22 de marzo de 2009

Tiempo sin literatura

El día comenzó con un soleado y parsimonioso paseo de amigos por la orilla del río Vadillo, en Valdepeñas de Jaén (si tienen ocasión no dejen de recorrer el paraje denominado Las Chorreras, como no deberían dejar de recorrer a pie algunas de las sendas de la hermosísima Sierra Sur), y derivó en la sobremesa en una intensa conversación acerca del tiempo vivido, la memoria y la literatura.

Disfrutábamos de la hospitalidad de Manuel y Pepa, anfitriones atentos y generosos, y en torno a la bien surtida mesa, antes de que una furiosa y vespertina granizada nos obligara a abandonar el porche de la casa y buscar refugio en las habitaciones interiores, había brotado en la conversación un asunto sobre el que he meditado con frecuencia, con el que me siento emocionalmente imbricado.

Los conversadores, Bonifacio, Carmen, Pablo, María Victoria, Mercedes, Manuel, Pepa, Andrea, fueron esbozando con sus palabras un fiel retrato de un tiempo no muy lejano de nuestra historia colectiva, que se alimentaba a la vez de los recuerdos personales. Me refiero a la historia de Andalucía, esa grande y hermosa región española sojuzgada durante siglos por la pobreza y el analfabetismo, por los tópicos más humillantes de la pereza, la fiesta continua y el humor a raudales. La biografía de la familia Valdivia Milla, en cuyo seno estábamos acogidos, ejemplificaba con claridad lo que hablábamos. El padre fue un campesino toda su vida. Sin apenas saber leer y escribir, entregado hasta su muerte a sembrar, segar o varear, supo entender las ventajas que el estudio podía procurar a sus hijos y, sin dejar que se desligaran del todo de la tierra que con tanto afán él cultivaba, los animó a 'hacer una carrera'. La madre, que ayer escuchaba atentamente y apostillaba el relato de sus hijos con la satisfacción de verlos felices y reconocidos públicamente, había entregado su juventud a cuidar el hogar y a criar a los hijos (desveló que a ella le gustaba de joven leer las novelas por entregas que puntualmente llegaban al pueblo, protagonizadas por personajes como Diego Corrientes, Genoveva de Brabante, Billy el Niño...). A falta de poder transmitir a sus hijos instrucción académica, les donaron simplemente el ejemplo del trabajo, la abnegación, el afecto y el más elemental programa ético: ser buenas personas por encima de cualquier otra consideración.

Lo que me cautivaba de la conversación era constatar que una parte importante de la generación que nació en la década de los cincuenta del siglo XX tuvo oportunidad de conocer las postrimerías de un mundo que hoy es ya apenas recuerdo. Un mundo donde la miseria, la explotación, el oscurantismo, la emigración, el caciquismo, las arbitrariedades y los abusos de los poderosos... anidaban en la mayoría de los pueblos andaluces. Un mundo al que, salvo algún golpe de suerte, se estaba unido de por vida, pues escapar de él significaba, para los pobres, irse a trabajar a otros lugares, no siempre en buenas condiciones. Estudiar, que era la otra alternativa, era una ventaja al alcance de unos pocos privilegiados. Pero pudo darse el caso, y eso es lo que atestiguaban algunos de los presentes, de que quienes hoy pueden ejercer de profesores o jueces tuvieron una infancia y una juventud ligadas aún a los trabajos ancestrales del campo, que conocieron las caminatas hasta los olivares en las heladas mañanas de diciembre, que fueron a vendimiar a La Mancha o a recoger manzanas a Francia, que recorrían los montes en busca de leña. Y esas experiencias fronterizas entre lo viejo y lo nuevo, entre los miedos atávicos y los deseos recién inventados, entre la dictadura franquista y la democracia, merecían ser contadas. Y no, como prefieren muchos, para reprobar la molicie y las comodidades de los adolescentes y jóvenes de hoy, sino para dar testimonio de nuestro sombrío y lacerante pasado, de los daños de las tiranías políticas, de la voluntad humana para romper el cerco de la fatalidad, de los esfuerzos para dar forma a los sueños más íntimos.

Coincidíamos los presentes en que esas minúsculas historias de Andalucía merecían el amparo de la literatura, pues sólo ella podría legar a los lectores del futuro la emoción de esas experiencias, pues sólo ella podría otorgar el conocimiento que los libros de historia o las estadísticas no pueden ofrecer. Y aunque en algunos de los libros de Antonio Muñoz Molina están contados con pasión aquellos momentos, aquellas perplejidades, pues él mismo fue protagonista de la transición entre esos dos mundos, lo cierto es que aquellas vivencias apenas han sido narradas. ¿Cómo no celebrar entonces que el reconocimiento literario a aquel afanoso hombre de campo y a la mujer serena que escuchaba nuestras lamentaciones con atención y simpatía venga ahora de la mano de uno de los nietos? En una repisa de la casa donde hablábamos descansaba el libro 'Respirar bajo el agua', escrito por Pablo Valdivia, uno de los miembros de la nueva generación. En él puede leerse un poema, Pecho Colorado, que habla de la satisfacción de saber que, aunque lejos, aunque cosmopolita, su identidad procede en parte de las historias que le contaba su abuelo y de la tierra que él labraba.

Merienda en los olivos.
Las piquetas sostienen
los trocos y las cribas
descansan aceituna.
Se fragua tu destino
entre aquellos hermanos.
Imágenes que vuelven
de tu pasado. Roja
tierra por la pendiente
que ya nadie cultiva.
En ella hablan tus sueños,
de ella bebe tu vida.


El poema es un homenaje particular, claro, pero es a la vez una manera de preservar, como sólo la literatura puede hacerlo, una cierta memoria colectiva.

10 comentarios:

estrella polar dijo...

ABIA DE LA OBISPALIA (CUENCA)-16 habitantes de donde provienen mis padres-

...Esa nieve dulce que cae
mortaja tenue de un mundo
que ya expira
Desde mi ventana retazos del pasado
prendidos de los olmos
silencio de pájaros cansados
...y ese universo amable, lento
donde la vida bulló
pletórica y pujante en otro tiempo
Raiz que me sostiene y me genera
me presta solidez, me ampara
en la historia me hunde, me afianza
de la riada feroz de la existencia
me protege
Último valle, pequeño paraiso
exento de pecado
donde la muerte vendrá
sin que me inunde el pánico.
Esta nieve dulce que cae
embozo de ternura
sobre mis desoladas cenizas
la deseo.
Abril 1988


La generación de los cincuenta, a caballo entre dos mundo, sin la nostalgia de un mundo mejor y sin la confianza de un mundo que mejore...pero seguimos vivos y vibrantes. Nocturnos besos

Anónimo dijo...

Aunque algo cohibida, me atrevo por fin a dejar un comentario. Al ir leyendo, pensaba en Muñoz Molina, que aparece mencionado más abajo.
En cuanto a mí, tuve la suerte de convivir con los libros desde siempre; algunos de los que componen mi biblioteca pertenecían a mi abuela. Que eso no era lo habitual lo descubrí cuando un compañero me dijo que los primeros libros que habían entrado en su casa eran los suyos, de estudiante.

Juan Mata dijo...

Reconozco perfectamente el mundo al que te refieres en el poema, estimada estrella polar. Yo mismo fui niño de pueblo (de la provincia de Jaén asimismo, como los amigos de los que hablo y como Antonio Muñoz Molina) hasta que la búsqueda de trabajo hizo que mi familia se trasladara a Granada. Es para esas silenciosas migraciones desde el mundo rural al urbano, para esas miradas divididas entre el ancho campo (en mis ojos los extensos olivares) y los barrios periféricos y embarrados a los que fuimos a parar, para las que pido la gracia de la literatura. De todos modos debo decir que, al menos en mi caso, esa doble mirada ha configurado mi modo de entender el mundo. Algo que reivindico con orgullo.

Juan Mata dijo...

Me siento muy honrado, estimada Lammermoor, lectora voraz, cuando alguien decide comparecer en el blog con su escritura. Sé que cuesta hacerlo (a mí también me ocurre) y por eso agradezco siempre que alguien se tome la molestia de hacerlo. De modo que, y sobre todo, gracias.

Yo no tuve la suerte de convivir de pequeño con los libros de los abuelos (¡habría que hacer un homenaje a esas bibliotecas iniciáticas!). Yo conviví en cambio con fotogramas y carteles de cine (es una larga historia). Mis primeras lecturas fueron los tebeos, cuya llegada semanal a mi pueblo esperaba con ansiedad. Cada biografía lectora es única. Por eso he defendido siempre que seamos pacientes, que tengamos tacto, que nos mostremos respetuosos con cada historia personal, que sepamos abrir puertas y no cerrarlas, porque si actuamos así... el lector aparecerá. En unas casas, en efecto, puede haber libros y en otras no. Hay que procurar entonces que todos los niños tengan las mismas oportunidades. Ésa es la más alta labor de la escuela. Y no pierdo nunca la esperanza. Me basta pensar en mi propia historia.

Gracias de nuevo por tu colaboración.

Pablo Valdivia dijo...

Muchas gracias por tus palabras. Hay algo que me gustaría resaltar de tu entrada y es cómo aún hoy se sigue insistiendo, por parte de muchos andaluces, en exportar ese constructo de una Andalucía de la risa, el flamenco o la tapita, al resto del mundo. Tantas veces Gema y yo hemos tenido que aguantar que se nos diga que los andaluces somos vagos, exagerados, hablamos mal,somos machistas, etc.y resulta lamentable que el tópico todavía nos defina. Como tú también comentas creo que existe ahí un espacio que aún no ha sido narrado del todo. Todavía está por escribir la novela que cuente el cambio tan profundo que ha sufrido Andalucía en los últimos 50 años, al igual que creo que aún está por escribir la novela de los emigrantes españoles, muchos de ellos andaluces, que han poblado y, siguen haciéndolo, buena parte de la geografía mundial.

Gracias de nuevo.

Un abrazo.

Pablo

Borgleone dijo...

Nunca he aportado nada a este blog ni a nada, pero hoy lo voy a intentar. Seguro que con resultado negativo.

No conocía Valdepeñas de Jaen y...ultimamente aparece en varios lugares de mi vida. Uno de ellos en el programa de radio de RNE No es un dia cualquiera.

saludos

Juan Valdivia dijo...

Gracias, Juan, por escribir estas cosas. Ha sido muy emotivo para mí leer "Tiempo sin literatura". No estuve en esa reunión, pero he revivido esas conversaciones con el mismo gusto con que otras veces he participado en ellas. Sin nostalgia, pero con el orgullo y la satisfacción de saber de donde vengo, de pertenecer a esta a esta familia. Y también, con el buen humor que siempre las impregna, como refleja mi madre con su risa.

Juan Mata dijo...

Ah, los tópicos, los tópicos, querido Pablo. Qué injustos, qué dañinos, qué ocultadores son. A los andaluces nos ha tocado en suerte un lote bien surtido, del que te haces eco en tu comentario. Y cuesta, en verdad, desprenderse de ellos. El problema más grave para mí es, sin embargo, la contribución de las instituciones y los propios ciudadanos a mantenerlos. Eso sí que me enrabia.

Y sí, falta esa novela o novelas que narren la gran transformación de Andalucía, el extraordinario esfuerzo por dejar atrás siglos de pobreza, analfabetismo y sumisión. Tal vez tú te animes algún día a intentarlo.

Un abrazo.

Juan Mata dijo...

Estimado Borgleone, si esta entrada ha servido para que te decidas a participar con tu palabra en un blog me siento particularmente feliz. Gracias muy sinceras. Me gustaría que la próxima vez que lo hagas, en este blog o en cualquier otro, dejes a un lado el sentimiento de 'incapacidad'. ¿Cómo que no eres capaz de aportar algo?

Y me alegro de que Valdepeñas de Jaén se haya cruzado estos días en tu vida. Yo también escuché el programa que Pepa Fernández hizo desde esa localidad. Creo que si algún día tienes oportunidad de visitar alguno de los pueblos de la Sierra Sur de Jaén te alegrarás del viaje.

Hasta la próxima.

Juan Mata dijo...

Gracias, Juan, por tu comentario. Hablé de vuestra familia con admiración. Me parece que hablando de esas historias no sólo manifiesto un afecto sino que reparo en parte la mal contada historia de nuestra tierra. En la próxima ocasión podremos ampliar el grupo de conversadores.

Un abrazo.