7 de noviembre de 2009

Entender o no

Ando estos días empecinado con mis alumnos en definir, dentro de lo posible, qué significa entender un texto literario, o un texto en general. Es habitual que, ante determinados libros, manifiesten sus dudas acerca de si serán o no comprendidos por los niños, bien porque consideren que el lenguaje es complejo, que el tema es arduo o que el punto de vista es inusual. Son dudas pedagógicamente muy útiles, pues a la par que abren interrogantes acerca de la naturaleza de las narraciones o los poemas permiten aclarar confusiones acerca de la infancia y sus modos de entendimiento.

La idea que perdura en la mayoría de los alumnos, y contra la que tengo que pugnar año tras año, es que leer es una actividad de búsqueda del sentido enterrado entre las líneas del texto, como si de encontrar un tesoro o un filón se tratara. Me empeño en hacerles ver que eso no es así, que el significado de un cuento o una novela o un poema no está prefijado y que es cada lector, a partir de sus experiencias y sus expectativas, de sus conocimientos y sus estados de ánimo, de sus lecturas previas o sus prácticas culturales, el que lo construye, es decir, el que determina lo que un texto le dice a él en un momento particular y en unas circunstancias precisas. Me enfrento además al prejuicio de que el sentido debe 'captarse' en su conjunto, pues de lo contrario el texto no puede entenderse. Consideran que el sentido es algo objetivo, homogéneo, permanente, igual para todos.

En esta ocasión, además de la ayuda de algunos ensayos literarios, me he servido de dos poemas de amor escritos por sendos poetas españoles para tratar de que ellos mismos determinaran qué significa 'entender'. El primero de ellos, Vieja canción, es de Eloy Sánchez Rosillo y el segundo, La mujer de Lot, de Amalia Bautista.

VIEJA CANCIÓN

He escuchado en la radio, por azar, hace un rato,
una vieja canción,
una canción romántica que estuvo muy de moda
en la playa, durante los meses de un verano
maravilloso de mi adolescencia.
Muchas veces la oí entonces, junto a alguien
que junio quiso darme y me quitó septiembre.

Mientras la música sonaba,
he sentido en el pecho
la emoción de los días antiguos: tanta luz,
tanta ilusión brotando, tanta vida;
y he cerrado los ojos y he visto a una muchacha
que a través de la niebla del tiempo me sonríe
y con amor me mira.


LA MUJER DE LOT

Nadie nos ha aclarado todavía
si la mujer de Lot fue convertida
en estatua de sal como castigo
a la curiosidad irrefrenable
y a la desobediencia solamente,
o si se dio la vuelta porque en medio
de todo aquel incendio pavoroso
ardía el corazón que más amaba.


Como verán, ambos poemas son, además de bellos, particularmente provocadores para reflexionar acerca de la memoria, las experiencias, las emociones, el conocimiento cultural, la imaginación, las lecturas..., es decir, todo aquello que nos condiciona a la hora de leer y hace que las narraciones o los poemas sean entendidos o no.

Habrán deducido que el poema de Eloy Sánchez Rosillo evocaba de inmediato experiencias similares, aunque todas diferentes, y que por ello les resultaba diáfano y próximo. Y habrán adivinado asimismo que, inicialmente, la mayoría de mis alumnos no 'entendieron' el poema de Amalia Bautista, pues, salvo excepciones, la historia bíblica de Sodoma y Gomorra y las advertencias de Yahvé a Lot y su familia para salvarse del castigo les era ajena. Ignoraban asimismo las milenarias interpretaciones del suceso que inciden en la curiosidad y la desobediencia propias de las mujeres como causa de la conversión en estatua de sal, aunque para mi sorpresa una alumna afirmó que una tía suya acostumbraba a decir "no seas tan curiosa que pareces la mujer de Lot" cuando alguien de la familia, las chicas sobre todo, preguntaba más de la cuenta o fisgoneaba donde no debía. Pero a medida que, aun de modo fragmentario e inconexo, iban aportando la información necesaria, el poema se volvía transparente, lo relacionaban fácilmente con sus propias vidas, les despertaba emociones inesperadas, se identificaban con la mirada heterodoxa de la autora. Es decir, lo habían entendido. Les resultaba muy gratificante descubrir por sí mismos en qué consiste leer y cómo habría entonces que juzgar la capacidad de los niños para entender o no un texto literario. Pueden suponer la satisfacción que, como profesor, se siente cada vez que un alumno o una alumna confiesa públicamente, o en privado, que va entendiendo en qué consiste la lectura.

6 comentarios:

Sara Royo dijo...

Es increíble lo bien q los niños comprenden, a poco q se explique, si quieren comprender. Lo mismo q los adultos.

Magda Díaz Morales dijo...

La diferencia entre significado y significante en los textos es muy interesante.
La literatura es polisémica, de ahí que tenga varios significados (lecturas) en su significante.

Hermosos poemas.

Anónimo dijo...

Que interesante tu entrada, debe ser una satisfacción tremenda ver los pequeños resultados de tu trabajo.
Me lo imagino.
Muchas veces no sabemos como implicar a tu hijo o hija en la lectura y cuando de repentel o ves con un libro y que ha disfrutado,es una alegría.
Yo admiro vuestro trabajo
Un saludo
Teresa

Anónimo dijo...

interesante entrada y bellos poemas ¡gracias Juan!

lammermoor dijo...

¡Qué casualidad!Precisamente estoy leyendo un libro sobre ese tema: Tras las lineas. Sobre la lectura contemporanea de Daniel Cassany
Tambien meditaba (más bien divagaba) estos días sobre el por qué de los distintos sentidos y significados que encontramos en la relectura.
Disfruto leyendo estas entradas tan interesantes sobre temas que me apasionan.

discreto lector dijo...

Sara, facilitar la comprensión, a un niño como a un adulto, es una de las tareas más gratas de la vida. Es una responsabilidad colectiva. Comprender un poema o el mundo, que viene a ser lo mismo, no debería ser un privilegio, sino un derecho.

Magda, la polisemia, en efecto, es la gran virtud del lenguaje. Cada palabra provoca en los individuos resonancias distintas, únicas. Las evocaciones son siempre diferentes, al igual que los sueños. Leer es por eso una experiencia intransferible, irrepetible.

Teresa, ciertamente las aulas proporcionan a menudo algunas de las alegrías más elementales: la de ayudar a alguien a entender no sólo un texto sino el mundo de la vida. Comprobar que gracias a ti los alumnos han comprendido algo de sí mismos o del tiempo en que viven produce un íntimo y prolongado placer. Es uno de los dones de ser profesor.

Bibliobulímica, qué gusto sentirte siempre tan atenta, tan generosa.

Lammermoor, el libro que estás leyendo es magnífico y tus divagaciones son asimismo las mías. Es admirable comprobar cómo vamos engrandeciendo el significado de las palabras conforme ensanchamos nuestra experiencia. Qué diferentes son las palabras amor o mar o miedo o madre cuando se tienen quince años o cuando se cumplen cincuenta.