Voy leyendo el libro en el autobús, de modo intermitente, con la grata sensación de estar restaurando un viejo mosaico, tesela a tesela. No es fácil sin embargo leerlo, aunque su estructura sea extremadamente sencilla, casi escolar. Su dificultad proviene del hecho de que constantemente el lector (al menos es lo que me ocurre a mí) es empujado a realizar ese gesto tan peculiar de levantar los ojos de la página para entregarse a una ensoñación o a un sondeo en la propia memoria. No hay frase que no evoque un episodio similar en la experiencia personal, que no provoque un rescate de primitivos gestos, olvidadas manías, antiguos sentimientos.
¿Es este libro una novela? Podría considerarse así. ¿Es una autobiografía? También lo es, por supuesto. Si leemos uno a uno los recuerdos del autor, Joe Brainard, nos encontramos con un pormenorizado relato de su vida, presentada en pequeñas dosis, en minúsculas y fugaces impresiones. Pero si los juntamos todos, a la manera de un mosaico, y los contemplamos desde la distancia, estamos leyendo el retrato de una época. Los recuerdos de Brainard transportan el polen de los gustos, los objetos, los comportamientos, las bebidas, las emociones, las costumbres, los tabúes... de una parte de la sociedad estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial, con lo que al final de la lectura queda la sensación de haber leído la narración de una saga colectiva.
De todos modos, la fascinación del libro procede de su escritura. Joe Brainard utilizó, para contar y contarse, un procedimiento tan elemental como inaudito: enumerar un extenso y desordenado repertorio de imágenes presentes en su memoria. A modo de una salmodia, el autor fue desgranando minuciosamente sus recuerdos:
Me acuerdo de lo mucho que quería, en el instituto, ser guapo y popular.
Me acuerdo de la primera vez que vi la televisión. Lucille Ball estaba yendo a clase de ballet.
Me acuerdo de haberme montado encima de un caballo y de lo alto que se estaba.
Me acuerdo de cuando no creía en Santa Claus pero tenía tantas ganas de creer en él que al final lo conseguí.
Me acuerdo de decir 'gracias' en ocasiones que no lo requieren.
Me acuerdo de la vergüenza que me daba ver a otros niños llorar.
Me acuerdo de leer doce libros todos los veranos para que me diesen un diploma de la biblioteca municipal. Me importaba una mierda leer pero me encantaba conseguir diplomas. Me acuerdo de que cogía libros con letra grande y un montón de dibujos.
Me acuerdo de los vestuarios. Y del olor de los vestuarios.
Me acuerdo del olor a tabaco del aliento de mi padre.
Me acuerdo de no gustarme a mí mismo por no entrarle a tíos a los que podría ligarme sólo por la posibilidad de ser rechazado.
Me acuerdo de los lápices amarillos del número 2 con la goma rosa.
Me acuerdo de
"- ¿De qué signo eres?
- Piscis.
- Lo sabía."
Me acuerdo de que me cambié el nombre por el de Bo Jainard durante una semana o así.
...
¿Seductor, verdad? ¿Pero no es eso lo que hacemos cuando nos definimos o nos damos a conocer, enunciar nuestros recuerdos más vivos o más amados? ¿No es acaso la identidad esa acumulación caótica de sensaciones, imágenes, pensamientos?
17 de abril de 2009
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6 comentarios:
Buenas tardes, Juan.
Comentarte (permíteme el tuteo) que descubrí tu blog hace un par de días siguiendo un enlace de otro blog de libros y que comparto tu labor de animación a la lectura. También a mí me gusta mucho leer y es algo que recomiendo siempre, aunque no soy una lectora excesivamente voraz y los libros que compro o tomo prestados prefiero “pensarlos”, en vez de tomármelos como una especie de carrera de obstaculos para ver cuánto tardo en llegar a la meta.
Me encanta que la gente lea, no sé por qué; al fin y al cabo, mientras uno lee deja de hacer muchas otras cosas que también podrían ser interesantes, tal y como me dijo una vez un maestro del bachillerato a quien mi madre, también lectora como yo, tildó de bobo por haber hecho este comentario. No estaba falto de razón, el hombre, pero a cada cual lo suyo, y con los libros, igual que con la música, he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida. En fin, menudo rollo te he soltado para decirte que tienes una lectora más.
Adelante con este blog lleno de buenas ideas y sugerencias para leer. Ya he tomado nota de algunas.
Saludos.
Eres muy bienvenida, estimada Satalia, a este modesto espacio de libros, donde tus palabras nunca serán consideradas un 'rollo'. ¿Cómo tildar así el impulso de alguien por comunicar algo personal, por abrirse limpiamente a desconocidos?
Con respecto a los libros, la voracidad no siempre es una virtud. Hay lectores que devoran sin digerir, como hay lectores comedidos que aprovechan de un libro hasta las páginas en blanco. Desde luego, pensar los libros, o mejor, pensar con los libros, es la mejor manera de leerlos.
A mí también me importa mucho que la gente lea. Y parte de mi vida profesional y personal está dedicada a ofrecer razones para hacerlo, sin imposiciones ni imposturas. En ese sentido, este blog es un modo más abierto de comunicar lo que pienso y lo que siento. Si alguien, desde la lejanía y el anonimato, se siente concernido me invade una gran felicidad.
Gracias por regalarnos tus pensamientos de lectora.
Muy frecuentemente me acuerdo de una frase: "Nada humano me es ajeno" y los libros me acercan a lo humano. Envidio al autor del libro porque ahora, en la década de los 5o quisiera atrapar eso que he sido, volver a verme de niña o adolescente... los recuerdos se me escapan...luego en algún lugar encuentro un pedazo mio. Ese fué el caso de otro libro "Los príncipes valientes" de Javier Perez Andujar, que me arrastró a los charcos de mi barrio, a los descampados, a la felicidad de los descubrimientos y de los libros de Bruguera.¡Qué bueno recordarnos! Besos siderales
Hola Juan, ante todo decirte que no me pierdo ninguna de tus publicaciones que haces aqui en tu pagina, todavia sigo leyéndote desde aquel dia.
Como bien sabes, la lectura es algo que no ocupa lugar en nuestra vida, más bien nos da un compendió de saberes que nunca podrán ser reemplazados.
Sin embargo, hay un elemento que es crucial para que las personas, los niños, los adolescentes puedan hacer uso de la lectura; con esto me refiero a la creación de motivación.
En la sociedad en la que vivimos, el leer se ha convertido en algo extremadamente aburrido por parte de aquellas personas que nunca se atrevieron a leer, quizás por temor a que les gustase.
Sin embargo, la motivación está ocupando una de las mayores preocupaciones por parte de todos los educadores.Pero también deberiamos pensar, que si bien no todas las personas leen, es porque falla algo. Es más, debemos de estar seguros de que las personas son pequeños mundos con sus pequeñas cosas( complejas). Con esto me refiero a la autoestima de las personas.Creo que la humanidad cometió un gran fallo al considerar que la razón se imponia a las emociones.Un cordial saludo Juan, todavia no me olvidé ti, solo ando un poco ocupado con los estudios y no puedo escribirte mucho, pero sabes que te tengo un gran aprecio.
Una de las cosas más interesante del libro, estimada Estrella, es la provocación de los propios recuerdos del lector. Me ha sido imposible resistirme a ese ejercicio. Y he rescatado mientras lo leía imágenes que estaban agazapadas en mi memoria a la espera de un estímulo que las reviviera. Por eso decía que era tan difícil de leer, por su permanente invitación a evocar, como a ti te ha ocurrido con 'Los príncipes valientes' y la editorial Bruguera.
Estimado Alejandro, no sientas culpa por no escribir. No es obligatorio. Como tampoco lo es la lectura del blog. O esto es un acto de mutua complicidad y confianza o no sirve de nada.
Y sí, el gran problema de la lectura, como de cualquier actividad humana, es la motivación. La creación de deseo: he ahí el gran desafío cultural y pedagógico. ¿Pero cómo crear deseo de leer? No tengo una respuesta rotunda. Buscándola estamos.
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