Hace unos meses leí la novela Una mujer en Jerusalén de Abraham B. Yehoshúa, un excelente escritor israelí además de un ensayista muy agudo (he leído con muchísimo interés sus ensayos sobre ética y literatura) y un ciudadano comprometido con la paz y la convivencia entre israelíes y palestinos.
La trama de la novela se teje en torno al cadáver de una inmigrante centroeuropea que muere en un atentado suicida perpetrado en un mercado de Jerusalén y cuyo cuerpo permanece en el depósito de cadáveres de un hospital sin que nadie lo identifique y lo reclame. El dueño de la empresa panificadora donde la protagonista trabajaba como limpiadora se hace personalmente cargo de la repatriación del cadáver para expiar la vergüenza de ser acusado de "falta de humanidad" por un periodista que descubre la identidad de Julia Ragayev. Con el fin de mantener la reputación personal y empresarial, el dueño de la empresa encarga al director de recursos humanos las gestiones para que el cuerpo de su empleada sea enviado a su país en las más dignas condiciones, lo que incluye que él mismo viaje con el féretro hasta la aldea de la que Julia es oriunda. La historia, humorística a ratos, da cuenta del proceso de transformación sentimental del director de recursos humanos, que de la indiferencia inicial va deslizándose hacia la comprensión, el afecto y la fraternidad. Como han reconocido los críticos literarios, Yehoshúa hace de Jerusalén una ciudad donde tiene cabida la compasión, la humanidad, el bien. Me pareció que el autor, consecuente con sus postulados éticos, pretendía mostrar que, en paralelo a la conciencia del director de recursos humanos de la empresa, esa ciudad podía erigirse en símbolo terrenal de la comprensión, el afecto y la fraternidad.
Me he acordado de ese sentido de la novela al ver estos días las imágenes de los cadáveres palestinos en Gaza, sobre todo las de los niños. Me parecía que la piedad que sobrevuela la novela era un sentimiento que debía ser aplicado también en esta ocasión.
Por ello, me quedé sumamente perplejo, incrédulo, decepcionado, cuando leí hace unos días la
entrevista que el diario EL PAÍS hizo a Abraham B. Yehoshúa. De sus afirmaciones, la más chocante, la más turbadora, era la que sostenía que dado que "la capacidad de sufrimiento de los palestinos es mucho mayor", lo cual "les hace mucho más fuertes", la respuesta del ejército israelí "tenía que ser mucho mayor", pues una "respuesta moderada no les impresionaría". No fui capaz de entender el sentido de esa grosería y no dejo de hacerme preguntas desde entonces: ¿Estaba justificando las matanzas perpetradas por los suyos? ¿Significaban sus palabras que el cadáver de un niño o un anciano palestino no merece la misma consideración que el de una inmigrante europea muerta en Jerusalén en un atentado palestino? ¿El dolor humano admite acaso jerarquías o magnitudes? ¿Pudo interpretar mal las palabras del escritor la periodista que lo entrevistó? ¿Es la literatura más benevolente que la realidad?
Ante las desgarradoras imágenes de la masacre del ejército israelí en Gaza quiero dejarme guiar por la ficción. Prefiero ignorar las declaraciones políticas del ciudadano Yehoshúa y prestar atención a la compasiva imaginación del novelista Yehoshúa, a la narración que me confirmaba que la 'humanidad', es decir, la conmiseración, es un sentimiento que distingue a los virtuosos de los bárbaros, a los juiciosos de los fanáticos.
9 de enero de 2009
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4 comentarios:
Querido amigo:
¿Cuántas veces nos ha sorprendido la distancia brutal entre la vida real de un escritor (artista en general), su biografía llena de miserias (morales, las peores) y la hermosisíma visión que encontramos en su obra, la maestría de su arte. Tú sabrás aportar muchos más ejemplos que yo. Para mí, cuando me encuentro con esta dicotomía mosntruosa, dejo de interesarme por ese sujeto y su obra. Los valores humanos, ante todo.
La situacion entre palestina e israel es muy dramatica.Pero el dato que más me conmociona es que en el contexto en el que viven data de muchisimos años e incluso siglos.Estamos verdaderamente ante una confrontacion de ideologias.No estamos hablando al fin al cabo de un prejuicio puramente temporal,sino de algo mas arraigado.¿En que medida tiene cabida la educación entre estas personas? debe de haber alguna forma que haga ver a esas personas que lo que están llevando a cabo es un proceso puramente arrazador.Alli la gente no tienen nombres, tienen numeros.cada dia mueren más,luchan por algo inexistente.Pero realmente creo que la educación tiene un espacio para todo tipo de situaciones, y tambien creo que puede ser la solución de la mayor parte de los comflictos que perviven en muchas sociedades.
No pocas veces, estimado profe, hubiera preferido no conocer al autor o autora de determinada obra literaria después de leerla. Me parecía que la petulancia o la vulgaridad con que se comportaban no correspondía en absoluto a lo que habían escrito. Igual me ha ocurrido al averiguar algo de escritores del pasado. Por eso, casi siempre, es preferible atender a la obra antes que a quien la escribe. En este caso, sin embargo, me he quedado más sorprendido dada la trayectoria cívica de Yehoshúa. Es un comprometido defensor del entendimiento pacífico entre israelíes y palestinos. ¿Por qué entonces, mientras se está produciendo esta matanza en Gaza, declara que la capacidad de sufrimiento de los palestinos es mucho mayor que la de los israelíes y, por tanto, la respuesta del ejército israelí debía ser consecuente con esa circunstancia? Me quedé estupefacto. Y también, lo admito, descorazonado. ¿Tu quoque, Yehoshúa?
La educación, estimado Alejandro, puede hacer mucho. Sin duda. De hecho, la educación debería ser eso: tratar de evitar la barbarie. Pero también es cierto que la buena voluntad no siempre sirve. Hay cuestiones previas. La justicia, por ejemplo. Hay asuntos políticos sin resolver que, mientras perduren, será difícil una solución pacífica. Hablo, por ejemplo, de los derechos del pueblo palestino que no acaban de ser reconocidos, a pesar de las decenas de resoluciones de la ONU a su favor. Pero en cualquier caso lo que se dilucida en estos días es una cuestión más elemental: la inhumana crueldad de los soldados israelíes. Eso es lo que urge denunciar y detener.
Me he quedado KO al leer esto. No leí en su día la entrevista en el periódico al autor y nunca me hubiese esperado de él algo que suena a apología de la brutalidad hacia los palestinos. Su novela me encantó y siempre tiene una el dilema de si seguir leyendo obras de personas así. No sé separar el talento que tenga una persona en su profesión de sus convicciones personales. Un problema mío, lo sé.
Yurena de Tenerife
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