Hace unos días, entre tímida y excitada, Elisa, que ha cumplido seis años, quiso demostrarnos que ya sabía leer. O mejor: que había comenzado a reconocer los sonidos y el significado de algunas palabras. Estaba en ese apasionante momento de enfrentarse sola a un texto y descubrir que ese mar de letras tiene sentido y ella es capaz de reconocerlo. Pocas sonrisas tan hermosas como la que produce el desvelamiento de un secreto incitador e insondable. La expresión de gozo que Elisa dispensaba a todos los que la rodeaban evidenciaba la recién conquistada autonomía para transitar en silencio por el alfabeto del mundo. Era también una prueba manifiesta de la trascendencia de la lectura.
Cuando Elisa tenía tres años y medio escribió el cuento que reproduzco más arriba. Es un prodigio de imaginación y felicidad. Las líneas quebradas que rodean su dibujo, y que comparten los niños de esa edad en muy diversas culturas, eran las tempranas palabras de su incipiente fantasía. Eran asimismo los signos de un aprendizaje que estaba en marcha, que continuaría imparable en los siguientes años, que culminaría en la sonrisa que hace unos días nos regalaba. Leer ha comenzado ya a formar parte de sus modos de mirar la vida.
27 de mayo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario