29 de noviembre de 2009

Con los ojos de la imaginación

No sabría cuantificar las veces que he visitado la Alhambra, casi siempre como feliz guía de amigos y visitantes. No obstante, cada vez que acudo, aun cuando realice el mismo recorrido, tengo la sensación de que lo hago por primera vez. Sobre todo, porque los acompañantes casi nunca son los mismos, pero también porque la conversación con los palacios nazaríes de mi ciudad es inagotable.

El pasado domingo, sin embargo, y gracias a la gentileza del Patronato de la Alhambra y el Generalife, oficié de guía de un modo que nunca hasta ahora había experimentado. Dentro del programa de visitas 'La Alhambra más cerca' propuse contemplar los palacios 'con los ojos de la imaginación', pues la Alhambra, que tan múltiples miradas admite -arquitectónica, histórica, literaria, matemática, antropológica, botánica...-, no ha sido ajena a los vuelos de la fantasía. De hecho, la mirada imaginativa es una de las más arraigadas y la que mayores alicientes proporciona para visitar el monumento. La mayoría de sus visitantes quizá desconoce las fechas de construcción o los nombres de sus artífices, el significado de la epigrafía poética de sus muros o el valor de su estructura, la genealogía de sus jardines o la ciencia que esconden sus azulejos, pero es casi seguro que en algún momento de sus vidas, en su infancia o en su madurez, han escuchado o leído alguna historia de tesoros ocultos o amores frustrados relacionada con la Alhambra. Cuando entran en ella buscan los lugares que previamente visitaron con su imaginación.

Durante siglos, la Alhambra ha sido escenario de las más desbocadas fantasías, sus patios y torres han alentado por igual la nostalgia y los sueños. La literatura sirve a menudo para poblar los vacíos, para ennoblecer lo perdido, para explicar lo ignorado. Alienta asimismo el deseo de conocer. Y la Alhambra, de la que tanto se desconoce aún, ha sido un espacio incitador de la curiosidad humana. Las novelas, los romances, las leyendas o los poemas que se han tejido en torno a ella han conformado el imaginario popular con mucha más intensidad que los tratados, los estudios o los ensayos académicos. No podía ser de otro modo.

La decisión de contemplar la Alhambra con los ojos de la imaginación tenía sin embargo un motivo fundado. Se conmemora en estos días el sesquicentenario de la muerte de Washington Irving, autor, como es bien sabido, de un libro que contribuyó a la divulgación mundial de unos palacios que, si bien hoy forman parte del Patrimonio de la Humanidad, hace dos siglos, cuando Irving los visitó, estaban en un estado deplorable, medio abandonados y casi ruinosos. Y esa propagación la hizo a través de su célebre Cuentos de la Alhambra, donde narra con indisimulado amor su estancia en los palacios y las historias que iba escuchando de boca de los 'hijos de la Alhambra', la heterogénea comunidad de desharrapados y ociosos que la poblaba entonces. Era un modo personal y póstumo de reconocimiento.

Fue una experiencia gratísima guiar a visitantes tan diversos, desde veinteañeros a octogenarias, a través de las palabras de Washington Irving, el vizconde de Chateaubriand, Ibn Zamrak o Manuel Fernández y González. Comenzamos en la explanada de los Aljibes, donde se han querido escuchar los lamentos de Florinda, hija del Conde don Julián, cuya violación por parte del último rey visogodo, don Rodrigo, hizo que su padre en venganza permitiera el desembarco de las tropas árabes en la península, y concluimos en la Torre de los Siete Suelos, sede legendaria de un caballo descabezado y un perro-león llamado El Velludo, que salen a medianoche a recorrer velozmente la ciudad de Granada, y por la que la tradición mantiene que abandonó la Alhambra el rey Boabdil camino del exilio. Es decir, la imaginación del principio y el final de la presencia árabe en España.

Sí, la Alhambra es un lugar propicio a la ficción y la poesía, pues, como escribió Washington Irving, "el encanto peculiar de este viejo palacio de fantasía radica en la facultad de despertar vagos ensueños y evocar el pasado, revistiendo así las desnudas realidades con las ilusiones de la memoria y la imaginación".

25 de noviembre de 2009

Ellas que caminan a nuestro lado


SENEGALESA

Diles que pregunten por mí
en la aldea de Thiaroye, allí me conocen,
saben quién es mi madre y que le llaman
Ndiémé, saben quién es mi hermana Bébé,
cuál es mi casa, allí me conocen.
Diles que pregunten por mí a la vieja Misia
que me vio nacer y que me curó de la fiebre
y estuvo una vez en la ciudad de Thies a por un diente de oro,
que pregunten por mí a mi primo Makalou
que lleva a los turistas en su barca de pesca.
Que pregunten a mi gente, allí me conocen.
Díselo. No tengo papeles, pero allí saben quién soy,
allí me conocen.


He querido que el poema de Berta Piñán, que habla de la insignificancia de quienes pierden su identidad y sus referencias culturales cuando cambian de país y entran a formar parte de la vasta y uniformadora categoría de 'emigrantes' o, aún peor, 'emigrantes sin papeles',
sirva de encabezamiento al anuncio de una exposición titulada Mujeres y fronteras. Un viaje de Senegal a España, que desde ayer, 24 de noviembre, está abierta en la Biblioteca de Andalucía, en Granada.

El proyecto en el que los organizadores, Luna Vives y Javier Acebal, están empeñados tiene como objetivo acercar a las personas atentas "a la experiencia migratoria de un grupo de mujeres senegalesas que viven hoy en Andalucía. Entre estas actividades está una exposición de fotografía, que siguiendo el viaje de varias mujeres, parte de sus ciudades y pueblos de origen, traza los caminos que han seguido para llegar a su situación actual, explora la relación que mantienen con los que quedaron atrás y los sueños que las ayudan a seguir adelante". Las magníficas fotografías que hilvanan la exposición dan cuenta de un viaje que no es sólo geográfico sino emocional, lingüístico y cultural. Un viaje que en muchos casos acaba en tragedia.

Las mujeres senegalesas que han emigrado unen a las contrariedades generales las propias de su condición: la separación prolongada de sus hijos, las dificultades que tienen para obtener trabajos que otras mujeres emigrantes sí pueden alcanzar debido a su color de piel y a sus costumbres, las discriminaciones familiares y sociales... Las fotografías y los textos y los objetos que urden la exposición tienen la virtud de 'humanizar' a personas generalmente invisibles, tantas veces ignoradas. Las dota de rostro, de antecedentes, de biografía. Las hace vecinas, las hace amables. Es ese acercamiento, la tentativa de quebrar los estereotipos y reconstruir su historia, el mayor valor de una exposición que ayuda a afinar la mirada y a fortalecer la comprensión. Se entiende de pronto que a nuestro lado hay pasados, hay sueños.

Como sé que a muchos lectores les resulta imposible acercarse a ella, dejo aquí un enlace para que la puedan visitar de modo virtual.

20 de noviembre de 2009

No al cierre de 'La Opinión de Granada'

La manía contemporánea de llamarle a casi todo 'producto' -los libros son un producto, el territorio es un producto, las películas son un producto...- ha hecho que la vida en su conjunto se entienda de modo predominante según las reglas de la economía y el comercio. De hecho, la palabra 'vender' ha infectado de tal forma el lenguaje y las conversaciones que es ya muy raro que alguien, al hablar por ejemplo de su trabajo o de sus ideas, no emplee la palabra 'vender' o 'venderse' si de lo que se trata es de presentarse, demostrar sus cualidades u ofrecer sus servicios. Todo, en efecto, parece susceptible de ser vendido y comprado, pues todo resulta ser un producto, inclusive los trabajadores.

Tengo esa sensación mientras acompaño a los redactores y empleados del periódico La Opinión de Granada en su concentración diaria en protesta por el cierre repentino y alevoso del mismo, decidido por la empresa con absoluta impunidad y desprecio hacia los trabajadores que lo hacían posible cada día.

Naturalmente, para la empresa, Editorial Prensa Ibérica, cuyo presidente es el empresario Javier Moll de Miguel, ese periódico era simplemente un producto más en la lista de sus negocios y los trabajadores unos meros productos a utilizar o, llegado el caso, liquidar como si fuesen zapatos o ladrillos. Para esos empresarios sin honor, en cuyas bocas no obstante nunca faltan las palabras 'libertad' o 'ética', un periódico es un producto como otro cualquiera, una mercancía que ahora dejan de vender porque no resulta rentable. Lo importante para ellos es el lucro, por qué habría de importarles entonces la suerte de quienes durante algunos años han sido capaces de ofrecer informaciones veraces y comprometidas, de denunciar abusos y corruptelas, de dar voz a personas anónimas pero valiosas, de soportar los desdenes y las miserias morales de alcaldes, concejales, diputados, presidentes de partidos, patronos y demás.

Supongo que en algunos despachos lujosos de la empresa se habrán elaborado informes, se habrán esgrimido estadísticas y cifras, se habrán calculado costos y finalmente habrán decidido la estrategia: presentarse de repente en la redacción del periódico, a media tarde, y anunciar sin demasiado preámbulo que el periódico que se está elaborando será el último. Y así lo hicieron. Desde el día siguiente las puertas de la redacción permanecen cerradas. A los trabajadores apenas les dio tiempo a recoger sus pertenencias. Es la imagen exacta de la cobardía y la arbitrariedad.

Escribo estas palabras en respaldo de unos periodistas a los que conozco bien, con los que he colaborado, y a los que considero excelentes profesionales. Pero también lo hago porque observo con rabia y temor los retrocesos en la libertad de información, las amenazas continuas al ejercicio del periodismo independiente, la progresiva desconsideración de la figura del periodista. Los compañeros de La Opinión de Granada no son los únicos que vienen sufriendo tales abusos empresariales, pero en ellos quiero concretar mi solidaridad con los demás.

13 de noviembre de 2009

A propósito de Juul

Cumplo hoy un deseo muchas veces postergado: escribir algunas reflexiones acerca de un libro que estimo particularmente, Juul, publicado en España por la editorial Lóguez y cuyos autores son Gregie de Maeyer y Koen Vanmechelen.


Desde su publicación en 1996, en Bélgica, Juul ha sido un álbum ilustrado muy controvertido, admirado por muchos y rechazado por muchos otros también. A nadie deja impasible. Estos días, como parte de las reflexiones que estoy haciendo con mis alumnos sobre el significado de la literatura y, específicamente, de la literatura infantil y juvenil, lo he presentado en clase. Su lectura, como viene ocurriendo desde hace años, ha conmovido, ha provocado debates intensísimos, ha reabierto heridas, ha hecho pensar, ha introducido la vida en la clase. Para quienes no conocen el libro les será difícil entender lo que supone leerlo. Únicamente diré que es un libro descarnado y sobrio, terrible y delicado a la vez, capaz de suscitar las catarsis más puras y los pensamientos más agudos. Esos son los argumentos que mejor hablan en su favor. Sentir y pensar: ¿qué más puede ofrecer un libro de ficción? Y hablo no sólo de lo que ocurre en un aula universitaria, sino de lo que origina también en centros de enseñanza primaria y secundaria o en bibliotecas. Es un libro que habla del dolor, pero también del amor. Habla del daño, pero asimismo de la reparación. La extrema violencia que a tantos espanta no debería hacer olvidar el gesto final de Nora, su compasión y su aliento. Es un libro turbador, hermoso, necesario. Léanlo y juzguen. (En la Red está reproducido el texto, pero me parece que pierde relevancia sin el acompañamiento de las ilustraciones. En este enlace pueden encontrar además un muy buen relato de una experiencia con niños en torno a Juul.)

Quiero aportar un texto que ayer mismo me entregó una alumna. Tengo su autorización para reproducirlo. Lo hago como testimonio de un sufrimiento y como demostración de las emociones que la literatura, a través de un pequeño álbum ilustrado, puede provocar. Y también como homenaje y agradecimiento a la alumna que tuvo el valor de hablar públicamente, pues fui testigo del esfuerzo que tuvo que hacer. Ella es en esta ocasión la portavoz de otras muchas víctimas, algunas de las cuales contaron su experiencia en clase. Otras callaron por pudor o por falta de fuerzas. O por no aparecer ante los demás con el estigma de ser una víctima, que es el castigo añadido que deben padecer. Su silencio es legítimo, pero no lo es el de los demás. El silencio de los consentidores o de los indiferentes los convierte en cómplices de los acosadores, de los que establecen su lugar en el mundo a partir de la humillación y el maltrato a los demás. Nuestro deber es dar voz y amparo a quienes en algún momento de sus vidas han soportado el golpe arbitrario de una palabra o de un puño.



He aquí el texto que fue leído en clase y que luego me fue entregado. Por consideración, omito el nombre de su autora. Les ruego que lo lean con la conciencia de estar entrando en una intimidad dañada.

Preferiría no haberme cruzado con este libro jamás. No dejo de reconocer que puede ser útil para la educación de los más pequeños, pero, sinceramente, creo que yo no estaba preparada para afrontarlo. Al llegar a casa rompí a llorar. Preferiría no haber recordado todo aquello que recordé cuando escuché esta historia. Puede que sea porque soy débil, quizás no, quién sabe. Quizás deba afrontar la realidad que presenta este libro y mirar hacia delante. Quizás debiera admitir que, como Juul, me deshago en piezas. Por desgracia, yo sólo sé mirar atrás. A veces el pasado es demasiado doloroso como para ser olvidado.

A veces el pasado quema. A veces el pasado mata. Al fin y al cabo vivir en el pasado no es vivir.

Algunos compañeros participaron en clase para hablar de los problemas que el libro planteaba, yo quise, pero ciertamente no pude. No podía articular palabra acerca de este tema. No podía hacerlo... no tengo fuerzas para ello.

Sé lo que es sufrir burlas y críticas de los demás acerca de tu físico y de tu persona. Pero también sé algo peor, recibir críticas de ti misma. Es increíble cómo la concepción que los demás tengan de ti y de tu físico te puede condicionar. Es increíble cómo sus burlas y comentarios pueden cambiarte la vida.

Ser tratada como alguien inferior, un ser grotesco o "desagradable a la vista", ser aislada por ello... ¿Quién es capaz de aguantar eso? Yo no lo fui. Aún no lo soy.

Sé lo que es dejar de comer. Sé lo que es sentirse obesa. Sé lo que es tener una imagen distorsionada de ti misma. Sé lo que es odiarse, sentirse siempre a disgusto e inferior. Sé lo que es sentir vergüenza de ti misma, odiar tu físico. Lo sé.

Es increíble cómo la opinión de los demás puede cambiarte. Sencillamente, increíble. Aún hoy en día mantengo esta sensación de desaprobación por parte de todos, por mi propia parte inclusive. Es cierto que ya estoy recuperada, pero si algún día luché por ello fue más por mis familiares que por mí. Odio hacer sufrir a los demás, pero sin embargo parece que no odio hacerme sufrir a mí.

Este libro me recordó mis días ingresada en el hospital, mis días sin asistir a clase... tantos días. Aquellos días en los que no era capaz de sonreír.

Hoy por hoy trato de serlo, sonreír, ser feliz. La verdad es que no trato este tema con mucha gente, por no decir que sólo lo trato con mis amigas de mi ciudad. Sin embargo, hoy me animé a hablar. Hablar para liberarme y olvidar. Hablar para dejar de pensar como pienso, sentir como siento, vivir como vivo.

Quiero tratar de ser feliz e intentar aceptarme tal y como soy. Ojalá algún día llegue a gustarme a mí misma. Prometo intentarlo.

Por ello, recomiendo la lectura de este libro, para que tanto acosadores como acosados, oprimidores como oprimidos, sepan las consecuencias que pueden tener las burlas y críticas que los niños suelen realizar.

No todo el mundo es suficientemente fuerte como para afrontar esas cosas.

Yo aún no lo soy, pero algún día lo seré.

7 de noviembre de 2009

Entender o no

Ando estos días empecinado con mis alumnos en definir, dentro de lo posible, qué significa entender un texto literario, o un texto en general. Es habitual que, ante determinados libros, manifiesten sus dudas acerca de si serán o no comprendidos por los niños, bien porque consideren que el lenguaje es complejo, que el tema es arduo o que el punto de vista es inusual. Son dudas pedagógicamente muy útiles, pues a la par que abren interrogantes acerca de la naturaleza de las narraciones o los poemas permiten aclarar confusiones acerca de la infancia y sus modos de entendimiento.

La idea que perdura en la mayoría de los alumnos, y contra la que tengo que pugnar año tras año, es que leer es una actividad de búsqueda del sentido enterrado entre las líneas del texto, como si de encontrar un tesoro o un filón se tratara. Me empeño en hacerles ver que eso no es así, que el significado de un cuento o una novela o un poema no está prefijado y que es cada lector, a partir de sus experiencias y sus expectativas, de sus conocimientos y sus estados de ánimo, de sus lecturas previas o sus prácticas culturales, el que lo construye, es decir, el que determina lo que un texto le dice a él en un momento particular y en unas circunstancias precisas. Me enfrento además al prejuicio de que el sentido debe 'captarse' en su conjunto, pues de lo contrario el texto no puede entenderse. Consideran que el sentido es algo objetivo, homogéneo, permanente, igual para todos.

En esta ocasión, además de la ayuda de algunos ensayos literarios, me he servido de dos poemas de amor escritos por sendos poetas españoles para tratar de que ellos mismos determinaran qué significa 'entender'. El primero de ellos, Vieja canción, es de Eloy Sánchez Rosillo y el segundo, La mujer de Lot, de Amalia Bautista.

VIEJA CANCIÓN

He escuchado en la radio, por azar, hace un rato,
una vieja canción,
una canción romántica que estuvo muy de moda
en la playa, durante los meses de un verano
maravilloso de mi adolescencia.
Muchas veces la oí entonces, junto a alguien
que junio quiso darme y me quitó septiembre.

Mientras la música sonaba,
he sentido en el pecho
la emoción de los días antiguos: tanta luz,
tanta ilusión brotando, tanta vida;
y he cerrado los ojos y he visto a una muchacha
que a través de la niebla del tiempo me sonríe
y con amor me mira.


LA MUJER DE LOT

Nadie nos ha aclarado todavía
si la mujer de Lot fue convertida
en estatua de sal como castigo
a la curiosidad irrefrenable
y a la desobediencia solamente,
o si se dio la vuelta porque en medio
de todo aquel incendio pavoroso
ardía el corazón que más amaba.


Como verán, ambos poemas son, además de bellos, particularmente provocadores para reflexionar acerca de la memoria, las experiencias, las emociones, el conocimiento cultural, la imaginación, las lecturas..., es decir, todo aquello que nos condiciona a la hora de leer y hace que las narraciones o los poemas sean entendidos o no.

Habrán deducido que el poema de Eloy Sánchez Rosillo evocaba de inmediato experiencias similares, aunque todas diferentes, y que por ello les resultaba diáfano y próximo. Y habrán adivinado asimismo que, inicialmente, la mayoría de mis alumnos no 'entendieron' el poema de Amalia Bautista, pues, salvo excepciones, la historia bíblica de Sodoma y Gomorra y las advertencias de Yahvé a Lot y su familia para salvarse del castigo les era ajena. Ignoraban asimismo las milenarias interpretaciones del suceso que inciden en la curiosidad y la desobediencia propias de las mujeres como causa de la conversión en estatua de sal, aunque para mi sorpresa una alumna afirmó que una tía suya acostumbraba a decir "no seas tan curiosa que pareces la mujer de Lot" cuando alguien de la familia, las chicas sobre todo, preguntaba más de la cuenta o fisgoneaba donde no debía. Pero a medida que, aun de modo fragmentario e inconexo, iban aportando la información necesaria, el poema se volvía transparente, lo relacionaban fácilmente con sus propias vidas, les despertaba emociones inesperadas, se identificaban con la mirada heterodoxa de la autora. Es decir, lo habían entendido. Les resultaba muy gratificante descubrir por sí mismos en qué consiste leer y cómo habría entonces que juzgar la capacidad de los niños para entender o no un texto literario. Pueden suponer la satisfacción que, como profesor, se siente cada vez que un alumno o una alumna confiesa públicamente, o en privado, que va entendiendo en qué consiste la lectura.

1 de noviembre de 2009

Ver, leer

Hace unos días vi en televisión la película La mancha humana, dirigida por Robert Benton a partir de un guión de Nicholas Meyer. No la vi cuando la estrenaron en España y sentí ahora curiosidad por saber si el resultado de una nueva adaptación al cine de una novela de Philip Roth alcanzaba a transmitir al espectador algo más que un enunciado de personajes y tramas. No esperaba mucho, la verdad, pero tenía una cierta disposición a la sorpresa. Sin embargo, se confirmaron mis peores presentimientos. No pretendo con esta entrada incurrir en la tan tediosa como infecunda discusión acerca de las posibilidades o diferencias de las adaptaciones de las grandes novelas al cine, pero no quisiera ocultar que tuve la sensación, mientras veía la película, de estar contemplando un arbolillo donde antes, leyendo la novela, había visto una secuoya majestuosa, robusta y frondosa. Cada secuencia de la película me confirmaba las frustradas tentativas de trasladar al lenguaje cinematográfico un mundo verbal tan poderoso y significativo como el de Philip Roth, una decepción a la que contribuían de modo concienzudo los actores protagonistas. Resultaba penoso e inverosímil ver a Anthony Hopkins interpretando a Coleman Silk, a Nicole Kidman tratando de representar a Faunia Farley o a Gary Sinise encarnando a Nathan Zuckerman. Incluso un actor al que tanto admiro, como es Ed Harris, no alcanzaba ni de lejos a transmitir la atormentada y rabiosa psicología de Les Farley.

Como no deseo incidir en la obviedad de declarar que toda adaptación al cine de las grandes novelas supone una irremediable e injusta mutilación, y que lo único que las justifica es considerarlas como anuncios o introducciones a la novela, voy a hacer lo que me pareció que me correspondía tras apagar la televisión: recomendar la lectura de La mancha humana.


Supone al mismo tiempo una excusa para mostrar nuevamente mi sostenida admiración por Philip Roth. Desde hace tiempo estoy entregado a la modesta, paciente y gozosa tarea de leer toda su obra, y con cada nuevo libro que concluyo siento que es uno de los objetivos más felices que me he impuesto como lector. De La mancha humana sólo diré que, como suele ocurrir con Philip Roth, el lector tiene la sensación de asistir a una minuciosa y demostrativa disección de la psique humana, como si en vez de a un novelista estuviéramos escuchando a la vez a Diego de Velázquez mientras pintaba, a Sigmund Freud mientras indagaba en el subconsciente de un paciente, a Pierre Bourdieu mientras analizaba el comportamiento de un grupo social y a Gustav Mahler mientras componía alguna de sus sinfonías, tan intensa y abarcadora es su escritura. Atender al desvelamiento de la biografía de Coleman Silk es enfrentarse a los miedos, los secretos, las mezquindades y las vulnerabilidades de los seres humanos sin dejar de observar al mismo tiempo el daño que las mentiras, los convencionalismos o el puritanismo de la sociedad pueden infligir a los individuos. Y todo ello mostrado a través de un lenguaje tan hondo, tan revelador, que la lectura nos da la sensación de haber adquirido en pocos días una experiencia de años. Entenderán por qué me pareció procedente advertir que la película es poco más que una sinopsis en la cubierta de un libro.