21 de septiembre de 2008

Alguien nos habla

Desde hace poco más de tres lustros, soy testigo leal de un rito de amistad que se repite tres veces al año. Participo de lleno en él, pero siempre he tenido la impresión de que en realidad soy un invitado, mimado y bienvenido, por supuesto, lo que no evita que piense que lo que ocurre trimestralmente ante mis ojos se originó al margen de mí, sin que yo lo ocasionara o lo previera. En primavera, otoño e invierno, cuatro mujeres se reúnen en tres ciudades distintas para conversar, recordar, lamentarse, reír, comer, beber, consolarse..., pero sobre todo para celebrar que su amistad sigue incólume. En esas reuniones, de las que soy testigo privilegiado, Ana, Andrea, Lola y Trini, profesoras respectivamente de Griego, Lengua y Literatura, Latín y Matemáticas, rememoran indefectiblemente el lejano momento en que se conocieron en un instituto de enseñanza secundaria de la provincia de Málaga y cómo los destinos vitales las fueron luego dispersando aunque nunca separando. Urdir unas horas de felicidad sigue siendo el objetivo primordial del encuentro, pero nada que sea necesario hablar, por incómodo o pesaroso que sea, queda al margen de las conversaciones.

En las sobremesas siempre hay un intercambio de regalos -pendientes, bombones, libros, vinos, cuadernos, discos, mermeladas...- que siempre se dan y se reciben con una algarabía nada fingida. Esos regalos también me alcanzan. Ayer, en el encuentro de otoño, me obsequiaron el libro Tumbas de poetas y pensadores, escrito por Cees Nooteboom y colmado de bellas fotografías de Simone Sassen. Es un libro cautivador. Concebido como un tributo del escritor holandés a los autores que admira, la evocación está hecha junto a sus tumbas, a las que afirma que se acerca para estar cerca de las palabras que ya se han dicho, para dar cuenta de que aunque quien las escribió ya está muerto, sus palabras siguen viviendo. Le parece que decirlas en voz alta junto a sus tumbas es un modo de escucharlas en el silencio de la muerte y a pesar de la muerte.

En ese libro acabo de leer lo siguiente:

"He vivido con la poesía toda mi vida y a estas alturas sé que esto no es en modo alguno fácil de explicar. Para la mayoría de las personas, la poesía apenas existe o existe sólo de manera ocasional. Sólo raras veces sucede que una relación especial con la poesía domine la vida entera: no sólo escribirla, sino también leerla. No es algo que uno se proponga; esto se deduce fácilmente. A la mayoría de las personas les hace aborrecer la poesía la manera en que se les pone frente a ella en el colegio, donde resulta obligatoria, algo de lo que uno no puede librarse. Un lenguaje que se comporta de un modo distinto del habitual, que se torna extraño de repente. Las mismas palabras de siempre, pero como si vinieran de otra tierra. Se supone que todo el mundo tiene que conocer a los clásicos de su país, si bien son precisamente lo que se debería leer en último lugar, cuando la superficie técnica de los versos, la vetusta ortografía, la alienante gimnasia de los pies métricos ya no nos impidan el acceso a la emoción y por fin podamos penetrar con la mirada a través de un lenguaje solemne, o quizá de otro que se nos antoja de corto aliento. Éste es el prodigioso instante en el que comprendemos que allí, al otro lado del muro del tiempo, hay alguien que nos habla".

Me reconozco en esas palabras y pienso que quizá la amistad no sea en el fondo algo muy distinto a la poesía: la emoción de saber que, a pesar de la distancia o la ausencia, siempre hay alguien dispuesto a hablarnos.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que produce cierto pudor asomarse a un blog tan bello y cargado de vivencias personales. Es una sensación extraña, como visitar a hurtadillas el lugar más íntimo de una casa... ¿hay algo más íntimo que el pensamiento?
Gracias, discreto lector, por arrojar estas páginas luminosas al océano de internet.
Ernesto

Isabel dijo...

No es algo que uno se proponga; justo lo que pienso sobre la poesía. Como nunca me gustó estudiar la métrica, no sé si cuando el sentimiento me dicta algún poema, éste es correcto, pero me da igual.
Una cosa curiosa visitar cementerios para leer lo escrito en las lápidas, a una amiga mía le encanta; la tuve que llevar al de Sevilla, aunque yo estaba deseando salir de allí.

Juan Mata dijo...

La verdad, estimado Ernesto, es que el pudor también afecta a quien escribe, al menos me ocurre a mí. Es un sentimiento que me obsesiona y muy a menudo me paraliza. Pienso mucho de qué escribir y cuando me decido siempre intento que al hablar de uno mismo (es inevitable) no se interprete como un acto de vanidad o prepotencia. No me perdonaría nunca que el lector se sintiera abrumado o subestimado por lo que escribo. Todo lo contrario: aspiro a que acepte lo que digo como un don merecido y esperado. Mostrar la intimidad puede ser un acto de arrogancia o de cordialidad. Le agradezco muy de veras sus palabras.

Isabel, la poesía, como creo que sabe de sobra, nos visita sólo si estamos dispuestos a recibirla. Pienso que la percepción aguda, la atención sensible, la mirada curiosa, la pasión invencible, la plenitud emocional... son previas al poema. Es así en el caso de quien los escribe, pero también en el de quienes los leen. Educar para la poesía no es educar para la métrica, sino para la hospitalidad de las palabras.

La peregrinación a las tumbas de los poetas admirados es, en la mayoría de los casos, un rito de homenaje. A mí me gusta hacerlo. Es mi personal modo de agradecer.

Rayuela dijo...

Cuando compruebas que la distancia espacial y temporal no ha mermado en nada una relación, que cuando te reencuentras con esa persona los años se difuminan en horas, entonces es cuando percibes lo que es la verdadera amistad. Cada vez que la siento una sonrisa me recorre la piel.

Linda reflexión.

Juan Mata dijo...

La amistad, estimada Rayuela, es un asunto inagotable. Por mucho que se diga sobre ella nunca se acaba de decirlo todo. Y así debe ser, pues cada amistad que se inicia la inventa en ese mismo instante.

Michel de Montaigne, a propósito de su amigo Esteban de la Boétie, escribió hace cuatro siglos estas palabras escuetas y perfectas: "Si me obligan a decir por qué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: porque era él, porque era yo".

¿Cabe una definición de la amistad tan elemental, tan sutil, como ésa?

CARMENCA dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
CARMENCA dijo...

Me gusta leer tu blog y en este caso ir rebuscando entre sus páginas.
En este caso me ha hecho recordar otras "reuniones amigas":
http://aurl.es/3qy

discreto lector dijo...

Carmenca, cuánto te agradezco tu comentario y cuánto me alegra que una experiencia íntima evoque las tuyas propias, tan semejantes. Esas reuniones son, como bien reflejas en tu blog, una gratísima celebración de la amistad. En ellas no hacemos otra cosa que demostrar y demostrarnos que aún somos capaces de afecto.