22 de abril de 2009

Mi relación con el Quijote. Entre la ignorancia y la candidez

Tenía 17 o 18 años y acababa de comenzar mis estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Era el primer estudiante universitario de mi familia, compuesta de trabajadores y empleados sin apenas estudios. Es fácil suponer lo que esa conquista significaba para todos. Ya entonces era un lector solitario y tenaz. Y en la Facultad me enfrenté de nuevo con el Quijote. En esa ocasión con una nueva mirada, con una nueva actitud.

La edición que utilicé entonces era la de Espasa Calpe, el número 150 de la colección Austral. También conservo el ejemplar de entonces.


Como digo, comencé a leer la novela de Cervantes como se espera de un estudiante de filología, es decir, con una conciencia más aplicada, más rigurosa. Y he aquí que de pronto, al leer el capítulo XXIII y siguientes de la Primera Parte, el corazón me palpitó violentamente. Sentí que acababa de hacer un hallazgo sorprendente. ¿Qué había 'descubierto'? Ni más ni menos que Miguel de Cervantes había cometido un error inexcusable. Si en los primeros párrafos del capítulo XXIII Ginés de Pasamonte robaba el rucio a Sancho Panza, ¿cómo era posible que unas pocas líneas después Sancho se apease a comprobar que contenía la maleta que Don Quijote encuentra en el camino? Y, oh asombro, ¿cómo podía ser que en el mismo capítulo, más adelante, de nuevo Sancho fuese detrás de su amo "a pie y cargado, merced a Ginesillo de Pasamonte"? Me dediqué con minuciosidad forense a subrayar con un lápiz rojo todos los episodios en los que el asno de Sancho aparecía y desaparecía, dejando constancia de que en unos capítulos estaba y en otros no. ¿Cómo se explicaba aquel yerro tan tremendo? ¡Qué gran descubrimiento acababa de hacer!

Excitado y ufano, acudí con mi 'descubrimiento' a un profesor que me ofrecía confianza. Era don Emilio Orozco, eminente catedrático de Literatura Española, de cuyo nacimiento se han cumplido estos días 100 años. Con el atrevimiento del adolescente inculto, y creyendo que tenía en mi poder una clave hasta entonces ignorada, me atreví a comentarle que había encontrado un error fatal de Cervantes y que me aprestaba a comunicárselo. Íntimamente esperaba no sólo que reconociera mis méritos sino que me estimara en adelante como un alumno aventajado.

(Ruego a los lectores que contengan las risas y se abstengan de sarcasmos y que sólo vean en el episodio una minúscula muestra de la ingenua fatuidad de la juventud.)

El caso es que don Emilio, con la bonhomía que lo caracterizaba, y tal vez comprendiendo que eran preferibles lecturas personales, aunque torpes, a lecturas desinteresadas, aunque correctas, me dijo amablemente que eso se sabía desde el mismo momento de la publicación del libro, pues Cervantes no revisó el manuscrito original como debería haberlo hecho y que hasta el último momento, incluso en la propia imprenta de Juan de la Cuesta, estuvo modificando la novela, intercalando episodios y cambiando otros de lugar, sin darse cuenta de las incongruencias que aparecían, lo cual explicaba los errores de la primera edición. Me quedé estupefacto y avergonzado. Le di las gracias y abandoné su despacho. Don Emilio Orozco acababa de impartir para mí solo, sin testigos ni premuras, tres lecciones inolvidables: una, acerca de las vicisitudes de la edición original de la obra de Cervantes; otra, acerca de los riesgos de la petulancia y la inconsciencia; la tercera, acerca del trato benevolente que un profesor debe prodigar a los alumnos, incluso a los más simples, como era mi caso (esto nunca lo he olvidado y me ha servido de duradera guía en mi labor docente).

Y así fue cómo en el plazo de unos días pasé del sueño de reconocimiento público por mi agudeza lectora al sentimiento de frustración por un desliz tan descomunal. Tales pueden ser las enseñanzas de vida que un libro puede dar a un joven sin pretenderlo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

He llegado estos días a su magnífico blog, no he podiddo más que devorarlo post, tras post, como si fuera una gran tarta de chocolate y yo estuviera famélica. Por ello no puedo pasar por alto que hoy es día 23 de Abril, para felicitarle por su obra (no tan solo bloggera),y también para agradecerle que comparta tanta sabiduría y haya creado un lugar tan interesante para compartir.
Feliz día del libro y por favor no deje de regalarnos sus escritos.

Gracias!

Caterina.

Juan Mata dijo...

Estimada Caterina, su comentario me abruma. Puede imaginar que se lo agradezco de manera muy intensa. Que saboree la lectura del blog como si fuera una tarta de chocolate no sólo me hace feliz sino que me hermana con su paladar. Ay, las tartas de chocolate... Espero que lo que siga escribiendo en el futuro siga teniendo el mismo sabor y usted, claro está, un hambre semejante.

Gracias por sus palabras.

Leox dijo...

Me gusta esa idea de “entonces era un lector solitario y tenaz”. Hace un par de años yo también quemaba mis horas en la biblioteca de mi facultad, soñando con las historias de los libros y con bibliotecas de otros países , las que me las imaginaba grandes y acogedoras. ¿ Como es la biblioteca de la universidad de granada? . Espero que suba algunas fotos.

Otra cosa que gusta es la colección austral de espasa calpe , En la biblioteca de mi padre , que es profesor , hay muchas y esos libros fueron mis primeras aventuras lecturas. A pesar de la distancia fisica , el poder que trasmitieron los libros fue maravilloso tanto en Granada como en Concepción


Pd: Yo tambien me sumo a las palabras de caterina

Saludos profesor.

Juan Mata dijo...

¡Qué magníficos sueños el de las bibliotecas, Leox! Voy a complacerte haciendo algunas fotografías de la biblioteca central de la Universidad de Granada y de la Facultad donde trabajo. Las colocaré en el blog para ensanchar tus imaginaciones.

Y, en efecto, hay colecciones de libros que han sido determinantes en la vida de los lectores. Para los lectores hispanos, la colección Austral de la editorial Espasa Calpe merece el más afectuoso de los homenajes.