13 de mayo de 2009

Para Marta... (conclusión)

Relataba ayer que Agustín Penón llegó a Granada en 1955 con la intención de pasar sólo unos días, con un espíritu más curioso que inquisidor, pero la vida de la ciudad lo enredó de tal manera que no quiso abandonarla hasta concluir sus trabajos sobre la muerte de Federico García Lorca. Y en ella residió más de un año y medio. El quebranto económico, la ruina sería más exacto decir, que le ocasionó aquella aventurada permanencia fue no obstante inferior a la perturbación emocional que sufrió. Sorprende pensar cómo el curso de una vida depende tantas veces de una decisión banal e impremeditada. Nada fue igual para él desde entonces. Quienes lo conocieron afirman que aquellos meses trastocaron su vida para siempre.

Nunca fue capaz, sin embargo, de ordenar y publicar el resultado de su minuciosa y arriesgada investigación. Y no por temor a la escritura (es sabido que su fortuna la debía en parte a un serial radiofónico que elaboró junto a su íntimo amigo William Layton) sino por alguna razón que tiene que ver más con la psicología que con la literatura. En el documental televisivo al que hice referencia en la entrada anterior, Marta Osorio habla del temor paralizante de Penón a no estar a la altura de lo que García Lorca se merecía. Es probable. Lo cierto es que durante años sus apuntes permanecieron arrumbados en una maleta, sin que al parecer hiciera tentativa de darles forma. Su obstinación y sus hallazgos no habrían de resultar, sin embargo, estériles. La fuerza de la amistad lo habrían de impedir, aunque medio siglo más tarde. El libro Miedo, olvido y fantasía es el homenaje que Marta Osorio rinde al amigo que conoció fortuitamente cincuenta años atrás. Un homenaje de amor.

Porque ocurrió que durante su estancia en Granada Agustín Penón fue testigo de un suceso que ahora nos hace sonreír, pero que entonces podía dañar y marcar el rumbo de una vida, como así ocurrió. Pocos episodios como aquél podrían condensar la sombría realidad de una época y una ciudad. En junio de aquel año, el Teatro de Cámara Universitario estaba ensayando La Celestina, de Fernando de Rojas, para ponerla en escena durante las fiestas del Corpus. Inesperadamente, el alcalde de Granada, en connivencia con el gobernador civil, el arzobispo y el rector de la universidad, prohibió la representación a causa, según se hizo público, de "los graves reparos de orden moral" que se habían formulado contra la obra (sí, así eran las cosas durante la dictadura de Franco). La policía político-social no podía faltar en aquel esperpento, y no faltó, pues estuvo acosando a los jóvenes actores en sus reuniones, como tampoco faltaron los representantes de la iglesia católica, uno de cuyos sacerdotes fue el instigador de la prohibición y también el autor de las maledicencias contra la muchacha que iba a encarnar el papel protagonista de la obra, y cuya amargura sólo ella podría relatar. Aquella malograda Celestina, aquella joven víctima de la intolerancia y la estupidez reinantes, se marchó unos años después a Madrid en busca del éxito como actriz y también en busca de un aire un poco más respirable que el de Granada. Ya habrán adivinado que se trataba de Marta Osorio. En Madrid asentó su amistad con William Layton, el amigo norteamericano de Agustín Penón, afincado entonces en España como director teatral y que tan decisivamente habría de contribuir a la renovación de la escena española, y con el propio Agustín Penón, durante sus posteriores visitas a España. La vida de los tres, Agustín, Marta y William, quedó así trabada para siempre. A la muerte de Penón, William Layton heredó la maleta con los 'papeles' de su amigo, y tras la muerte de Layton la maleta llegó a manos de Marta Osorio, quien ha sido la encargada de concluir, con admirable generosidad e inteligencia, el sueño de su lejano amigo.

No sabría decir exactamente cómo conviene leer el libro, si como un relato o como un ensayo. Quizá de ambos modos, pues su mayor virtud es su dualidad. Es cierto que Agustín Penón no concibió el libro como una narración, pero nosotros sí podemos leerlo así. Lo que seduce particularmente del libro es la posibilidad de conocer no sólo el resultado de una investigación sino el proceso mismo. Gracias al peculiar sentido literario de Penón vamos conociendo sus pesquisas, pero al mismo tiempo la manera de hacerlas. Penetramos con él en las tabernas de Granada, con él acudimos a los hospitales e iglesias de la ciudad, de su mano conocemos a jerarcas franquistas dicharacheros y a intelectuales amargados y recluidos, su curiosidad nos conduce por salones y cocinas donde se habla de García Lorca con voz baja y amedrentada. Además de una paciente y detectivesca indagación, el libro es un retrato diáfano de una ciudad amilanada, recelosa y amnésica. Al hilo de sus investigaciones, Agustín Penón va mostrando una galería de personas de la ciudad que en este libro, y al cabo de los años, adquieren de repente la condición de personajes. Como en las mejores narraciones, el lector puede percibir los latidos íntimos de una época. La sagaz mirada de Penón nos permite conocer las jactancias de unos y las desconfianzas de otros, los recuerdos y las omisiones, las mentiras más mostrencas y las lealtades más incorruptibles. Y ahí reside uno de los grandes valores del libro, en lo que tiene de testimonio además de averiguación. Veo en este libro la simiente de una gran novela sobre Granada.

Y que sea en esta ciudad donde finalmente se publique el texto completo de las investigaciones le añade un gran significado. Demuestra que se va resquebrajando el espeso dique de silencio que durante años ha impedido hablar con franqueza de la muerte de García Lorca y de los otros miles de crímenes, lo cual más que un motivo de enconamiento es una razón para el entendimiento civil. La memoria indulgente es el patrimonio más valioso de los granadinos libres y comprometidos. Por eso debe agradecerse a la Editorial Comares la voluntad de publicar un libro que es también una recompensa a la lealtad de Marta Osorio hacia sus amigos. Sé que durante el prolongado y fatigoso trabajo de reconstrucción de los manuscritos de Agustín Penón, la autora atravesó trances de extrema desesperación y más de una vez sintió la tentación de la renuncia. Pero superó esos momentos de desaliento recordando a quienes le habían confiado la tarea de restituir la memoria, de formalizar un regreso necesario y definitivo. Su más alta satisfacción debe ser la de haber contribuido a restablecer el orden justo de las cosas.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

He leído con atención extrema tu relato, emocionante todo lo que cuentas de esta historia. Ya va siendo hora de que este episodio triste y dramático vaya saliendo a la luz.
El libro por lo que veo no tiene desperdicio y será uno de los que me regale ya mismo.
Un saludo
Teresa

lammermoor dijo...

Precisamente el domingo en Pagina 2 (programa sobre libros de TVE)estuve viendo una entrevista con Ian Gibson.
Hace un tiempo leí una biografía de Dalí (no recuerdo el autor) y, como no, allí figuraban también Lorca y Buñuel y la relación entre todos ellos.
Tengo la sensación de que Federico García Lorca fue una persona que despertó muchas envidias e inquinas -el propio Buñuel es un claro ejemplo (que seas un magnífico escritor o cineasta no implica que seas una buena o bella persona)
Como siempre, un placer leerte y también como siempre otro OLP (término acuñado en un blog para referirse a esos libros que van engrosando nuestra lista de lecturas pendientes)

estrella polar dijo...

Acabo de ver el documental. Efectivamente es emocionante. Sobre todo el final y la declaración de amor a dos amigos que hace Marta Osorio. Me sigue asustando descubrir una y otra vez ese mundo rastrero y cruel que salta en toda guerra. Esa gente que está dispuesta a eliminar al otro por ser diferente, quizá tambien por envidia, por ignorancia, por machismo,... No sé... Buscaré el libro, como no podia ser de otro modo. También aparece el otro lado del espejo: la fidelidad a uno mismo, a los amigos, a la búsqueda de la verdad contra viento y marea...Luces y sombras en la noche estrellada

Juan Mata dijo...

Disculpad, estimadas amigas Teresa, Lammermoor y Estrella, que converse con las tres a la vez. Pienso que sois tres voces distintas de un mismo coro, de una misma melodía.

Una de los temas que más me gustan de la literatura, bien sea en libros o en películas, es la restitución de la justicia, la sanción de la impunidad. Creo que es algo que arrastramos de la infancia. Los niños no soportan las historias en los que los personajes 'malos' se salen con la suya. Los desalienta. A mí me ocurre igual.

Pero aún me gusta más cuando eso ocurre en la realidad. El restablecimiento del orden justo de las cosas me hace especialmente feliz. Por ejemplo, el reconocimiento de los pioneros, de los anónimos, de los silenciados, de los meritorios, de los abnegados, de los leales, de los humillados... En fin, de todos cuantos no incendian o arrasan el mundo, de todos cuanto contribuyen a hacerlo más habitable y más esperanzador.

Por eso me cautivan tanto historias como las de Marta Osorio, Agustín Penón y William Layton. Ésta es real, pero linda con la mejor literatura. Porque en el fondo confirma lo que tantas veces he dicho: la realidad es la fuente inagotable de la que brotan las más bellas historias.

Naturalmente, García Lorca, como tantas otras personas que ostentan algún rasgo de diferencia no admitido por las gentes indiferenciadas e indiferentes, se ganó la animadversión de muchas personas. Todavía en nuestro país, y más aún en decenas de países del mundo, la delicadeza, la femineidad, la afabilidad, la finura, la debilidad... son cualidades insoportables si las manifiesta un hombre. Puede uno imaginar lo que sería hace un siglo. Ese carácter de García Lorca tuvo mucho que ver en su muerte, más las crueldades de un ejército viril y faccioso, más las envidias biliosas de sus paisanos y sus próximos, más las perversidades que desatan las guerras. No fue un caso aislado.

Lo cierto es que setenta años después de finalizada la Guerra Civil española aún hay miles de cadáveres enterrados en los bordes de las cunetas y en fosas comunes. ¿Puede soportar eso un país sin que se conmueva la conciencia de sus ciudadanos? Pienso que no. Por eso me gustan libros como los de Agustín Penón y gestos como los de Marta Osorio.

Recibid un agradecimiento por triplicado.

Anónimo dijo...

No puedo estar más de acuerdo.
Graciaspor escribir tan bonito y con tanta verdad
Teresa

Juan Mata dijo...

Gracias, Teresa, por tu amabilidad.

Ángel Gustavo Feijóo dijo...

Estimado Juan:

Mi nombre es Ángel Feijóo y comparto contigo la inestimable amistad de nuestra maravillosa Marta Osorio.

Un buen día, paseando entre las estanterías de la biblioteca pública, buscando bibliografía sobre Federico, me topé con un voluminoso libro de título desconcertante: "Miedo, olvido y fantasía". Allí mismo, acunado por el silencio de la biblioteca, comencé a leer el primer capítulo, percibiendo como ese libro singular se iba apoderando de mi para siempre. Así fue, así ha sido hasta hoy, y se que me acompañará toda mi vida.

La historia de Agustín Penón ejerce sobre mi una atracción tal que a veces se me antoja que en ella hay algo o hay mucho de magia.
Como a veces le he dicho a Marta, cuando leo y releo el libro, creo poder ver a Agustín paseando por las calles de Granada, y creo también poder ver la Granada que él tan gráfica y magnificamente describe. Incluso a veces creo poder sentir lo que él siente.

Este libro tan extraordinario no sólo me ha regalado a Agustín Penón, también me ha regalado la amistad de nuestra querida y abnegada Marta, que ha dejado en este libro parte de su salud y muchos años de su vida. Pero se que ella es feliz por haberlo hecho. Se que para ella ha merecido la pena.

Tuve el atrevimiento de escribirle hace ya varios años para manifestarle mi admiración y reconocimiento por habernos dado a conocer esta historia tan especial, y desde entonces me siento un privilegiado por difrutar de su amistad.

De no ser por Marta, nunca se hubiera hecho justicia a Agustín Penón, y nunca se hubiera conocido en su totalidad el trabajo de este hombre que es la sensibilidad a flor de piel. Creo que todos los que amamos a Lorca le debemos mucho a Agustín, y sin duda alguna a Marta.

Gracias por tu blog Juan. Debo decirte que no lo conocía. Como otras tantas cosas, también esto se lo debo a ella, a Marta, que aunque no nos puede leer, sabe que estamos aquí.

Un saludo.

Ángel.

Juan Mata dijo...

Gracias, estimado Ángel, por comparecer aquí en reconocimiento de Marta Osorio y también de Agustín Penón. Una de las cosas más gratificantes de una plataforma como un blog es la posibilidad de rendir homenaje público a personas que lo merecen. Me parece injusto que tantas y admirables labores permanezcan obscuras o ignoradas por falta de portavoz. El caso de Marta Osorio es paradigmático. ¡Cuánta pasión, cuánto empeño, cuánta vida hay detrás de ese libro sobre Agustín penón! Me parecía que merecía luz y palabra. Me he limitado a dárselas. En cualquier caso, qué alegría para ella que los lectores le hagamos este reconocimiento. Gracias de nuevo por tan emotivas palabras.