27 de noviembre de 2010

Leer a los compañeros

Con motivo de la celebración de la Semana del Libro en el IES Ilíberis, ubicado en Atarfe (Granada), la responsable de la biblioteca concibió la idea de reunir a un grupo de alumnas y alumnos para visitar todas las aulas del centro y leer a sus compañeros textos literarios seleccionados cuidadosamente: mitos, poemas y cuentos. En esos días, los primeros quince minutos de cada clase estuvieron dedicados a la lectura y a la escucha. He aquí una experiencia bien inteligente, que ayuda a entender la lectura como un ofrecimiento, como una invitación cercana y amistosa.

20 de noviembre de 2010

Palabras y pétalos. Continuación

Hoy, 20 de noviembre, se conmemora en todo el mundo el centenario de la muerte de Lev Tolstói y he querido contribuir al homenaje con el recuerdo de un texto suyo, justo el que reproduje en la entrada publicada ayer. (A los lectores que no lo han leído les aconsejaría que lo hicieran previamente a la lectura de los comentarios que siguen, pues así los entenderán mejor.)

Sí, el texto era de Lev Tolstói y fue escrito hace ¡150 años! Como saben, su extraordinario interés por la educación lo llevó, entre otras realizaciones, a fundar una escuela para los hijos de los campesinos y los artesanos de la zona en la que pudieran ponerse en práctica las ideas pedagógicas que él consideraba más adecuadas para la instrucción de la infancia. La materializó en un edificio próximo a su residencia, por lo que recibió el nombre de su heredad, Yásnaia Poliana. Así se la conoce desde entonces y así figura en la historia de la pedagogía. Y él mismo, junto a otros maestros, impartió clases en ella, por lo que sus reflexiones sobre las prácticas educativas provienen no sólo de sus lecturas, sus viajes o sus conversaciones con pedagogos europeos sino de su experiencia concreta en las aulas. El texto que ayer reproduje demuestra muy bien ese compromiso.

Naturalmente, no puedo saber qué habrán pensado ustedes al leerlo, pero a mí me hace recapacitar, por ejemplo, en el hecho de que la inquietud por la 'comprensión' de la lectura no es un asunto contemporáneo. Ya entonces andaban preocupados por las mismas cosas que ahora. Lo cual me plantea una duda: o estamos condenados a reproducir generación tras generación los mismos errores o Tolstói fue realmente un visionario. Porque la infructuosa conversación que mantiene con sus alumnos a propósito de la lectura del relato de Gogol bien pudiera ser un reflejo de lo que acontece actualmente en muchas aulas de educación primaria y secundaria, en España y en otros países. ¿Por qué se siguen manteniendo entonces ese tipo de prácticas? ¿Por qué no hemos sido capaces de seguir el ejemplo de Tolstói y reconocer lo absurdo de ciertos modos de encarar la lectura de un texto? ¿Por qué se continúa exigiendo a los alumnos respuestas estereotipadas a sus lecturas en vez de alentar estrategias propias de comprensión de los textos? No tengo una respuesta clara a esas preguntas. Me abruma pensar, sin embargo, que ha pasado siglo y medio desde entonces y nada parece haber cambiado.

Algo en cambio hay en su relato que me reclama y me estimula: la capacidad de Lev Tolstói para pensar críticamente sobre su práctica docente. Tal vez sea ésa la lección más fructífera, el reconocimiento de su equivocación y la aceptación de la inteligencia de los niños para dar sentido a un texto si se les brinda oportunidades y se guía con delicadeza sus razonamientos. Una actitud que aún nos estimula.

19 de noviembre de 2010

Palabras y pétalos

Les pido que lean atentamente el texto que sigue y le den vueltas en su mente. Oculto, por hoy, su autor. Mañana a última hora lo desvelaré. Lo que me gustaría es que pensaran en el meollo de la experiencia que aquí se describe y en las reflexiones que hace el autor sobre su proceder y los comportamientos de sus alumnos. Si hubiese oportunidad, si estuviésemos frente a frente, los invitaría a adivinar el nombre del autor, como un juego. Basta, sin embargo, con la sugerencia de meditar un poco sobre el texto. No obstante, me atrevo a asegurar que pueden sorprenderse cuando conozcan quién lo escribió.

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"Generalmente, no es la palabra lo que es tan oscuro; es la idea expresada por ella lo que escapará a la comprensión del alumno. Este encuentra casi siempre la palabra cuando ha encontrado la idea. Además, la relación justa de la palabra con la idea y la formación de nuevas ideas constituyen para un alma de niño fenómenos tan complejos, tan delicados, tan misteriosos, que la menor intervención aparece como una fuerza ruda, incoherente, que detiene el desenvolvimiento del progreso.

'Comprende', se dice pronto; pero no todos comprenden, y ¡qué cosas tan diferentes se pueden comprender al mismo tiempo, leyendo el mismo libro! Tal escolar que no comprendió dos o tres palabras de una frase, escogerá la unión más aproximada a una idea y su conexión con las precedentes. Vosotros, el maestro, os apoyáis en cierto punto de vista; pero el alumno no siente la necesidad de comprender lo que pretendéis explicarle. A veces os ha comprendido sin poder demostraros que os ha comprendido; pero al mismo tiempo busca, adivina, asimila absolutamente una cosa del todo distinta que él siente más útil y más importante para sí. Vosotros, no obstante, le instáis a que se explique; le es preciso, pues, expresar con palabras la impresión que las palabras han producido en él; entonces calla, o se pone a declamar absurdos; miente,engaña, procura encontrar lo que le preguntáis, lo que es preciso, lo que os satisfaga; o bien se forja alguna dificultad que no existe, y lucha con ella; pero durante ese tiempo, la impresión general producida por el libro, el aroma poético que le ha ayudado para penetrar el sentido, se escapan de su entendimiento y desaparecen.

Hemos leído el Wig, de Gogol, repitiendo cada frase en los términos usuales. Todo marchó bien hasta la página tercera, en que se encuentra la siguiente frase: 'Todas estas gentes de estudio, tanto en el seminario como en el colegio, que alimentaban entre sí una aversión hereditaria, estaban absolutamente privadas de recursos, y con esto tan hambrientos, que fuera cosa imposible de contar las albondiguillas que cada uno de ellos engullía durante la cena, de modo que las generosas ofrendas de los bienhechores opulentos no podían bastarles.'

Casi todos los alumnos son niños muy adelantados.
EL MAESTRO. -Bien, y... ¿habéis leído?
EL MEJOR ALUMNO. -En el colegio se está siempre hambriento, pobre, y durante la cena se engullen albondiguillas.
EL MAESTRO. -¿Y qué más?
UN ALUMNO (travieso, tiene buena memoria y dice lo que se le viene a las mientes). -Cosa imposible... bienhechores generosos.
EL MAESTRO (disgustado). -Es preciso reflexionar. No es eso. ¿Qué es, pues, esa "cosa imposible"?
Silencio general.
EL MAESTRO. -Leed otra vez.
Se le obedece. Uno de los alumnos, dotado de excelente memoria. añade todavía algunas palabras que ha retenido: "seminario... las generosas ofrendas de los bienhechores opulentos no podían bastarles". Nadie lo ha comprendido. No dicen más que absurdos inauditos. El maestro les estrecha más el cerco.
EL MAESTRO. -¿Cuál es, por tanto, esta cosa imposible?
Quería hacerles decir que "fuera cosa imposible de contar".
UN ALUMNO. -El colegio... cosa imposible.
OTRO. -Muy pobre... cosa imposible...
Se vuelve a leer de nuevo. Se busca como una aguja la palabra que reclama el maestro; se citan todas, menos la palabra contar; y, finalmente, todos se desesperan.

Yo -el maestro- no renuncio, y consigo hacerles desarrollar todo el período; pero entonces lo ven más oscuro que en el momento en que lo ha repetido el primer alumno.

Por lo demás, en ello no había nada que comprender. De ese período negligentemente ligado, desleído, sin interés para el lector, había sido comprendido el fondo desde el primer momento: "gentes pobres y hambrientas engullían albondiguillas", el autor no había querido decir más. Me había obstinado únicamente sobre la forma, que era maña, y por esto había echado a perder toda la clase durante una hora entera, había marchitado y pulverizado todas estas flores de inteligencia, poco antes abiertas en todos sentidos. [...]

Es necesario poner al alumno en estado de comprender nuevas ideas y nuevas palabras con arreglo al sentido general del discurso. Oirá o leerá una palabra incomprensible, una vez en una frase incomprensible, otra vez en otra: la idea que expresa comenzará a ofrecérsele, a frecuentarla, y acabará por sentir la necesidad de emplear esa palabra de vez en cuando; la empleará una vez y la palabra con la idea llegarán a ser suyas. Y así las demás, hasta el infinito. Pero querer inculcar en el alumno por la demostración ideas y formas nuevas, es tan imposible, tan inútil, como querer enseñar a un niño a marchar siguiendo las leyes del equilibrio.

Cada una de estas tentativas, lejos de desenvolver al niño, le aleja del fin propuesto, como la mano ruda de un hombre que, por ayudar a que se abra la flor, desarrollase los pétalos violentamente."

12 de noviembre de 2010

En las paredes

Paseando por mi ciudad, compruebo que sigue habiendo gente que nos recuerda lo elemental, lo que nunca debería ser olvidado.

6 de noviembre de 2010

La virtud de la sonrisa

Los martes por la tarde, en la octava planta del Hospital Materno Infantil de Granada, me cruzo con la Doctora Sapofrita y el Doctor Cambembo. Nada más verlos esbozo una sonrisa que, casi siempre, se torna en carcajada si tengo la oportunidad de escuchar sus diálogos con los niños enfermos o participo en algunas de sus improvisadas 'payasadas'. Porque la Doctora Sapofrita y el Doctor Cambembo son payasos. Unos payasos muy singulares, que trabajan en un escenario muy delicado. Con sus narices rojas, sus batas estrafalarias y coloristas, sus bolsillos llenos de objetos insólitos, ambos doctores transitan por los pasillos y entran en las habitaciones del hospital dispensando un medicamento inmaterial y benéfico: sonrisas. En realidad no las reparten sino que las provocan. Son los propios niños enfermos los que, gracias a ellos, las componen y las ofrecen.

La Doctora Sapofrita y el Doctor Cambembo son miembros de la Fundación Theodora, que como saben tiene como objetivo principal el alivio de los padecimientos de los niños hospitalizados mediante la medicina de la risa. Doy testimonio de su eficacia.
Hace unos días, para conmemorar el décimo aniversario de la presencia de los 'doctores sonrisa' en España, ha editado un libro cuya lectura recomiendo. Se titula Cuentos a la orilla del sueño. 26 sonrisas y una ilusión y ha sido escrito expresamente para la ocasión.

Coordinado por Antonio Ventura, el libro está compuesto por 26 cuentos, pues veintiséis son los Doctores Sonrisa españoles, escritos por autores que habitualmente escriben para niños y jóvenes (Pablo Albo, Eliacer Cansino, Daniel Nesquens, Fina Casalderey, Fernando Alonso, Teresa Duran, Xabier P. Docampo...), a los que acompaña una ilustración de autores (Isidro Ferrer, Noemí Villamuza, Pablo Auladell, Elena Odriozola, Teresa Novoa, Fernando Vicente, Paula Alenda...) que asimismo ilustran libros infantiles. Culmina con un romance escrito por Ángel Idígoras que rinde homenaje a cada uno de los payasos que ejercen como Doctores Sonrisa.

Es un libro concebido desde y para la sonrisa, cuyo argumento central es la defensa de la sonrisa, que reconoce la extraordinaria virtud de la sonrisa. Leer, y en esta ocasión más que nunca, es una forma de sonreír.