Ya he olvidado cómo conocí las ficciones de Juan Carlos Onetti, quién me habló inicialmente de él, dónde leí su nombre por primera vez. Sí sé desde luego que no fue un autor de mi juventud, del tiempo de las lecturas inaugurales y desbocadas. Antes que él, y por citar únicamente a escritores latinoamericanos, habían llegado Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Juan Rulfo o Jorge Luis Borges, cada uno por un camino y por distintos motivos. Ya no sé si Onetti no fue nombrado entonces o yo no presté atención a su nombre. Aunque tiendo a pensar ahora que las cosas hubieran sido de otra manera si ese encuentro se hubiera producido antes. Tal vez uno recibe las cosas que importan cuando las merece, o cuando verdaderamente las necesita, o cuando se tiene la disposición necesaria para recibir un libro como el regalo largamente esperado. Tan tardío entonces, tan imprescindible ahora, tan irremediablemente enredado ya en mi conciencia, no sabría decir si Onetti me ayudó a mirar el mundo y la gente como lo hago o si aquel incipiente e inseguro modo de mirar, necesitado de excusas literarias, me aproximó a él. Todos necesitamos el auxilio de una mirada ajena, algunos nombres, algunas ficciones, que conformen nuestras pasiones. Somos lo que hemos leído tanto como lo que dejamos de leer.
Hablo ahora de esto sin lamentaciones. Mi tardío descubrimiento de Onetti no puede ya ensombrecer la existencia de Santa María, la ciudad inmunda y portuaria a la que llegué por primera vez en ferrocarril, intruso en un vagón donde conversaban con desgana Larsen y las tres mujeres (María Bonita, Irene, Nelly) que había contratado en la capital para abrir el primer prostíbulo de la ciudad. Hice mi entrada a través de un idioma muy distinto al que estaba acostumbrado, aunque fuera la misma lengua que yo hablaba. Larsen, por lo demás, tampoco era el prototipo de héroe de las novelas latinoamericanas que acostumbraba a leer, sino un pobre hombre, un vulgar proxeneta, gordo y sudoroso, grosero, envejecido, al que su antigua dedicación al macró le había adjuntado el sobrenombre de 'Juntacadáveres'. Inesperadamente, me encontré en medio de una desconocida Santa María, es decir, en medio de una lengua y una literatura insólitas, cuyos habitantes, y los conflictos que los mantenían juntos y enfrentados, me hicieron conocer las formas más extremas de la tristeza y la melancolía.
De ese mundo tan literario pero tan poco afectado procedía Larsen y su desaforado ideal de fundar un burdel, una ambición que después (aunque literariamente suceda antes, pues Onetti interrumpió la redacción de Juntacadáveres para redactar El astillero) trasladará inútilmente a la tarea de hacer funcionar un astillero arruinado. Como todas las novelas inaugurales, aquélla imponía una singular manera de leer, que más tarde ratificarían otras novelas y sus cuentos (ay, sus cuentos). Las palabras parecían importadas de otro mundo, de lugares donde el fracaso, los sueños irrealizados, la mediocridad, la desesperanza, se cultivaban con ahínco. Llegaban ordenadas de un modo inusual, unidas unas a otras por un parentesco imprevisto, tan exacto como amargo, con una claridad insoportable. Aquella escritura, dotada de una adjetivación acumulada y apabullante, aparecía como una desencantada confidencia y la lectura, como una estupefacta manera de conocimiento. Parecía escribir para un lector nada acomodado, del que exigía una concentración de relojero. Tras aquellas frases uno adivinaba un tipo de escritor nada petulante, algo cansado de la vida, aunque no indiferente, que narraba con la serena sabiduría de quien no concede a su oficio más trascendencia que la que se concede a un oficinista o a un camarero. Aquel tipo, simplemente Onetti a partir de entonces, me elevó como lector.
Hoy se cumplen cien años de su nacimiento. Quería recordarlo, mostrar mi gratitud.
2 comentarios:
Últimamente estoy en la fase de los descubrimientos y aunque conozco al autor, no así su obra. Tu descripción me ha animado ...este verano leeré a Onetti
Me satisface mucho, anónimo lector o lectora, que mis palabras le hayan animado a leer a Juan Carlos Onetti. Pienso que la lectura de sus novelas o de sus cuentos no le defraudará. Es una experiencia que, como lector, debe afrontarse. Suerte.
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