28 de mayo de 2009

Homenajes

Imagino que habrán sido miles los actos que, en todo el mundo, han rendido homenaje a Mario Benedetti con motivo de su fallecimiento. No me cuesta trabajo figurármelos. He tenido ocasión de conocer de cerca dos de ellos y puedo entonces deducir los rasgos de los demás.

Ayer, jueves, en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada, donde trabajo, un grupo de alumnos y alumnas de Educación Social tomó la iniciativa de rotular una sala de la biblioteca de la Facultad con el nombre de Mario Benedetti. En principio, sus pretensiones eran más bien modestas: dar testimonio de admiración pegando una cartela con su nombre en uno de los rincones donde se acomodan los estudiantes a hacer consultas o a preparar exámenes. Pero finalmente, y pues había posibilidades, decidieron colocar la improvisada placa de cartón en la puerta de acceso a la propia biblioteca.


Aun cuando era el gesto lo que importaba, no quisieron restarle solemnidad a la inauguración (una solemnidad un poco burlona), para lo cual prepararon la cortina reglamentaria (de un color acorde con el poeta y el acto), que descorrieron como corresponde.

Y también como corresponde se leyeron poemas en recuerdo del poeta uruguayo.

La celebración continuó luego en la entrada de la Facultad. Allí se siguió leyendo poesía y cantando canciones con los poemas de Mario Benedetti.

Estoy seguro de que ese homenaje no fue muy diferente a los que se le han hecho en otros cientos de lugares, pero para mí tuvo un significado especial, no sólo por el hecho de que los promotores fueran estudiantes que me son cercanos, sino por ocurrir en una facultad universitaria donde se forman futuros maestros, pedagogos y educadores sociales, y asimismo por la iniciativa de ligar el nombre del Mario Benedetti a una biblioteca, es decir, a un lugar de libros, de lectura, de estudio. Se daba a entender que el compromiso civil y político, que para muchos de los participantes de ayer tan claramente simbolizaba Mario Benedetti, se afianza en las bibliotecas y en la formación intelectual. Ese razonamiento es un motivo de alegría y de esperanza.

Como lo es igualmente el conocimiento de los muchos elogios hechos en las aulas, los poemas colocados en los pasillos o las lecturas realizadas en las bibliotecas de tantos centros escolares de todo el mundo. Admiro en estos casos la voluntad y el esfuerzo de los profesores y las profesoras que consideran importante que la memoria de sus alumnos se pueble con las palabras vivas de los poetas. En representación de todos los colegios e institutos donde la voz de Mario Benedetti ha resonado estos días con emoción y reconocimiento escojo la imagen de un modesto tablón de homenaje colocado junto a la biblioteca del IES Ilíberis de Atarfe, Granada.

Son iniciativas así las que enaltecen el acto de aprender y enseñar.

26 de mayo de 2009

Leyendo a Pablo Neruda

Hoy quiero ofrecerles dos poemas que representan, a la vez, dos modos de leer. Son dos diferentes respuestas literarias a la poesía de Pablo Neruda. Me gustan porque demuestran que cada lector responde de manera íntima y singular a lo que lee, porque presentan la escritura como una posibilidad de proseguir y culminar la lectura.

El primero de ellos, cuyo autor es Luis Alberto de Cuenca, es una sutil e irónica contestación al célebre poema 15 del libro 20 poemas de amor y una canción desesperada. Ya recuerdan: "Me gustas cuando callas porque estás como ausente..." (aquí pueden leerlo completo). Si colocan ambos poemas uno al lado del otro y los dan a leer a los jóvenes, es seguro que aprenderán algo más sobre lo que significa la lectura y sobre los diversos modos de dialogar con la poesía que la escritura
permite.

EL DESAYUNO

Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
"Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno".

El siguiente poema es de Javier Bozalongo y desgrana sus recuerdos juveniles de lector, cuando los versos de Pablo Neruda lo deslumbraron y le hicieron observar el mundo a través de ellos. Los incorporó a sus modos de mirar y de sentir, igual que al cabo del tiempo los incorpora al poema que escribe en memoria de aquellas primeras lecturas. Es también perceptible el rastro de los
20 poemas de amor y una canción desesperada, así como del libro que da título al poema.

RESIDENCIA EN LA TIERRA

(A/con Pablo Neruda)

Verano del setenta y ocho.
Recuerdo bien la vieja librería,
a las chicas con guardapolvo azul
y el tío Pepe al fondo, sentado en su despacho.
La penumbra del enorme almacén
escondía tesoros
difíciles de descubrir
para el joven aprendiz de poeta.
Recuerdo bien mis treinta años menos
y las ganas ingenuas de escribir, por ejemplo:
La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.

Acorralado entre el mar y la tristeza

de mis diecisiete años de entonces
siempre me acompañaba el sortilegio
que tú dejaste escrito:
Aquí vive un poeta.
La tristeza no puede

entrar por estas puertas.
Desde entonces, mi vida
ha sido un galopar de años alegres
cantándole a los ojos oceánicos
de las pocas mujeres que amaron.
Ahora que el día lunes arde como el petróleo,
yo vuelvo a la oficina y no sé si estos versos
serán un homenaje para ti
o serán, para mí, como un largo lamento
del hombre que se cansa
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro. *

* (Este último poema está extraído del libro Corazón de casa. Catorce jóvenes poetas cantan a Neruda, editado por el Ayuntamiento de Peligros, Granada, con motivo de la inauguración del Teatro Pablo Neruda de la citada localidad)

23 de mayo de 2009

Otros niños

La maestra, Mercedes, me escribe lo siguiente:

Juan, te mando algunas fotocopias de la 'lista de libros' y ' críticas literarias' que me dijiste que te habían gustado.

Gracias. Las sensaciones que sintieron el día que viniste y hoy cuando se han visto nombrados en tu blog, y Fernanda ha visto su dibujo, son tan diferentes a las que su entorno proyecta constantemente sobre ellos que creo que se sintieron, en palabras de Ángel González, limpios, inteligentes, sencillos, tiernos y buenos. Así debe ser, si esto tiene algún sentido. Son felices, están aislados de la brutalidad por unas horas y espero que aprendan a defenderse de ella. Gracias por tu ayuda.

Mercedes hace alusión a una visita reciente a una clase de 1º de Primaria del colegio Juan Ramón Jiménez, en Granada. Para mí fue una experiencia imborrable, aunque por razones algo diferentes a las de la visita a la Escuela Infantil Arlequín, de la que hablaba en la entrada anterior. He querido poner ambas experiencias en correlación para hacer ver hasta qué punto el entorno familiar y social puede condicionar los aprendizajes. Los alumnos a los que hace mención Mercedes en su carta no son equiparables a los del grupo 'Las palomas', que ya conocen ustedes, aunque únicamente los separe un año de edad. Sus biografías difieren notoriamente en muchos casos, los estímulos culturales que reciben en su casas también, así como las circunstancias laborales, económicas o convivenciales de sus padres. Bastaría conocer en qué desconsoladores mundos cotidianos viven algunos de esos niños para darse cuenta de que aprender no es sólo una cuestión de voluntad personal o metodología didáctica, sino que está determinada por causas que están más allá del esfuerzo individual o la disciplina colectiva,
como se empeñan en hacernos creer los apóstoles del neoconservadurismo educativo. ¡Cuánta distancia puede haber entre unos niños y otros, aunque entre una y otra escuela medien tan sólo unos pocos cientos de metros!

Fui igualmente a hablar con ellos y a leerles cuentos. Conociendo su origen social y las a menudo penosas circunstancias familiares me pareció oportuno comenzar por un relato que me gusta especialmente: Yo, de Philip Waechter.


Si lo conocen, entenderán por qué lo escogí. Me pareció que esa imagen gozosa, optimista, segura, un tanto vanidosa, que el oso protagonista proyecta de sí mismo podría crear en aquellos niños un íntimo y luminoso espacio de ensoñación. Suponía que las frases afirmativas que desde la misma portada van construyendo la historia (yo soy guapo... yo soy listo... yo me alegro de los pequeños detalles de la vida... yo soy fantástico... me gusta vivir... yo no tengo miedo... yo sé lo que quiero...) podrían ser recibidas por los oyentes como el agua por el sediento, como la caricia por el herido. De hecho, y de modo espontáneo, los niños fueron repitiendo en voz alta las palabras del cuento, con lo que las sencillas frases del oso parecían en sus bocas una jubilosa declaración de identidad. Más evidente todavía cuando al final del relato el protagonista acaba reconociendo que, sin embargo, hay días en que se siente solo, aislado, y necesita entonces correr y correr hasta llegar a alguien que lo espera con los abrazos abiertos, que lo estrecha fuertemente contra su cuerpo, y con quien inicia un tranquilo paseo por el campo.

Aquella celebración del gozo me bastaba, la defensa final del afecto era la mejor contribución que un libro podía ofrecerles a sus vidas. Los dibujos que de inmediato se pusieron a hacer y luego me regalaron colmaban mis propósitos. En sus colores era manifiesta la expresión de sus íntimos sentimientos tras escuchar el relato.

La emoción más intensa me alcanzó, sin embargo, unos días más tarde, cuando junto a las palabras de la maestra que he reproducido al comienzo llegaron a mis manos algunos textos escritos por ellos. Ustedes juzgarán por sí mismos, pero no me resisto a comentarles que en sus vacilantes escrituras, en sus sinceras declaraciones de cariño, percibo la huella de una previa demostración de afecto, del alud de sentimientos que desencadenó una ficción literaria. ¿Cómo no creer entonces en el poder alentador de la literatura? ¿Cómo no entenderla como una revelación, como un alivio?

Leo sus textos y pienso en ellos con la respiración contenida, como cuando observamos las gotas de suero que van pausadamente de la botella a los cuerpos tendidos en las camas de los hospitales, flujo en el que depositamos la esperanza de la curación. Sé que esas gotas sanadoras son en el aula la multitud de gestos, palabras, saberes, sentimientos, ideales... que brindamos a los alumnos y los avivan y les hacen sentirse confiados y soñadores. Pero qué tremendo fracaso colectivo supondría que, ahora que esos niños están en la frontera entre la redención y la rendición, no fuésemos capaces de asegurarles que saldrán victoriosos, que la escuela es más poderosa que las fatalidades familiares o los destinos ancestrales, que las promesas de un YO libre e ilusionado no son una lacerante quimera.

20 de mayo de 2009

Crónica de una visita anunciada

Hace unos días les di cuenta de una carta que había recibido procedente del grupo 'Las palomas' de la Escuela Infantil Arlequín, en Granada. Los niños y niñas que lo componen tienen 5 años. En la citada carta me invitaban a ir a su clase a leerles algunos cuentos y a hablarles de China (próximamente les contaré el asombroso proyecto de investigación sobre el país asiático en el que están inmersos).

Previamente a la visita yo les envié una carta de respuesta.



Desde el principio de curso están entregados al estudio y uso de la correspondencia. Reciben y escriben cartas y tarjetas postales desde muy diversos lugares y luego las cuelgan en el espacio destinado a ello, como si formaran una escultura móvil de Alexander Calder.


Como yo quería que conocieran otros medios de hacer llegar una carta a su destinatario, les envié la mía por medio de un mensajero. Al chico que la llevó, larga melena recogida en una cola y casco negro reglamentario en mano, lo asaetearon a preguntas sobre su oficio. Aprendieron algo más sobre el correo.

A la hora prevista me presenté en la clase ante el nerviosismo general (incluido el mío). Había mucha expectación, porque imaginaban que podía ser una jornada especial. Una madre me confesó luego que su hija había estado muy inquieta la víspera pensando en el acontecimiento del día siguiente. Aún me sigue sorprendiendo la entrega emocional de la que son capaces los niños cuando intuyen que algo especial les aguarda.

Ese día había cargado de cuentos el maletín de los días excepcionales.

Los primeros minutos los destinamos a examinarnos mutuamente. Ellos con más minuciosidad que yo. Era lógico: querían saber si la espera había merecido la pena. Habría sido lamentable que el invitado los hubiera decepcionado (ése era mi temor). Pero pasé la prueba. Sin dejar de observar el maletín se dedicaron luego a comentarme la carta que les había enviado, que se sabían casi de memoria. La habían leído ellos solos (insistieron mucho en eso, aunque reconocieron alguna ayuda de su maestra Isabel). Y como era de esperar, mi declarada predilección por las patatas fue el primer gran asunto de conversación. Todos los presentes manifestaron cómo les gustaban a ellos (las fritas y mojadas en huevo o kétchup sobresalieron sobre las otras formas de comerlas).

Luego dedicamos un largo tiempo a hablar de China, les escribí algunos caracteres en la pizarra y ellos me mostraron todo lo que ya sabían sobre el país y su cultura. Pero, como he dicho, dedicaré una entrada independiente a ese asunto.


Y como no dejaban de preguntar qué cuentos había en el maletín, lo abrí para desvelar el secreto. Llevaba una decena, a la espera de poder elegir los más convenientes. Escogí finalmente dos: ¿Quieres ser mi amigo?, de Eric Carle y 3 brujas, de Grégoire Solotareff.


Los dos cuentos les gustaron, claro está, pero la densidad del silencio durante la lectura de la historia de los dos niños solitarios, confiados y risueños que, tras ser raptados, transforman a Escoli, Escori y Esqueli, las tres brujas, me hace pensar que les cautivó más la segunda narración. Sus comentarios me confirmaron la extraordinaria importancia de la literatura en sus vidas y la inmensa sensibilidad e inteligencia con que se enfrentan a ella. Les regalé ambos libros, con gran contento de todos.

Algunos se dieron cuenta de la similitud con otro cuento que ya conocían: Los tres bandidos, de Tomi Ungerer. También eran tres, como las brujas, y raptan asimismo a una niña huérfana, que finalmente los transforma. Esa sutil asociación demuestra cómo se construye la educación literaria. Algunos de los dibujos que en su día hicieron tras la lectura de la historia de los tres bandidos parecían ilustraciones de la que acababan de conocer.


Los más curiosos no tardaron en sacar el resto de cuentos del maletín y algunos de ellos se pusieron a hojearlos, a mirarlos, a leerlos. Más de dos horas después de comenzar nuestra amistad llegó el tiempo de salir al patio. Lo necesitaban. Pero antes me hicieron prometer que regresaría para seguir leyéndoles. ¿Cómo podía negarme? Una niña me hizo al final un comentario que me partió el corazón: Pero no tardes tanto en venir la próxima vez. ¡Ay!

Visité un aula donde aprender es una actividad apasionada, alegre, intensa, sensible, abierta al mundo. Me sentí feliz.

Cuento todo esto por gratitud, pero también como reconocimiento. Fui a esa clase porque me invitaron los alumnos, porque su maestra es amiga mía (antes fue mi alumna), porque me entusiasma conversar con los niños de los asuntos que les interesan. Pero publicar todo esto es asimismo un modo de proclamar el mérito de la pedagogía investigadora, cooperativa y respetuosa con los procesos individuales de aprendizaje que se sigue en ésa como en las restantes escuelas del Patronato Municipal de Educación Infantil de Granada, tan amenazadas, tan subestimadas por quienes deberían mimarlas y defenderlas con orgullo.

17 de mayo de 2009

El rastro de los afectos

La gentileza de muchas personas que aman la lectura me permite hablar y leer en lugares donde los libros poseen reconocimiento y amparo. Con esas experiencias, y con las palabras y los sentimientos de tanta gente generosa como he conocido, voy tejiendo la malla de afectos que, como la yedra, va lentamente recubriendo mi vida. Ése es el don más valioso que puede recibir alguien apasionado por hablar de literatura y lecturas ante las personas más diversas, en los espacios más dispares. Y es muy raro que, al cabo de un viaje, regrese a casa sin algún testimonio material de mi paso por esos lugares. Esos objetos, que son puras demostraciones de afecto de los anfitriones, los suelo colocar en los bordes de las baldas de la biblioteca, próximos a los libros a los que, en parte, fue debido el viaje, como una forma visible de recuerdo.

Me atrevo a hacer públicos algunos de los que, en las últimas semanas, han accedido a las estanterías o se han acomodado cerca de ellas, como muestra de gratitud a los donantes.

(Fui al IES San Felipe Neri, en Martos (Jaén), a hablar a los alumnos sobre la literatura y las emociones que genera, y al final me regalaron un bonsái de olivo, con la particularidad de que en la maceta de barro que lo contiene está grabada una frase sacada de un libro mío. Es uno de los regalos más sorprendentes y delicados que jamás he recibido. Gracias, Pepa)

(En el Aula Magna de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid recibí el día 23 de abril el Premio Telémaco 2009, en su modalidad de libros de divulgación. En su día agradecí públicamente al jurado la concesión del premio, a la Cátedra Telémaco, que dirige Jaime García Padrino, las magníficas iniciativas emprendidas, y a la Fundación SM, en la persona de José Luis Cortés, el sostenimiento y la promoción de las actividades de la mencionada cátedra. Hoy reitero aquí aquellos agradecimientos)

(En el IES Generalife, en Granada, hablamos a los alumnos de Educación Secundaria sobre qué debe esperarse de la literatura y cómo ligar la lectura de los libros con sus propias vidas. Sobre todo, leímos cuentos y poemas, que es la mejor demostración de lo que pensamos y defendemos. Regresamos con algunos libros más en la cartera. Gracias, Matilde)

(Invitado por la Fundació Bromera, acudí a Carcaixent (Valencia) para hablar de los caminos que pueden llevar a la lectura. El mejor regalo que obtuve allí fue inmaterial. Mientras caminaba por las calles no dejaba de respirar la intensa fragancia procedente de los campos de naranjos que circundan la población. La imagen de la flor de azahar que he colocado es un modo de recordar el origen de aquella gratísima experiencia sensorial. Gracias, Josep Antoni, Beatriz)

(A los alumnos de 1º de Primaria del CEIP Juan Ramón Jiménez, en Granada, les leí algunos cuentos. Uno de ellos fue Yo, de Philip Waechter. Al acabar, y de modo espontáneo, comenzaron a dibujar sus impresiones del cuento. De entre todos los dibujos que me regalaron he escogido el de Fernanda para ilustrar el recuerdo de esa feliz visita. Gracias, Mercedes)

(Al término de la conversación que sobre la lectura y la vida mantuve con madres y padres de alumnos, profesores del centro y algunas alumnas y antiguas alumnas del CEIP Jabalcón, en Baza (Granada), una niñita me entregó una placa de barro, hecha en el propio centro, como recuerdo del acto. Estaban conmemorando el vigésimoquinto aniversario de la apertura del colegio. Yo fui parte de la celebración. Gracias, Carlos)

(Con motivo de la celebración de la IX Jornada Matemática y Física en La Herradura (Granada), que organizan el IES Villanueva del Mar y el CEIP Las Gaviotas, recibí el regalo de algunos yoyós, que este año ha sido el juguete emblema de la Jornada. Desde hace una semanas estoy colaborando con ellos en la iniciación de un club de lectura abierto a profesores, padres y alumnos. Gracias, Carmen, Secundino, Elena, Carmen, Nati)

13 de mayo de 2009

Para Marta... (conclusión)

Relataba ayer que Agustín Penón llegó a Granada en 1955 con la intención de pasar sólo unos días, con un espíritu más curioso que inquisidor, pero la vida de la ciudad lo enredó de tal manera que no quiso abandonarla hasta concluir sus trabajos sobre la muerte de Federico García Lorca. Y en ella residió más de un año y medio. El quebranto económico, la ruina sería más exacto decir, que le ocasionó aquella aventurada permanencia fue no obstante inferior a la perturbación emocional que sufrió. Sorprende pensar cómo el curso de una vida depende tantas veces de una decisión banal e impremeditada. Nada fue igual para él desde entonces. Quienes lo conocieron afirman que aquellos meses trastocaron su vida para siempre.

Nunca fue capaz, sin embargo, de ordenar y publicar el resultado de su minuciosa y arriesgada investigación. Y no por temor a la escritura (es sabido que su fortuna la debía en parte a un serial radiofónico que elaboró junto a su íntimo amigo William Layton) sino por alguna razón que tiene que ver más con la psicología que con la literatura. En el documental televisivo al que hice referencia en la entrada anterior, Marta Osorio habla del temor paralizante de Penón a no estar a la altura de lo que García Lorca se merecía. Es probable. Lo cierto es que durante años sus apuntes permanecieron arrumbados en una maleta, sin que al parecer hiciera tentativa de darles forma. Su obstinación y sus hallazgos no habrían de resultar, sin embargo, estériles. La fuerza de la amistad lo habrían de impedir, aunque medio siglo más tarde. El libro Miedo, olvido y fantasía es el homenaje que Marta Osorio rinde al amigo que conoció fortuitamente cincuenta años atrás. Un homenaje de amor.

Porque ocurrió que durante su estancia en Granada Agustín Penón fue testigo de un suceso que ahora nos hace sonreír, pero que entonces podía dañar y marcar el rumbo de una vida, como así ocurrió. Pocos episodios como aquél podrían condensar la sombría realidad de una época y una ciudad. En junio de aquel año, el Teatro de Cámara Universitario estaba ensayando La Celestina, de Fernando de Rojas, para ponerla en escena durante las fiestas del Corpus. Inesperadamente, el alcalde de Granada, en connivencia con el gobernador civil, el arzobispo y el rector de la universidad, prohibió la representación a causa, según se hizo público, de "los graves reparos de orden moral" que se habían formulado contra la obra (sí, así eran las cosas durante la dictadura de Franco). La policía político-social no podía faltar en aquel esperpento, y no faltó, pues estuvo acosando a los jóvenes actores en sus reuniones, como tampoco faltaron los representantes de la iglesia católica, uno de cuyos sacerdotes fue el instigador de la prohibición y también el autor de las maledicencias contra la muchacha que iba a encarnar el papel protagonista de la obra, y cuya amargura sólo ella podría relatar. Aquella malograda Celestina, aquella joven víctima de la intolerancia y la estupidez reinantes, se marchó unos años después a Madrid en busca del éxito como actriz y también en busca de un aire un poco más respirable que el de Granada. Ya habrán adivinado que se trataba de Marta Osorio. En Madrid asentó su amistad con William Layton, el amigo norteamericano de Agustín Penón, afincado entonces en España como director teatral y que tan decisivamente habría de contribuir a la renovación de la escena española, y con el propio Agustín Penón, durante sus posteriores visitas a España. La vida de los tres, Agustín, Marta y William, quedó así trabada para siempre. A la muerte de Penón, William Layton heredó la maleta con los 'papeles' de su amigo, y tras la muerte de Layton la maleta llegó a manos de Marta Osorio, quien ha sido la encargada de concluir, con admirable generosidad e inteligencia, el sueño de su lejano amigo.

No sabría decir exactamente cómo conviene leer el libro, si como un relato o como un ensayo. Quizá de ambos modos, pues su mayor virtud es su dualidad. Es cierto que Agustín Penón no concibió el libro como una narración, pero nosotros sí podemos leerlo así. Lo que seduce particularmente del libro es la posibilidad de conocer no sólo el resultado de una investigación sino el proceso mismo. Gracias al peculiar sentido literario de Penón vamos conociendo sus pesquisas, pero al mismo tiempo la manera de hacerlas. Penetramos con él en las tabernas de Granada, con él acudimos a los hospitales e iglesias de la ciudad, de su mano conocemos a jerarcas franquistas dicharacheros y a intelectuales amargados y recluidos, su curiosidad nos conduce por salones y cocinas donde se habla de García Lorca con voz baja y amedrentada. Además de una paciente y detectivesca indagación, el libro es un retrato diáfano de una ciudad amilanada, recelosa y amnésica. Al hilo de sus investigaciones, Agustín Penón va mostrando una galería de personas de la ciudad que en este libro, y al cabo de los años, adquieren de repente la condición de personajes. Como en las mejores narraciones, el lector puede percibir los latidos íntimos de una época. La sagaz mirada de Penón nos permite conocer las jactancias de unos y las desconfianzas de otros, los recuerdos y las omisiones, las mentiras más mostrencas y las lealtades más incorruptibles. Y ahí reside uno de los grandes valores del libro, en lo que tiene de testimonio además de averiguación. Veo en este libro la simiente de una gran novela sobre Granada.

Y que sea en esta ciudad donde finalmente se publique el texto completo de las investigaciones le añade un gran significado. Demuestra que se va resquebrajando el espeso dique de silencio que durante años ha impedido hablar con franqueza de la muerte de García Lorca y de los otros miles de crímenes, lo cual más que un motivo de enconamiento es una razón para el entendimiento civil. La memoria indulgente es el patrimonio más valioso de los granadinos libres y comprometidos. Por eso debe agradecerse a la Editorial Comares la voluntad de publicar un libro que es también una recompensa a la lealtad de Marta Osorio hacia sus amigos. Sé que durante el prolongado y fatigoso trabajo de reconstrucción de los manuscritos de Agustín Penón, la autora atravesó trances de extrema desesperación y más de una vez sintió la tentación de la renuncia. Pero superó esos momentos de desaliento recordando a quienes le habían confiado la tarea de restituir la memoria, de formalizar un regreso necesario y definitivo. Su más alta satisfacción debe ser la de haber contribuido a restablecer el orden justo de las cosas.

12 de mayo de 2009

Para Marta, que sé que no puede leerme

Hace unos días, TVE emitió el documental La maleta de Penón, realizado por el programa Documentos TV. Es probable que, como me sucedió a mí, muchos espectadores se conmovieran al verlo. Narraba una historia digna de conocerse, una prueba más de que cuando hablamos de libros estamos hablando en realidad de la vida (al menos con esa intención escribo este blog). Si no tuvieron oportunidad de ver el documental, pueden hacerlo utilizando esta dirección. Les aconsejo que lo vean.

Pero detrás, o, por mejor decir, antes, de ese documental hay un libro: Miedo, olvido y fantasía, que, como se anuncia en la cubierta, recoge la 'crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca (1955-1956)'.


(Si uno fuera prudente, debería detener aquí la redacción de esta entrada. El objetivo estaría cumplido: recomendar la visión del documental y dar noticia del libro. Sería suficiente. Pero como la prudencia no siempre es buena amiga, he decidido contar algunas cosas que me parecen importantes. No obstante, y para no cansar, lo haré en dos partes. Mañana completaré la narración.)

El libro del que hablo hoy corre el riesgo de ser afectado por el morbo que genera todo lo relacionado con la muerte de Federico García Lorca. Habla de eso, en efecto, pero a mi juicio va más allá de un relato sobre los motivos de la detención y el fusilamiento del poeta o sobre el lugar de su enterramiento.

Nombrar a Agustín Penón fue durante muchos años como referirse a una sombra. Se hablaba de los 'papeles de Penón' como si fuesen manuscritos secretos, casi apócrifos. Pocos leyeron en su día el compendio que editó Ian Gibson en 1990. Sin embargo, y a pesar de su escasa resonancia, aquella primera publicación sirvió para vislumbrar un territorio desconocido y atrayente, para alentar el misterio y la curiosidad. La publicación del libro Miedo, olvido y fantasía, compuesto por Marta Osorio con todos los 'papeles' que explicitaban las investigaciones realizadas por Agustín Penón, es la recompensa a tan larga espera, a tan intensa expectación.

En el libro se entreveran tres historias. La historia de un asesinato, la historia de una obsesión y la historia de una lealtad. El punto de intersección de las tres es Granada. Esta ciudad nutrió la vida y la obra literaria de Federico García Lorca y en ella se urdió el horror de su muerte; a esta ciudad acudió Agustín Penón buscando una respuesta que lo acuciaba desde su juventud y que trastocó su vida para siempre; y esta ciudad es también la de Marta Osorio, en ella nació, en ella está la casa paterna y en ella ha concluido este libro con una pasión y una fidelidad no muy diferentes a las que emplean los arqueólogos en la reconstrucción de una vasija o un esqueleto.

La muerte de Federico García Lorca simboliza, quizá como pocos motivos, la crueldad de toda guerra, pero específicamente la de la Guerra Civil española, uno de cuyos rasgos distintivos fue la saña que el fascismo exhibió contra los obreros y los intelectuales, contra los frágiles y los diferentes, una saña particularmente intensa en esta ciudad, que soportó el asesinato de miles de personas como una simple fatalidad e hizo luego del silencio una de sus más relevantes peculiaridades. No es extraño que la averiguación de los porqués de la detención y posterior fusilamiento de uno de los poetas más eminentes de España, así como el desvelamiento del lugar de su tumba, aguijoneara la curiosidad de tantos, pues a la aversión del crimen se agregaba, en el caso García Lorca, el cercado de sombras e interrogaciones que lo rodeaba. El fusilamiento de un escritor tan encumbrado, detenido además en su ciudad natal y enterrado anónimamente, resultaba un suceso incomprensible, aun teniendo en cuenta el cataclismo que supone una guerra civil. A muchos no satisfacía del todo explicar su muerte como una más de las centenares que se produjeron en el verano de 1936, incluyendo las del alcalde, el rector de la universidad y el director del periódico más importante de la ciudad. No parecía la sola consecuencia de un infortunio y ese absurdo alentaba las preguntas. Si a las sospechas se suman la negación, el secreto y el silencio que siguieron al crimen se comprenderá mejor el interés de tantos por dar luz a aquella tragedia.

Por eso el título de este libro resulta tan exacto, tan definitorio de la atmósfera que durante muchos años ha acompañado a esa muerte, pues, en efecto, la alianza de un miedo exacerbado, un olvido concienzudo y una fantasía desmedida impidió que la muerte de García Lorca fuese esclarecida cuando correspondía. Tuvieron que ser historiadores extranjeros quienes comenzaran a sondear en aquel horror, a abrir cuidadosamente las bocas cerradas. A ellos correspondió la primicia de trazar la cartografía política y emocional de la muerte del poeta, y los nombres de Gerald Brenan, Claude Couffon, Marcelle Auclair o Ian Gibson merecen admiración y reconocimiento. Pero en esa nómina de atrevidos y tenaces investigadores hay que incluir de modo preferente a Agustín Penón, pues aunque sea ahora cuando se publica el conjunto de sus indagaciones, sus descubrimientos ya estaban hechos en el año 1956. Mucho de lo que se ha sabido después ya fue adelantado por él hace medio siglo. La edición de este libro es por tanto un acto de justicia y reparación.

Aunque en el caso de Agustín Penón sería injusto hablar de extranjería. Él nunca dejó de ser un ciudadano español y la adquisición de la nacionalidad norteamericana, tan ventajosa posteriormente para sus indagaciones sobre el poeta granadino, se produjo de modo accidental y como consecuencia de un exilio al que fue empujada su familia por los vientos feroces de la Guerra Civil. En el capítulo primero del libro, Penón da cuenta de su fascinación juvenil por García Lorca, cuando siendo estudiante en Barcelona, su ciudad natal, leyó con arrobamiento el Romancero gitano. Y esa referencia inicial me parece indispensable para entender qué género de nostalgia lo impulsó a regresar a España en 1955 y qué clase de deseo lo empujó a Granada a indagar las causas y los pormenores de una muerte innombrable. Pensó que al cabo de veinte años no sería demasiado laborioso recabar información, que hablar de los muertos del pasado no supondría una adversidad. Pero se equivocó. No contaba con el silencio y el miedo que aún acampaban en la ciudad.

(Mañana, el final)

7 de mayo de 2009

De repente, la poesía

Si tienen intención de pasear estos días por el barrio del Albaicín, en Granada, podrán comprobar que la poesía puede salirles al paso inesperadamente, desde los muros de las casas. No sé qué pensarán de esa eventualidad, pero a mí me parece una bienvenida inesperada, merecida.

Esa pintada reproduce los dos últimos versos de un soneto escrito por Vinicius de Moraes, incluido en el libro Poemas, sonetos e baladas, publicado en 1946. Es un poema muy hermoso. Por si les apetece leerlo completo en su lengua original lo reproduzco a continuación.

Soneto de fidelidade

De tudo, ao meu amor serei atento
Antes, e com tal zelo, e sempre, e tanto
Que mesmo em face do maior encanto
Dele se encante mais meu pensamento

Quero vivê-lo em cada vão momento
E em seu louvor hei de espalhar meu canto
E rir meu riso e derramar meu pranto
Ao seu pesar ou seu contentamento

E assim quando mais tarde me procure
Quem sabe a morte, angústia de quem vive
Quem sabe a solidão, fim de quem ama

Eu possa lhe dizer do amor (que tive):
Que não seja imortal, posto que é chama
Mas que seja infinito enquanto dure

(Aquí pueden leer una traducción al castellano)


En la parte baja del barrio, si inician la caminata por la Cuesta de San Gregorio, pueden leer asimismo un fragmento de un poema del poeta mallorquín Joan Alcover, con su correspondiente traducción.

Y si toman algún autobús, tendrán la ocasión de leer otros poemas. Por ejemplo, el de Ida Vitale, poeta uruguaya, que reproduce la imagen. Están colocados allí para avisar que el Festival Internacional de Poesía está próximo.

Bienvenidos.

4 de mayo de 2009

Una carta

Hace unos días recibí una carta.



Es una carta colectiva. Me la enviaron los alumnos y alumnas de la clase 'Las Palomas' de la Escuela Infantil Municipal Arlequín, en Granada. Desde el principio de curso están aprendiendo con su maestra, Isabel Vallejo, los significados y la estructura de las cartas. Ahora mantienen correspondencia con personas a las que quieren comunicarle o solicitarle alguna cosa. Al final van los nombres de los remitentes. Casi todos han aportado algo al texto.

Si la leen con atención observarán la admirable inteligencia de los autores, su intacta ilusión por aprender. Han aprendido a escribir de un modo sereno y reflexivo, inmersos en contextos auténticos y significativos, participando en prácticas sociales de lectura y escritura. Me siguen conmoviendo esas muestras inaugurales de escritura, sus inseguros trazos, el profundo entusiasmo que desprenden. ¡Albergan tantas esperanzas, tantas promesas!

La postada me emociona especialmente: TAMBIEN APRENDEMOS A LEER MUCHAS COSAS. Lo que me piden es precisamente que contribuya a ese aprendizaje, que acuda a su clase a leerles algún cuento, que les muestre cómo se hace eso a lo que tanto aspiran. Iré, claro está. Ellos me esperan y yo estoy deseando conocerlos.
Les daré cuenta a su tiempo de la visita.

También me enviaron unos dibujos, algunos de los cuales reproduzco aquí.