26 de marzo de 2009

Viajes

A lo largo de mi vida han sido muchos los libros que me han impulsado a viajar. No hablo de los viajes de la mente, de las aventuras de la imaginación, sino de viajes reales, geográficos. Muchos han sido los libros que me crearon el deseo irresistible de conocer los lugares donde vivieron los protagonistas, las calles o las veredas o las plazas por las que deambularon o se extraviaron. En la mayoría de los casos el deseo no prosperó y quedó varado en la memoria, insatisfecho. En otros muchos, en cambio, ese impulso culminó en un desplazamiento, en una experiencia. Quiero hablar hoy de uno de esos viajes.

Tengo la conciencia exacta del principio, del nacimiento de un deseo concreto. Yo debía tener 13 o 14 años. No podría decir con certeza qué fue antes, si el libro o el gesto. Quizá fueron simultáneos, quizá estuvieron separados por un lapso brevísimo de tiempo. De lo que no me cabe la menor duda es de que en esos iniciales años de la adolescencia nació y creció en mí el acuciante deseo de conocer China. Cuando hablo del gesto aludo al hecho de que en el colegio y en determinada fecha encargaban a los alumnos salir a las calles a postular (así se decía) para los niños del tercer mundo. Se trataba de recaudar dinero para ayudar a los misioneros católicos a evangelizar los territorios desconocedores aún de la palabra divina (eso nos predicaban entonces). Era el tiempo en que las cuestaciones para el Domund (Domingo Mundial de las Misiones) eran un deber cristiano, un ejercicio de virtud que los niños realizábamos con ahínco y excitación.

En el tiempo en que a mí me tocó salir a las calles a pedir dinero a los transeúntes había unas huchas de barro muy llamativas. Representaban cabezas de personas de distintas razas, o más bien de representaciones tópicas de lo que se suponía que era el arquetipo de un indio de Norteamérica, de un africano de la selva, de un chino mandarín..., para cuya conversión se suponía que solicitábamos el óbolo. A mí me tocó en suerte postular con la cabeza de un chinito (así lo nombrábamos, en diminutivo). No lo he olvidado.


Esta cabeza de chino no es la de entonces. Me fue regalada muchos años después de aquellas postulaciones callejeras por un amigo más joven al que le fascinaban las historias que yo contaba y que hizo luego todo lo posible por conseguir una de ellas entre los anticuarios del Rastro de Madrid. Me consta que le costó una cantidad nada despreciable de dinero. Ahora reposa en una estantería al lado de otra estatuilla contemporánea, realizada sin embargo en el extremo opuesto del mundo. Es una de tantas efigies que durante la Gran Revolución Cultural China adornaban las repisas y las mesas de las habitaciones y los despachos. Representa el modelo de Guardia Rojo, una guardia en este caso, de aquella época: altiva, vigorosa, desafiante, iluminada, infalible. Ambos objetos, la hucha y la figura, simbolizan los dos polos de la realidad, los dos polos sentimentales de mi vida: el prólogo y la consumación, el sueño y la experiencia, la ficción y la historia.

Vayamos ahora a los libros. Como dije, no sé precisar qué fue antes, si la colecta o la lectura, pero lo incuestionable es que al menos dos libros incendiaron y avivaron mi deseo. Uno de ellos fue La madre, novela escrita por Pearl S. Buck, y que aún conservo. El otro fue Viento del este, viento del oeste, escrito por la misma autora norteamericana.

Ambos los adquirió mi madre, supongo que a petición mía, en el Círculo de Lectores, al que estaba suscrita. Pocos recuerdos tan vívidos como la lectura adolescente de aquellos libros y los de igual tema que les siguieron. Puedo testimoniar que los leí con asombro, impaciencia y exaltación. Nunca había leído nada igual. Literalmente, se abría ante mí un mundo, un rincón desconocido de la vida. Hay escenas, lugares, nombres, conflictos que no he olvidado. Como un árbol bien cuidado, fue creciendo en mí el convencimiento, o más bien la necesidad, de que algún día visitaría esa tierra. Como así ocurrió.

Por la fecha de edición de los libros debo pensar que poco después pasé de las narraciones al ensayo y comencé a leer textos relacionados con China. Conservo todavía alguno de los libros que más me impresionaron entonces, aunque leídos ahora me resultan tendenciosos, falsos, insufribles (¡ah, el cruel espejo del tiempo!).

Lo cierto es que en el inicio de mis ensoñaciones y de mi anhelo de viajar a China estuvieron las penalidades, los gozos y las ilusiones de los campesinos y mujeres descritos por Pearl S. Buck. Sus relatos me empujaron hacia China, país al que llegué más de veinte años después para enseñar lengua y literatura españolas en la Universidad de Beijing. Allí y durante dos años impartí clases a alumnos y alumnas que estaban naciendo cuando yo estaba pidiendo dinero para su conversión. Esa circunstancia me hace ahora sonreír. A aquellos jóvenes nacidos mientras yo leía las vicisitudes de las madres deseosas de nietos, las concubinas y los hombres taciturnos y laboriosos los vi luego protagonizar una de las rebeliones más esperanzadoras y más trágicas de la historia reciente de su país, los vi manifestarse y gritar durante semanas en la Plaza de Tienanmen, vi asimismo los cadáveres de algunos de ellos. Pero ésa es una historia que ya no cabe en esta entrada.

8 comentarios:

estrella polar dijo...

Esos dos mismos libros fueron libros fundacionales tambien en mi biografía de lectora. Tambien fué mi madre quien me los ofreción. También los lei con emoción y deslumbramiento. Leí otros muchos de la misma autora en esa misma época. Compartidos con mi hermana. Terreno propicio para la cercanía con mi madre en un momento en que como buena adolescente rebelde me colocaba en el lugar de la "incomprendida". No viajé a China, pero siempre guardé la fascinación por los mundos lejanos. "Viento del...." lo he seguido regalando a otros adolescentes. No he querido releerlo, es mítico para mí,no quiero ver si el tiempo lo ha transformado. Me alegra compartir encuentros lejanos en el laberinto de los libros. Estelares besos. Hoy cumplo 52 años y está bien haber viajado tanto con la mente.

Juan Mata dijo...

Cuántas coincidencias, querida estrella, cuántos caminos paralelos. Compruebo que somos hijos del mismo tiempo. Cada época tiene sus libros referenciales, como tiene sus películas o sus canciones. Y no es posible escapar a su influjo. Luego, a partir de ellos, construimos nuestra propia trayectoria. Por eso me irrita tanto la constante monserga contra los libros que los jóvenes de hoy leen influenciados por los medios de comunicación o por fenómenos colectivos. También nosotros fuimos 'víctimas' de las modas y los gustos sociales. Nunca lo deberíamos olvidar.

Y como tú, también yo me he resistido a releer ciertos libros por temor a una decepción o a un juicio innecesariamente demoledor. He preferido mantener vivo el sentimiento de arrobo adolescente.

Y feliz cumplelibros. Estoy seguro de que la edad, en tu caso, se mide por lo leído además de por lo vivido.

lammermoor dijo...

Hace poco me acordaba de esas huchas. Estaban sobre la mesa del maestro (aprovecho para reivindicar el término, devaluado y sustituido por el"más sonoro" de profesor de E.G.B.); la "mía" era de un negrito.
Recuerdo también las veces que me detuve ante el lomo de "Viento del este, viento del oeste", sin decidirme a leerlo -aún hoy no he leído nada de esa autora. Formaba parte de la biblioteca familiar.
Y enlazando con el comentario de Juan Mata, es cierto que todos nos hemos dejado influenciar en mayor o menor medida por ciertas modas y corrientes. Es a base de lecturas -buenas y malas, frívolas y serias- como poco a poco vamos educando nuestro paladar lector.
Por último, coincido también en que hay libros que no resistirían una relectura sin que la magia desapareciera.

Anónimo dijo...

Yo también soy hija de ese mismo tiempo. Para mi Pearl S. Buck, que durante un tiempo creí hombre, y de la cual guardo algunos de esos libros. representan también mi adolescencia. La época en la que, la biblioteca de mi pueblo, junto con la familiar, me abastecía de mis lecturas.
Dios mío, acabo de coger de mi librería "Hijo de dragón". ¡No está amarillo, está marrón! y las hojas casi pegadas. Creo que sí, me voy a arriesgar. Lo reeleré, aunque también creo que en ocasiones es preferible no hacerlo.
Un saludo
Lescaut

Juan Mata dijo...

Claro que sí, estimada Lammermoor. Nos formamos como lectores leyendo libros de todas clases, libros que aunque nunca formen parte del canon literario son, sin embargo, determinantes para afirmar las ganas de leer. Esos cánones personales son los que de verdad nos conforman.

Y por lo que veo, esas huchas del Domund son emblemas de una generación. Nunca se me había ocurrido pensar que podían identificarnos, casi señalar nuestra fecha de nacimiento. Ay, en qué espejos tan insólitos nos miramos.

Juan Mata dijo...

A mí, estimada Lescaut, todavía me estremece la mención de esos títulos. Me hacen evocar tardes de ensimismamiento y ensoñación, de descubrimiento y asombro. Esas hojas apelmazadas y marrones dan cuenta de los libros que has vivido y de las vidas que has leído. Haces bien en releer esos libros. Puede ser un modo de comprender cuántas experiencias has acumulado desde la primera lectura.

susana dijo...

Yo tambien soy hija del mismo tiempo y tambien lei de jovencita viento del este viento del oeste libro que me impresiono porque era un mundo diferente al mio,el libro era de piel y de la editorial planeta estaba en la biblioteca de mi padre,cuantos recuerdos,yo si lo he reelido y no me ha impresionado tanto,pero pueden mas mis recuerdos gratos

Juan Mata dijo...

¡Ay, estimada Susana, las relecturas! ¡Cuántas emociones recobradas y cuántas decepciones encontradas! Lo importante para mí sigue siendo, sin embargo, el recuerdo. Lo que ofrecían aquellos relatos de tierras remotas a niños de pueblo o barrio pobre, como fue mi caso, era la promesa, y no sólo la existencia, de mundos que estaban más allá de nuestras estrechas calles embarradas. Eso es lo que ha permanecido. Los lectores, lógicamente, ya no somos los mismos. Ahora leemos con el peso de una existencia que entonces sólo era deseo.

Gracias por el comentario.