Invitado amablemente por su directora, Mar Campos, quise plantear y debatir públicamente en los Cursos de Otoño de la Universidad de Almería una pregunta que me acucia: ¿Leer nos hace mejores? No es para mí una cuestión insignificante y sé que no admite una respuesta breve o elemental, pero su formulación permite afrontar un asunto del que rara vez se habla abiertamente pese a estar en el centro de uno de los debates contemporáneos más apremiantes. Me refiero al empeño en que los ciudadanos en general, y los niños y los jóvenes en particular, lean. ¿Por qué esa obsesión? ¿Qué se persigue en realidad con tanta insistencia? ¿Por qué andamos todo el día lamentando lo poco que se lee? ¿Cuál es el objetivo social de esa práctica? ¿En qué piensan en realidad los profesores que amonestan a sus alumnos por su poco amor a los libros, los ministros y consejeros autonómicos que promueven campañas de fomento de la lectura y los publicistas que las diseñan, los periodistas que culpan a los poderes públicos de los paupérrimos índices de lectores, los pedagogos y expertos académicos que asisten a congresos y escriben libros sobre la materia, las instituciones públicas y privadas que redactan documentos y convocan seminarios para analizar el futuro de la lectura? No tengo una respuesta clara, pero a veces me da por pensar que muchos de los actores de los discursos vaporosos e inconsistentes que circulan sobre la lectura han reflexionado poco sobre las consecuencias de sus reivindicaciones.
Observo, sin embargo, que esa pregunta, ¿la lectura nos hace mejores?, provoca desconcierto y a menudo incomodidad, pues obliga a pensar en ella de un modo poco complaciente, comprometido. Es bueno leer, se afirma, y un eco universal reproduce el veredicto por todos los rincones del planeta. Pero la mayoría de las veces no se deriva de ahí ningún argumento, ninguna justificación. Observo que hay no poco pensamiento mágico en esa afirmación, pues se da a entender que por el mero hecho de abrir un libro ocurre "algo", un "algo" por lo general benéfico y definitivo. Parece como si se esperara un prodigio, como si el simple contacto con los libros provocara los efectos favorables que uno le supone al agua de los balnearios o al aire puro de las montañas. Todos sabemos, sin embargo, que no sucede así. Entonces, ¿qué queremos decir en realidad cuando afirmamos que es necesario leer?
Si la respuesta fuese meramente instrumental, es decir, si la pretensión básica fuese formar lectores competentes y autónomos, nada habría que comentar. Ese objetivo es primordial e incontestable. Leer ayuda a desarrollar las capacidades cognitivas elementales para comprender los complejos textos contemporáneos, de modo que eso no puede ser objeto de discusión. Estoy convencido, sin embargo, de que no es esa evidencia la que mueve la reclamación universal de lectura. Hay algo más, algo que late en el fondo de esa demanda y que no siempre se explicita.
Confieso que una feliz emoción me sacude siempre que veo por la calle a personas con ramos de flores en las manos, con violines o clarinetes, con libros. Pienso que son gestos pacíficos, civilizadores. Pero el placer de ver a gente porteando libros o instrumentos musicales no parece suficiente pretexto para defender la lectura o los conciertos sinfónicos. Si todo se limitara a la satisfacción de contemplar esos gestos amables no harían falta costosas campañas de promoción ni, por supuesto, estarían injustificadas las lamentaciones y las histerias por su escaso aprecio. Bastaría con alentar el transporte de objetos culturales, aunque ese esfuerzo estuviera desprovisto de un más profundo sentido. Y tampoco parece convincente la idea de que leer ayuda a pasar gratamente el tiempo, a entretenerse. Algo, por lo demás, obvio. En ese caso, igual valdría un iPod, un periódico o un cuaderno de crucigramas y sudokus, con lo que de paso nos ahorraríamos discursos catastrofistas, advertencias amenazantes, voluminosos estudios, mucho dinero.
Mi impresión es que, aun cuando no se diga abiertamente, incluso aunque haya personas que lo nieguen, la apología pública de la lectura esconde la idea de que leer puede mejorarnos de algún modo, puede hacer que las vidas individuales y las experiencias colectivas sean más gratas, menos bárbaras. Y si eso es así (¿para qué si no tanto desasosiego, tanto esfuerzo?), es necesario entonces pensar y hablar de otro modo del acto de leer. Es lo que trato de hacer cuando formulo esa pregunta a mis interlocutores, a sabiendas de que con ella puedo alterar las aguas calmas de la corrección política y de que corro el riesgo de ser confundido con los neutrales paladines de los "valores" (¿de qué valores se habla: la obediencia o la rebeldía, el patriotismo o el cosmopolitismo, la fidelidad tribal o los derechos humanos?) o con los beatíficos promotores de las lecturas piadosas y edificantes. No tengo mucho que ver con ese género de apologistas. Por lo que a mí respecta, la cuestión es bien sencilla: ¿puede contribuir la lectura a la conciencia ética de los lectores? O formulada de otro modo: ¿puede aportar algo la lectura a la reflexión moral de la sociedad? No es necesario que me recuerden que todo depende de los textos, de la manera de leer, de las intenciones de la lectura... Todo eso lo sé, lo cual no evita que, de entrada, afirme que la lectura puede hacernos mejores. El reto sigue siendo cómo lograrlo.
Se publica ahora en España un libro de un incisivo filósofo norteamericano, Stanley Cavell, que con anterioridad había escrito sobre el mismo asunto unas reflexiones bien interesantes (puede leerse al respecto su obra La búsqueda de la felicidad). El libro al que me refiero tiene un título muy próximo a nuestras preocupaciones, El cine, ¿puede hacernos mejores?, y, en efecto, para el profesor emérito de la Universidad de Harvard la pregunta no es gratuita ni simple. Se trata a su juicio de interrogarse seriamente sobre si el cine puede ayudar a la educación y la inteligencia de una cultura o, dicho de otro modo, a la comprensión que una cultura tiene de sí misma. Pues en ello estamos.
16 de noviembre de 2008
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14 comentarios:
La verdad es que la pregunta da que pensar; si bien es cierto que a veces es fundamental distinguir que hay lecturas que ayudan a mejorar y otras... que no tanto, aunque sin duda complementen nuestra formación, ¿verdad?
Un saludo del proyecto de abogado (o lo que sea) que le hizo la tercera pregunta, si mal no recuerdo,al final de la conferencia motivo de esta entrada en su blog.
P.D.: espero que disfrutase de Almería, aunque en noviembre no es cuando más luce.
Sí, estimado escalador, la pregunta da que pensar y quizá sea ése su mayor mérito. Recuerdo tu intervención, cómo no, pues fuiste directamente al meollo de la cuestión. ¿Qué libros merece la pena leer? ¿Con qué sentido hacerlo? ¿De qué modo afrontar la lectura? Esas preguntas son las que de verdad importan y las que ningún lector debiera rehuir. Estoy convencido de que ya te las has planteado, lo cual es el principio de todo conocimiento.
Estoy seguro de que los bambúes crecen bien en Almería, por lo que espero que todo transcurra bien.
Gracias por tus palabras y tus buenos deseos. La luz de Almería es siempre hermosa.
¡¡¡Hola!!! Soy el Hada de los tiempos. Estoy buscando escritores de cuentos de hadas (especialmente del siglo XX y XXI). ¿Conoces alguno? ¿Me ayudarías a incluirlos en el Bosque Antiguo? ¡¡¡Gracias!!!
loscuentosdehadas.blogspot.com
Gracias. No hallazgo la repuesta, pero siento que cuando me empapo de algún libro, de una buena película, de buena música y en definitiva, cuando el arte y yo nos encontramos, poseo una felicidad inmensa y duradera durante ese proceso temporal.
Seguiremos buscando.
Gracias, estimada hada de los tiempos, por comparecer en el blog. La verdad es que tienes por delante una labor ardua de recopilación, pues las hadas siguen vivas y presentes en nuestro tiempo, aparentemente tan escéptico. Admiro y celebro tu osadía.
La lista de recomendaciones sería interminable, pero quiero aportarte algunos libros. Para tu catálogo del siglo XXI te recomendaría por supuesto "Tres cuentos de hadas" de Gustavo Martín Garzo, uno de los novelistas contemporáneos que mejor ha recreado ese mundo. Te recomendaría asimismo "David y las hadas" de Emily Smith. Y también "Un cuento de hadas" de Tony Ross (aunque fue publicado en realidad en las postrimerías del siglo XX).
Andrew Lang ha publicado en Ediciones Neo Person varias recopilaciones de cuentos de hadas: El libro rojo, el libro gris, el libro lila... de los cuentos de hadas. Pueden servirte para tu antología.
Y si se tratara de reflexionar sobre los cuentos de hadas te aconsejaría le lectura de "Psicoanálisis de los cuentos de hadas" de Bruno Bettelheim y el ensayo "Sobre los cuentos de hadas" de J. R. R. Tolkien, incluido en su libro "Los monstruos y los críticos".
Te deseo mucha suerte en tu aventura.
Sí, estimado weare, de eso precisamente se trata. Esa extrema felicidad que provoca a veces la experiencia de leer o contemplar o escuchar desencadena en el cerebro humano una convulsión cuyas consecuencias neurológicas apenas ahora comienzan a conocerse. ¿Puede aprovecharse ese fenómeno puramente biológico para pensar críticamente sobre uno mismo y el mundo? Estoy convencido de que sí. Pero, en efecto, hay que seguir buscando y reflexionando.
La verdad, soy muy escéptico al respecto. Si mi respuesta dependiera de una estadística basada en las personas que conozco o con las que ocasionalmente me he relacionado, no podría concluir nada en favor ni en contra de la lectura, en tanto aleccionador moral. Hay, por un lado, tanta presunción en algunos lectores, tanta fatuidad; pero, por otro lado, muchas personas muy bondadosas que conozco son el resultado -me da la impresión-tanto de la sabia asimilación de sus experiencias, la observación y una capacidad de lograr empatía con muchas personas a través de la lectura. En mi caso, no me considero ni bueno ni malo, pero creo que el placer enorme que me produce leer y el modo en que desnuda mis imposturas y me revela la posibilidad de encontrarme en cualquier circunstacia (y así nutrir, expandir mi capacidad de comprensión y empatía por los demás), me hace -espero- un poco menos torpe. Qué asunto complicado.
Pienso, estimado milserifas, que resume usted la cuestión excelentemente. Los ejemplos de lectores fatuos, humanamente miserables o indiferentes al mundo son abundantes. Los encuentra uno por todas partes. Y si de ellos dependiera la respuesta a la pregunta planteada es indudable que habría que emitir un no rotundo. Pero afirma usted algo muy interesante: la lectura ha alterado el modo de sentir y de entender la realidad de miles de otros lectores. Y aun cuando únicamente fuese para reconocer las propias imposturas, como bien dice, ya vale la pena encararse con un texto. Y, por supuesto, no pienso sólo en textos literarios, sino en textos científicos, filosóficos, históricos, biográficos, documentales... ¿Cómo no sentirse afectado en la conciencia al leer, por ejemplo, a Ryszard Kapuscinski, Albert Camus, Baruch Spinoza o Stephen Jay Gould? Esa disposición de apertura a las vidas y a los pensamientos de otros es el principio de todo cambio. Pero siempre hay que ser cautelosos y afirmar que, en efecto, la lectura puede hacer mejores a los lectores, es decir, más conscientes, más sensitivos. Pero ni es seguro ni es definitivo. Las opciones morales que cada cual decida con posterioridad a la lectura no dependen ya de los textos, sino del sentido que los individuos quieran dar a su propia vida.
Me alegra en cualquier caso la oportunidad de pensar juntos, aunque un océano nos separe.
Para este tipo de relexiones yo siempre confio en mis "ángeles de la guarda lectora", J.J. Millás y G. Martín Garzo.
Dijo Millás en el verano del 2002:
Cuando usted se toma una pastilla para el dolor de cabeza, sólo se le quita el dolor de cabeza a usted. Pero cuando lee un libro, sus efectos terapéuticos se propagan al resto de la comunidad. Así es, por misterioso que parezca. Históricamente, los lectores siempre han sido una minoría, pero los valores de la 'Divina Comedia' o 'La regenta' o el 'Quijote' han actuado no ya sobre quienes no los habían leido, sino sobre quienes ni siquiera conocían su existencia. Se trata de un fenómeno muy poco valorado que en otros ámbitos produciría asombro.
Sin lugar a dudas, leer nos hace mejores.
Estimado cafe, gracias por darme a conocer el texto de Juan José Millás. No lo había leído. Desde luego, me identifico plenamente con sus afirmaciones. Me gusta la idea de que el efecto de una lectura va más allá de las repercusiones que el texto haya provocado en el lector. Pienso igual. Acogerse a la custodia de Millás o Martín Garzo es, en estos asuntos, una muy buena decisión. Suerte y gracias.
Uno lee y lee y difruta y se entusiasma con un libro con una musica y parece que no pasa nada,pero eso va creando un conocimiento unas sensaciones que nos van impregnando de sabiduria de criterio moral que a veces no es consciente pero que va penetrando en nuestras ideas y nuestra actitud poco a poco sin apenas darnos cuenta vamos siendo mejores
Estoy convencido, anónimo lector o lectora, de que la lenta impregnación del arte puede transformar y mejorar nuestra percepción del mundo. Puede ocurrir asimismo, como temen algunos, que una lectura corrompa u ofusque la conciencia. Ese riesgo es inherente a toda actividad humana. Pienso, sin embargo, que es más probable lo contrario. Coincido, pues, con su apreciación.
No creo que leer nos haga mejores. Conozco grandísimos lectores de una extraordinaria y refinada maldad.
Cada cual lee para su propio buche, para su propio alimento. Y existen diferentes maneras de leer, como existen diferentes dietas. Lo que sí creo es que en la lectura puede haber más oportunidades de mejora.
Curro Armenio.
Esa duda, Curro Armenio, me sigue acosando. Uno encuentra si previamente va buscando. Uno recibe si previamente ha abierto la puerta. Uno piensa con los libros si previamente los leyó con esa intención. Las oportunidades a las que te refieres son, en efecto, las que hay que propiciar y alentar. Y luego...
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