23 de septiembre de 2009

Elogiemos ahora a hombres valientes

Aun a riesgo de parecer obsesivo, dedico una nueva entrada a resaltar aquellos textos que, a mi juicio, ayudan a entender el momento presente. No se me van de la cabeza las penurias actuales. Son textos del pasado, ya lo sé, pero esa condición los hace, paradójicamente, más significativos y elocuentes para un lector de nuestros días.

Hoy quiero hablar de un libro que no es una ficción, pero que puede leerse como una novela subyugante. Se trata de Elogiemos ahora a hombres famosos, escrito por James Agee y al que acompañan las ya muy célebres fotografías de Walker Evans.

Como sabrán, el libro nació de un encargo de la revista Fortune a dos jóvenes periodistas (Agee tenía entonces 27 años y Evans, 33) para que convivieran durante dos meses del verano de 1936 con algunas familias de campesinos de Alabama y mostraran las condiciones de vida de unos aparceros durante el periodo de la Gran Depresión. Lo hicieron con una valentía y una honestidad admirables. A diferencia de Las uvas de la ira, libro del que hablaba en la entrada anterior, en esta ocasión se trataba de elaborar un documento, un reportaje escrito y gráfico. La contigüidad entre ambos textos es, sin embargo, inocultable. Ambos libros se publicaron en las mismas fechas.

Como expresa el propio Agee en el prólogo, el artículo encargado no fue finalmente publicado. Se supone que por la aspereza de su denuncia. Dos años después surgió la posibilidad de publicarlo, ya más extendido, en forma de libro. Tampoco fructificó la empresa y sólo en 1940, y con la condición de eliminar algunos términos malsonantes, una editorial de Massachusetts se atrevió a darlo a la luz.

Las fotografías que Walker Evans hizo en aquel verano forman parte ya de la historia de la fotografía del siglo XX. Es seguro que alguna vez se han cruzado con ellas, sin saber quizá su autoría. Las imágenes de la miseria y la desolación de aquellas familias campesinas no tienen equivalencia. Es imposible observarlas sin un sentimiento de piedad y rabia.

En el preámbulo del libro puede leerse:

"En una novela, una casa o una persona deben su significado, su existencia, exclusivamente al escritor. Aquí, una casa o una persona sólo tiene su significado más limitado a través de mí: su verdadero significado es mucho más vasto. Es porque existe, vive realmente, como ustedes y yo, y como no puede existir ningún personaje de la imaginación. Su gran peso, misterio y dignidad residen en este hecho. En cuanto a mí, sólo puedo contar de ella lo que vi, con la exactitud de que soy capaz en mis términos: y esto a su vez tiene su categoría principal, no en cualquier capacidad mía, sino en el hecho de que yo también existo, no como una obra de ficción, sino como un ser humano. Debido a su peso inconmensurable en la existencia real, y debido al mío, cada palabra que digo de ella tiene inevitablemente una especie de inmediatez, una especie de significado, en absoluto necesariamente 'superior' al de la imaginación, sino de una clase tan diferente, que una obra de la imaginación (por muy intensamente que la extraiga de la 'vida') sólo puede como máximo imitar débilmente una mínima parte de ella.
[...]
Si pudiera, no escribiría nada aquí. Serían fotografías; el resto serían fragmentos de ropa, trozos de algodón, puñados de tierra, frases aisladas, pedazos de madera y hierro, frascos de olores, platos de comida y de excremento. Los libreros lo considerarían toda una novedad; los críticos murmurarías, sí, pero esto es arte; e imagino que la mayoría de ustedes lo usarían como un juego de salón.
Un trozo de cuerpo arrancado de raíz sería lo más indicado.
Pero, tal como están las cosas, haré lo poco que pueda escribiendo. Sólo que será muy poco. No soy capaz de hacerlo; y si lo fuera, ustedes ni se acercarían a ello. Porque, de acercarse, apenas soportarían seguir viviendo."

Con ese ánimo desafiante escribió Agee su libro. Yo espero que ya se estén escribiendo los libros que los lectores del futuro leerán para entender algo de las miserias y las corrupciones de este tiempo nuestro.

(Elogiemos ahora a hombres famosos está publicado en la editorial BackList. La traducción es de Pilar Giralt Gorina)

10 comentarios:

Fete dijo...

Por favor !!! Deje usted de recetar libros por que voy a irme a la ruina ...jajajajaaa
Hoy vuelvo de la planta de un conocido centro comercial, con un libro bajo el brazo y nada mas llegar a casa. Zas!!!
Me veo este articulo ... ya tengo los dientes largos de nuevo ... Mañana a comprarme este, tambien!!!!
Jajaajajaaaa
Sigue asi, muy buenas recetas ...
Un saludo

discreto lector dijo...

¿Y si resultara, Fete, que soy un empleado en la sombra de ese 'conocido centro comercial' con la misión de alentar la compra subrepticia de libros por medio del blog? Uuuummm... pinta bien esta trama para un cuento policíaco sobre mafias literarias, blogueros y empresarios corruptos. Y no iría mal colocar en medio a un inspector de policía aficionado a las novelas de... Virginia Woolf, pongamos por caso.

motril dijo...

Hola, me sumo a los comentarios de Fete Vidal.. esto es una ruina¡¡ Y además si sigo asi voy a dormirme cualquier día en la oficina, pero se agradecen estas excelentes recomendaciones... yo tambien busco los libros creo que en el mismo conocido centro comercial, aunque algunas veces hay cierta dificultad ¡pero lo voy consiguiendo!
Muchas gracias por este estupendo blog

Anónimo dijo...

Eso es lo maravilloso que tiene la literatura: retratar un pedazo de realidad para que otros puedan conocerla ¡me lo apunto en mi lista! me encanta como nos lo has presentado ¡gracias Juan!

lammermoor dijo...

Para no arruinarnos, habrá que probar suerte en la biblioteca pública. Pero lo del tiempo para poder leer tanto libro interesante como nos presentas es algo más complicado.
En cuanto al libro en sí,¿Quién puede resistirse ante tu forma de presentarnoslo?

discreto lector dijo...

A Motril, Bibliobulímica y Lammermoor:

Debo confesaros que no puedo evitar sentirme algo intranquilo cuando sé que algún comentario sobre un libro puede inducir a otros lectores a comprarlo, no tanto a leerlo. El juicio sobre la lectura puede ser compartido o no, pero la compra no tiene remedio. Aquí no cabe la devolución si el producto no satisface (y los libros no están precisamente baratos). Por eso procuro ser cauteloso con los elogios y presentar los libros lo más objetivamente posible, para no confundir gustos con informaciones (aunque eso es prácticamente imposible). Pero por otra parte, ¿cómo no hacer partícipes a los amigos de lo que a uno le parece interesante? Vivo en contradicción, lo sé.

Disculpad esta digresión dominical, amigos, pero es lo que siento. Bueno, en realidad siento más cosas: sobre todo, agradecimiento.

Arturo Cid dijo...

Discreto lector:
Me recordará usted por haber compartido alguna indigestión y por haberme escuchado tocar el clarinete. Perdone lo irrespetuoso de mi nick, adoptado en un momento de santa indignación contra un sobrevalorado director de cine. Ya lo cambiaré.

Mirando estas fotografías, me ha sobrevenido el recuerdo de haberlas visto en un ensayo de Stephen Jay Gould (tengo los libros en cajas y ahora no puedo cotejar si fue en "El pulgar del panda" o "En la falsa medida del hlmbre". El caso es que si la memoria no me falla, algunas de estas fotos habían sido utilizadas por algún psicólogo de la época para demostrar su tesis, apoyándose en tests de inteligencia pretendidamente científicos, de que esta gente añadían a su aparente degradación física una evidente falta de inteligencia. Si como digo, se trata de las mismas fotos, se dío el caso de que el gobierno llegó a tomar en cuenta dichos estudios y aplicó ese sistema de test como filtro en la admisión de inmigrantes, llegando a la conclusión de que los pobres eran pobres simplemente porque eran tontos. Después se demostraría que los tests estaban basados en pruebas escritas y que el analfabetismo de los encuestados fue decisivo en las apreciaciones. Esto, de no ser todo imaginaciones mías, invita, creo, a una interesante reflexión sobre como las intenciones de un autor pueden verse pervertidas hasta alcanzar el efecto contrario que se buscaba. ¿Sabe usted si hay algo de cierto en lo que digo o son elucubraciones de este provecto anciano? En cualquier caso, pido disculpas por escribir tanto, pero soy de natural verboso, como el autor del blog.

discreto lector dijo...

No anda descaminado, indignado PEV, aunque la memoria no haya acertado del todo. En 'La falsa medida del hombre' Stephen Jay Gould hace, en efecto, una durísima crítica a los tets de inteligencia y a las teorías disparatadas que se derivaron de ellos, concretamente la de la imbecilidad congénita que defendía Henry H. Goddard. Un libro célebre de ese autor fue 'La familia Kallikak', publicado a principios del siglo XX, en el que trataba de demostrar que la debilidad mental se hereda, para lo cual analizó a determinados miembros de una familia pobre de New Jersey, que el denominó Kallikak, con el fin de justificar sus bárbaras ideas. Las fotografías que utilizó para sus 'demostraciones' estaban, como se vio más tarde, manipuladas burdamente con el fin de acentuar los rasgos de retraso mental de las personas analizadas. Y, en efecto, las fotografías se parecen a las que Walker Evans hizo décadas más tarde para el libro que comentamos. Pero no son las mismas. Aún hay, sin embargo, quien sigue confundiendo la pobreza con el retraso intelectual.

Arturo Cid dijo...

Gracias, discreto lector, gracias por refrescar mi memoria y por ahorrarme una peligrosa inmersión en las cajas de los libros por colocar. Un abrazo

discreto lector dijo...

Ha sido un placer ayudarte, estimado PEV.