Muchos lectores de poesía acuden a los libros a robar palabras, o, para ser más exactos, a pedir prestadas algunas palabras con las que manifestar lo que se siente cuando uno está, por ejemplo, enamorado. Los versos leídos hablan de cada lector aunque se refieran en realidad a un amor extraño, desigual y secreto. Ayudan a decir lo inefable, a dar nombre a lo que aún no lo tenía aunque lo reclamaba insistentemente. ¡Esto es lo que siento yo!, dicen los lectores incipientes cuando descubren en un poema las palabras precisas para su estado de ánimo. Y no sólo sirven de reflejo. Los versos ayudan también a construir sentimientos, a dar forma a las sensaciones difusas y a las irreconocibles conductas. En efecto, al mostrar sus emociones, los poetas las propagan o las descubren en otros.
El soneto de Rafael Juárez que reproduzco hoy recrea esa doble actitud ante la poesía: el reconocimiento y el estímulo. Uno ve en la escritura y en la vida de otros una sombra de la propia vida, pero a la vez se sirve de ellas para decir lo que no debía ser callado. Leyendo el soneto no será difícil encontrar algunas de las imágenes que nos definen. En el amor, todos nos reconocemos indecisos y atrevidos. La poesía se ocupa de ello y la lectura nos lo hace comprender de mil maneras. Leer es elegir a alguien para que nos acompañe unas horas o una vida, para que nos diga lo que no podíamos o no queríamos saber; escribir es ofrecerse como acompañante, acaso como amigo. Al escribir, confirma Rafael Juárez, se perpetúa la compañía recibida mientras estuvieron abiertos los libros.
La compañía
Cobarde como Borges o entregado
como Lorca, todo hombre tiene dos
maneras de vivir enamorado:
yo he vivido escondido entre las dos.
Silencioso en la línea de Machado
y elocuente en la lengua de Neruda,
ni he dicho lo que pude ni he callado:
para cada pasión tuve una duda.
Garcilaso discreto y dolorido,
Bécquer directo, lúcido y ligero
como un dardo, áspero Blas de Otero,
ayudadme a decir lo que he querido:
escribir para dar mi compañía
y acompañarme de los que leía.
Rafael Juárez, Métrica y tristeza
8 de diciembre de 2008
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2 comentarios:
Me gustan y comparto las ideas expuestas. La poesía especialmente (pero en general toda la literatura) como espejo en el que todos los hombres nos reconocemos, comunes en sentimientos y preocupaciones. Y la poesía como compañía. El mejor amigo, el mejor compañero, es un poema (una buena lectura en general). Y la compañía amigable y auténtica es recíproca, como lo son las imágenes reflejadas en un espejo. O como tu post y mi comentario. Amigable compañía.
Un saludo.
Sí, estimado Profe, las palabras nos amigan, nos asemejan, nos estimulan. Esta conversación en la distancia es un ejemplo de la potestad de la poesía para hacer hablar, para crear vínculos. Gracias, compañero.
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