
Si alguien me pidiera que le aconsejara algún texto literario para conocer la vida cotidiana durante la Guerra Civil española y, sobre todo, en la plomiza y desoladora posguerra, no tendría dudas. Le recomendaría la lectura de los tres libros de relatos en los que Juan Eduardo Zúñiga aborda ese tiempo de padecimiento y desesperanza: Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso y Capital de la gloria.
He escrito 'conocer' con toda intención. Cuando en otras ocasiones he defendido que la literatura procura conocimiento he tenido en mente a autores como Juan Eduardo Zúñiga. Me refiero al conocimiento que se desprende no tanto de la veracidad documental, que es el territorio de los historiadores, cuanto de la verosimilitud ética, cuyo dominio es patrimonio de los grandes, lúcidos narradores. Para que un relato sea histórico no es necesario ubicarlo en siglos remotos ni aderezarlo con sucesos acreditados, basta con armar la ficción con fragmentos de vida, propia o ajena, examinar los sentimientos y los sueños compartidos de un tiempo y fijarlos en gestos y palabras, condensar en unas pocas y significativas imágenes la dispersión natural de la existencia. Entonces, el lector es capaz, por sí mismo, de comprender, de ser testigo, gracias a una ficción, de un acontecimiento verdadero. En ese sentido, toda narración es histórica, todo presente es leído tarde o temprano como pasado.
Esa labor de rescate y reconstrucción es la que emprende Juan Eduardo Zúñiga cuando escribe sobre los vencidos de la Guerra Civil española, sobre quienes debieron aprender a sofocar sus sueños y a sobrevivir soportando todo tipo de penalidades, temores y frustraciones. Pero aunque la guerra está presente en sus relatos como una sombra opresora, en ellos no hay épica ni héroes ni himnos. Los personajes que los atraviesan únicamente muestran la fisonomía de la derrota. Nos hacen ver el reverso del campo de batalla, el día después del último combate. Son las devastaciones cívicas y sentimentales el espejo que mejor reflejan las secuelas de cualquier guerra, secuelas que, en el caso de la que el fascismo provocó en mi país, aún perduran (fosas comunes en las que todavía están enterrados miles de fusilados, monumentos en recuerdo de los promotores de aquella masacre, desprecio público de la memoria de los vencidos, comportamientos autoritarios y despreciativos hacia los ciudadanos). El retrato de la inmediata posguerra, de las penurias materiales y de los comportamientos morales, es el don más valioso de los libros de Juan Eduardo Zúñiga, en los que sobresale, además de un lenguaje conciso y cautivador, el carácter comprensivo, afectuoso y fraternal de su mirada. Y es así como los personajes ficticios de un tiempo que no conocí se van afincando en mi memoria, me van instruyendo sobre las historias minúsculas que los relatos de la Historia ignoran, van conformando mi conocimiento y mi conciencia.