10 de enero de 2011

Lector de Dashiell Hammett

"Muchos escritores trabajan mejor en épocas de problemas: sin dinero, frío en el exterior y en casa, incluso enfermos y con el final a la vista. Pero yo siempre he sabido que cuando se avecinan problemas tengo que hacerles frente rápidamente y moverme a toda prisa, a pesar de que la prisa sea irreflexiva y, en ocasiones, perjudicial. Para gente así de impaciente, la calma es necesaria para el trabajo duro: días largos, meses de darle vueltas son la mejor manera de vivir.

Escribí The Autumn Garden en uno de esos períodos. Me encontraba en una edad buena; vivía en una granja que, finalmente, marchaba bien y sabía que había encontrado el lugar adecuado para vivir el resto de mi vida. Tanto Hammett como yo ganábamos mucho dinero, y no nos importaba adónde iba a parar mientras resultara divertido. Casi llevábamos veinte años juntos, algunos de ellos malos, unos pocos pobres, pero ahora los dos habíamos dejado de beber y el entusiasmo de los primeros años había sedimentado en un afecto apasionado, tan inesperado para ambos que nos mostrábamos tímidos y cautelosos el uno con el otro, como unos novios adolescentes. Sin palabras, sabíamos que habíamos sobrevivido para la mejor de todas las razones, el placer mutuo.

No podía esperar a oír lo que él pensaba sobre las noticias en el periódico de la mañana, sobre un libro, un invitado que había partido, un día de cacería de pájaros y conejos, un paseo de una hora por los bosques. Y nadie en mi vida se ha mostrado tan ansioso por tenerme en una habitación, hablar hasta muy tarde en la noche, hacerme levantar temprano por la mañana. Presumo que fue mi época mejor, ciertamente el mejor momento de nuestra vida conjunta. Pienso ahora que, de alguna manera, ambos sabíamos (ya había indicios: Joe McCarthy había aterrizado) que teníamos que hacer la vida agradable porque iba a terminar. Un año más tarde Hammett se encontraba en la cárcel; dos años más tarde el lugar en el que yo me había propuesto vivir para el resto de mis días se tuvo que poner a la venta; tres o cuatro años más tarde ni él ni yo teníamos ni cinco y, más importante que todo esto, íbamos a vernos frente a la muerte de Hammett agazapada en cada rincón. Si olimos el futuro, me alegra que tuviéramos suficiente sentido común como para no mencionarlo nunca."

Lillian Hellman, Pentimento

***

No siempre me es grato sumarme a las ceremonias conmemorativas de escritores, artistas o científicos a propósito de alguna fecha rotunda que les concierne. A menudo me parecen artificiosos modos de homenaje. Otras veces, en cambio, me uno a ellas con mucho gusto, porque siento que debo dar testimonio de reconocimiento a su labor. En esas ocasiones, la escritura actúa como una personal y modesta manifestación de gratitud. Es el caso de hoy, si bien la fecha elegida para recordar a Dashiell Hammett no me parece la más adecuada (tal día como hoy murió en un hospital de Nueva York a causa de un persistenete enfisema pulmonar).

Pero como tantos otros harán hoy en todo el mundo, me satisface rememorar su nombre y renovar mi admiración por sus novelas y sus relatos, que comencé a leer con pasión en los años en que me formaba como lector. Y he querido encabezar mi homenaje con unas palabras de quien durante tantos años fue su compañera, Lillian Hellman, porque evocan con extraordinaria sinceridad la figura del hombre íntegro, lúcido, inteligente, con el que compartió su vida. En esos párrafos están expuestas sus dificultades, sus pasiones, sus alegrías. Destaco de él, y en primer lugar, su calidad literaria y a la vez su rectitud moral, demostrada en su negativa a testificar ante el Comité de Actividades Antiamamericanas, al que consideraba ilegítimo, contra militantes comunistas durante los procesos totalitarios desencadenados por el senador Joseph McCarthy en los años cincuenta del siglo XX, cuando tantos artistas prefirieron salvar su carrera profesional y su reputación aun a costa de delatar a sus amigos y compañeros. Esa osadía, además de conducirlo a la cárcel, provocó su ruina económica y la negación de los estudios cinematográficos, las emisoras de radio y las editoriales a tratar con él. Su actitud ética merece nuestro recuerdo.


Como igualmente merece recuerdo su obra literaria, que Dashiell Hammett comenzó en el período previo a la Gran Depresión en Estados Unidos, el tiempo de la Ley Seca, los gánsteres, la corrupción institucional, los brillantes cabarets nocturnos, los asesinatos cotidianos, el cinismo social, la connivencia entre gobernantes y delincuentes, el capitalismo más depredador (¿acaso no les resulta familiar ese ambiente?). Sus tramas narrativas contribuyeron a poner de manifesto el pútrido subsuelo de ese mundo rutilante e hipócrita y, de paso, ayudó a perfilar uno de los iconos contemporáneos: el investigador solitario, frustrado, empecinado, escéptico, revelador de las miserias humanas y las corrupciones institucionales. Sus novelas, encasilladas en el género de la 'novela negra', lo que lamentablemente parece restarles altura literaria, me han proporcionado muchos e intensos momentos de felicidad lectora. Por ese regalo me sentía hoy obligado a rememorarlo.

2 comentarios:

HLO dijo...

Ah, no: hay que reivindicar la novela negra como un género a la altura de cualquier otro; es la epopeya moderna...

Saludos

discreto lector dijo...

De acuerdo, Herminia. A veces las palabras no alcanzan a decir lo que se piensa. Quería lamentar que, a pesar de la altísima calidad literaria de muchas novelas del género `negro', se siguen considerando un género menor. Evoco al respecto la opinión de Luis Cernuda sobre la calidad superior o igual de Hammett con respecto a Hemingway. Éste, sin embargo, se sigue considerando un autor canónico y Hammett un autor secundario. ¿Qué profesor universitario de literatura inglesa propondría la lectura de Hammett en sus programas? Coincido, pues, contigo. Hay que reivindicar sin complejos la novela negra.

Gracias por recordarlo aquí.