26 de octubre de 2008

Lo que dicen las cosas

Nunca resulta fácil explicar el sentido profundo de la literatura y menos aún a jóvenes alumnos universitarios atiborrados de interpretaciones historicistas, informaciones biográficas y nomenclaturas espurias. A menudo es una tarea titánica lograr que se deshagan de las ideas pedestres que atesoran como verdades prestigiosas e intocables: la literatura sirve para expresarse mejor, para leer con fluidez, para adquirir cultura, para evitar las faltas de ortografía, para incrementar el vocabulario, para evadirse... Esa roma concepción de la lectura está tan arraigada en sus conciencias, les resulta tan indudable, que hay que actuar como el restaurador de un viejo cuadro: paciente y delicadamente hasta quitar la pátina de prejuicios y errores.

Hace ya algunos años descubrí un modo sutil y eficiente de afrontar esa tarea. Me inspiró un poema de Pablo Neruda, Oda a las cosas, que forma parte de su libro Navegaciones y regresos. Como saben, Neruda era un enamorado de las cosas, que coleccionaba de un modo abrumador y obsesivo. En realidad, a él le gustaba definirse como 'cosista' antes que como coleccionista. Su residencia de Isla Negra es un testimonio escenográfico de esa pasión. Mascarones de proa, botellas de vidrio, caracolas, relojes, mariposas e insectos, figurillas de barro, máscaras, estribos, instrumentos musicales... ocupan todas las habitaciones de la casa en una promiscuidad armónica y asombrosa. Esa oda no es sino un canto a las cosas que le fascinaban, desde las minúsculas a las supremas, desde las naturales a las creadas por manos humanas, desde las toscas a las aterciopeladas. Visitar sus casas es como transitar a la vez por un museo, un baratillo y un almacén de utilería teatral.

La última estrofa de ese poema me abrió el camino.

Oh río / irrevocable / de las cosas, / no se dirá / que sólo / amé / los peces, / o las plantas de selva y de pradera, / que no sólo / amé / lo que salta, sube, sobrevive, suspira. / No es verdad: / muchas cosas / me lo dijeron todo. / No sólo me tocaron / o las tocó mi mano, / sino que acompañaron / de tal modo / mi existencia / que conmigo existieron / y fueron para mí tan existentes / que vivieron conmigo media vida / y morirán conmigo media muerte.

'Muchas cosas me lo dijeron todo': qué afortunado hallazgo. Las cosas, en efecto, son reveladoras, pueden ser el germen de una admirable narración. Me di cuenta de que si quería hacer ver a mis alumnos el significado nuclear de la escritura literaria debía partir de su propia experiencia, de su propia memoria, de sus propias emociones. ¿Y qué mejor modo para lograrlo que hacerles contar una historia personal a partir de algún objeto que formara parte de su más recóndita intimidad? Así pues, en los primeros días del curso, y mientras se las ven con textos de Jerome Bruner, Bruno Bettelheim o Martha C. Nussbaum acerca del sentido de la literatura, les pido a los alumnos que lleven a clase alguna cosa que consideren preciada y significativa y a la que se sientan unidos sentimentalmente. No deja de turbarles la petición, más todavía cuando les anuncio que deberán narrar ante sus compañeros el porqué de su elección y el valor que ese objeto tiene para ellos.

Pudiera pensarse que, dadas sus inseguridades y sus pudores, el día fatídico fijado para la actividad de narración los alumnos prefieren ausentarse a pasar el mal trago de hablar públicamente de su propia vida, de sus modestos recuerdos. Pero puedo asegurar que nunca ha habido deserciones u olvidos. Más bien al contrario.

El día señalado se percibe siempre una soterrada tensión, un rumor temeroso y expectante. Se colocan en círculo, se enfrentan unos a otros. ¿Quién comenzará? Una mano se alza al fin. Las miradas se dirigen a la audaz compañera (las alumnas suelen ser las más decididas) y la envuelven con su silencio. Ella, mientras tanto, ha abierto su mochila y lentamente extrae...

[Para no cansar a los lectores con una explicación muy extensa prefiero interrumpir aquí el relato y continuarlo en una próxima entrada. Disculpen las molestias]

4 comentarios:

Peru dijo...

Hola Juan!
Queremos saber cóómo sigue esto!!!! Y quiero ir a una clase de estas!! Hay alguna esta semana?? :)

Anónimo dijo...

Bien: ¡ya lo has conseguido! Sin asistir a tus clases ya tienes a alguien dispuesto aparticipar en ejercicios de literatura...
Tomo nota.
Muchas gracias por tu magisterio.
Un saludo.

Anónimo dijo...

"la literatura sirve para expresarse mejor, para leer con fluidez, para adquirir cultura, para evitar las faltas de ortografía, para incrementar el vocabulario, para evadirse..."

¿Por qué no?

Juan Mata dijo...

Peru, lamentablemente esta semana no habrá oportunidad de participar en una clase semejante. Cuánto lo siento. Espero que te conformes con el relato de la experiencia.

Anónimo lector, me siento abrumado por tus palabras. Pienso que el magisterio, más que una cualidad, es un sentimiento que alguien otorga a otra persona. Depende más de quien da que de quien posee. Gracias por el regalo.

Croix, ¿tanto esfuerzo, tanta incertidumbre, tanta desgarradura, tanto temor al escribir para que el poema o la novela resultantes sólo sirvan luego para afinar el lenguaje del lector o aprender a redactar sin errores? No comparto esa roma apreciación de la literatura.