19 de noviembre de 2010

Palabras y pétalos

Les pido que lean atentamente el texto que sigue y le den vueltas en su mente. Oculto, por hoy, su autor. Mañana a última hora lo desvelaré. Lo que me gustaría es que pensaran en el meollo de la experiencia que aquí se describe y en las reflexiones que hace el autor sobre su proceder y los comportamientos de sus alumnos. Si hubiese oportunidad, si estuviésemos frente a frente, los invitaría a adivinar el nombre del autor, como un juego. Basta, sin embargo, con la sugerencia de meditar un poco sobre el texto. No obstante, me atrevo a asegurar que pueden sorprenderse cuando conozcan quién lo escribió.

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"Generalmente, no es la palabra lo que es tan oscuro; es la idea expresada por ella lo que escapará a la comprensión del alumno. Este encuentra casi siempre la palabra cuando ha encontrado la idea. Además, la relación justa de la palabra con la idea y la formación de nuevas ideas constituyen para un alma de niño fenómenos tan complejos, tan delicados, tan misteriosos, que la menor intervención aparece como una fuerza ruda, incoherente, que detiene el desenvolvimiento del progreso.

'Comprende', se dice pronto; pero no todos comprenden, y ¡qué cosas tan diferentes se pueden comprender al mismo tiempo, leyendo el mismo libro! Tal escolar que no comprendió dos o tres palabras de una frase, escogerá la unión más aproximada a una idea y su conexión con las precedentes. Vosotros, el maestro, os apoyáis en cierto punto de vista; pero el alumno no siente la necesidad de comprender lo que pretendéis explicarle. A veces os ha comprendido sin poder demostraros que os ha comprendido; pero al mismo tiempo busca, adivina, asimila absolutamente una cosa del todo distinta que él siente más útil y más importante para sí. Vosotros, no obstante, le instáis a que se explique; le es preciso, pues, expresar con palabras la impresión que las palabras han producido en él; entonces calla, o se pone a declamar absurdos; miente,engaña, procura encontrar lo que le preguntáis, lo que es preciso, lo que os satisfaga; o bien se forja alguna dificultad que no existe, y lucha con ella; pero durante ese tiempo, la impresión general producida por el libro, el aroma poético que le ha ayudado para penetrar el sentido, se escapan de su entendimiento y desaparecen.

Hemos leído el Wig, de Gogol, repitiendo cada frase en los términos usuales. Todo marchó bien hasta la página tercera, en que se encuentra la siguiente frase: 'Todas estas gentes de estudio, tanto en el seminario como en el colegio, que alimentaban entre sí una aversión hereditaria, estaban absolutamente privadas de recursos, y con esto tan hambrientos, que fuera cosa imposible de contar las albondiguillas que cada uno de ellos engullía durante la cena, de modo que las generosas ofrendas de los bienhechores opulentos no podían bastarles.'

Casi todos los alumnos son niños muy adelantados.
EL MAESTRO. -Bien, y... ¿habéis leído?
EL MEJOR ALUMNO. -En el colegio se está siempre hambriento, pobre, y durante la cena se engullen albondiguillas.
EL MAESTRO. -¿Y qué más?
UN ALUMNO (travieso, tiene buena memoria y dice lo que se le viene a las mientes). -Cosa imposible... bienhechores generosos.
EL MAESTRO (disgustado). -Es preciso reflexionar. No es eso. ¿Qué es, pues, esa "cosa imposible"?
Silencio general.
EL MAESTRO. -Leed otra vez.
Se le obedece. Uno de los alumnos, dotado de excelente memoria. añade todavía algunas palabras que ha retenido: "seminario... las generosas ofrendas de los bienhechores opulentos no podían bastarles". Nadie lo ha comprendido. No dicen más que absurdos inauditos. El maestro les estrecha más el cerco.
EL MAESTRO. -¿Cuál es, por tanto, esta cosa imposible?
Quería hacerles decir que "fuera cosa imposible de contar".
UN ALUMNO. -El colegio... cosa imposible.
OTRO. -Muy pobre... cosa imposible...
Se vuelve a leer de nuevo. Se busca como una aguja la palabra que reclama el maestro; se citan todas, menos la palabra contar; y, finalmente, todos se desesperan.

Yo -el maestro- no renuncio, y consigo hacerles desarrollar todo el período; pero entonces lo ven más oscuro que en el momento en que lo ha repetido el primer alumno.

Por lo demás, en ello no había nada que comprender. De ese período negligentemente ligado, desleído, sin interés para el lector, había sido comprendido el fondo desde el primer momento: "gentes pobres y hambrientas engullían albondiguillas", el autor no había querido decir más. Me había obstinado únicamente sobre la forma, que era maña, y por esto había echado a perder toda la clase durante una hora entera, había marchitado y pulverizado todas estas flores de inteligencia, poco antes abiertas en todos sentidos. [...]

Es necesario poner al alumno en estado de comprender nuevas ideas y nuevas palabras con arreglo al sentido general del discurso. Oirá o leerá una palabra incomprensible, una vez en una frase incomprensible, otra vez en otra: la idea que expresa comenzará a ofrecérsele, a frecuentarla, y acabará por sentir la necesidad de emplear esa palabra de vez en cuando; la empleará una vez y la palabra con la idea llegarán a ser suyas. Y así las demás, hasta el infinito. Pero querer inculcar en el alumno por la demostración ideas y formas nuevas, es tan imposible, tan inútil, como querer enseñar a un niño a marchar siguiendo las leyes del equilibrio.

Cada una de estas tentativas, lejos de desenvolver al niño, le aleja del fin propuesto, como la mano ruda de un hombre que, por ayudar a que se abra la flor, desarrollase los pétalos violentamente."

2 comentarios:

Silvana dijo...

Fenomenal.

discreto lector dijo...

Sí, Silvana, es un texto que hace pensar. Gracias por tu comentario.