"La literatura desconcierta, molesta, despista, desorienta más que los discursos filosóficos, sociológicos o psicológicos, porque se dirige a las emociones y a la empatía. De este modo, recorre regiones de la experiencia que los otros discursos desdeñan, pero que la ficción reconoce en los menores detalles. Según la hermosa expresión de Hermann Broch, recordada por Kundera, 'la única moral de la novela es el conocimiento; es inmoral aquella novela que no descubre parcela alguna de la existencia hasta entonces desconocida'. La literatura nos libera de nuestra forma convencional de considerar la vida -la nuestra y la de los otros-, destruye la buena conciencia y la mala fe. Por definición contraria y paradójica -protestante, como el protervus de la antigua escolástica; reaccionaría en el buen sentido-, resiste a la estupidez, no con la violencia, sino de una manera sutil y obstinada. Su poder emancipador, que nos conducirá en ocasiones a buscar derrocar a los ídolos y cambiar el mundo, permanece intacto, aunque más a menudo nos hará, sencillamente, más sensibles y más sabios, en una palabra: mejores.No es que encontremos en la literatura verdades universales ni reglas generales, como tampoco ejemplos incuestionables. [...] La literatura, al ejemplificar la excepción, procura un conocimiento diferente del conocimiento erudito, pero se muestra más capaz que éste a la hora de esclarecer los comportamientos y las motivaciones humanas. La literatura piensa, pero no como la ciencia o la filosofía. Su pensamiento es heurístico (no deja nunca de investigar), no algorítmico: procede a tientas, sin cálculo, por intuición, guiándose por el olfato. [...]
La literatura nos enseña a sentir mejor, y como nuestros sentidos no tienen límites, no concluye jamás, sino que permanece abierta -como un ensayo de Montaigne- después de habernos hecho ver, respirar o tocar las incertidumbres y las indecisiones, las complicaciones y las paradojas que se esconden detrás de las acciones, meandros en los cuales los discursos del conocimiento se pierden. [...]
Existe, por tanto, un pensamiento de la literatura. La literatura es un ejercicio de pensamiento; la lectura, una experiencia de las posibilidades. Nada me ha hecho nunca percibir mejor la angustia de la culpa que las apasionadas páginas de Crimen y castigo en que Raskolnikov reflexiona sobre un crimen que en realidad no ha tenido lugar, y que cada uno de nosotros ha cometido. Incluso cuando la novela moderna -en Proust o en Musil- incorpora el ensayo, y las situaciones son razonadas al mismo tiempo que son relatadas, no ilustra un sistema, sino que inventa una reflexión indisociable de la ficción, apuntando menos a enunciar verdades que a inmiscuir en nuestras certidumbres la duda, la ambigüedad y la interrogación. 'La omnipresencia del pensamiento -concluye Kundera- no le ha quitado a la novela su carácter de novela; ha enriquecido su forma y ampliado inmensamente el terreno de lo que sólo puede descubrir y decir la novela'.
Así es como una novela nos cambia la vida sin que haya razón aparente para ello, sin que el efecto de la lectura pueda ser comparado con la enunciación de laguna verdad. No es tal o cual frase de Proust la que me ha hecho convertirme en lo que soy, sino toda la lectura de la Recherche, después de la de Rojo y Negro y la de Crimen y castigo, porque la Recherche refundió todos los libros que yo había leído hasta entonces. "¡Llega a ser el que eres!", me susurra la literatura, según el mandamiento de la Segunda Píitica de Píndaro, retomada por Nietzsche en Así habló Zaratustra".






