Ahora que va finalizando el curso académico me enfrento una vez más a los comentarios de mis alumnos acerca de la asignatura que he impartido. Sé que la mayoría son sinceros, aunque no faltan los agradecimientos retóricos y las alabanzas interesadas. Los muchos años de docencia me permiten distinguir unos de otros, como también a saber que los desafectos raramente se expresan. Sus discrepancias las manifiestan sin palabras, con actitudes que uno ya ha aprendido a reconocer. Ese ejercicio de humildad que consiste en leer sus impresiones y su estado de ánimo es muy aleccionador. Es el espejo más inmediato en el que puede mirarse un profesor.
De sus apreciaciones me siguen sorprendiendo las que aluden al descubrimiento, o reconciliación incluso, que han hecho de la literatura. Tengo siempre la sensación de que trabajo con una multitud de letraheridos, pero no en el sentido benéfico que se le suele conceder a ese vocablo, sino en uno más literal, menos amable. Me enfrento año tras año a jóvenes realmente lastimados por las letras, decepcionados con los libros, enemigos de la literatura. No escasean los lectores entusiastas y las lectoras voraces, pero la mayor parte de los alumnos a los que me dirijo son víctimas de una sucesión de errores pedagógicos.
Por lo que confiesan, y en eso sí sé que no mienten, sus experiencias literarias se han limitado a la lectura forzada de unos cuantos libros recomendados, a la redacción de comentarios y resúmenes más o menos previsibles, a la respuesta de preguntas sobre autores y libros en los exámenes y, naturalmente, al acopio de nombres, fechas y títulos inmediatamente olvidados. Pocos reconocen tener un aprecio sólido por la lectura, pocos estiman la literatura como algo determinante en sus vidas. Pero lo que me complace y me descorazona a la vez es la alegría que sienten al descubrir que un poema, un álbum ilustrado, un relato, un ensayo... les concierne, que lo que fue escrito antes incluso de que nacieran o en otras latitudes o en otras lenguas les habla a ellos de un modo único. Cuando se dan cuenta de que la literatura reclama sus emociones y sus razonamientos y que leer no es sino un modo de leerse, cuando se desprenden al fin de prejuicios y malentendidos, la lectura adquiere de pronto un carácter revelador.
Saber que contribuyo a ese descubrimiento, a esa reconciliación, me hace feliz, pero me deja perplejo. ¿Cuántos jóvenes abandonarán las aulas sin haber disfrutado nunca de una experiencia conmovedora con los libros? Y peor aún: ¿cuántos de ellos serán luego profesores y seguirán reproduciendo los desaciertos que en su día padecieron?
25 de mayo de 2008
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6 comentarios:
Yo siempre temí encontrarme con un profesor que alejara de mi placer y pasión por la lectura.
Gracias a Dios, nunca mes los encontré y la lectura cotidiana siempre me acompaña
Saludos y felicitaciones por el blog.
Leo Fumopio
Devolución y Préstamo
Ese ha sido siempre mi temor. Aún me sigue pareciendo una derrota personal la imposibilidad de hacer brotar en mis alumnos el amor por los libros. Ya sé que no todo depende de mí, que su albedrío también cuenta, pero no puedo evitar pensar que quizá no estuve lo suficientemente persuasivo o no lo bastante apasionado. En cualquier caso me consuela saber que no los malogré demasiado. Me sigue gustando mucho mi profesión.
Y agradezco especialmente este primer comentario por venir de un lector chileno. Amo su país con todo mi corazón. Por los amigos que allí tengo y por las experiencias que allí he vivido. Aunque nunca he visitado Concepción, me alegra saber que hay allí un lector y un blog amigo al que acudir.
Felicitaciones y gracias.
En mi caso hay un poco de todo. Yo soy de esos pocos jovenes que en diversas aulas encontraron entusiasmo por la lituratura y en muchas otras un sentimiento de tedio aplastante. Quisieron cautivarme con literatura clàsica con tan solo 16 años de edad sin intercalar ninguna obra de mayor actualidad, por lo que no me veia ni por casualidad cogiendo un libro que no fuese "academicamente" necesario.
Pero ni uno, ni otro extremo. Estaba el profesor que sin haber leido antes aquellas páginas nos las "ofrecia" simulando una sonrisa placentera convencido de que era un libro increible por el mero hecho de acabar de ser publicado. Y terminó por ser igual o peor que "Teágenes i Cariclea".
He estado muchos años sin leer nada que no fuesen los apuntes de la carrera que escogí. Pero un día abracé de nuevo los libros y ahora siempre llevo alguno en danza, cuando no dos o tres.
Me alegra saber que existen docentes que se preocupan por saber transmitir la cosas buenas.
No imagina, Clareta, lo que me afectan testimonios como el suyo. Me decepciona pensar que en vez de alentar la lectura, los profesores puedan asfixiar una pasión incipiente. Sé muy bien que no todos los que han sido víctimas de una obtusa pedagogía literaria son capaces de recuperar más tarde el deseo de leer, como le ocurrió a usted. Y eso es lo que me descorazona.
Celebremos en cualquier caso su actual entusiasmo lector.
Mucahs gracias, lo celebro. Ahora me gustaría poder recuperar todo el tiempo "perdido". De hecho, cuando alguien me dice que quiere releer un libro, pongo el grito en el cielo: ¡Impensable! no puedes hacer algo así, hay mucho por leer todavía. Tanto que no hay suficiente tiempo en la vida cómo para leerlo todo!
En esos momentos me miran como si estuviese loca, jejejeje
No pretendía entristecerle, de hecho, me decidí a hacer un comentario en su blog porqué me pareció maravilloso encontrar que un profesor anime a la lectura con "la mente abierta".
No me entristecen sus palabras, Clareta. Simplemente, me desazona un poco pensar en los cientos de jóvenes que no llegan a comprender el sentido de la experiencia literaria por culpa de las prácticas escolares. Contra ese riesgo advierto constantemente a mis alumnos. Espero que con éxito.
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