22 de agosto de 2009

Esa mañana, el oso lloraba

Hace unas semanas, un lector del blog me solicitó consejo acerca de álbumes infantiles que abordaran el tema de la muerte. Una de sus alumnas, de siete años, había fallecido, y se encontraba en la tesitura de tener que afrontar con los demás alumnos el duelo de la ausencia de su compañera.

A los libros recomendados en su día -El pato y la muerte, ¿Cómo es posible??!, Como todo lo que nace, No es fácil, pequeña ardilla...- quiero hoy agregar un nuevo libro. Acabo de leerlo y me parece que el dolor ante la muerte del amigo está tratado con sumo tacto y extraordinaria belleza. Se titula
El oso y el gato salvaje. El texto es de Kazumi Yumoto y las ilustraciones, en blanco y negro con algunas pinceladas de color rosa, son de Komako Sakaï. Está publicado por la editorial Corimbo.

He hablado numerosas veces, en las aulas y fuera de ellas, sobre este tipo de libros, que tanto asustan a los adultos. Los consideran turbadores y peligrosos. A mí me parecen, en cambio, pertinentes y necesarios. En cualquier caso, inevitables. ¿Por qué los libros destinados a la infancia habrían de desentenderse de un asunto tan presente, tan desolador, como la muerte? Los niños están en el centro de la vida, es decir, de la muerte, cuya existencia les afecta y les desconcierta, como a todos. Nadie que se relacione con niños ignora lo que ese suceso les preocupa, las preguntas que les provoca, las hipótesis que elaboran. Muchos adultos consideran, sin embargo, que lo mejor, si llega el momento, es actuar como si nada hubiera ocurrido, desviar sus interrogantes, disimular la pena. Con ello únicamente consiguen acentuar la perplejidad de los niños, acrecentar su incomprensión.

La literatura, naturalmente, no protege, ni extingue el dolor, pero ayuda a distanciarse, a ver la propia historia como algo ajeno. Y ese extrañamiento es una pequeña liberación. Mi experiencia me hace pensar que lo más importante de esos libros es la oportunidad que brindan para hablar, para transformar el estupor en palabras, para poner orden en el caos. Sabemos que las palabras consuelan, que canalizan las emociones, lo cual hace más llevadero el duelo. Es lo que todos necesitamos. ¿Pero hay que darles esos libros a los niños como si tal cosa, como uno de tantos?, preguntan algunos padres, inquietos por la posibilidad de quebrar bruscamente un estado de edénica inocencia. No, no es necesario ilustrar sobre la muerte a nadie que no lo demande o no le interese. Pero es conveniente que esos libros estén cerca, que aparezcan si algo ocurre y es urgente conversar, que actúen de puente entre aflicciones personales, que den forma a la incoherencia. Cuando eso ocurre, les aseguro que los niños no se espantan, no se quedan alelados. Por el contrario, hablan mucho y hablan bien. Esos cuentos les aportan sobre todo ánimo, esperanza, pues no alientan el olvido, sino la memoria, como ocurre con el oso del cuento elaborado por Sakaï y Yumoto, que gracias al violín del gato salvaje, cuya música le hace evocar su vieja amistad con el pájaro, logra abrir un claro en la oscuridad del dolor.

15 comentarios:

maría dijo...

Estimado Juan, la serie maravillosa de Max Velthuijs,narra la vida cotidiana de Sapo y sus amigos: compartimos sus festejos de cumpleaños, sus peleas y amores (im)posibles, los miedos; y la amistad todo lo puede, hasta sobrellevar la muerte de mirlo del que seguirán escuchando su dulce canción: ISBN 980-257-109-1

EXPERIMENTATIO dijo...

Comparto contigo la visión que das sobre estas lecturas. Llevo unos días recopilando fotografías de Irene para dárselas a su madre y no se si para algo más. Estoy contigo, no se puede pasar por encima, ni tampoco darles a leer a quien no tenga interés.
Lo que si es importante es no hacernos desaparecer, estar juntos formando una red de sostén y recuerdo.
Hace varios meses pase por otra situación de muerte, esta vez gozosa, porque apareció mi bisabuela en una fosa de Grazalema, de nuevo la lectura y la escritura fueron necesarias para hacernos ver y existir.
Gracias de nuevo.

discreto lector dijo...

Mic, he leído algunos libros de Velthuijs, pero desconocía que en ellos se hubiese abordado la cuestión de la muerte. Gracias por la recomendación. Me interesan todos los libros que hablen de este complejo asunto. Voy a buscarlos.

Mateo, qué asombrosa imagen de la vida nos brindas: la amarga despedida de una niña fallecida a los pocos años de nacer y la feliz recuperación de una bisabuela enterrada indignamente en una fosa. Dos estampas dispares de la muerte, pero unidas ambas por un mismo sentimiento de amor y dignidad. Un maestro recuperando fotografías de la alumna desaparecida, un biznieto recuperando los restos desamparados de su bisabuela: de esas emociones se alimenta la literatura.

Juan dijo...

Querido lector: Yo, que he sido padre muy mayor, convivo con el miedo a morir antes de que mi hija tenga, por así decirlo, la vida encarrilada. Esto, además de miedo, me produce un sentimiento de culpa por no cumplir mi parte del contrato, y engendrar en ella un dolor innecesario a una edad temprana. Como digo, convivo con esa angustia sin ocultarle los efectos de la muerte de otros seres queridos: el abuelo, un amigo, un gato... El otro día me enseñó una caja donde guarda algunas cosas para recordarme cuando me muera.

discreto lector dijo...

¡Cómo te entiendo, Juan! Comprendo tu temor, tu sentimiento de responsabilidad (no me parece justo hablar de culpa), pero deberían pesar mucho menos que la alegría de estar dando a vuestra hija tantas y tan poderosas cosas. Julia es maravillosa y el tiempo irá confirmando y acrecentando su encanto. No me cabe la menor duda. La conmovedora imagen de Julia guardando cosas para recordarte en el futuro es una muestra de la extraordinaria inteligencia y afectividad de los niños. Tienen intuiciones asombrosas y pensamientos muy profundos sobre la vida y la muerte. La creación de esa caja es uno de los testimonios más sorprendentes que he recibido sobre las fantasías infantiles de la ausencia. Gracias por compartirlo.

Peru dijo...

Preciosa entrada acerca de un libro que voy a ir buscando! A ver si existe en francés...

discreto lector dijo...

Gracias, Peru. Estoy seguro de que te va a gustar mucho el libro. Desde mayo está publicado en francés, en 'Ecole des loisirs'. Espero que hayas culminado tu memoria académica con brillantez.

Anónimo dijo...

gracias por la entrada Juan. A veces se topa uno con ciertos eventos en la vida y las lecturas siempre ayudan a asimilarlos mejor. ¡Gracias por la recomendación de estos libros!
Un abrazo,
Ale.

discreto lector dijo...

Es bueno saber, Ale, que, incluso para los más pequeños, hay libros que pueden ayudar a encarar los trances de la vida. Ayudan sobre todo a hablar, que en circunstancias dolorosas es lo más necesario. Gracias, como siempre, por la lectura.

Alejandro dijo...

Hola Juan, cuanto tiempo sin poder disfrutar de tus buenas palabras!

El otro día, estando sentado en mi cuarto, me puse a pensar en la muerte. Es extraño, pero cada vez que pensaba de manera mas profunda más se alargaba mi angustia. Hubó un momento donde mi corazón latia muy rápido y me costaba trabajo respirar. Necesitaba aire libre. Salí hacia la calle y me dispuse a dar un paseo.


Sé lo que significa la muerte y lo que conlleva, pero tengo 19 años y sigo sin aceptarlo. Nunca llegué a pensar que la vida fuese tan débil y tan perfectamente arrebatable.

Sin embargo, cada vez que leo un libro o hablo con un amigo del mismo tema, sientes un estado de relajacion, de escape.

Tener alguién a tu lado, que te quiera y que te ayude a llevar la muerte, puede ser magnifico. Es por ello, que cuando nos convertimos en padres, debemos de poner todo nuestro empeño por enseñar algo que forma parte de la vida.


La brevedad de la vida:


" Me tomo el café, muevo la cuchara para saber que el azúcar esta bien mezclado, voy a la cama, le doy un beso a mi mujer, le digo: te quiero. Me dispongo a salir de mi casa para ir al trabajo, salgo por la puerta, y cuando cruzo la calle, ya no estoy".

Esta es mi reflexión personal Juan. Un gran saludo de alguién que te admira.

discreto lector dijo...

Ni con 19 ni con 80 años, Alejandro. La idea misma de la muerte no deja de abrumar a los seres humanos. ¿Cómo vamos a aceptar de buen grado que se acabe un proceso biológico que hemos dotado en nuestra mente de sueños, emociones, pensamientos, esperanzas, placeres...? Es necesario, sin embargo, que el dolor o la estupefacción no nos impida seguir creando vida. La literatura habla de esas cosas. El texto final que citas es muy exacto, muy sugerente.

l'archivadora dijo...

Enfrentarse a la muerte es siempre duro, tengas la edad que tengas. Quizás aceptar y hablar de ello, nos sirva para darnos cuenta de que nuestros seres queridos no estarán aquí siempre y así podamos decirles cuanto los queremos y darles un beso o achucharlos mientras podemos hacerlo.

En cuanto a los niños, claro que se hacen preguntas y nos las hacen. Aún recuerdo cuando, tras la muerte del abuelo de uno de sus amigos más cercanos, mi sobrino, con siete u ocho años, nos preguntaba cuantos años tenía el abuelo.

Por otro lado, me parece que voy a buscar esos libros para leerlos. Aún me cuesta asimilar algunas muertes de gente muy cercana a mí.

discreto lector dijo...

No es fácil, Lammermoor, asumir la muerte de alguien amado. ¿Cómo va a serlo si tantas cosas se quiebran en nuestro interior? Y una de las cosas que más cuesta es tener que explicar a un niño ese sinsentido? Entiendo la pregunta de tu sobrino, porque para ellos la edad puede ser una referencia. Pero, ¿y cuándo no se cumple esa regla? Por eso, ciertos libros, ciertas imágenes, ciertas metáforas, pueden ayudar. En cualquier caso, siempre estará uno en esos casos vulnerable y desorientado.

Rose dijo...

Mi hijo Rn., de cinco años, lleva algo más de dos años haciéndose y haciéndonos preguntas sobre la muerte. Suele hablar mucho de sus abuelos, muertos ambos antes de que él naciese. Es curioso, porque sin conocerles, asegura que les echa de menos. Hace unos meses compré "El pato y la muerte" (maravilloso), poco antes de que el abuelo de uno de sus amigos falleciese. Pensé que me cosería a preguntas, ya que era la primera persona que él conocía que pasaba de estar viva a estar muerta, y que sería un buen momento para mostrarle este libro, pero curiosamente, se tomó su primer cruce real con la muerte con una naturalidad asombrosa (asombrosa para mí, quiero decir). Me dejó de piedra un día en que hablando de Justo, afirmó que la que mas triste estaba porque se había muerto era Mariví (la viuda), porque ahora vivía sóla, mientras que el resto de la familia estaba menos triste porque seguían viviendo acompañados. En fin, que "El pato y la muerte" sigue guardado hasta mejor momento (aunque decir esto de mejor momento en relación con la muerte no suene muy bien).
Me alegra haber leido tu artículo, y me reafirma en la idea de que hasta los temas más difíciles pueden ser comprendidos y aceptados por los niños.

discreto lector dijo...

¡Qué conmovedor testimonio, Rose! Confirma algo que suele ignorarse cuando se habla de la infancia: su profunda sensibilidad y su capacidad para entender los sentimientos de los otros. Que tu hijo sea capaz de ponerse en el lugar de Mariví y comprender su estado de ánimo revela no sólo un bagaje maravilloso de emociones sino una extraordinaria disposición para manejarlas. Algo habrá tenido que ver en ello su educación. Gracias por compartir el testimonio.