24 de septiembre de 2008

Cortázar y una lectora

Puntual, como las garzas y los ánsares del otoño, me llega el anuncio del comienzo del Taller de Lectura de las obras de Julio Cortázar, que tiene lugar en el Centro de Arte Moderno de Madrid, calle Galileo, 52, y que lleva a cabo, como cada año, Mariángeles Fernández.

Si la palabra devoción puede tener sentido aplicada a un lector, no dudo en adjudicársela a Mariángeles Fernández y su amor por el autor de relatos tan irreemplazables como Las armas secretas, El perseguidor o Todos los fuegos el fuego. No digo que sea el exclusivo ni acaso el principal objeto de sus lecturas, máxime en alguien que tiene la edición como oficio, pero no creo equivocarme si afirmo que, en su panteón de escritores, Julio Cortázar ocupa un lugar eminente, indemne. Conozco pocos lectores tan leales, tan agudos, tan entusiastas como ella con respecto a un autor. En Mariángeles se da además una cualidad que ensalza su celebración: es, por encima de todo, una lectora. Lee y relee a Cortázar, pero no lo hace por exigencias de la profesión, sino por exigencias de la pasión. Está convencida de que el mundo entero está condensado en los cuentos y poemas del autor argentino y querría que todos lo entendieran así. Lo que hace anualmente es dar cuenta pública de sus lecturas, mostrar y mostrarse como lectora. ¿Hay mejor modo de homenajear a quien uno admira? ¿Puede haber un más claro testimonio del gozo de leer? ¿No debería suceder siempre así en las aulas o en la prensa o en las bibliotecas?

Y pues hablamos de Cortázar me gustaría evocar unas declaraciones acerca del sentido de su trabajo:

"Yo creo que desde muy pequeño, mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra 'madre' era la palabra 'madre' y ahí se acababa todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba.
En suma: desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas".

4 comentarios:

EL INDIO JOHN dijo...

Es curioso que eso de no contentarse con las cosas tal y como vienen dadas era algo que le sucedía también a Chillida, pero en este caso conceptos espaciales o materiales (lo dice así respecto a la portería que miraba y remiraba mientras fue portero de fútbol en su profesión); ésto de redescubrir los conceptos, las ideas o las palabras parece ser una conducta algo dada en los hombres de gran talento o incluso genio. Por cierto, qué bonito lo de "Mariángeles" todo seguido , resulta tan eufónico...
Un saludo

Juan Mata dijo...

Sí, estimado John, creo que una de las primordiales virtudes de la mirada artística y científica es la disconformidad. Lo evidente, lo aceptado, lo tradicional... deja así de ser inmutable para convertirse en algo "extraño". La extrañeza ante la realidad es el principio de toda creación. El ejemplo de Chillida es muy adecuado. Como también el de Groucho Marx. Pienso, sin embargo, que esa extrañeza no sólo está presente en los ojos de los artistas. Es patrimonio también de millones de personas anónimas. Y estimularla, debería ser el objetivo de cualquier acto educativo. Por lo que he tenido ocasión de leer en su blog, esa actitud le es aplicable. Le deseo suerte en su aventura y le agradezco la visita.

Rayuela dijo...

¡Qué envidia de taller! Y sí, ojalá en aulas, en prensa y en la biblioteca se dedicase a la lectura (y relectura) el espacio y tiempo que merece. Pero existe una pereza general demasiado extendida hacia los libros, ni hablar de retomarlos más de una vez...

Esas palabras de Cortázar las he leído cientos de veces y siempre sonrío al recordarlas. Es su mejor definición (si eso es posible) y la de su literatura. El mundo no es como nos dicen que es.

¡Saludos!

Juan Mata dijo...

Estimada amiga cortazariana, la lectura de su blog me da pie a pensar que el taller de Mariángeles Fernández sería muy de su agrado. Necesitamos, en efecto, escuchar voces de lectores que nos hablen de libros leídos o releídos. Es el mejor (¿único?) modo de hacer que la lectura no parezca algo sin relación con la vida. Mi experiencia profesional, que básicamente se desarrolla en aulas y bibliotecas, me confirma que los silencios más densos se producen cuando hablo como lector, cuando muestro algo de lo que me ha sucedido con un libro. Los blogs pueden ayudar mucho en ese sentido.

Me satisface mucho haber conocido el juego de su Rayuela.