30 de julio de 2010

Verano y literatura III

DAMA DE VACACIONES

Han comenzado los días inútiles, días elaborados con toda precisión para perderlos, días vistos a través de un cristal, de una bola mágica de vidrio, días esperados con ansiedad, construidos, minuto a minuto, durante los sueños. Usted ha planificado con prolijidad los detalles. Escoge sus trajes blancos, sus beiges más frescos y algún azul en nivel de blusa y de pañuelo. Es tiempo de calor, hojas verdes, chaparrones inesperados después de un fuliginoso bochorno. Usted ha elegido la playa. Ese pequeño hotel con almendrones y algunas palmeras devotas ante el viento del atardecer. El sol, por supuesto, es el sol de siempre. Hay un surtido de tristezas acumuladas previamente, para ponerlas a flote una vez que se halle tendida en la arena y juegue por enésima vez a engañarse con los bronceadores, las cremas humectantes y los recuerdos que tiene de él y los reclamos que desde lejos le hace a él, y el día va avanzando, salobre en torno a sus cabellos húmedos, viajero milagroso sobre las alas de esas gaviotas que planean componiendo su adiós en los peñascos convenidos, porque un día de playa debe terminar con melancolías y alcatraces extraviados. Por la noche, la tristeza es de sala brillante, señoras que se abanican en el porche, algunos jugadores de póker y un detestable film de televisión sobre la guerra de los mundos. Trajín en la mañana, varias compras y el encuentro esperado que no ocurre y las vacaciones que ya se desvanecen.

Usted eligió la montaña. Montaña y casa de madera se parecen, suenan igual, saben a humedad, secretos, silbo de un pájaro siempre escondido entre ramas. Hay, evidentemente, un camino de piedras. Un río. Una cascada donde es bueno -dicen- bañarse en las mañanas, con un grupo de amigos. Parejas que se pierden en busca de musgo y flores silvestres. Alguien fue hasta el pueblo a buscar a un tal Antonio, porque es Antonio, el cuidador, quien tiene las llaves de la despensa, sabe ensillar los caballos y encender la pequeña planta eléctrica. Por supuesto, Antonio, remolón y lejano, con su conciencia de útil, sólo aparece a los tres días. Mientras tanto ha llovido. Las literas están invadidas por la humedad. Usted trata de divertirse, trata de imaginar junto a una falsa chimenea y un cognac reparador en el cuenco de su mano. Menos mal que, si se corren riesgos por el barranco vecino, podrán hallarse unas piedras malva que sirven de amuleto y collar para el retorno.

Usted ha optado por el crucero. De buenas a primeras implica una cierta aventura. Pero usted ha sido encomendada a su prima, sin duda llamada Eulalia, que se marea al menor vaivén de la motonave, teme a los huracanes del trópico y se interpone siempre entre sus miradas y las del tipo ese, a quien usted califica de interesante, y se ha pasado gran parte del trayecto dibujando sobre hojas de block, en plena proa, pájaros de toda especie. Las frutas reventadas, negros airosos y mujeres abrumadas por hojas y pañuelos. Sólo pueden comprarse collares de semillas, sombreros de fibra y abanicos. Los turistas bajan en fila, atraviesan en fila los muelles, entran y salen de las tiendas en fila. La maestra solterona y su hermano, que quiere mejorar su reumatismo con el aire marino, juegan una cuidadosa partida de naipes y no descienden a ninguna isla. Aquellos muchachos, aburridos y tontos, hacen girar todo el día, sin fortuna precisa, el dial de un transistor. Usted respira, siente fiebre, se aburre entrañablemente y piensa en el regreso: será peor.

Pero ocurre que usted no ha viajado a ningún lugar. Usted se dora al sol en la terraza, simula, se mete entre unos árboles pequeños y una grama generosa que hay detrás del edificio. Allí lee, cuando no hace sus viajes imaginarios desde la ventana. Yo tampoco he partido. Espéreme. Le contaré historias de ciudades y palacios, lagos y monstruos que respiran con bondad. Le hablaré de un palacio de piedras y de yerba, que están en franca competencia. En los alrededores, crecen grandes campanas. Las raíces lo asedian, lo escalan a la manera de los antiguos lanceros. Espéreme. Yo le contaré historias. Juntos pasaremos mejor las vacaciones.
Adriano González León, Todos los cuentos más uno

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por estos fragmentos que llegan para refrescarnos el verano no siempre entendido. Los espero y aparecen cuando creía que no iban a hacerlo.
Gracias

LUISA M. dijo...

Un hermoso texto literario el que nos propones. No lo conocía. Me ha gustado mucho y me ha hecho evocar alguna situación similar. Muchas veces se disfruta más en los viajes que imaginamos que en los que realmente realizamos.
Saludos y buen verano.

chose dijo...

Impresionante. Me han entrado unas ganas locas de leer todo el libro.
Gracias, de nuevo,

discreto lector dijo...

Anónimo lector o lectora, procuraré en las próximas semanas no defraudar esa espera que tanto me conmueve y agradezco.

Luisa, es cierto que los viajes de la imaginación son más puros y defraudan menos que los reales. Lo importante sería procurar que los reales se parecieran lo más posible a los imaginados.

Chose, el objetivo de estas entradas es, simplemente, invitar a leer. Me hace feliz saber que lo haces con gusto. Estoy seguro de que te gustarían los cuentos de Adriano González León.