31 de diciembre de 2009

Y también a lo largo de este año...

[...] Tal como habían quedado, le dejó los libros de texto que ella había utilizado cuando daba clases en la academia. Eran unos tratados muy elementales, pero a Antolín Cabrales le bastaron para organizar sus conocimientos.
"Tienes disposición para el estudio", le dijo Inés Fornillos. "¿Por qué no haces el bachillerato?".
"Sólo me interesa la literatura", repuso él, "para lo demás soy un negado. Además, ¿de qué me serviría el bachillerato?".
"Es una manera de empezar. ¿Qué piensas hacer cuando salgas?"
"Lo que todos: buscar un curro, no encontrarlo, robar y volver al talego. No es mal plan: aquí estoy tranquilo y tengo tiempo para leer."
"Siempre que encuentres a alguien que te suministre los libros. Yo no voy a estar siempre aquí."
Al acabar el curso, le dio un triste aprobado. Al salir de clase le dijo: "Por tu rendimiento no te merecías algo mejor. La verdad es que me habría gustado ponerte buena nota, porque sabes más que nadie, pero en los ejercicios no lo demuestras y yo no puedo calificar por lo que pasa fuera de clase."
El recluso hizo un ademán de indiferencia. "No importa", dijo, "así está bien. Supongo que la nota es justa y, de todos modos, nadie había hecho nunca tanto por mí. Le estoy muy agradecido. ¿Puedo pedirle un último favor?".
"Según de qué se trate", repuso ella con la natural prevención.
"Sé que todavía ha de volver un par de días antes de irse de vacaciones. ¿Tiene algún libro de Henry James?"
"Sí; no me digas que te interesa."
"No lo he leído, pero por lo que dicen los manuales, parece un tío legal. ¿Me puede prestar uno?"
"Es un peñazo."
"Ya lo veremos. Usted y yo funcionamos con distintos parámetros."
"¡Parámetros! ¿De dónde has sacado tú esta palabra?"
"De donde salen todas, joder, del diccionario de la Real Academia. Y no veo qué tiene de malo. Echas una blasfemia y nadie te dice nada, pero dices parámetros y todos dios se escandaliza. ¿Qué pasa con los marginados, a ver?"
"Nada, hombre, no seas picajoso. Sólo trataba de bajarte los humos para que no hagas el ridículo."
Antolín Cabrales leyó a Henry James y lo encontró de buten. A la señorita Fornillos se le iba la cabeza al oír a aquel muchacho, que a principios de curso no había leído ni siquiera el As, emitir juicios sobre Los embajadores.
"¿Pero tú entiendes este galimatías?"
"No hay nada que entender, ¿vale?, No va de eso."
[...]

Eduardo Mendoza, Tres vidas de santos

He aquí un segundo gesto diáfano que acaso contiene como el primero muchos gestos. Igual que el gesto de Adolfo Suárez permaneciendo sentado en su escaño mientras las balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo, el gesto del general Gutiérrez Mellado enfrentándose furiosamente a los militares golpistas es un gesto de coraje, un gesto de gracia, un gesto de rebeldía, un gesto soberano de libertad. Tal vez sea también, por así decir, un gesto póstumo, el gesto de un hombre que sabe que va a morir o que ya está muerto, porque, con la excepción de Adolfo Suárez, desde el inicio de la democracia nadie había acaparado tanto odio militar como el general Gutiérrez Mellado, quien apenas se desató el tiroteo quizá sintió como casi todos los presentes que sólo podía saldarse con una masacre y que, suponiendo que él la sobreviviera, los golpistas no tardarían en eliminarlo. No creo que sea, en cambio, un gesto histriónico: aunque desde hacía cinco años ejerciese la política, el general Gutiérrez Mellado nunca fue esencialmente un político; fue siempre un militar, y por eso, porque siempre fue un militar, su gesto de aquella tarde fue antes que nada un gesto militar y por eso fue también de algún modo un gesto lógico, obligado, casi fatal: Gutiérrez Mellado era el único militar presente en el hemiciclo y, como cualquier militar, llevaba en los genes el imperativo de la disciplina y no podía tolerar que unos militares se insubordinaran contra él. No anoto esto último para rebajar el mérito del general; lo hago sólo para tratar de precisar el significado de su gesto. Un significado que por otra parte quizá no alcance a precisarse del todo si no imaginamos que, mientras se encaraba con los golpistas negándose a obedecerles o mientras les exigía a gritos que salieran del Congreso, el general pudo verse a sí mismo en los guardias civiles que desafiaban su autoridad disparando sobre el hemiciclo, porque cuarenta y cinco años atrás él había desobedecido el imperativo genético de la disciplina y se había insubordinado contra el poder civil encarnado en un gobierno democrático; o dicho de otra manera: tal vez la furia del general Gutiérrez Mellado no estaba hecha únicamente de una furia visible contra unos guardias civiles rebeldes, sino también de una furia secreta contra sí mismo, y tal vez no sea del todo ilícito entender su gesto de enfrentarse a los golpistas como el gesto extremo de contrición de un antiguo golpista.

Javier Cercas, Anatomía de un instante

Y en nuestras propias vidas como lectores, día a día, damos con el río azul de la verdad serpenteando por alguna parte; encontramos escenas y momentos y palabras perfectamente situadas en ficción y poesía, en películas y obras teatrales, que nos sorprenden con su verdad, que nos conmueven y nos alimentan, que sacuden la casa de los hábitos hasta sus cimientos. [...] El realismo, visto en general como fidelidad a las cosas tal como son, no puede ser simple verosimilitud, no puede ser simple semejanza con la vida, o parecido, sino lo que yo llamo vividad: vida en papel, vida traída a una vida distinta por el arte más elevado. Y no puede ser un género; por el contrario, hace que otras formas de ficción parezcan géneros. Porque el realismo de ese tipo (vividad) es el origen. Informa todo lo demás; instruye a sus alumnos díscolos; permite que existan el realismo mágico, el realismo histérico, la fantasía, la ciencia ficción, incluso los thrillers. No es en absoluto tan ingenuo como le achacan sus detractores, casi todas las grandes novelas realistas del siglo XX reflexionan también sobre su propia creación y están llenas de artificio. Todos los grandes realistas, desde Austen a Alice Munro, son al mismo tiempo grandes formalistas. Pero inevitablemente resulta difícil, porque el escritor tiene que obrar como si los métodos novelísticos disponibles estuviesen a punto de convertirse en simples convenciones y por tanto tiene que intentar burlar ese envejecimiento inevitable. El auténtico escritor, el sirviente libre de la vida, es aquel que debe actuar siempre como si la vida fuese una categoría más allá de todo lo que haya podido captar hasta el momento la novela; como si la vida misma siempre estuviese justo a punto de convertirse en convencional.
Cursiva
James Wood, Los mecanismos de la ficción


Disculpen la extensión, pero con la reproducción de algunos fragmentos de textos que he leído este año quería mostrar mi gratitud hacia quienes provocan a diario el placer de leer, ese singular tipo de emoción que deseo que sigan buscando y encontrando en los libros a lo largo de los próximos meses.

30 de diciembre de 2009

A lo largo de este año...

... he leído textos que me han hecho pensar, evocar, sonreír. He aquí el rastro de algunas de esas lecturas:


[...] ¿Cómo entenderlo? No es que en Auschwitz apareciera algo inédito, que sólo tiene valor después de 1945. Si Auschwitz es singular, si podemos hablar de que hay un antes y un después, es porque ahí se pone de manifiesto algo que siempre había acompañado a la historia pero que hasta ese momento había conseguido invisibilizarse o camuflarse: el sufrimiento del otro. Siempre había acompañado la lógica de la acción humana, pero la filosofía había conseguido privarle de toda significación. El sufrimiento era literalmente in-significante. Auschwitz fue como un laboratorio del mal en el que se hace tan visible el sufrimiento que nos obliga a tomarlo en consideración. Lo nuevo que produce Auschwitz es la exigencia de considerar el sufrimiento como condición de toda verdad. Se había camuflado tanto que habíamos llegado a pensar que la verdad casa con la objetividad, la impasibilidad, la apatía, la neutralidad, pero no con la experiencia de sufrimiento.

Reyes Mate, La herencia del olvido

CONJUGACIÓN

Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán.

Ángel Olgoso, La máquina de languidecer

... En la figura universal de la compasión, identifico el pasaje misterioso del animal al hombre, del tráfico de las emociones al de las sonrisas y las lágrimas y del juego de las hormonas al de los símbolos. ... La experiencia de base es el sentir (sentio ergo sum); no es el logos, sino el pathos: la capacidad de ser afectados y afectar. Quizá no se haya considerado lo suficiente que la conciencia es en sí misma un afecto. El mundo vital del ser humano, su mundo originario se manifiesta a través de los afectos. El lenguaje anterior a la razón surgió en el seno de un conjunto de sensaciones portadoras de sentido. Resulta patético y conmovedor por su contenido pasional que, tanto como la razón o incluso más, determina la esencia del hombre. ... La compasión en el sentido que yo le doy se centra en la persona humana en su relación con otros, relación que le permite tomar conciencia de sí misma. Así pues, es el motor de la construcción de dicha persona. Esta observación atribuye a las emociones el papel primario en la existencia del yo. De ahí se deduce una segunda observación: la existencia indudable de otros "yo"; un conocimiento interior de lo que vive el otro; la facultad de reconstituir en cierta forma la perspectiva del otro. Constatación que he resumido en la Biología de las pasiones con la frase: "Yo soy porque estoy emocionado y tú lo sabes."

Jean-Didier Vincent, Viaje extraordinario al centro del cerebro

RETORNO

La luna aporta su prestigio antiguo
al pequeño, apartado vertedero
que, clausurado ya, mira hacia el valle
donde tiemblan las luces distantes de unos pueblos.
Cuando veníamos de noche
a tirar la basura,
nos quedábamos a ver el firmamento.
Bajo la luna, al viejo vertedero
hoy lo cubren espliegos y tomillos:
hay un rumor de bestias cruzando matorrales,
los búhos deslumbrados por los faros del coche.
Pero no tiene ya la misma fuerza
de cuando nos quedábamos aquí para mirar,
rodeados de basura, las estrellas.

Joan Margarit, Misteriosamente feliz

- ¿Con tu padre?
- No, con él no. Mi anciano padre todavía rebosa energía. Tiene opiniones sobre todo y, a menudo, no coinciden con las mías. A veces tengo que esforzarme para no ser como un chiquillo de catorce años con él. A veces, cuando estoy con mi padre, más que esperar morir siento como si estuviera esperando que empiece la vida. El verano pasado se enfureció cuando uno de los hijos de mi hermano decidió casarse con una puertorriqueña. Como mi padre no puede ocultar sus sentimientos y, en general, ni siquiera lo intenta, irritó al muchacho y mi hermano, muy enfadado, me llamó. Fui en coche desde Connecticut hasta Nueva Jersey, y en cuanto llegué mi padre se puso a desgranar sus quejas. Le escuché durante una media hora y entonces le dije que quizá necesitaba una pequeña lección de historia. Le dije: "A principios de siglo tu padre tenía tres opciones. Primera, podría haberse quedado en la Galicia judía con la abuela. Y de haberse quedado allí, ¿qué habría ocurrido? A él, a ella, a ti, a mí, a Sandy, a mamá, a todos nosotros. Muy bien, ésa es la primera opción: todos convertidos en cenizas. La segunda opción es la de irse a Palestina. En el cuarenta y ocho tú y Sandy habríais luchado contra los árabes, y aun en el supuesto de que hubierais sobrevivido los dos, sin duda alguno habría perdido un dedo, un brazo o un pie. En el sesenta y siete yo habría intervenido en la guerra de los Seis Días y, como mínimo, habría recibido un poco de metralla, en la cabeza, por ejemplo, con pérdida de la visión de un ojo. Tus dos nietos habrían luchado en el Líbano y, para ser moderados, supongamos que sólo hubiera muerto uno de ellos. Eso en cuanto a Palestina. La tercera opción era venir a América, cosa que hizo. ¿Y qué es lo peor que puede ocurrir en América? Que tu nieto se case con una puertorriqueña. O sea que vives en Polonia y sufres las consecuencias de ser un judío polaco, o vives en Israel y sufres las consecuencias de ser un judío israelí, o vives en América y aceptas las consecuencias de ser un judío americano. Dime qué prefieres. Dímelo, Herm. "De acuerdo", me replicó, "tienes razón, ¡tú ganas! ¡Me callaré!". Yo estaba encantado. Había sido más astuto que él y no quería dejar las cosas como estaban. Todavía no. "¿Y sabes qué voy a hacer ahora?", le dije. "Voy a ir a Brooklyn para hablar con la madre de la chica. Estoy seguro de que también está de rodillas, llorando y manoseando de lo lindo su rosario. Iré a Brooklyn y le diré lo mismo que acabo de decirte. "Si usted quiere vivir en Puerto Rico, sin duda su hija se casará con un simpático muchacho puertorriqueño, pero todos tendrán que vivir en la isla. Si quiere vivir en Brooklyn, lo peor que puede ocurrirle es que su hija se case con un judío, pero usted ha establecido su vida en Brooklyn. Elija lo que más le convenga."" Esto volvió a irritar a mi padre. "¿Qué clase de comparación es ésa? ¿Qué significa "lo peor que puede ocurrirle"? La mujer debería estar muy halagada por el buen casamiento de su hija." "Claro que lo está", repliqué, "tan halagada como lo estás tú".
- ¿Y cómo terminó el asunto? ¿Qué ocurrió?
- La boda se celebró en la catedral de San Patricio, con la asistencia de un rabino, sólo para asegurarse de que no nos daban gato por liebre.

Philip Roth, Engaño

Mañana reproduciré algunos fragmentos más.

20 de diciembre de 2009

Monstruos de peluche

En las semanas previas al estreno de la película Donde viven los monstruos he dudado mucho si debía verla o ignorarla. Temía decepcionarme, caer de nuevo en la tentación de comparar el libro con la película, comprobar una vez más la imposibilidad de llevar al cine la buena literatura, etcétera. Los avances de la película que iba viendo en el cine y en la televisión no invitaban mucho, la verdad. Y los materiales alrededor de la película que comenzaban a colonizar las librerías y los grandes almacenes tampoco auguraban nada bueno. ¿Ir o no ir al cine? Esa era la cuestión.

He ido. Y...

Lamento decir que la película es extremadamente insustancial y extrañamente confusa. ¿Era previsible? Hasta cierto punto, sí. Pero no tanto como ha resultado al final. Por lo pronto, y eso es tal vez lo peor, le han podado toda la sutileza y todo el encanto que el cuento de Maurice Sendak posee. En el álbum original es más relevante lo que se sugiere que lo que se ve, tienen más importancia las evocaciones que provoca que las certezas que ofrece. Como ocurre con todos los buenos libros, es la naturaleza del espacio que abre a las fantasías del lector lo que determina la cualidad de un álbum ilustrado. Es lo no-dicho, lo que no está explícitamente mostrado, lo que alienta la participación imaginativa de quienes leen una narración. En la película ese espacio se empobrece de tal modo que ahoga las posibilidades de fantasear.

La materialización de los monstruos, en ese sentido, roza el ridículo. El misterio que transmiten las ilustraciones de Sendak se transmuta ahora en evidencia e insipidez. Los monstruos derivan en adorables peluches de juguete, con lo que desaparece cualquier atisbo de magia, de inquietud, de subversión. El extremo talento de Sendak para dibujar unos monstruos que fuesen a la vez terribles y amables es sustituido en la pantalla por muñecos que parecen un remedo de Espinete y sus amigos de Barrio Sésamo. Adiós transgresión.

Pero aún más inconcebible resulta el intento de dotar a los monstruos de nombre y psicología, cuando su mayor atractivo reside precisamente en su indefinición, que es lo que permite al lector habitarlos con las sombras de sus propias turbaciones. Los confusos conflictos adolescentes que los guionistas han introducido en la trama con la excusa de hacer del monstruo Carol un reflejo del joven Max acaban por distorsionar la historia. Derivan la atención hacia las relaciones sentimentales entre Carol y KW, dos de los monstruos protagonistas, en detrimento de las ensoñaciones de Max, que es de lo que de verdad trata el cuento. Pero tampoco es que acabemos sabiendo muy bien cuál es el conflicto que afecta al reino de los monstruos, salvo esa ñoñería de necesitar ayuda para volver a reír, un asunto más propio de
un manual de autoayuda que de una ficción transgresora como es el cuento de Sendak.

Lamento además que haya desaparecido, no sé si por incapacidad técnica (cosa que no creo) o por voluntad de los guionistas, la escena más maravillosa del cuento: la lenta transformación de la habitación de Max en un bosque gracias a su fantasía. La huida por las calles oscuras, al estilo de las recientes películas de terror, que la ha sustituido no alcanza ni de lejos la sugerente metamorfosis ideada por Sendak. La desvirtuación de la historia es manifiesta. Pienso que, cinematográficamente, daba mucho más juego la idea primigenia de Sendak. Porque, tal como plantea el cuento, todo ocurre en la habitación de Max, en su mente. No entiendo el empeño de sacar la acción a la calle.


Como tampoco entiendo la mutilación de la palabra 'monstruo' en la película. Supongo que los productores lo habrán discutido mucho y habrán decidido mantener el título en castellano para no despistar, pero en ese caso deberían haber hecho alguna adaptación en el guión. Ya sé que en inglés no se habla en ningún momento de monstruos, sino de 'wild things', tal como muestra el título original, Where the wild things are. Pero en España, 'wild things' se tradujo por 'monstruos' y es 'monstruo' lo que la madre llama a Max al ver sus travesuras y antes de enviarlo a su habitación sin cenar. Ese calificativo es precisamente lo que desata las fantasías de Max, su deseo íntimo de huir al lugar donde viven los monstruos y ser coronado rey. Es ese término el que provoca su catarsis, su aventura interior y su regreso a la realidad. Me parece contradictorio mantener 'monstruos' en el título y no escucharlo ni una sola vez en la película.

En fin, hago esta crítica en defensa una vez más de la literatura, de su singularidad y su valor. Y también como queja por las adaptaciones cinematográficas que no están a la altura de la propuesta literaria, que rebajan sus cualidades estéticas y desfiguran sus significados profundos. Me molestan las edulcoraciones y las simplicidades a que son sometidos a diario los productos destinados a la infancia, cuando es justamente lo contrario lo que en su día propuso Maurice Sendak con su historia.
En previsión del desencanto, he ido advirtiendo a mis alumnos de que, si se decidían en estos días a comprar el libro para sí o para regalar a alguien querido, se decantaran por el álbum original, que es donde de verdad habitan los monstruos, donde se celebra realmente el poder liberador de la imaginación. Es lo que también me atrevo a aconsejarles ahora.

16 de diciembre de 2009

Día de la Lectura en Andalucía

"No hay película, juego de vídeoconsola, o serie y concurso de televisión que no remita a una lectura o que no esté basada en un libro. Los famosos de las islas salen de Robinson Crusoe, las cámaras que vigilan nuestros movimientos vienen de 1984, los piratas caribeños descienden de La isla del tesoro y los vampiros metrosexuales son la versión light de Drácula, aunque el primer vampiro de la literatura lo creó John William Polidori, como consecuencia de una apuesta que hizo con otros dos amigos narradores para saber quién era capaz de escribir la mejor historia de terror. Lord Byron escribió El entierro y William Polidori El vampiro, pero la apuesta la ganó Mary Shelley con Frankestein. Todas las historias de monstruos, vampiros y fantasmas salen de aquella apuesta literaria, porque incluso Alien, el octavo pasajero es una adaptación espacial de los argumentos del vampiro y el monstruo de Frankestein.
[...]
Si ahora mismo tuviera doce, catorce o dieciséis años, seguramente también estaría enganchado al vídeo, la
play o internet, muerto de miedo de que me entrara algún "troyano" en el ordenador. Pero por eso mismo es bueno saber que los "troyanos" existen porque hubo un caballo de madera dentro del cual se escondieron los soldados aquellos que tomaron la amurallada ciudad de Troya. Todo comenzó gracias a los poemas homéricos: los superhéroes, las armas mágicas y los dioses conviviendo con los seres humanos. Los androides y replicantes que Philip Dick inventó para Blade Runner ya combatían en La Ilíada y ese "Más allá" de "Dragon Ball Z", poblado por los mejores guerreros de todos los tiempos, apareció por primera vez en el canto undécimo de La Odisea."

Las palabras precedentes pertenecen a Fernando Iwasaki y están extraídas de la alocución que, con motivo del Día de la Lectura en Andalucía, que se conmemora el día 16 de diciembre, el Pacto Andaluz por el Libro encarga cada año a un escritor para celebrar públicamante el acto de leer. El texto completo pueden leerlo en este enlace. La relación que establece Iwasaki entre las historias literarias y las historias que se ofrecen ahora en otros medios resalta muy bien el valor de los libros.

(Si tienen tiempo y ganas pueden leer aquí el texto que escribí hace cinco años para la misma conmemoración)

8 de diciembre de 2009

¡Cómo está el mercadillo del libro!

Uno está acostumbrado a que le regalen un libro con la compra del periódico...


con la compra de un billete de autobús...


con la compra de una entrada de cine...

y, por supuesto, con la compra de otro libro...


Pero, la verdad, no imaginaba esto...


(Imagen encontrada en el blog Entizado)

ni mucho menos esto...


(Imagen encontrada en el blog la casa de tomasa)

No sé qué pensarán ustedes, pero les confieso que yo me he quedado estupefacto.

4 de diciembre de 2009

Yo bien, tú bien

Leyendo el libro de Kirmen Uribe, Mientras tanto cógeme la mano, me he encontrado con un poema que quiero compartir con ustedes. Pienso que define bien algunas de las ideas del autor de este blog. Escrito originalmente en euskera, la traducción es de Kirmen Uribe, Gerardo Markuleta y Ana Arregi.


TEKNOLOGIA


Aitonak ez zekien irakurtzen,
ez zekien idazten. Hala ere kontalari

ezaguna zen herrian. Berak pizten zituen,
haurrez inguraturik, sanjuan suak.

Aitaren kaligrafia etzana zen, jantzia.
Doiki ehuntzen zuen papera,

arbela zizelatuko balu bezala.
Mahaian dut soldaduzkatik igorritako postala.

"Yo bien, tú bien
mándame cien".

Gure sasoian mezu elektronikoak
bidaltzen dizkiogu elkarri.

Hiru belaunalditan, egia da,
idazketaren historia luzea igaro dugu.

Dena den, kezkak, beldurrak
beti-betikoak dira, eta izango.

"Yo bien, tú bien..."



TECNOLOGÍA

Mi abuelo no sabía leer, tampoco
sabía escribir. Sin embargo, era conocido

por las historias que contaba. Él encendía,
rodeado de críos, las fogatas de San Juan.

La caligrafía de mi padre era inclinada, elegante.
Tejía el papel con precisión,

como si esculpiera sobre la pizarra.
Todavía tengo la postal que envió desde la mili:

"Yo bien, tú bien,
mándame cien".

Nosotros mandamos
mensajes electrónicos.

Es cierto: en tres generaciones hemos recorrido
un largo trecho en la historia de la escritura.

De todas formas, las preocupaciones, los miedos
son los mismos de siempre, y lo seguirán siendo:

"Yo bien, tú bien..."