24 de enero de 2011

Bosques I

"Muchas personas reconocen los árboles por las hojas, la forma o el tamaño, pero en las profundidades del bosque sin follaje Roy los conoce por la corteza. El recio tronco del quiebrahacha, esa leña pesada y fiable, tiene una corteza marrón y erizada, pero las puntas de las ramas son lisas e indudablemente rojizas. El cerezo es el árbol más negro del bosque, y su corteza forma pintorescas laminillas. A la mayoría de las personas les sorprendería lo altos que crecen allí los cerezos: nada que ver con los cerezos de los huertos. Los manzanos se parecen más a sus colegas de huerto: no demasiado altos, la corteza no tan claramente laminada ni oscura como la del cerezo. El fresno es un árbol marcial de tronco con estrías longitudinales. La corteza gris del arce tiene una superficie irregular, y las sombras producen rayas negras, que en algunos casos se cruzan formando rectángulos ásperos y en otros no. Esa corteza tiene un aire de descuido reconfortante, apropiado para el arce, casero y familiar, el árbol que imagina la mayoría de la gente cuando piensa en un árbol.

Hayas y robles son otra historia: tienen algo único y dramático, aunque ninguno de los dos luce una forma tan bonita como la de los grandes olmos, que prácticamente han desaparecido. El olmo tiene la corteza gris y oscura, la piel de elefante preferida para tallar iniciales. Esas tallas se dilatan con los años y las décadas, y de finas hendiduras de cuchillo pasan a convertirse en manchas que al final dejan las letras ilegibles, más anchas que largas.

Los olmos llegan a medir treinta metros en el bosque. En los lugares abiertos se extienden y son tan anchos como altos, pero en el bosque se disparan hacia arriba, las ramas de la copa se desvían radicalmente hasta parecer cuernos de ciervo. Sin embargo, este árbol de porte ten arrogante puede tener un defecto, la fibra revirada, que se manifiesta formando ondulaciones en la corteza. Eso indica que el viento fuerte lo puede romper o tirar. En cuanto a los robles, no abundan tanto en esta zona, no tanto como los olmos, aunque se distinguen fácilmente. Así como el arce parece el árbol imprescindible en el jardín trasero, el roble parece un árbol de cuento, como si en todos los cuentos que empiezan con "Érase una vez en el bosque" este bosque estuviera lleno de robles. Las hojas dentadas, oscuras y lustrosas le dan ese aspecto, pero es igualmente
legendario cuando ha perdido el follaje y se ve la corteza gruesa, como acorchada, de un negro grisáceo y de superficie intrincada, y las ramas tan enroscadas y curvadas.

Roy piensa que ir solo a cortar árboles entraña pocos riesgos si sabes lo que te haces. Cuando vas a cortar un árbol, lo primero es calcular el centro de gravedad y después cortar una cuña de setenta grados, justo debajo del centro de gravedad. Naturalmente, el lado donde se haga la cuña será hacia donde caerá el árbol. Se da un corte desde el lado opuesto, no para llegar hasta la cuña, sino alineado con su punto más alto. La idea consiste en atravesar el árbol, dejando al final una bisagra que es el centro mismo del peso del árbol, por donde debe caer. Lo mejor es derribarlo lejos de las demás ramas, pero a veces no hay manera de hacerlo. Si un árbol queda apoyado en las ramas de otros árboles y no se puede meter un camión para sacarlo con una cadena, se corta el tronco en secciones desde abajo, hasta que la parte superior se desprende y cae. Cuando derribas un árbol y queda reclinado en sus propias ramas, se baja el tronco hasta el suelo cortando la madera de las ramas hasta llegar hasta la que lo entorpece. Estas ramas están sometidas a presión -pueden curvarse como un arco- y el truco consiste en cortar de tal manera que el árbol ruede hacia donde no estás tú para que las ramas no te golpeen. Cuando repose tranquilamente en el suelo, se corta el tronco en leños y se parten con el hacha.

A veces te llevas una sorpresa. Algunos bloques no se dejan partir con el hacha; hay que ponerlos de lado y romperlos con una motosierra, y el serrín y la fibra salen en largas tiras. También hay que partir de lado la madera de algunos arces y hayas, cortar el gran bloque redondo a lo largo de los anillos de crecimiento por todas partes hasta que queda casi cuadrado y se puede acometer más fácilmente. A veces te encuentras con madera podrida, entre cuyos anillos ha crecido un hongo. Pero por lo general la dureza de los bloques es la que esperas, mayor en el tronco que en las ramas, y mayor en los troncos anchos que han crecido en terreno más abierto que en los altos y delgados que se yerguen en medio del bosque.
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He querido comenzar con este texto la serie que a lo largo de 2011 quiero dedicar a los bosques, pues como saben éste que comienza ha sido declarado 'Año Internacional de los Bosques'. El bosque, no hace falta decirlo, es uno de los lugares arquetípicos de la literatura y su evocación aún nos emociona. El texto escogido hoy pudiera parecer un poco incongruente para encabezar la serie, pues habla básicamente de cortar árboles, pero hay una razón literaria. Ese fragmento pertenece a un relato incluido en el último libro de Alice Munro,
Demasiada felicidad, que acabo de leer, como me ocurre con todos sus libros, henchido de gozo. Ya he hablado aquí de Alice Munro, de la extraordinaria admiración que siento por ella, de la felicidad que me proporcionan siempre sus relatos. Y como necesitaba recomendar su lectura con urgencia me pareció que podía enlazar ambos propósitos: la inauguración de la serie y la celebración del libro. Eso es lo que hago. Pero es que además, contrariamente a lo que pueda parecer, en el relato 'Madera', del que está extraído el fragmento, el bosque actúa, como en los viejos cuentos, de espacio de salvación, de reencuentro. No digo más. Si lo leen lo entenderán.


3 comentarios:

lammermoor dijo...

Ultimamente no hago más que encontrar referencias a Alice Munro por todas partes; parece que me susurra ¡léeeme! así que tendré que hacerlo.
Me gusta la idea de dedicarle una serie a los árboles.Y me gusta tambien que se refiera a como se reconocen los arboles por la corteza; aunque distingo perfectamente las hojas del roble (carbayo en Asturias) o del avellano, no estoy segura de que supiera reconocerlos si solo viera su tronco.

P.D: aunque no tiene relación quería comentarte que estoy leyendo Cartas a quien pretende enseñar, de Paulo Freire. No se si hablaste sobre él; lo encontré en una librería de Madrid y pensé que podría servirme para los talleres didácticos en los que sigo embarcada.

maría dijo...

El árbol expande bajo tierra las raíces nudosas, o gráciles y finas cabelleras, y recorta contra el cielo la frondosa copa de hojas titilantes. Alberga el canto de los pájaros del mundo que le traen el movimiento del espacio, protege los sueños de los humanos que leen bajo su sombra. Da frutos, flores, semillas. Da vida.
Discreto lector, he escrito este texto espontáneamente cuando supe que era el año de los bosques. Vivo en un bosque y lo siento así.
Yo pensé algo similar: recuperar la literatura infantil "con bosque"

Anónimo dijo...

Gracias nuevamente por descubrirnos nuevos autores y nuevas posibilidades de lectura. La idea de hablar de los bosques desde la Literatura es maravillosa, claro que, ¿de qué no habla la Literatura? Pero puedo recordar algunos momentos increíbles vividos en bosques de novela, que forman parte de lo realmente vivido.
Echaba de menos descubrir algún nuevo autor de ésos que acaban por ser algo muy íntimo tuyo.¿Será Alice Munro una nueva confidente y amiga?
Gracias, como siempre....