profesores que el escarnio? ¿Alguien se ha parado a pensar quiénes pueden ser sus padres, su familia, sus amigos? ¿Lograremos al menos que se gradúe o nos felicitaremos por su fracaso? ¿Estaremos más felices si averiguamos que, por fin, ha sido excluida del sistema educativo? ¿Nos sentiremos orgullosos cuando sepamos que ya está donde le corresponde, explotada en la caja de un supermercado o en una peluquería?

En cualquiera de los casos, sea por escrúpulo lingüístico o puritanismo o crueldad, me parece indecente la propagación de esa carta. Y esta protesta es extensible a todos los archivos venenosos, supuestamente demostrativos de la incultura de los alumnos, que circulan por la Red. De modo que quisiera decir que ya está bien, que debemos parar esas inmoralidades, que tenemos que ejercer con dignidad nuestra profesión. Y no me extrañaría que algunos colegas, de los que claman continuamente contra la pérdida de autoridad de los profesores, estuviesen contribuyendo a difundir esa carta u otras semejantes. He aquí una buena oportunidad para recuperar la supuesta autoridad deteriorada, pues quizá en pocos casos como éste estaría justificado hablar de degradación de la enseñanza.

28 de septiembre de 2009

Ficciones, moriscos y destierros

Se cumplen en estos días 400 años de la expulsión de España de los moriscos, los descendientes de los pobladores árabes que habían habitado la península ibérica durante siglos y que se convirtieron al catolicismo de manera voluntaria o forzada tras el triunfo de las tropas cristianas en 1492. Ya en ese mismo año se había llevado a cabo otra expulsión no menos injusta y lacerante, la de los judíos. Las secuelas de ambas decisiones, movidas por ideas religiosas más que por razones políticas o económicas o militares, aún son perceptibles en la cultura y la mentalidad de muchos españoles.

El 22 de septiembre de 1609 se hizo público el bando de expulsión, que había sido decidida unos meses antes, y en él se disponía que en el plazo de tres días los moriscos se concentraran en el lugar que se les indicara para proceder a su destierro, autorizándolos a llevar consigo los bienes que pudiesen transportar. Unos días después, a comienzos del mes de octubre, comenzaron en los puertos de la costa de Alicante y Valencia las primeras deportaciones. Se calcula que en torno a 300.000 moriscos fueron expulsados de España.

Pere Oromig, Embarque de los moriscos en el Grau de Valencia, 1612-1613. Óleo sobre tela.

Unos años antes, en 1569, se había producido una rebelión de moriscos en el Reino de Granada, que acabó en guerra y feroz derrota. Durante unos meses, los sublevados mantuvieron en las Alpujarras una resistencia tan firme como infructuosa. Entonces tuvo lugar el primer destierro, cuando los moriscos fueron dispersados por diversas comarcas de la península ibérica.

Quizá menos conocido, aunque de mayor trascendencia para Granada y el conjunto de la Cristiandad, es el episodio del hallazgo de los Libros Plúmbeos, un suceso en verdad digno del mayor asombro y admiración, protagonizado asimismo por moriscos. Sucedió que en febrero de 1595 dos aficionados a buscar tesoros, una muy persistente tradición de los granadinos a hurgar en las cuevas y en los montes próximos a la ciudad en busca de los supuestos tesoros escondidos por los árabes antes de abandonar Granada (esperanza, por lo demás, que no ha dejado de colonizar la imaginación popular de la ciudad), encontraron en el monte Valparaíso, que se eleva frente a la colina de la Alhambra, unas láminas de plomo que maravillaron al mundo. Estaban cuidadosamente escritas en caracteres 'salomónicos' (en realidad, un vulgar latín escrito con rasgos árabes), en las que se abordaban cuestiones teológicas, litúrgicas y hagiográficas. Lo que se creyó entonces es que eran obra de discípulos directos del Apóstol Santiago, que habían llegado a Granada a predicar la fe cristiana y allí habían sido martirizados. Desde aquel momento el monte Valparaíso pasó a llamarse Sacromonte, en virtud del carácter sagrado de los hallazgos, nombre que ha conservado hasta nuestros días. Allí se erigió una abadía muy hermosa y celebrada y el camino que conduce hasta ella se erizó de cruces de piedra financiadas por los distintos gremios de la ciudad. Los muy obnubilados clérigos de Granada vieron en esos hallazgos una buena oportunidad para disputar a Roma la cuna de la Cristiandad.

Aquellos libros plúmbeos resultaron ser, como se descubrió más tarde, una gran falsificación. Habían sido ideados y realizados por un conjunto confabulado de moriscos, tal vez capitaneados por Alonso del Castillo y Miguel de Luna, quienes inquietos por la suerte adversa que afectaba a los suyos, y temerosos de que tarde o temprano les llegase la hora de ser expulsados de la tierra donde habían nacido y en la que habían vivido sus padres y los padres de sus padres y los padres de estos, se conjuraron para inventar una de las más grandes patrañas históricas. Los libros de plomo, fabricados en la Granada del siglo XVI por manos hábiles de artesanos moriscos, simulaban haber sido redactados por mártires cristianos del siglo I. Entre los supuestos autores de aquellos plomos se encontraría San Tesifón, llamado Aben Attar antes de su conversión al cristianismo, el cual habría sido encargado por Santiago Apóstol para divulgar universalmente los fundamentos de la fe. ¿Qué querrían demostrar las láminas de plomo 'escritas' por aquellos pioneros evangelizadores? Pues sencillamente que la trascendente misión de difundir la palabra de los apóstoles había sido enomendada a musulmanes convertidos al cristianismo, como los moriscos de España, con lo que sería injusto sospechar de su buena fe. Por tanto, no habría motivos para ser perseguidos y, en consecuencia, tendrían todo el derecho a permanecer en su tierra.

La impostura caló en la conciencia de los cristianos y, pese al descubrimiento posterior de la falsificación, parte de las fiestas y tradiciones de Granada siguen basadas
, más de cuatro siglos después, en aquella inmensa ficción. De hecho, el Patrón de la ciudad sigue siendo San Cecilio, cuyos supuestos restos mortales se encontraron en aquellas fechas, y cada 1 de febrero, fecha en la que una de aquellas falsas láminas de plomo afirmaba que había tenido lugar el martirio de San Cecilio, se celebra una romería en la abadía del Sacromonte.

La ficción literaria no ha dejado de hacerse eco de aquel portentoso engaño. Me atrevo a aconsejar la lectura de una excelente novela que rememora aquellos años de turbulencia política e incertidumbre social. Se titula
El segundo hijo del mercader de sedas y su autor es Felipe Romero. Fue escrita en Granada, por alguien que conocía muy bien los entresijos geográficos y morales de la ciudad, y su texto, publicado por primera vez en 1995, ha servido de excusa para armar rutas literarias siguiendo las huellas de la vida de Alonso de Granada Lomellino, el protagonista de la obra, quien en la ficción es alumno de Alonso del Castillo, aquel real y discreto urdidor de ficciones que trastocó la historia de Granada y de España de un modo profundo.