26 de octubre de 2009

Otro regalo

Alguien me pide que dé a conocer otros aforismos de Ángel Crespo y, pues un espacio como éste también debe nutrirse de los deseos ajenos, atiendo esa petición.


El olvido nos obliga a inventar, a descubrir lo que ignorábamos.

Nadie puede decir qué edad tiene, pues nadie sabe qué día va a morir.

La poesía suele preferir a la noche porque las estrellas nos dejan imaginar al sol, mientras éste no permite imaginar a las estrellas.

No es cierto que se pueda encontrar poesía en todas las cosas; sí lo es que todas las cosas pueden encontrarse en la poesía.

No sólo son reaccionarios quienes sólo piensan en el pasado: también lo son aquellos que no piensan más que en el futuro.

Odio deprisa para quemar el odio; amo despacio para conservar el amor.

Lo que hemos vivido con emoción nos es evocado por la música. La poesía, en cambio, nos recuerda que alguna vez debimos emocionarnos y permanecimos impasibles.

Quien no se contradice no se dice.

La rectitud del árbol, no la del poste.

Aferrar al presente, no aferrarse a él.

Quien viendo al sol ponerse no haya temblado alguna vez por temor de que ya nunca amanezca, no lea poesía.

Inventar palabras, sí: para que ellas nos inventen.

Nos acerca lo que nos diferencia: por eso hacemos el amor. Las iglesias y los partidos unen, en cambio, a lo semejante: por eso engendran odio.

Quien no es capaz de imaginar su propio pasado, ése no tiene porvenir.

21 de octubre de 2009

Un regalo

Ofrezco como un regalo, pues como regalo llegaron a mí, unos aforismos del poeta y traductor español Ángel Crespo. Acostumbro a leerlos de cuando en cuando, desordenadamente, cuando la necesidad o el azar me conducen hasta la balda donde están sus libros. Entonces, aunque no sea esa la intención, abro el librito que publicó en su día Huerga & Fierro Editores y leo alguno de los... ¿qué? ¿versos, apuntes, proposiciones, reflexiones filosóficas...? No sabría definir esa escritura. El título afirma que son aforismos, pero eso no es decir mucho. Aunque la nomenclatura es lo de menos. Lo que importa es la transparencia de esas palabras, la emoción y el saber que procuran. A mí, al menos, me avivan el pensamiento.


Protesto porque estoy convencido, no para convencer.

Algunos poetas parecen ignorar a la décima musa: la que aconseja no escribir.

Para ser capaz de decir algo hay que renunciar a decirlo todo.

La tristeza procede de lo que ya hemos hecho; la alegría de lo que nos queda por hacer.

La poesía es un camino de ida, pero sin vuelta. Los que vuelven regresan de otra parte.

Antes de mirar, aprende a cerrar bien los ojos.

¿Qué es la certeza? La renuncia a seguir pensando.

Los que predican el fin de los tiempos pecan de pereza.

Quien no sabe estar solo es incapaz de compañía. ¿Cómo podría sufrir otra compañía quien es incapaz de tolerar la propia?

La poesía es como un niño que juega en la playa con un cubo y una pala. Un sabio que se pasea meditando repara en él y le dice: ¿Cómo pretendes, criatura, sacar toda el agua del mar con ese cubo de juguete? ¿No ves, hijo, que es imposible? Y el niño responde: Yo no pretendo secar el mar, sino quitarle un poco de sed a la arena.

No cambies: varía.

Cuando quiero hablar de lo tengo cerca, pienso en lo que está lejos.

Propón: no aconsejes.

La poesía es como una piedra en medio del camino. El buen poeta tropieza con ella y cae. El mal poeta nos la tira a la cabeza.

La luz del sol está hecha de nuestras preguntas: por eso ciega.

Poesía: compañía en la soledad; música: soledad en la compañía.

Pon de relieve el mérito de los demás para que el tuyo no te produzca remordimiento.

El sentido común carece de sentido.

Quien no descubre el mundo todos los días no lo ha visto nunca.

16 de octubre de 2009

Entre dos culturas

Cedo hoy a una tentación que he venido sujetando en los meses de existencia de este blog. La constatación de que a menudo el comentario elogioso de un libro induce a algunos lectores a comprarlo de inmediato me refrenaba. Los libros de los que sentía deseos de hablar no eran novelas o cuentos o ensayos literarios que pudieran leerse tranquilamente en el autobús o en la playa o en el sillón predilecto una tarde de domingo, de modo que temía que, si alguien lo compraba se sintiera decepcionado, que es algo que, como ya habrán comprobado ustedes, me afecta mucho. Pero por otra parte, y pues esta plataforma es al fin al cabo una declaración de gustos y afectos, me parecía que estaba ocultando una de mis más íntimas pasiones lectoras. Me refiero a los libros de ciencia. Sobre todo, aquellos que hablan del funcionamiento del cerebro.

Recordaré previamente que se cumplen ahora 50 años de una célebre conferencia que C. P. Snow, un científico que asimismo se movía con pericia en el campo literario, dictó en Cambridge, en el marco de la Conferencia Rede, con el título de 'Las dos culturas', una etiqueta que en adelante sirvió para caracterizar la fractura entre las humanidades, específicamente de la literatura, y el de las ciencias. Lamentaba Snow esa separación, la falta de diálogo entre ambos mundos, la voluntaria ignorancia del trabajo que hacían los demás. Medio siglo después podemos pensar que el desencuentro comienza a repararse y una nueva conciencia de mutua colaboración se abre paso lentamente.

Diré entonces que desde hace años me apremia la idea de tender puentes entre la literatura y las ciencias
y, a un nivel primario y personal, no dejo de buscar puntos de encuentro. Por fortuna, he ido encontrando en las investigaciones científicas, sobre todo en las neurociencias, extraordinarios estímulos para mi trabajo. Gran parte de las cosas que pienso y digo, y que ustedes han podido leer aquí o en otros lugares, están alimentadas y sostenidas por la seguridad que me proporcionan las investigaciones recientes sobre el cerebro.

Y como de lo que se trata es de dejar constancia de algunos de los libros que me fascinan, comenzaré por uno que estimo especialmente. Se trata de
En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos, escrito por el neurocientífico Antonio Damasio. En la Red podrán encontrar abundante información sobre el autor y el libro.

¿Y por qué este libro para empezar? Simplemente porque las reflexiones de Damasio sobre las emociones y los sentimientos, al hilo de los comentarios atentísimos a las ideas filosóficas de Baruch Spinoza, abren un paisaje tan cautivador, tan deslumbrante, que resulta imposible, cuando uno sale del libro, no tener la sensación de que ha entrado en otra dimensión del conocimiento. Y porque su lectura, al menos es lo que me ocurrió a mí, confirma vislumbres y convicciones acerca de la trascendencia de las emociones y los sentimientos para la preservación de la vida pero también como sostén de la experiencia estética. Me siento seguro cuando, pensando en lo que el cerebro es capaz de hacer con los estímulos del mundo exterior, defiendo que la diversidad de emociones y sentimientos que puede proporcionarnos la lectura es una razón más que suficiente para abrir un libro y abandonarse a las palabras allí ordenadas.

Les dejo unas reflexiones de Antonio Damasio contenidas en el libro citado. Alguien no advertido pudiera entender que se trata de las meditaciones de un filósofo. Y, en el fondo, así es. ¿No estaremos en realidad ante los filósofos del siglo XXI?

"Hasta donde puedo comprender, la situación fue resultado, primero, de poseer sentimientos (no simplemente emociones, sino sentimientos), en particular los sentimientos de empatía con los que adquirimos plena comprensión de nuestra simpatía natural y emotiva hacia el otro; en las circunstancias adecuadas la empatía abre la puerta a la pena. En segundo lugar, la situación fue resultado de poseer dos dones biológicos, la conciencia y memoria, que compartimos con otras especies pero que alcanzan mucha más importancia y grado de refinamiento en los seres humanos. En el sentido estricto del término, conciencia significa la presencia de una mente con un yo, pero en términos humanos prácticos, esta palabra realmente significa más. Con ayuda de la memoria autobiográfica, la conciencia nos proporciona un yo enriquecido por los registros de nuestra propia experiencia individual. ...
Si no fuera por este elevado nivel de conciencia humana no habría angustia notable de la que valiera la pena hablar, ahora o en el alba de la humanidad. Lo que no sabemos no puede dañarnos. Si tuviéramos el don de la conciencia pero estuviéramos privados en gran medida de memoria, tampoco habría una aflicción notable. Lo que sabemos, en el presente, pero somos incapaces de situar en el contexto de nuestra historia personal, sólo puede dañarnos en el presente. Son los dos dones combinados, conciencia y memoria, junto con su abundancia, los que originan el drama humano y confieren a dicho drama una condición trágica, antes y ahora. Por suerte, estos mismos dones están también en el origen de la alegría ilimitada, la gloria humana absoluta. Llevar una vida registrada proporciona asimismo un privilegio y no simplemente una maldición. Desde esta perspectiva, cualquier proyecto para la salvación humana (cualquier proyecto capaz de transformar una vida registrada en una vida satisfecha) ha de incluir formas de resistir la angustia que despiertan el sufrimiento y la muerte, neutralizarla y cambiarla por la alegría. La neurobiología de la emoción y el sentimiento nos dice de manera sugerente que la alegría y sus variantes son preferibles a la pena y los afectos asociados, y que son más favorables para la salud y el florecimiento creativo de nuestro ser. Hemos de buscar la alegría, por mandato razonado, con independencia de lo disparatada e irreal que pueda parecer dicha búsqueda. Si no existimos bajo la opresión o el hambre y, no obstante, no podemos convencernos de la gran suerte de estar vivos, quizá es que no lo estemos intentando con la suficiente intensidad."

9 de octubre de 2009

Cien años de vida

Tenía pensada la entrada de hoy desde hace varios meses. Quería que hoy, 9 de 0ctubre de 2009, cuando José Antonio Muñoz Rojas debía cumplir 100 años, mis palabras fuesen un testimonio de homenaje, de introducción a dos poemas que quería reproducir. Hace diez días murió el poeta casi centenario y tuve la tentación de hacer entonces lo que correspondía hacer hoy. Decidí, sin embargo, no alterar mi propósito. Pensé que, si me adelantaba, los dos poemas seleccionados adquirirían de pronto un carácter funeral. No quise utilizarlos como una especie de improvisado obituario, quería que aparecieran como lo que son: celebraciones del amor y de la vida. Y por eso actúo hoy según lo previsto, como si la muerte no hubiera llegado, sabiendo no obstante que estas palabras adquieren de repente un sentido de adiós y gratitud.


Verás, Rosa, que nunca dije nada
que rozara el amor y, sin embargo,
esto no expresa nada si no expresa,
Rosa, que estoy calado hasta los huesos
en tu amor; que sin ti, Rosa, no veo,
no oigo, Rosa. Te digo mis oídos,
te digo mis entrañas, mi aposento,
te digo mis latidos; si algo puedo
es porque tú me ofreces una senda
que me asoma a la dicha; si algo mío
existe que merezca una ternura,
que haga saltar un corazón hermano,
o acudir a la puerta apresurada
algún arma al leerme, y quiera abrirme.
Si algo saca color a la alegría
y descubre algún agua en el secano
de tanto corazón como latimos,
es solamente, Rosa, porque puedo
decir: Rosa, te quiero, y tú me escuchas.

.........

Es otra de las cosas que decimos
sin saber muy bien lo que decimos,
eso de perder el tiempo. No es tan sencillo.
Por lo pronto habría que hallar la alacena
donde guardarlo y cerciorarnos
que sigue. No está claro eso
de que el tiempo se pierde, ni dónde
va si pierde el tiempo. Se pierde
el aire o la noche? Dónde se pierde
el tiempo que dicen que se pierde?
Llevo tanto tiempo perdiendo el tiempo,
sin saber cómo lo pierdo, ni dónde
como no sea en tu regazo. Me gustaría
guardarlo para necesidades urgentes,
como ésta de tu regazo donde
dejar para siempre y nunca el tiempo
que dicen que se pierde.

6 de octubre de 2009

Escritura violada. Respuesta a los comentarios

Me ha parecido conveniente utilizar esta vía para agradecer y responder a los comentarios que ha suscitado mi anterior entrada, 'Escritura violada'.

Comenzaré dando cuenta del porqué de mi enojo y mi protesta.

Creo no ser el único que con frecuencia y sin que medie petición por mi parte recibo mensajes electrónicos que tratan de demostrar el estado deplorable de la educación en España, la degradación de los contenidos de las distintas asignaturas y, sobre todo, la innegable incuria intelectual de los alumnos actuales. Mensajes a los que se adjuntan muy diversos archivos, desde artículos de prensa (¡cuántas vueltas habrá dado el, por lo demás, tópico, faltón e insustancial artículo de Arturo Pérez Reverte!) a exámenes de alumnos con variados disparates o documentos probatorios de la degradación moral de los jóvenes actuales. La carta de amor de la adolescente a la que hacía referencia en la anterior entrada es el último de esos episodios.

Supongo que no soy el único que se ha dado cuenta de que, con el consentimiento o la colaboración inconsciente de muchos profesores, esos mensajes continuamente replicados persiguen un único y venenoso objetivo: desacreditar la educación pública. Puedo imaginar los murmullos de protesta de muchos colegas al leer esto, pero, lamentablemente, no hay en este asunto mucho que debatir. Casi el cien por cien de los mensajes que recorren la Red a este respecto se dedican a denostar a los alumnos por lo mal que escriben, el desinterés que muestran, el abotargamiento de sus mentes. Igual, por lo demás, que se hacía ya hace cuatro mil años. Pero una de dos: o los alumnos actuales son víctimas de una pandemia vírica que los ha dejado inermes y alelados para siempre o su ineptitud es consecuencia de la incapacidad de padres y profesores para instruirlos como corresponde. Porque no es posible que los alumnos actuales sean
en su conjunto una calamidad. Más bien al contrario (me atrevo al respecto recomendar la lectura del número de septiembre de 'Cuadernos de Pedagogía' acerca del nivel educativo en España). Lo paradójico y lo lacerante es que los encargados de solucionar las deficiencias sean quienes se entretengan en propagarlas. ¿No sería más justo y más razonable reflexionar sobre ellas en vez de mofarnos y desentendernos? ¿Qué ganamos mostrando sarcásticamente lo evidente, es decir, que hay alumnos con graves problemas de ortografía, que confunden la pintura neolítica con el cubismo o creen que los quebrados son números que se han roto? ¿Acaso no nos damos cuenta de que con su amplificación estamos celebrando nuestro propio fracaso?

¿Y por qué creo que esto es un ataque a la educación pública? Pues porque todos los documentos y chascarrillos que 'prueban' las dañinas secuelas de la Logse, el descenso de calidad de la enseñanza, la ignorancia supina de los alumnos, la pérdida de valores, etcétera, proceden, sospechosamente, de los centros públicos. ¿Conocen ustedes algún testimonio proveniente de centros privados o, incluso, concertados? Yo no, la verdad. El caso de la autora de la carta que sirve de excusa a estas reflexiones es paradigmático. ¿Dónde creen que está estudiando esa chica? Pues sí, en un centro público. No hace falta ser un lince para darse cuenta. ¿Y cómo lo afrontamos entonces? ¿Nos escandalizamos? ¿Lo lamentamos? ¿Lo remediamos? ¿O humillamos a la autora? Por lo que he observado, muchos colegas han optado por esta última solución.

A mi juicio, el mero hecho de difundir esa carta es un síntoma de negligencia e hipocresía. No sé muy bien qué se pretende demostrar. Casos como el de esa alumna (sí, sí, alumna, no lo olvidemos) hay miles y los ha habido a miles en nuestra historia reciente y, desde luego, durante los años de la dictadura. ¿Ya se nos ha olvidado? ¿Por qué nos empeñamos en ignorar la realidad? ¿Por qué nos negamos a aceptar que la apuesta por la equidad y la inclusión social tiene estas consecuencias? ¿Qué queremos transmitir públicamente con nuestro escándalo: que la Logse, que dio cabida en las aulas a todos los jóvenes sin discriminación, las ha llenado de gente ignorante y zafia? Porque no nos engañemos: la mayoría de los archivos que circulan por la Red no pretenden suscitar la reflexión sino dar motivos para la burla.

Lo cierto es que todavía no he recibido un solo archivo en el que se dé cuenta de los éxitos, los esfuerzos o los compromisos de tantísimos profesores que están haciendo su trabajo con talento, coraje y sensibilidad. ¿Ustedes conocen algún archivo de esa categoríar? Yo, desafortunadamente, no. ¿Y acaso no habría mil motivos para el aplauso y la complacencia?

Y finalmente está la cuestión de la intimidad, sobre la que los comentarios han insistido una y otra vez. No entro a valorar los usos que puedan hacerse del documento al que venimos refiriéndonos. Hay, desde luego, usos perversos y usos aleccionadores. Sin embargo, el asunto de fondo es el origen ilegítimo del mismo. Si, como parece, alguien, un adulto o un profesor, ha interceptado un mensaje privado y lo ha hecho público sin permiso está cometiendo una deslealtad y una afrenta. No tenemos derecho a hurtar y luego propagar, con intenciones generalmente vejatorias, un texto absolutamente íntimo, inviolable. Y me ahorro poner ejemplos que escandalizarían a los adultos si alguien osara usar sin su autorización, incluso con fines bienintencionados, un documento personal. ¿Por qué entonces lo admitimos cuando afecta a los adolescentes? Me constan discusiones en los centros escolares cuando algún profesor muestra como un trofeo valioso una hoja manuscrita que ha logrado capturar furtivamente en un aula o un pasillo. Por fortuna, muchos profesores se sienten ofendidos por los chistes y los sarcasmos de sus compañeros a propósito de los pensamientos y expresiones de los alumnos. Denunciar esa actitud, se manifieste en una sala de profesores o en la Red, era otro de los propósitos de mi anterior entrada. Quería destacar también que esa chica merecía algo más de consideración por parte de quienes han sido delegados por la sociedad para educar e instruir.

Postdata. Releo el texto y me doy cuenta de que está impregnado por el estado de ánimo en el que me encuentro, nada sosegado. Acaba de comenzar el curso escolar y ya estoy envuelto en discusiones acerca de la patológica ignorancia de los alumnos actuales. Y me cansa. Publico esta entrada unos minutos después de acabar una clase que ha sido, para mí y mis alumnos, profundamente intensa y gratificante. Y que nadie piense que en las aulas donde doy clases hay alumnos con brillantes expedientes escolares. No, nunca ha sucedido. Sin embargo, lo que algunos de ellos han demostrado hoy es que son capaces, que son sensibles, que son talentosos. A los ojos de otros profesores probablemente estarían incluidos en el ancho grupo de los mediocres. Pero... Y he observado que tienen faltas de ortografía y no se expresan del todo bien, pero voy a tratar de remediarlo. Disculpen, por tanto, el tono de mis palabras.

2 de octubre de 2009

Escritura violada

Como a tantos otros, y lamentablemente a través de manos amigas y queridas, he recibido una ya célebre y probable carta de amor de una adolescente pidiendo a un amigo explicaciones por la ruptura de relaciones. Circula por la Red como un objeto de mofa e imagino que habrá originado no pocos comentarios despiadados. Reproduzco las primeras líneas de esa carta para que quienes la desconocen se hagan una idea de lo que estoy denunciando.

No tengo la intención de herir a nadie con las palabras que siguen, que están dictadas por el enojo, aunque es previsible que alguien se sienta molesto. Pido disculpas de antemano a quienes incomoden mi lenguaje y mi tono. Pero no puedo ocultar que me siento abochornado sabiendo que son profesores quienes están haciendo circular la carta de correo en correo, de blog en blog. Y a todos ellos pregunto:

¿Cómo consentimos ese atropello? ¿Cómo aceptamos como normal la vulneración de la escritura privada, más aún si la carta es verídica? ¿Cómo permitimos sin avergonzarnos que además se propague con el encabezamiento de 'carta de amor de una alumna de la ESO interceptada por un profesor'? ¿Pero qué imagen de la profesión transmitimos al difundir la carta? ¿Acaso no nos damos cuenta de que ofrecemos el rostro más cruel, más ofensivo, más denigrante de los profesores? ¿Acaso no estamos actuando como vulgares chismosos, al mismo nivel que los más vulgares presentadores de los programas basura de la televisión? ¿Con qué derecho hurtamos y publicamos un documento íntimo, tan personal e inviolable? ¿Para demostrar qué? ¿Que esa alumna es zafia e ignorante? ¿Que su deficiente ortografía y su tosco vocabulario son consecuencia de la degradación educativa propiciada por la Logse? ¿Que esos son los alumnos que ahora tienen la osadía de estudiar? ¿Por qué deberíamos burlarnos de esas deficiencias? ¿No es nuestra misión corregirlas? ¿No reparamos en que con esa actitud estamos desacreditando irreparablemente nuestra profesión? ¿Y qué queremos demostrar: que somos más listos, más cualificados, más aristócratas? ¿No somos conscientes de que la mezquindad que exhibimos al difundir esa carta es más condenable que todos los errores lingüísticos que pueda mostrar una adolescente? ¿O es que ahora, de pronto, nos hemos vuelto mojigatos y de lo que se trata es de denunciar que los adolescentes se soban y se excitan? ¿Por qué nos empeñamos en convertir la Red en un mugriento y vejatorio cotilleo? ¿Por qué contribuimos al desprestigio de las redes sociales? ¿Cómo podemos quejarnos luego de que los alumnos se mofen de los profesores en Tuenti, por poner un ejemplo? ¿Hacemos esto por venganza? ¿O por aburrimiento?

Y aún más: ¿Esa chica no es merecedora de un mínimo respeto? ¿No debería ser la comprensión
más propia de los profesores que el escarnio? ¿Alguien se ha parado a pensar quiénes pueden ser sus padres, su familia, sus amigos? ¿Lograremos al menos que se gradúe o nos felicitaremos por su fracaso? ¿Estaremos más felices si averiguamos que, por fin, ha sido excluida del sistema educativo? ¿Nos sentiremos orgullosos cuando sepamos que ya está donde le corresponde, explotada en la caja de un supermercado o en una peluquería?

En cualquiera de los casos, sea por escrúpulo lingüístico o puritanismo o crueldad, me parece indecente la propagación de esa carta. Y esta protesta es extensible a todos los archivos venenosos, supuestamente demostrativos de la incultura de los alumnos, que circulan por la Red. De modo que quisiera decir que ya está bien, que debemos parar esas inmoralidades, que tenemos que ejercer con dignidad nuestra profesión. Y no me extrañaría que algunos colegas, de los que claman continuamente contra la pérdida de autoridad de los profesores, estuviesen contribuyendo a difundir esa carta u otras semejantes. He aquí una buena oportunidad para recuperar la supuesta autoridad deteriorada, pues quizá en pocos casos como éste estaría justificado hablar de degradación de la enseñanza.