23 de septiembre de 2010

Entre Tolstói

He sabido de algunas muy buenas lectoras que este verano han dedicado horas y horas a leer novelas de Lev Tolstói. Han estado durante semanas enredadas en las atmósferas, las tramas y los personajes del escritor ruso, vagando como confiados viajeros en una metrópolis inabarcable y seductora. Todas, al término de sus lecturas, expresaban muy parecidos elogios hacia sus obras y mostraban el sentimiento común de una honda tristeza al abandonar esos espacios de ficción, como si hubieran sufrido una inmerecida expulsión del paraíso. ¿Qué empujaba a esas lectoras a perderse en los cientos y cientos de páginas de Ana Karenina o Guerra y paz? La conmemoración este año del centenario de la muerte de Tolstói ha podido influir en su elección, pero la fascinación sentida no creo que haya tenido mucho que ver con los reclamos de la actualidad. Esa atracción procede de las propias obras, de su viejo poder cautivador, de algo que va más allá de las urgencias del presente y sigue conquistando la atención y la emoción de los lectores de todo el mundo.

Quizá la explicación pudiera dárnosla Juan Eduardo Zúñiga, leyendo su libro
Desde los bosques nevados. Memoria de escritores rusos, que es un apasionado memorial de lector además de un homenaje a la literatura rusa. La lectura de los breves y conmovedores ensayos que componen el libro permite observar las cualidades de lector de un excepcional narrador. Sus confidencias nos atrapan con la misma fuerza que sus relatos. Y aunque habla de él, en realidad habla de todos nosotros. Las palabras que siguen inician el capítulo titulado Mujeres leídas, soñadas.

"Todos los lectores acariciaron el perfumado cuerpo de Anna Karénina. Todos besaron, seducidos, las manos de Tatiana o mantuvieron la mirada altiva de Grúshenka, la amante de los hermanos Karamázov. Así, muchos lectores de novelas rusas se enamoraron de mujeres soñadas. Al abrir el libro ellas les esperaban para acompañarles quizá durante meses, como radiante ideal femenino, esbozado en una novela o en un cuento y completado con la fantasía de todos los lectores de Gorki, Tolstói, Goncharov o Turguénev. En estos libros la mujer era emblema primordial y su persona subyugante llevaba al lector a reconocerse amante suyo. Durante años de incierta adolescencia y juventud, estas heroínas convivieron con ellos, fueron visitantes invisibles de sus casas, su presencia evocadora las convertía en remanso de ensueños. A ellas deben haber olvidado las penurias, los desamores, la mezquindad; imaginaban su apasionamiento, su belleza, su consagración a causas generosas y así aprendieron a amar y así compensaban no alcanzar nunca figuras tangibles sino simples quimeras.

Leían: en el capítulo V, un hondo desaliento aflige a una mujer -está sola, junto a una ventana, mira a la calle cubierta de nieve, las pobres casas de madera y, lejos, una iglesia de cúpulas doradas: está acaso en Riazán, en Vologda, en Penza-, aunque sus ojos estén secos su garganta se contrae; desea hundirse en la muerte, hundirse aniquilada en un abismo negro y terminar de soportar un sufrimiento diario, inacabable, humillante, pero impuesto por costumbres centenarias. Si pertenecía a la clase elevada, sólo la esperaba la ignorancia, estar encerrada hasta su matrimonio y luego dar hijos, hijos, la decrepitud ineludible. Si era de clase humilde, trabajar sin descanso y ser apaleada por el brutal marido, ajena al uso de los sentimientos.

En el lector de novelas rusas crecía un deseo de proteger a aquella mujer cuyo aislamiento indefenso le parecía reconocerlo como propio, pero la barrera entre su impulso y la irrealidad literaria frustraba siempre su propósito.

La ventisca en un camino solitario golpea el rostro de otra mujer: capítulo VIII; el bosque la rodea..."

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es curioso, pero la palabra 'perfume' en A. Karénina aparece normalmente referida a los cosméticos masculinos. El príncipe E.A. se perfuma las patilla, por ejemplo. Quizá lo interesante de las heroínas de las novelas del XIX es que sus cuerpos brillas por su ausencia. Hay que imaginárselos. Y el sexo. Cuando Anna se entrega a Vronsky, en la edición que tengo en casa, o Tolstói o el editor, han sustituido los jugosos pormenores del encuentro por puntos suspensivos. Cada uno de estos cuerpos primorosamente ocultados, sabían de forma diferente. Hoy, en época de sexualidad industrial, todos los cuerpos saben aproximadamente igual. Y no es que sepan mal, es que saben a poco o saben poco.

Farándula dijo...

Me permito elucubrar otra posibilidad sobre ese interés repentino en la literatura rusa. La obra La elegancia del erizo de Muriel Barbery, bestseller llevado al cine simplemente como "El erizo", cuya protagonista es una peculiar portera, lectora en la clandestinidad y apasionada de Ana Karenina, libro que cobra gran importancia por ser el punto de partida para la interacción con otro personaje.

En mi caso sólo he visto la película -que de por sí incita a la lectura del autor ruso- pero me consta por muchos otros lectores que se animaron a probar con Tolstói -que suele generar bastante aprensión por lo extenso, y denso, de sus libros*- a raíz de esta obra.

*Me confieso entre las aprensivas de la literatura rusa, influida probablemente por el cliché Tolstói = Tostón. Hasta tal punto es esto un lugar común que, en una serie americana de ciencia-ficción, su protagonista, debiendo elegir unos pocos objetos personales que llevar a una misión sin retorno a otra galaxia, optó por Guerra y paz. Su compañero, extrañado por semejante decisión -el coronel no era famoso por su bagaje cultural precisamente- le preguntó las razones. Él respondió algo así como "Bueno, simplemente pensé: qué mejor lugar que aquí, perdido en la otra punta de la galaxia, para empezar a leer... y, ya que sólo me podía llevar un libro, al menos que fuera largo"

discreto lector dijo...

Anónimo lector o lectora, no me cabe la menor duda de que es usted un muy atento lector/lectora de Tolstói. Y que de la lectura de alguna de sus obras hace deducciones muy atinadas sobre el mundo contemporáneo. La verdad es que no sabría decir si el sexo de nuestros días es más o menos 'sabroso' que el de antaño. Lo que sí parece evidente es que las pasiones de las grandes novelas rusas decimonónicas (y no sólo rusas) nos siguen conmoviendo a pesar de las distancias culturales y sociales. Las leemos no como arqueología sino como cotidianidad. Tal vez dieron forma a algunas de los asuntos que conformaron la mentalidad moderna.

Farándula, es probable que la lectura de 'La elegancia del erizo' haya podido influir en el redescubrimiento de Tolstói, lo que vendría a confirmar la potestad especular de la literatura. Me resulta grato pensar que un personaje de ficción promueva el acercamiento a otros personajes fictios. Es admirable. En cualquier caso, pienso que la pasión de Renée, la portera protagonista de la novela, por Ana Karenina es el contrapunto a su apagada vida.

Por lo demás, la ironía de ese personaje de la serie de ciencia-ficción me parece magnífica. Lo que no evita pensar que el hecho de escoger esa novela de entre los muchos 'tochos' de la historia de la literatura universal sea una forma indirecta de homenaje a Tolstói.