29 de enero de 2009

Mares de tinta

Regreso de Gijón, adonde había sido convocado por Carlos Lomas a conversar sobre literatura y formación literaria con profesoras y profesores de educación secundaria, con los agasajos y los afectos de costumbre. Suelo aceptar esas invitaciones con un sentimiento contradictorio. Me hace feliz poder conocer a nuevos colegas y escuchar sus experiencias y me satisface pensar que algo pudiera yo aportar a sus prácticas docentes y a su sentimiento de la enseñanza. Pero a la vez me siento cauteloso, incluso escéptico, al comprobar las dificultades de transmitir ideas complejas, meditadas, en unas pocas horas y de modo acelerado. Nunca estoy seguro de acertar, de poder decir lo que tenía previsto y consideraba fundamental. Y eso me frustra.

Pero agradezco de veras las invitaciones y respondo siempre que puedo a las llamadas amistosas. Pasear, conversar, escuchar, compartir mesa, contemplar, descubrir... son experiencias que siento siempre como regalos inmerecidos (gracias Amparo y Carlos por vuestra compañía). Y también acudo porque me tienta la curiosidad de conocer qué ocurre en otras geografías docentes, cómo se concibe la enseñanza de la literatura aquí y allá, cuáles son las expectativas de otros profesores. Y es entonces cuando, a pesar de la brevedad y la precipitación, me siento recompensado. Sé algo más gracias a las personas que asisten y preguntan y cuentan. Al final, no puedo asegurar que les he aportado algo. No me cabe la menor duda, sin embargo, de que yo sí he sido beneficiado.

Y entre las muchas cosas con que uno regresa -afectos, paisajes, visiones, confirmaciones...- hay, lógicamente, libros. Los anfitriones me regalaron en esta ocasión una antología de poemas de Berta Piñán, Noches de incendio, en una edición bilingüe, en lengua asturiana y en castellano, traducción realizada por la propia autora. Leer poesía sentado en la mesa de un bar
, solo y forastero, mientras alrededor brotan murmullos y risas y la lluvia cae suavemente sobre la ciudad, es una manera imprevista de felicidad. Leí esa noche un poema que me mantuvo pensativo un buen rato. Fue el siguiente:


LLECTURA NA PLAYA O MARES DE TINTA

El mar altivu de Simbad, el mar d'Ulises,
el mar d'Al-Mutanabbi, calmu y mansulín
como fiera adondada, el mar d'Eneas,
el de Byron, l'azul imposible de Withman,
de Kavafis, el mar de tinta que cuerre nos
sos versos, nun me dexó contemplar el mar
esta mañana.


LECTURA EN LA PLAYA O MARES DE TINTA

El mar altivo de Simbad, el mar de Ulises,
el mar de Al-Mutanabbi, calmado y dócil
como fiera aquietada, el mar de Eneas,
el de Byron, el azul imposible de Withman,
de Kavafis, el mar de tinta que corre por
sus versos, no me ha dejado contemplar el mar
esta mañana.


Leído el poema poco después de finalizar un encuentro en el que había ponderado la importancia de la literatura como medio de conocimiento y reconocimiento del mundo, como vía de acceso a la realidad, una pregunta apareció atropelladamente: ¿puede la literatura impedirnos mirar con nuestros propios ojos? Los versos de Berta Piñán me hacían de pronto vulnerable. Parecían advertir contra el riesgo de que una vez contemplado el mundo literariamente fuese imposible ya una mirada pura y soberana. ¿Pureza? ¿Soberanía? ¿Es acaso la experiencia personal la sola fuente de fiabilidad? ¿Qué es lo auténtico y qué lo falso? En la calidez del bar, resguardado del frío exterior, me dio por pensar en mis convicciones y en mis razonamientos. ¿Me engaño a mí mismo? ¿Estoy engañando a los demás? La paradoja era que esa repentina reflexión había sido provocada por una poesía. La literatura se mostraba generosa y reveladora
a la vez que prevenía contra ella misma. ¿Convendría entonces desintoxicarse o habría que seguir leyendo para entender las cosas un poco mejor? Levantaba los ojos del libro y miraba a los clientes con curiosidad, pero en seguida, ay, sentía deseos de fijar mis sensaciones en un papel. Fuera rugía el mar como reclamando una mirada amistosa y personal.

6 comentarios:

SU dijo...

Por suerte, la vida es muy larga, y todos los mares (los literarios y los que pueden ver nuestros ojos) están a nuestro alcance.

Somos afortunad@s, sin duda.

Salud y libros,

SU

Juan Mata dijo...

Somos afortunados, amigos. Qué duda cabe. ¿No os ha pasado estar leyendo en la playa y encontrarse, al levantar los ojos del libro, con un mar más pleno, más cómplice? ¿O mirar al mar desde un promontorio y ser asaltado por imágenes de mares previamente conocidos en libros de aventuras o viajes? ¿Y no os ha colmado de felicidad esas amistosas coincidencias, esos reconocimientos mutuos? Somos afortunados, amigos, al poder mirar con muchos ojos los mismos mares.

estrella polar dijo...

tambien, una vez sentida la emoción del mar físico, con su olor, su sonido, su caricia para los ojos...los libros nos permiten llevarlo a la estepa madrileña o a cualquier otra parte de tierra adentro y volver a vivirlo...¿hay algún conocimiento que no sea recuerdo sentido o leido?

Juan Mata dijo...

¡Qué hermosa evocación, estrella polar, hace usted de la lectura y sus sensaciones! Poco más tengo que añadir. Conocemos por lo que experimentamos directamente con los sentidos, pero también por lo que leemos. ¿Acaso la lectura no es una intensa experiencia sensorial?

Amparo dijo...

Como dice Graciela Reyes, "somos amos y esclavos del lenguaje". Nos decimos y decimos el mundo a través de él, que es transparente y opaco al mismo tiempo.

¡Qué placer conversar contigo y compartir paseos y paisajes!

Amparo

Juan Mata dijo...

Claro que sí, querida Amparo, el lenguaje nos modela mientras lo elaboramos y lo ofrecemos. Pero también nos modela mientras lo recibimos, sobre todo si proviene de personas a las que estimamos. Por eso, conversar es siempre un gozo. Hacerlo además con vosotros, en el sur o el norte, es doblemente gozoso.

Un abrazo agradecido.