30 de septiembre de 2010

Otoño con libros

Tal día como hoy, 3o de septiembre, pero del año 1970, el poeta español Blas de Otero fechó el poema que reproduzco a continuación. He querido rememorarlo en estos días de tribulación y hastío. Es un homenaje literario y a la vez un recordatorio de aquellas personas íntegras que, aún en las peores adversidades, no se rinden y encuentran consuelo en los libros para continuar bregando, para seguir abonando la esperanza.


NO ME MOVERÁN

Cuando se alcanza la edad de los libros un poco amarillentos y
[manoseados,
y el cuerpo comienza a tropezar consigo mismo si intenta
[adelantar un paso más de lo establecido,
y hablamos con cierta gravedad y un poco de escepticismo y
[resignación,
entonces que no nos vengan con la declaración de los derechos
[del hombre,
los deberes de la mujer y la rebeldía de los jóvenes,
sabemos de sobra,
conocemos a fondo la marcha de los acontecimientos
en Vietnam, en Rodesia, en Portugal y en Puerto Rico,
nos limitamos a amar a una mujer y con un poco de
[distanciamiento a los hombres en general,
fui niño pisoteado por una cruz de palo,
muchacho alegre entre las calles de Madrid,
joven meditativo, y ahora alcanzo la madurez como quien un libro
[alcanza del penúltimo estante de la biblioteca,
verbi gratia, Fortunata y Jacinta que vuelvo a leer esta tarde del
[otoño
en que el mundo sigue enredado en sus propios hilos
manejados un poco abusivamente por dos poderosos trujamanes,
sabemos de sobra
que abunda la injusticia y sobran el hambre y la falta de libertad,
hicimos cuanto pudimos para evitarlo,
continuaremos leyendo a Galdós y manteniendo nuestra integridad
[de mera persona humana,
no me moverán
los sueños ni las imposturas,
prolongaré hasta el final el timbre de mi voz directamente dirigida
[a los hombres
y algún pedazo de pared que otro.

Blas de Otero, Hojas de Madrid

23 de septiembre de 2010

Entre Tolstói

He sabido de algunas muy buenas lectoras que este verano han dedicado horas y horas a leer novelas de Lev Tolstói. Han estado durante semanas enredadas en las atmósferas, las tramas y los personajes del escritor ruso, vagando como confiados viajeros en una metrópolis inabarcable y seductora. Todas, al término de sus lecturas, expresaban muy parecidos elogios hacia sus obras y mostraban el sentimiento común de una honda tristeza al abandonar esos espacios de ficción, como si hubieran sufrido una inmerecida expulsión del paraíso. ¿Qué empujaba a esas lectoras a perderse en los cientos y cientos de páginas de Ana Karenina o Guerra y paz? La conmemoración este año del centenario de la muerte de Tolstói ha podido influir en su elección, pero la fascinación sentida no creo que haya tenido mucho que ver con los reclamos de la actualidad. Esa atracción procede de las propias obras, de su viejo poder cautivador, de algo que va más allá de las urgencias del presente y sigue conquistando la atención y la emoción de los lectores de todo el mundo.

Quizá la explicación pudiera dárnosla Juan Eduardo Zúñiga, leyendo su libro
Desde los bosques nevados. Memoria de escritores rusos, que es un apasionado memorial de lector además de un homenaje a la literatura rusa. La lectura de los breves y conmovedores ensayos que componen el libro permite observar las cualidades de lector de un excepcional narrador. Sus confidencias nos atrapan con la misma fuerza que sus relatos. Y aunque habla de él, en realidad habla de todos nosotros. Las palabras que siguen inician el capítulo titulado Mujeres leídas, soñadas.

"Todos los lectores acariciaron el perfumado cuerpo de Anna Karénina. Todos besaron, seducidos, las manos de Tatiana o mantuvieron la mirada altiva de Grúshenka, la amante de los hermanos Karamázov. Así, muchos lectores de novelas rusas se enamoraron de mujeres soñadas. Al abrir el libro ellas les esperaban para acompañarles quizá durante meses, como radiante ideal femenino, esbozado en una novela o en un cuento y completado con la fantasía de todos los lectores de Gorki, Tolstói, Goncharov o Turguénev. En estos libros la mujer era emblema primordial y su persona subyugante llevaba al lector a reconocerse amante suyo. Durante años de incierta adolescencia y juventud, estas heroínas convivieron con ellos, fueron visitantes invisibles de sus casas, su presencia evocadora las convertía en remanso de ensueños. A ellas deben haber olvidado las penurias, los desamores, la mezquindad; imaginaban su apasionamiento, su belleza, su consagración a causas generosas y así aprendieron a amar y así compensaban no alcanzar nunca figuras tangibles sino simples quimeras.

Leían: en el capítulo V, un hondo desaliento aflige a una mujer -está sola, junto a una ventana, mira a la calle cubierta de nieve, las pobres casas de madera y, lejos, una iglesia de cúpulas doradas: está acaso en Riazán, en Vologda, en Penza-, aunque sus ojos estén secos su garganta se contrae; desea hundirse en la muerte, hundirse aniquilada en un abismo negro y terminar de soportar un sufrimiento diario, inacabable, humillante, pero impuesto por costumbres centenarias. Si pertenecía a la clase elevada, sólo la esperaba la ignorancia, estar encerrada hasta su matrimonio y luego dar hijos, hijos, la decrepitud ineludible. Si era de clase humilde, trabajar sin descanso y ser apaleada por el brutal marido, ajena al uso de los sentimientos.

En el lector de novelas rusas crecía un deseo de proteger a aquella mujer cuyo aislamiento indefenso le parecía reconocerlo como propio, pero la barrera entre su impulso y la irrealidad literaria frustraba siempre su propósito.

La ventisca en un camino solitario golpea el rostro de otra mujer: capítulo VIII; el bosque la rodea..."

16 de septiembre de 2010

Henry Miller habla de libros

Las citas que siguen son de Henry Miller. Está extraídas de Los libros en mi vida, una suerte de autobiografía de lector a la par que un ensayo sobre el valor de la lectura y la literatura. Es un libro que he leído siempre con mucho placer, picoteando en uno u otro capítulo, pues en cada página es posible encontrar alguna frase brillante, alguna confesión especialmente estimuladora. Aprendo mucho leyendo las opiniones de los lectores sobre sus propias lecturas, sobre todo de aquellos lectores que, como Henry Miller, poseen además el don de la escritura. Resultan muy reveladoras sus reflexiones. Lamentablemente es un libro que, por lo que sé, es ya una reliquia, un objeto propio de librerías de viejo. Si las frecuentan y se topan con él, no duden en comprarlo. Búsquenlo, por supuesto, en las bibliotecas.

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¿Que factor confiere vida a un libro?
¡Con cuánta frecuencia se plantea este interrogante! La respuesta, en mi opinión, es sencilla. El libro vive a través de la apasionada recomendación de un lector a otro. Nada podría estrangular este básico impulso del ser humano. A pesar de las opiniones de los cínicos y misántropos, sostengo que el hombre siempre se empeñará en compartir sus más profundas experiencias.

Mi debilidad es gritar desde lo alto de los tejados siempre que creo haber descubierto algo de vital importancia. Al terminar de leer un libro maravilloso, por ejemplo, casi siempre me siento a escribir cartas a mis amigos, a veces al autor y en ocasiones al editor. La experiencia se convierte en parte de mi conversación diaria, penetra en los alimentos y en las bebidas mismas que consumo. He dicho que esto era una debilidad. Puede que no lo sea. "¡Creced y multiplicaos!", ordenó el Señor. E. Graham Howe, autor de War Dance (La Danza Guerrera), lo ha dicho de otra manera, que me gusta todavía más: "¡Cread y compartir!". Y si bien a primera vista la lectura podrá no parecer un acto de creación, en un sentido profundo lo es. Sin el lector entusiasta, que en realidad es el equivalente del autor y muchas veces su más secreto rival, el libro moriría. El hombre que propaga la buena palabra, no solamente aumenta la vida del libro en cuestión sino también el acto de la creación misma. Sopla espíritu a los demás lectores.

Creo que están completamente equivocados quienes afirman que los cimientos del conocimiento o de la cultura, o cualquier otro cimiento, son necesariamente los clásicos que figuran en cualquier lista de los "mejores" libros. Sé que varias universidades basan todos sus programas en tales listas selectas. Sostengo que cada individuo tiene que construir sus propios cimientos. El hecho de que uno sea un individuo se debe a su singularidad. No importa cual haya sido el material que afectó vitalmente la forma de nuestra cultura, cada hombre debe decidir por sí mismo los elementos de la misma que habrán de penetrar en él para modelar su propio destino personal. Las grandes obras que son elegidas por las mentes magistrales representan sus preferencias exclusivamente. Está en la naturaleza de tales intelectos presumir que son nuestros guías y mentores designados. Puede ser que, librados a nosotros mismos, con el tiempo llegaríamos a compartir su punto de vista. Pero la forma más segura de conspirar contra ese fin es promulgar la lectura de listas selectas de libros, las llamadas piedras fundamentales. El hombre debe comenzar con sus propios tiempos. Debe familiarizarse ante todo con el mundo en que vive y participa. No debe temer leer ni demasiado ni demasiado poco. Debe recibir su lectura como recibe sus alimentos o su ejercicio. El buen lector gravitará hacia los libros buenos. Descubrirá por sus contemporáneos lo que sea inspirador o fecundo, o simplemente agradable, en la literatura del pasado. Deberá tener el placer de hacer esos descubrimientos por su propia cuenta y a su manera. Lo que tiene valor, encanto, belleza y sabiduría, no puede perderse ni olvidarse. Pero las cosas son susceptibles de perder todo su valor, todo su encanto y atractivo si nos arrastran a ellas tomados de los cabellos.

¡Vivían y me hablaban! Esto es lo más sencillo y elocuente que podría decir de los autores que me han acompañado a través de los años. ¿No es extraño decir esto si consideramos que, en los libros, tratamos con signos y símbolos? Así como ningún artista ha conseguido reproducir jamás la naturaleza en el lienzo, así tampoco ningún escritor ha sido capaz de darnos su vida y sus pensamientos en su totalidad. La autobiografía es el más puro de los romances. La ficción siempre se acerca más a la realidad que los hechos.

11 de septiembre de 2010

Homenaje a Leo

Las conmemoraciones suelen ser excusas para hablar de asuntos que, de un modo u otro, nos incumben. Eso hago hoy. Aprovecho que este año se celebra el centenario del nacimiento del escritor e ilustrador holandés Leo Lionni para manifestar mi admiración por su obra. La verdad es que aprecio todos sus libros, pero por encima de todos, dos: Pequeño Azul y Pequeño Amarillo y Frederick.

El primero, Pequeño Azul y Pequeño Amarillo, me parece una excepcional demostración de inventiva y sensibilidad. Contar una intensa historia de amistad usando como personajes tan sólo pequeñas manchas de color es un verdadero prodigio. Más aún si tenemos en cuenta el año de su publicación, 1959. He comprobado la facilidad con la que lectores muy jóvenes se identifican de inmediato con los colores,
viendo en el azul, el amarillo o el rojo a niños como ellos e identificando el conflicto emocional entre los colores protagonistas con sus propios sentimientos. Es uno de esos libros cuya posesión parece una exigencia inexcusable.

El segundo es Frederick, cuyo protagonista es, a mi juicio, uno de los personajes más sobresalientes de la literatura infantil contemporánea. Frederick, el ratón paciente y contemplativo, me parece la perfecta representación de la improductiva y a la vez imprescindible tarea del artista, de quien ofrece a los demás, reelaborados, dones tan inmateriales como palabras, colores u olores. La actitud serena de Frederick frente al frenesí laboral de sus compañeros, su generoso protagonismo cuando llega el invierno y todo a su alrededor es pura desolación, es un delicado manifiesto a favor de la libertad, la creatividad personal y la función colectiva de la cultura. Mis experiencias con él son igualmente conmovedoras. Otro libro que no debería faltar en las estanterías domésticas.

Aquí, aquí o aquí pueden encontrar más información sobre Leo Lionni.

3 de septiembre de 2010

Más sobre ciencia y literatura

Les ofrezco algunos fragmentos del primer capítulo de un libro que estoy seguro de que interesará a todos los amantes de la literatura. En España se titula Zorros, ciencia, erizos y literatura, un título que corresponde a uno de los capítulos del libro, pero que no es el original. En inglés se tituló Madame Bovary's Ovaries (Los ovarios de Madame Bovary), pero tal vez los editores pensaron que reproducirlo tal cual podía incomodar o despistar a los posibles lectores. No importa. Lo interesante es el enfoque que los autores David P. Barash y Nanelle R. Barash dan al análisis literario: entender la ficción con criterios darwinianos, es decir, considerando que los personajes de los relatos que tanto nos fascinan expresan a la perfección la naturaleza humana universal, y que nuestro interés por su suerte forma parte de los rasgos biológicos que nos identifican como seres humanos.

"Lo que explica que la obra Otelo se siga leyendo y representando quinientos años después de que Skakespeare la escribiera es precisamente que esa obra de teatro nos habla de algo que es atemporal y universal; no se centra en un hombre llamado Otelo, sino en nosotros mismos. Habla al Otelo que todos llevamos dentro: a la naturaleza humana que compartimos. La obra Otelo trata de un hombre celoso y, como veremos a continuación, los celos son una emoción especialmente fuerte y extendida en el género humano, una emoción ante la cual los varones son los más vulnerables. Por eso es correcto hablar de Otelo, Madame Bovary o Huckleberry Finn en presente: continúan vivos, por lo menos en parte, porque poseen características específicamente humanas que trascienden la obra magna en que fueron descritos. Sus tribulaciones, sus respuestas, sus filias y sus fobias, sus miedos y sus anhelos resultan en cierto modo reconocibles para todos los lectores, que pueden maravillarse ante ellos, coincidir o discrepar con ellos, aprender o escandalizarse de ellos.

Algunas personas se sorprenderán al enterarse (sobre todo aquellas que no estén al corriente de los últimos avances en biología), pero resulta que hay pruebas irrefutables de que gran parte de los elementos de la vida humana no dependen de la estructura social. En pocas palabras, aunque es cierto que la educación y las tradiciones culturales ejercen una influencia muy poderosa, también lo es que existe una naturaleza humana subyacente, válida de forma universal y característica del Homo sapiens. Las personas viven en entornos muy diferentes, según tradiciones y trayectorias culturales muy distintas, pero debajo de esa maravillosa diversidad hay algo que es igual de maravilloso, cuando no más: un hilo común de humanidad reconocible, hilado con ADN humano y compartido por todos aquellos que leemos y escribimos (así como por quienes no lo hacen). Los celos de Otelo, la rebeldía de Huck y las necesidades de Emma son sólo tres ejemplos de ese hilo común.
[...]
La naturaleza humana universal fue percibida hace ya miles de años por nuestros mejores narradores, desde los primeros autores del Mahabbarata hindú, el relato babilónico de Gilgamesh, o la Ilíada y la Odisea de Homero, hasta la Eneida de Virgilio y las palabras de Dante, Cervantes y Shakespeare. No obstante, hasta la aparición de Charles Darwin no se sentó la base científica de la naturaleza humana. A decir verdad, algunos de los avances biológicos más importantes no tuvieron lugar hasta pasado un siglo o más de la vida de Darwin, cuando se descubrió la base genética de la evolución mediante la selección natural y cuando se aclararon cuáles eran sus implicaciones para la conducta humana.
[...]
Hay algo que reconocemos al instante en unos rasgos tan básicos y tan obviamente naturales como el amor adolescente exaltado por las hormonas de Romeo y Julieta, la indecisión intelectualizada de Hamlet, la ambición mezclada con remordimiento de Lady Macbeth, el flirteo ebrio de Falstaff, la contundente decisión de Viola, la rabia impotente de Lear, o los celos de Otelo y la picardía propia de Puck. Y cuando este último concluye de forma admirable en Sueño de una noche de verano: "¡Señor, qué locos son los mortales!", el lector o asistente al teatro no puede sino darle la razón, porque en el fondo sabe cómo son los seres humanos, tanto los ficticios como todos nosotros.

Nuestro objetivo es demostrar que sí, efectivamente, existe la naturaleza humana, del mismo modo que existe la naturaleza del hipopótamo o la del halibut, e incluso existe la naturaleza del nogal americano. Y los mejores narradores han sido quienes han sabido plasmarla. Afirmemos, haciéndonos eco de Hamlet, que la literatura sostiene un espejo en el que se refleja la naturaleza, y dentro de ella, la naturaleza del ser humano. Eso nos llevará a afirmar que los entresijos de la biología evolutiva proporcionan unos instrumentos muy útiles a la hora de comprender la literatura y, de paso, de comprendernos a nosotros mismos.

En Zorros, ciencia, erizos y literatura fundimos dos mundos, el de la literatura y el de la ciencia, para demostrar que la ficción puede verse iluminada por la idea más importante de la biología (la evolución) aplicada en este caso al comportamiento humano. Confiamos en que nuestra disección de los ovarios de Madame Bovary, los celos de Otelo, la enajenación de Holden Caulfield y demás desvele una nueva forma de leer y comprender los textos literarios. No se trata de encontrar la 'única' forma, pues nuestra intención no es arrasar con todas las teorías literarias actuales en favor de la ciencia, sino proporcionar un enfoque nuevo, una herramienta que pueda resultar útil en el kit de elementos imprescindibles del lector. Nuestra premisa básica es bastante sencilla, aunque extrañamente revolucionaria al mismo tiempo: que las personas son criaturas biológicas y que, como tales, comparten una naturaleza humana universal y evolucionada. A esto debemos añadir nuestro segundo principio básico: que la psicología evolutiva, una ciencia sin duda no ficticia, está descubriendo por qué los seres humanos se comportan como lo hacen y además ofrece una mirada renovadora y gratificante aunque compleja tanto hacia el mundo de la ficción como hacia el mundo de la realidad. En sus manos tiene el lector el resultado: unas gafas nuevas para aquellos amantes de las letras que se sienten ávidos, perplejos o sencillamente curiosos y preparados para enfrentarse a algo nuevo."