La semana pasada, en un pasillo del CEIP Pilar Izquierdo, de Híjar (Granada), al que generosamente fui invitado para hablar sobre la participación de las familias en el desarrollo de la lectura y conocer de paso las numerosas y bien tramadas actividades de todo el colegio en torno a los cuentos, descubrí un larga tira de papel que unas profesoras habían dispuesto para que los alumnos escribieran libremente qué significaba para ellos los libros. Sus anotaciones, aun no libres de frases tópicas, expresaban sus incipientes modos de construir ideas sobre la lectura. Me llamaron la atención las alusiones a la felicidad de leer. La vinculación que algunas alumnas establecían entre lectura y emoción me conmovió. Leyendo sus palabras reafirmé mi confianza en el porvenir de los lectores.
27 de abril de 2010
20 de abril de 2010
Hacer memoria
(Ya sé que no estoy obligado, pero siento necesidad de pedir disculpas por una ausencia tan prolongada como indeseada. Me disgustan estos lapsos de silencio, pero uno no siempre dispone libremente de las horas necesarias para atender este blog como pienso que merecen quienes generosamente se acercan a él. Espero que sean comprensivos con las debilidades de su autor.)
Con motivo de la inauguración del I Certamen de Teatro Escolar Hermenegildo Lanz, puesto en marcha por el Ayuntamiento de Peligros, Granada, fui invitado a dar una conferencia en el IES Clara Campoamor de esa localidad. Los organizadores del certamen consideraban que sería interesante explicarles a los alumnos quién fue Hermenegildo Lanz y por qué era un nombre adecuado para encabezar un certamen de teatro. Mi intervención estuvo dirigida a los alumnos de 3º de ESO y trató de hacerles comprender el significado de la elección de un nombre, el carácter simbólico y celebratorio que posee.
En la biblioteca del instituto, frente a los rostros todavía pubescentes de los alumnos de 3º de ESO, fui enumerando algunas vicisitudes de la biografía del profesor y artista Hermenegildo Lanz, que iluminaban a su vez la historia de España de la primera mitad del siglo XX. Brevemente diré que Lanz fue uno de tantos jóvenes que se esforzaron en transformar el país en las primeras décadas del pasado siglo, que vieron en la proclamación de la República la oportunidad para cumplir viejos sueños de democracia, justicia social y progreso educativo y cultural, que padecieron posteriormente el zarpazo brutal de la guerra y la dictadura (unos murieron en los campos de batalla, otros se exiliaron, otros, como en el caso de Lanz, sufrieron las humillaciones, privaciones y arbitrariedades dispensadas a los perdedores que permanecieron en el país). Como comprenderán, no es fácil hablar con adolescentes sobre el pasado, y menos aún de ese oscuro pasado, pero pienso que la experiencia fue muy fecunda. Los alumnos se mostraron interesados y atentos a lo que también les pertenece y con tanta frecuencia se les hurta. Tuvieron además la fortuna (fue una feliz sorpresa para mí) de que asistieran al acto el hijo, el nieto y el bisnieto de Hermenegildo Lanz. Pueden imaginar lo que significa para unas decenas de adolescentes que una persona octogenaria les hable en vivo de las penalidades de su familia y que el nieto de Hermenegildo Lanz les comente cómo la compañía de títeres que actualmente dirige es en cierto modo una encarnación de los sueños teatrales de su abuelo.
Hablando a los alumnos ratifiqué la vieja idea de que tenemos un deber de memoria con respecto a los jóvenes y que no ejercerlo incumple una de las elementales obligaciones éticas de los adultos: transmitir a las nuevas generaciones el conocimiento histórico de los horrores. Y estamos obligados a hacerlo por respeto a las víctimas y por respeto asimismo a los que empiezan a vivir.
Pienso que esa misma voluntad rememoradora anima la escritura de Si el corazón pensara. Amparado en la ficción, Antonio Rodríguez Almodóvar ha culminado una tarea que ejemplifica ese deber de memoria del que hablaba antes. En su caso es el deber del testigo, de quien padeció en su infancia y adolescencia las miserias morales y sociales del régimen franquista y necesita narrarlas para exorcizarlas. Y lo hace sabiendo que la literatura y el arte custodian bien la memoria, que la ficción y las narraciones pueden ser las más accesibles, las más emocionantes, las más duraderas portadoras de la minúscula historia (o de las minúsculas historias), pues en ellas se recoge, como afirmaba Claudio Magris, "lo que se queda en los márgenes del devenir histórico, dando voz y memoria a lo que ha sido rechazado, reprimido, destruido y borrado por la marcha del progreso". En efecto, Curro, Rosa y Amparo, que como tanta otras personas de aquellos años no fueron ni heroicos militantes contra la dictadura ni verdugos encarnizados, aparecen también como víctimas de un régimen militar que hizo del país una ciénaga de corrupción, penuria, vulgaridad, fanatismo, santurronería, brutalidad, hipocresía, inmoralidad. Y para ello se sirve el autor del lenguaje de la burla, la sátira, el sarcasmo, pues acaso sea ése el mejor recurso para retratar una época cuya sola descripción bastaría para entender qué es el esperpento. Una farsa que no oculta sin embargo la verdad histórica, cuya espantosas cifras jalonan el relato como señales de un territorio que tantos se empeñan en ignorar.
Recordar ante los adolescentes vidas silenciadas o inventar narraciones para preservar la memoria de la ignominia acaso sean dos formas paralelas de compromiso ético.
Comencé la semana pasada con una conferencia en un instituto de enseñanza secundaria y la terminé con la presentación de un libro en el marco de la XXIX Feria del Libro de Granada. Entre ambos actos aún hubo tiempo para participar en otras actividades, aquí y aquí. Las comentaré en otro momento, pues de lo que hoy quiero hablar es de un asunto que concierne al primero y al último.
Con motivo de la inauguración del I Certamen de Teatro Escolar Hermenegildo Lanz, puesto en marcha por el Ayuntamiento de Peligros, Granada, fui invitado a dar una conferencia en el IES Clara Campoamor de esa localidad. Los organizadores del certamen consideraban que sería interesante explicarles a los alumnos quién fue Hermenegildo Lanz y por qué era un nombre adecuado para encabezar un certamen de teatro. Mi intervención estuvo dirigida a los alumnos de 3º de ESO y trató de hacerles comprender el significado de la elección de un nombre, el carácter simbólico y celebratorio que posee.
El sábado tuve la satisfacción de presentar una excelente novela, Si el corazón pensara, escrita por Antonio Rodríguez Almodóvar. La narración, que se desarrolla en un imaginario pueblo sevillano, Villanueva de las Águilas, en los años posteriores a la Guerra Civil española, se centra en las relaciones de Curro, Rosa y Amparo, tres personajes dignos de recuerdo, tan bien imaginados que se convierten de inmediato en signos de un tiempo histórico.
Pero, ¿qué vínculo existe entre la conferencia en el instituto con la presentación de la novela de Antonio Rodríguez Almodóvar, aparte de que yo mismo participara en ambos actos? Pues sencillamente que los dos tenían que ver con la memoria histórica.En la biblioteca del instituto, frente a los rostros todavía pubescentes de los alumnos de 3º de ESO, fui enumerando algunas vicisitudes de la biografía del profesor y artista Hermenegildo Lanz, que iluminaban a su vez la historia de España de la primera mitad del siglo XX. Brevemente diré que Lanz fue uno de tantos jóvenes que se esforzaron en transformar el país en las primeras décadas del pasado siglo, que vieron en la proclamación de la República la oportunidad para cumplir viejos sueños de democracia, justicia social y progreso educativo y cultural, que padecieron posteriormente el zarpazo brutal de la guerra y la dictadura (unos murieron en los campos de batalla, otros se exiliaron, otros, como en el caso de Lanz, sufrieron las humillaciones, privaciones y arbitrariedades dispensadas a los perdedores que permanecieron en el país). Como comprenderán, no es fácil hablar con adolescentes sobre el pasado, y menos aún de ese oscuro pasado, pero pienso que la experiencia fue muy fecunda. Los alumnos se mostraron interesados y atentos a lo que también les pertenece y con tanta frecuencia se les hurta. Tuvieron además la fortuna (fue una feliz sorpresa para mí) de que asistieran al acto el hijo, el nieto y el bisnieto de Hermenegildo Lanz. Pueden imaginar lo que significa para unas decenas de adolescentes que una persona octogenaria les hable en vivo de las penalidades de su familia y que el nieto de Hermenegildo Lanz les comente cómo la compañía de títeres que actualmente dirige es en cierto modo una encarnación de los sueños teatrales de su abuelo.
Hablando a los alumnos ratifiqué la vieja idea de que tenemos un deber de memoria con respecto a los jóvenes y que no ejercerlo incumple una de las elementales obligaciones éticas de los adultos: transmitir a las nuevas generaciones el conocimiento histórico de los horrores. Y estamos obligados a hacerlo por respeto a las víctimas y por respeto asimismo a los que empiezan a vivir.
Pienso que esa misma voluntad rememoradora anima la escritura de Si el corazón pensara. Amparado en la ficción, Antonio Rodríguez Almodóvar ha culminado una tarea que ejemplifica ese deber de memoria del que hablaba antes. En su caso es el deber del testigo, de quien padeció en su infancia y adolescencia las miserias morales y sociales del régimen franquista y necesita narrarlas para exorcizarlas. Y lo hace sabiendo que la literatura y el arte custodian bien la memoria, que la ficción y las narraciones pueden ser las más accesibles, las más emocionantes, las más duraderas portadoras de la minúscula historia (o de las minúsculas historias), pues en ellas se recoge, como afirmaba Claudio Magris, "lo que se queda en los márgenes del devenir histórico, dando voz y memoria a lo que ha sido rechazado, reprimido, destruido y borrado por la marcha del progreso". En efecto, Curro, Rosa y Amparo, que como tanta otras personas de aquellos años no fueron ni heroicos militantes contra la dictadura ni verdugos encarnizados, aparecen también como víctimas de un régimen militar que hizo del país una ciénaga de corrupción, penuria, vulgaridad, fanatismo, santurronería, brutalidad, hipocresía, inmoralidad. Y para ello se sirve el autor del lenguaje de la burla, la sátira, el sarcasmo, pues acaso sea ése el mejor recurso para retratar una época cuya sola descripción bastaría para entender qué es el esperpento. Una farsa que no oculta sin embargo la verdad histórica, cuya espantosas cifras jalonan el relato como señales de un territorio que tantos se empeñan en ignorar.
Recordar ante los adolescentes vidas silenciadas o inventar narraciones para preservar la memoria de la ignominia acaso sean dos formas paralelas de compromiso ético.
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2 de abril de 2010
Libros y niños
El día 2 de abril, fecha de nacimiento de Hans Christian Andersen, fue declarado por el IBBY (International Board on Books for Young People) como Día Internacional del Libro Infantil con la finalidad de promover la lectura y el conocimiento y estima de una literatura todavía muy desconocida a pesar de su excepcional calidad artística.
Este año, la sección española del IBBY ha sido la encargada de patrocinar este día. El escritor Eliacer Cansino ha redactado el mensaje dirigido a los niños del mundo y el cartel conmemorativo es obra de Noemí Villamuza.
Este año, la sección española del IBBY ha sido la encargada de patrocinar este día. El escritor Eliacer Cansino ha redactado el mensaje dirigido a los niños del mundo y el cartel conmemorativo es obra de Noemí Villamuza.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
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