La tercera efeméride a la que quiero referirme, una vez celebrada la mirada astronómica de Galileo Galilei y la mirada naturalista de Charles Darwin, es el bicentenario del nacimiento de un escritor que, desde la perspectiva española, representó como pocos la actitud mordaz, inconformista y, a veces, desesperanzada ante las corrupciones, las arbitrariedades y las brutales tradiciones de nuestro país, algunas de las cuales, dos centurias más tarde, se mantienen incólumes, casi fosilizadas. Me refiero a Mariano José de Larra, un periodista que observó la sociedad española con una mirada ácida y sin contemplaciones, pero con el convencimiento de que la crítica es la mejor expresión de afecto que alguien puede manifestar hacia su país. Larra, jovencísimo escritor cuando comenzó a escribir en revistas y periódicos, representa como pocos la actitud del intelectual ilustrado, insatisfecho y denunciador.
Del artículo Conclusión, redactado en marzo de 1833 como despedida de la revista satírica El pobrecito hablador, fundada un año antes y clausurada prematuramente a causa de las dificultades políticas que ocasionaba su publicación, extraigo estas reflexiones que, aun tantos años después, bien pudieran pasar por contemporáneas.
"Habrán creído muchos tal vez que un orgullo mal entendido, o una pasión inoportuna y dislocada de extranjerismo, ha hecho nacer en nosotros una propensión a maldecir de nuestras cosas. Lejos de nosotros intención tan poco patriótica; esta duda sólo puede tener cabida en aquellos paisanos nuestros que, haciéndose peligrosa ilusión, tratan de persuadirse a sí mismos que marchamos al frente o al nivel, a lo menos, de la civilización del mundo; para los que tal crean no escribimos, porque tanto valiera hablar a sordos: para los españoles, empero, juiciosos, para quienes hemos escrito mal o bien nuestras páginas; para aquellos que, como nosotros, creen que los españoles son capaces de hacer lo que hacen los demás hombres; para los que piensan que el hombre es sólo lo que hacen de él la educación y el gobierno; para los que pueden probarse a sí mismos esta eterna verdad con sólo considerar que las naciones que antiguamente eran hordas de bárbaros son en el día las que capitanean los progresos del mundo; para los que no olvidan que las ciencias, las artes y hasta las virtudes han pasado del oriente al occidente, del mediodía al norte, en una continua alternativa, lo cual prueba que el cielo no ha monopolizado en favor de ningún pueblo la pretendida felicidad y preponderancia tras que todos corremos; para éstos, pues, que están seguros de que nuestro bienestar y nuestra representación política no ha de depender de ningún talismán celeste, sino que ha de nacer, si nace algún día, de tejas abajo, y de nosotros mismos; para éstos haremos una reflexión que nos justificará plenamente a sus ojos de nuestras continuas detracciones, reflexión que podrá ser la clave de nuestras habladurías y la verdadera profesión de fe de nuestro bien entendido patriotismo. Los aduladores de los pueblos han sido siempre, como los aduladores de los grandes, sus más perjudiciales enemigos; ellos les han puesto una espesa venda en los ojos, y para usufructuar su flaqueza les han dicho: Lo sois todo. De esta torpe adulación ha nacido el loco orgullo que a muchos de nuestros compatriotas hace creer que nada tenemos que adelantar, ningún esfuerzo que emplear, ninguna envidia que tener. Ahora preguntamos al que de buena fe nos quiera responder: ¿Quién es mejor español? ¿El hipócrita que grita: 'Todo lo sois; no deis un paso para ganar el premio de la carrera, porque vais delante'; o el que sinceramente dice a sus compatriotas: 'Aún os queda que andar; la meta está lejos; caminad más aprisa, si queréis ser los primeros'? Aquél les impide marchar hacia el bien, persuadiéndoles de que le tienen; el segundo mueve el único resorte capaz de hacerlos llegar a él tarde o temprano. ¿Quién, pues, de entrambos desea más su felicidad? El último es el verdadero español, el último el único que camina en el sentido de nuestro buen gobierno."
Rotundas palabras de un escritor lúcido y discrepante.
[Sé que debería hablar también, y lo haré con toda probabilidad, de Edgar Allan Poe, nacido asimismo en 1809, y de L. L. Zamenhof, el inventor del esperanto, cuyo sesquicentenario se cumple este año, o de José Antonio Muñoz Rojas, el poeta español que en los próximos meses cumplirá 100 años y aún sigue escribiendo. Pero, por ahora, me limitaré a dar cuenta de las tres efemérides anunciadas: homenaje a quien nos hizo ver el universo de otro modo, a quien nos hizo entender al hombre de una manera más terrenal, y a quien todavía leemos con la sensación de que algunas de sus invectivas tienen plena vigencia]
7 de enero de 2009
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3 comentarios:
Realmente es un texto magnifico. Tambien deberiamos cuestionarnos si el mejor educador es aquel que educa bien,aquel que es guapo, es inteligente, atractivo y comprensivo.Al final no dariamos cuenta que tras todas esas cualidades somos Maria,pedro,Antonio ect.No somos ningun genio ni un superman,somos personas con nombres y apellidos.Lo demas nos recuerdan actitudes como las de la fase artesanal y del paradigma didáctico.Pienso que el texto ha sido muy bien elegido para lo que yo he querido transmitir en estas lineas.Creo firmemente que todo tiene relacion con el educador y sobre todo con el educando.Parto de la idea de que hay que ser realmente criticos.De ese modo volveremos a construir pensamiento, que al fin al cabo, es nuestra finalidad educativa.
soy alejandro, es que sin darme cuenta he puesto anonimo Juan, perdon por el error
Sí, Alejandro, la idea de la educación como un proceso de construcción de la conciencia crítica, es decir, deseosa de eliminar la barbarie y las injusticias sociales, continúa vigente. No es un pensamiento dominante, pero está vivo. Lo importante es que profesores y alumnos encuentren oportunidades y espacios comunes para poner en práctica esa ambición. El diálogo, la lectura y la escritura son buenas herramientas para modelar esa conciencia crítica.
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