30 de marzo de 2009

Cien

La cifra 100 sigue ejerciendo sobre los seres humanos una atracción especial. Es rotunda, fronteriza, concluyente. Imagino que no faltarán ensayos que hayan dado una explicación simbólica o cabalística o antropológica o psicoanalítica a esa fascinación, pero los desconozco. Lo indudable es que es una cifra que invita a la pausa, a la meditación. No seré yo quien se resista a ese encanto.

El caso es que con ésta son cien las entradas del blog. Haber conseguido llegar hasta aquí es ya un mérito. No desfallecer es un logro en sí mismo. Significa que esta actividad me importa, me gratifica. No obstante, sería muy injusto destacar la constancia como el mayor merecimiento. Ha habido tantas satisfacciones, tantas sorpresas, en esta corta trayectoria que hoy quiero dedicar la entrada a comentar algunas verificaciones y algunos beneficios.

Cosas que he comprobado en estos meses:

. He comprobado que escribir un blog es una actividad exigente, fatigosa, adictiva.
. He comprobado que hay lectores leales y discretos en muchos países, a los cuales, probablemente, nunca conoceré, pero cuya sombra me hace feliz. A todos ellos me gustaría agradecerles hoy su presencia.
. He comprobado que no es fácil desprenderse de los hábitos de escritura y que a veces redacto entradas más largas y densas de lo que, según los expertos, debería hacerse en un blog.
. He comprobado que, más allá de las diferencias geográficas o sociales, hay un lenguaje común y transfronterizo con el que muchos ciudadanos del mundo pueden identificarse y comunicarse.
. He comprobado que el pudor no es un sentimiento muy apto para moverse con agilidad por este mundo.
. He comprobado que inesperadamente podemos despertar en los demás evocaciones, esperanzas, pensamientos.
. He comprobado que es peliagudo promover una respuesta de los lectores, tal vez porque no sea necesaria, tal vez porque el silencio es otra forma de dialogar.

¿Y para qué me ha servido?

. Para sacar fuera de las aulas y de los ensayos académicos mis razonamientos y mis emociones sobre la lectura.
. Para iniciar y sostener una pausada conversación sobre libros y sobre la vida con interlocutores nunca imaginados.
. Para recuperar el gusto por la escritura regular y pública.
. Para confirmar que la lectura sigue siendo un modo grato de establecer relaciones epistolares.
. Para establecer contacto con personas anónimas, inteligentes, sensibles.
. Para recuperar la palabra de una antigua amiga.
. Para leer blogs originales y magníficos.
. Para conocer libros y cómics de los que no tenía noticia.
. Para descubrir afinidades vivenciales y sentimentales con muchas personas.
. Para afinar mi percepción de los lectores.
. Para reafirmar algunas ideas y desarrollar muchas otras.
. Para evitar los narcisismos, las fatuidades, las grandilocuencias y demás ridículas enfermedades del ego.
. Para ratificar el valor cívico del diálogo sereno, cortés y cordial.
. Para cargar con un nuevo compromiso e incorporar una nueva preocupación.

Debería decir entonces que mis expectativas iniciales han sido sobrepasadas por la experiencia, que creo haber recibido más de lo que he dado, que escuchar el eco lejano que las propias palabras provocan es una forma íntima de felicidad.

26 de marzo de 2009

Viajes

A lo largo de mi vida han sido muchos los libros que me han impulsado a viajar. No hablo de los viajes de la mente, de las aventuras de la imaginación, sino de viajes reales, geográficos. Muchos han sido los libros que me crearon el deseo irresistible de conocer los lugares donde vivieron los protagonistas, las calles o las veredas o las plazas por las que deambularon o se extraviaron. En la mayoría de los casos el deseo no prosperó y quedó varado en la memoria, insatisfecho. En otros muchos, en cambio, ese impulso culminó en un desplazamiento, en una experiencia. Quiero hablar hoy de uno de esos viajes.

Tengo la conciencia exacta del principio, del nacimiento de un deseo concreto. Yo debía tener 13 o 14 años. No podría decir con certeza qué fue antes, si el libro o el gesto. Quizá fueron simultáneos, quizá estuvieron separados por un lapso brevísimo de tiempo. De lo que no me cabe la menor duda es de que en esos iniciales años de la adolescencia nació y creció en mí el acuciante deseo de conocer China. Cuando hablo del gesto aludo al hecho de que en el colegio y en determinada fecha encargaban a los alumnos salir a las calles a postular (así se decía) para los niños del tercer mundo. Se trataba de recaudar dinero para ayudar a los misioneros católicos a evangelizar los territorios desconocedores aún de la palabra divina (eso nos predicaban entonces). Era el tiempo en que las cuestaciones para el Domund (Domingo Mundial de las Misiones) eran un deber cristiano, un ejercicio de virtud que los niños realizábamos con ahínco y excitación.

En el tiempo en que a mí me tocó salir a las calles a pedir dinero a los transeúntes había unas huchas de barro muy llamativas. Representaban cabezas de personas de distintas razas, o más bien de representaciones tópicas de lo que se suponía que era el arquetipo de un indio de Norteamérica, de un africano de la selva, de un chino mandarín..., para cuya conversión se suponía que solicitábamos el óbolo. A mí me tocó en suerte postular con la cabeza de un chinito (así lo nombrábamos, en diminutivo). No lo he olvidado.


Esta cabeza de chino no es la de entonces. Me fue regalada muchos años después de aquellas postulaciones callejeras por un amigo más joven al que le fascinaban las historias que yo contaba y que hizo luego todo lo posible por conseguir una de ellas entre los anticuarios del Rastro de Madrid. Me consta que le costó una cantidad nada despreciable de dinero. Ahora reposa en una estantería al lado de otra estatuilla contemporánea, realizada sin embargo en el extremo opuesto del mundo. Es una de tantas efigies que durante la Gran Revolución Cultural China adornaban las repisas y las mesas de las habitaciones y los despachos. Representa el modelo de Guardia Rojo, una guardia en este caso, de aquella época: altiva, vigorosa, desafiante, iluminada, infalible. Ambos objetos, la hucha y la figura, simbolizan los dos polos de la realidad, los dos polos sentimentales de mi vida: el prólogo y la consumación, el sueño y la experiencia, la ficción y la historia.

Vayamos ahora a los libros. Como dije, no sé precisar qué fue antes, si la colecta o la lectura, pero lo incuestionable es que al menos dos libros incendiaron y avivaron mi deseo. Uno de ellos fue La madre, novela escrita por Pearl S. Buck, y que aún conservo. El otro fue Viento del este, viento del oeste, escrito por la misma autora norteamericana.

Ambos los adquirió mi madre, supongo que a petición mía, en el Círculo de Lectores, al que estaba suscrita. Pocos recuerdos tan vívidos como la lectura adolescente de aquellos libros y los de igual tema que les siguieron. Puedo testimoniar que los leí con asombro, impaciencia y exaltación. Nunca había leído nada igual. Literalmente, se abría ante mí un mundo, un rincón desconocido de la vida. Hay escenas, lugares, nombres, conflictos que no he olvidado. Como un árbol bien cuidado, fue creciendo en mí el convencimiento, o más bien la necesidad, de que algún día visitaría esa tierra. Como así ocurrió.

Por la fecha de edición de los libros debo pensar que poco después pasé de las narraciones al ensayo y comencé a leer textos relacionados con China. Conservo todavía alguno de los libros que más me impresionaron entonces, aunque leídos ahora me resultan tendenciosos, falsos, insufribles (¡ah, el cruel espejo del tiempo!).

Lo cierto es que en el inicio de mis ensoñaciones y de mi anhelo de viajar a China estuvieron las penalidades, los gozos y las ilusiones de los campesinos y mujeres descritos por Pearl S. Buck. Sus relatos me empujaron hacia China, país al que llegué más de veinte años después para enseñar lengua y literatura españolas en la Universidad de Beijing. Allí y durante dos años impartí clases a alumnos y alumnas que estaban naciendo cuando yo estaba pidiendo dinero para su conversión. Esa circunstancia me hace ahora sonreír. A aquellos jóvenes nacidos mientras yo leía las vicisitudes de las madres deseosas de nietos, las concubinas y los hombres taciturnos y laboriosos los vi luego protagonizar una de las rebeliones más esperanzadoras y más trágicas de la historia reciente de su país, los vi manifestarse y gritar durante semanas en la Plaza de Tienanmen, vi asimismo los cadáveres de algunos de ellos. Pero ésa es una historia que ya no cabe en esta entrada.

22 de marzo de 2009

Tiempo sin literatura

El día comenzó con un soleado y parsimonioso paseo de amigos por la orilla del río Vadillo, en Valdepeñas de Jaén (si tienen ocasión no dejen de recorrer el paraje denominado Las Chorreras, como no deberían dejar de recorrer a pie algunas de las sendas de la hermosísima Sierra Sur), y derivó en la sobremesa en una intensa conversación acerca del tiempo vivido, la memoria y la literatura.

Disfrutábamos de la hospitalidad de Manuel y Pepa, anfitriones atentos y generosos, y en torno a la bien surtida mesa, antes de que una furiosa y vespertina granizada nos obligara a abandonar el porche de la casa y buscar refugio en las habitaciones interiores, había brotado en la conversación un asunto sobre el que he meditado con frecuencia, con el que me siento emocionalmente imbricado.

Los conversadores, Bonifacio, Carmen, Pablo, María Victoria, Mercedes, Manuel, Pepa, Andrea, fueron esbozando con sus palabras un fiel retrato de un tiempo no muy lejano de nuestra historia colectiva, que se alimentaba a la vez de los recuerdos personales. Me refiero a la historia de Andalucía, esa grande y hermosa región española sojuzgada durante siglos por la pobreza y el analfabetismo, por los tópicos más humillantes de la pereza, la fiesta continua y el humor a raudales. La biografía de la familia Valdivia Milla, en cuyo seno estábamos acogidos, ejemplificaba con claridad lo que hablábamos. El padre fue un campesino toda su vida. Sin apenas saber leer y escribir, entregado hasta su muerte a sembrar, segar o varear, supo entender las ventajas que el estudio podía procurar a sus hijos y, sin dejar que se desligaran del todo de la tierra que con tanto afán él cultivaba, los animó a 'hacer una carrera'. La madre, que ayer escuchaba atentamente y apostillaba el relato de sus hijos con la satisfacción de verlos felices y reconocidos públicamente, había entregado su juventud a cuidar el hogar y a criar a los hijos (desveló que a ella le gustaba de joven leer las novelas por entregas que puntualmente llegaban al pueblo, protagonizadas por personajes como Diego Corrientes, Genoveva de Brabante, Billy el Niño...). A falta de poder transmitir a sus hijos instrucción académica, les donaron simplemente el ejemplo del trabajo, la abnegación, el afecto y el más elemental programa ético: ser buenas personas por encima de cualquier otra consideración.

Lo que me cautivaba de la conversación era constatar que una parte importante de la generación que nació en la década de los cincuenta del siglo XX tuvo oportunidad de conocer las postrimerías de un mundo que hoy es ya apenas recuerdo. Un mundo donde la miseria, la explotación, el oscurantismo, la emigración, el caciquismo, las arbitrariedades y los abusos de los poderosos... anidaban en la mayoría de los pueblos andaluces. Un mundo al que, salvo algún golpe de suerte, se estaba unido de por vida, pues escapar de él significaba, para los pobres, irse a trabajar a otros lugares, no siempre en buenas condiciones. Estudiar, que era la otra alternativa, era una ventaja al alcance de unos pocos privilegiados. Pero pudo darse el caso, y eso es lo que atestiguaban algunos de los presentes, de que quienes hoy pueden ejercer de profesores o jueces tuvieron una infancia y una juventud ligadas aún a los trabajos ancestrales del campo, que conocieron las caminatas hasta los olivares en las heladas mañanas de diciembre, que fueron a vendimiar a La Mancha o a recoger manzanas a Francia, que recorrían los montes en busca de leña. Y esas experiencias fronterizas entre lo viejo y lo nuevo, entre los miedos atávicos y los deseos recién inventados, entre la dictadura franquista y la democracia, merecían ser contadas. Y no, como prefieren muchos, para reprobar la molicie y las comodidades de los adolescentes y jóvenes de hoy, sino para dar testimonio de nuestro sombrío y lacerante pasado, de los daños de las tiranías políticas, de la voluntad humana para romper el cerco de la fatalidad, de los esfuerzos para dar forma a los sueños más íntimos.

Coincidíamos los presentes en que esas minúsculas historias de Andalucía merecían el amparo de la literatura, pues sólo ella podría legar a los lectores del futuro la emoción de esas experiencias, pues sólo ella podría otorgar el conocimiento que los libros de historia o las estadísticas no pueden ofrecer. Y aunque en algunos de los libros de Antonio Muñoz Molina están contados con pasión aquellos momentos, aquellas perplejidades, pues él mismo fue protagonista de la transición entre esos dos mundos, lo cierto es que aquellas vivencias apenas han sido narradas. ¿Cómo no celebrar entonces que el reconocimiento literario a aquel afanoso hombre de campo y a la mujer serena que escuchaba nuestras lamentaciones con atención y simpatía venga ahora de la mano de uno de los nietos? En una repisa de la casa donde hablábamos descansaba el libro 'Respirar bajo el agua', escrito por Pablo Valdivia, uno de los miembros de la nueva generación. En él puede leerse un poema, Pecho Colorado, que habla de la satisfacción de saber que, aunque lejos, aunque cosmopolita, su identidad procede en parte de las historias que le contaba su abuelo y de la tierra que él labraba.

Merienda en los olivos.
Las piquetas sostienen
los trocos y las cribas
descansan aceituna.
Se fragua tu destino
entre aquellos hermanos.
Imágenes que vuelven
de tu pasado. Roja
tierra por la pendiente
que ya nadie cultiva.
En ella hablan tus sueños,
de ella bebe tu vida.


El poema es un homenaje particular, claro, pero es a la vez una manera de preservar, como sólo la literatura puede hacerlo, una cierta memoria colectiva.

18 de marzo de 2009

En el autobús

Ayer, camino del trabajo, recogí el nuevo ejemplar de 'Relatos para leer en el autobús'.

En esta ocasión es del escritor granadino Jesús Ortega. Es ya el número 24 de la colección.

Los pequeños libros, que caben en la palma de la mano (y por supuesto en toda clase de bolsos y de bolsillos), tienen 16 páginas y el relato, entre 10 y 12. La letra es grande y si hay suerte puede leerse en el transcurso de un viaje (puede concluirse al regreso si el trayecto es corto y hay que dejarlo a medias). Como es ligero y manejable, el libro puede sostenerse con una mano y leerse incluso de pie, mientras la otra mano se aferra a las barras del autobús. No siempre, sin embargo, se lee en el propio autobús, entre otras razones porque a determinadas horas, salvo que puedas ir sentado, resulta incómodo, debido a la aglomeración de viajeros. Pero me satisface observar que los libros se guardan en mochilas, carteras, bolsillos de abrigos o chaquetas, bolsos grandes y pequeños. Estoy seguro de que horas o días más tarde se presentará la ocasión de leerlos.

El proyecto es iniciativa de una editorial granadina, Cuadernos del Vigía, con la colaboración y el patrocinio de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, el Área de Cultura del Ayuntamiento de Granada, la Fundación Caja Madrid, Inagra y Transportes Rober, la empresa que gestiona el servicio público de autobuses urbanos de Granada.

Por supuesto, los pequeños libros son gratuitos. Aparecen cada mes y de cada uno de ellos se editan 12.000 ejemplares. Son muchos ejemplares, como pueden ustedes suponer. Es cierto que no todos se leerán, pero, si les apetece, pueden hacer un sencillo cálculo: unos pocos cientos de esos ejemplares acabarán probablemente en las papeleras y otros tantos caerán en el olvido, y es posible incluso que muchos de ellos sean abiertos y luego cerrados por desinterés del lector o la invalidez del relato. ¿Imaginan, no obstante, cuántos de ellos serán leídos? No es necesario indicar una cifra, sino pensar simplemente que bastaría que unos pocos cientos de viajeros leyeran con asiduidad los relatos publicados para elogiar sin reservas el proyecto.

¡Ah! Y no sólo se editan relatos de escritores reconocidos. También se publican los relatos ganadores del premio que se convoca como estímulo de la creación literaria. Tal vez alguno de ustedes sienta deseos de escribir un relato expresamente pensado para leer en al autobús. Si así fuese, ya saben lo que deben de hacer. En la web de la editorial están las bases y las indicaciones.

15 de marzo de 2009

En pocas palabras

Cuántas veces el fulgor de lo breve nos deslumbra, nos deja pensativos. A menudo, bastan unas pocas palabras para que todo un mundo se revele, para que descubramos lo oculto o impensado. Ofrezco el ejemplo de un aforismo, un relato, un poema, un proverbio clásico, una declaración mural.


Uno podría pasarse toda la vida reflexionando sobre sí mismo, y no darse cuenta de que no lo merece.


Elias Canetti, Apuntes 1973-1984


Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.


Augusto Monterroso, Cuentos


De otros diluvios oigo una paloma.

Giuseppe Ungaretti, Sentimiento del tiempo


El saltamontes caza a la chicharra, pero olvida que le persigue el pájaro.

Proverbios de la Antigua China



11 de marzo de 2009

Imaginaciones

Sólo pudimos conversar brevemente mientras esperábamos la hora de embarque de nuestros respectivos vuelos, pero esos pocos minutos fueron suficientes para abordar uno de los asuntos que más me intrigan y más me entusiasman: el sentido y el uso de la imaginación. Podrían ustedes pensar que, dado el carácter de este blog y las pasiones de su autor, entra dentro de lo esperable una conversación sobre ese tema. Pero no es del todo exacto. Mi interlocutor era un astrofísico, mi amigo Rafael Garrido, cuya pasión (no sólo profesión) es observar atentamente el universo y desentrañar sus enigmas. Hablamos de la imaginación porque mientras describía la investigación en torno a la oscilación solar en la que andaba involucrado, y que de culminarla con éxito sería un descubrimiento sensacional, iba yo confirmando que imaginar forma parte esencial del trabajo de un científico, que no todo en él es experimentación y validación. Imaginar resulta imprescindible para escoger un objetivo y avanzar decididamente hacia él.

Me fascinaba pensar que el punto de partida del escritor es idéntico al del científico: ¿que ocurriría si...? Después, claro está, cada uno de ellos avanza por caminos distintos, con métodos distintos, con materiales distintos, con lenguajes distintos. Conmueve pensar, sin embargo, que al término de ese trayecto puede aparecer una novela, una teoría, una pintura, una demostración.
Adjudicar al artista la exclusividad de la imaginación resulta injusto y empobrecedor.

Al hilo de la conversación en el aeropuerto pensé compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la imaginación. Pero, a diferencia de lo que suele ser habitual, deseaba que en esta ocasión provinieran del campo de la ciencia. La primera pertenece a un físico, Jorge Wagensberg; la segunda es de un filósofo de las ciencias, Carles Ulises Moulines; la tercera, de un biólogo, Richard Dawkins. Podríamos aportar otros testimonios, pero en las citas que siguen está, a mi juicio, lo fundamental. Espero que les sean, como a mí, alentadoras.


'El primer principio del conocimiento científico es: "todo lo real es imaginable". Quizá parezca un juicio eufórico sobre las prestaciones de la mente humana, pero las hipótesis metodológicas no son verdaderas ni falsas. Sencillamente, se asumen o no. Ésta, en particular, no se puede confirmar ni se puede negar. No es falsable. Pero el científico vive así su quehacer diario, como si todo lo real fuese imaginable. Lo necesita para empezar, con buen ánimo, cualquier proyecto de investigación. Y no le va mal...

La afirmación inversa es otra cosa:
"todo lo imaginado es realizable". Ésta sí es falsable. Y no sólo eso. Además es falsa. Pero también da mucho de sí. La mente puede, en efecto, representar objetos imposibles. Hay imposibles de dos familias: los imposibles lógicos y los físicos. Los imposibles lógicos son los que tienen contradicciones internas, es decir, son incoherentes. Imaginar imposibles lógicos es pasión de matemáticos y de psicólogos. El célebre triángulo de Penrose y Escher, dos tangentes a una curva plana en un mismo punto o una máquina del tiempo que permita corregir la historia son objetos que ni siquiera pueden aspirar a acceder a la realidad. En cambio, los imposibles físicos son coherentes, pero tienen contradicciones externas, es decir, son incompatibles con las cosas o las leyes que gobiernan el mundo de lo que ya existe. Imaginar imposibles físicos es gracia (o riesgo) de escritores de ficción y riesgo (o gracia) de científicos: un insecto de quince metros de envergadura, un objeto más frío que cero grados Kelvin o una señal lanzada a una velocidad superior a la de la luz quizá puedan acceder a una realidad..., pero al parecer no a la nuestra. Luego está el mundo de lo posible. Es el de los objetos coherentes y compatibles que, aunque no existan, podrían hacerlo o haberlo hecho con mayor o menor verosimilitud. Imaginar objetos de este mundo se llama (atención) hacer predicciones científicas.'

*

'Creo que en este aspecto hay que comparar la imaginación científica con la imaginación artística. Lo que impulsa la imaginación en el cine o la literatura es el deseo de contarnos una historia coherente y plausible sobre el mundo, para lograr una unidad que no tiene nuestra experiencia inmediata. Esta sensación de unidad global es lo que de hecho queda de una buena película o de una buena novela. Exactamente lo mismo ocurre, creo, con una teoría científica. En eso radica el valor y el riesgo de la imaginación. Tiene razón Jesús Mosterín cuando dice que el resultado puede ser luego demasiado fantasioso y ajeno a la realidad, pero eso es ya otro asunto; hablamos ahora de motivaciones. Y la motivación no la veo entonces condicionada por asuntos profesionales o sociales, sino que surge de ese impulso natural humano de contarse algo a sí mismo, algo plausible, coherente y unitario. Ese es por otra parte el origen de los mitos: una película bien contada del mundo, de su origen y de su evolución. El mismo deseo que crea los mitos, crea la obra de Darwin o la de Newton.'

*

'Como quiera que empezara, y fuese cual fuese su papel en la evolución del lenguaje, nosotros, seres humanos, de manera única entre toda la estirpe animal, tenemos el don poético de la metáfora; de reconocer cuándo las cosas son como otras cosas y de utilizar la relación como una palanca para nuestros pensamientos y sentimientos. Éste es un aspecto del don de imaginar. Quizá fue ésta la innovación clave en el programa que desencadenó nuestra espiral coevolutiva. Podríamos pensar en ella como el avance clave en el programa de simulación del mundo que fue el tema del capítulo anterior. Quizá fue el paso desde la realidad virtual forzada, en la que el cerebro simula un modelo de lo que los órganos de los sentidos le están diciendo, hasta la realidad virtual no forzada, en la que el cerebro simula cosas que no están realmente allí en aquel momento: imaginación, ensoñaciones, cálculos sobre futuros hipotéticos del tipo "¿qué pasaría si?". Y esto, finalmente, nos lleva de nuevo a la ciencia poética y al tema dominante de todo el libro.'

8 de marzo de 2009

Poesía y lectura VII

Esta mañana, antes de emprender el regreso a casa, hice esta fotografía en una ciudad muy lejana de la mía. La luz que colmaba la plaza donde esa lectora inauguraba el día era intensa, convocadora.

Horas más tarde, en el aeropuerto, fotografié a esta otra lectora. Esperaba, como yo, que un avión la llevara a su destino.

Ahora todo está de nuevo en su sitio. El viaje ha concluido. Extraigo un libro del estante y copio este poema. Con él reanudo los hábitos.


LIBROS

En ellos aprendemos ciertas cosas
y nuestra vida es suya en cierto modo.
Los vemos ordenados, pacientes, anhelantes.
Qué raro.
Si pensamos un poco
resultan como extraños -y tan serios-
en nuestra intimidad, pero ya establecidos
saludo y conversación, ¿cómo evitar su influjo,
la magia de su trato agradecido?
Son a ratos corteses y a veces nos hirieron;
oculta en su penumbra vive una luz dorada.

Acabarán quizás en profusos catálogos
de libreros de viejo, sin saber en qué manos,
como antiguas amantes, hallarán su destino.

Morirán con nosotros, velándonos secretos.

Son páginas los sueños de un libro misterioso.



Felipe Benítez Reyes, La mala compañía

1 de marzo de 2009

Libro en tierra de nadie

"Los humanos tenemos una gran necesidad de confesar nuestros sentimientos. A un cura, a un amigo, a un psicoanalista, a un pariente, al enemigo, incluso al torturador si no hay nadie más a mano; no importa, mientras nos liberemos de lo que llevamos dentro. Incluso las personas más reservadas lo hacen, aunque sea sólo por escrito en un diario. Y muchas veces, cuando leía novelas y poemas, sobre todo poemas, he pensado que estos no son más que las confesiones del autor, que él ha sabido transformar mediante su arte en una confesión universal. Efectivamente, si miro atrás y analizo mi pasión por la lectura, la actividad que a lo largo de toda mi vida me ha mantenido a flote y me ha procurado tanto placer, creo que ésa es la razón por la que la lectura significa tanto para mí. Los libros, los autores que más me gustan son los que me hablan y hablan por mí, los que me cuentan todas esas cosas que tengo que oír porque constituyen la confesión que yo debo hacer."

Quien afirma esto es Geertrui, la 'abuela' holandesa de Jacob Todd, el protagonista adolescente de la novela Postales desde tierra de nadie, escrita por Aidan Chambers.


En realidad he copiado esa cita como presentación de un libro del que hace tiempo quería hablarles. Y lo hago lamentando de entrada la poca fortuna que ha tenido en nuestro país, porque hablo de un libro que pocos han leído y pocos lo podrán hacer en el futuro, salvo que se remedie su fatídica situación. Y que no es otra que su invisibilidad, su desaparición del mercado. No me gusta hablar de un libro que no está ya al alcance de los lectores, aunque para compensarlo están las bibliotecas o las librerías de lance o los amigos afortunados. El libro se publicó en España en 2001 y lo hizo Muchnik Editores, editorial ya desaparecida, y desde entonces el libro entró en ese metafísico estado de 'referencia sin objeto'. Es decir, existe pero no se ve. Pero si hablo de él es porque, si he de ser sincero, tengo la vana ensoñación de que alguien lea estas palabras y, si tiene amistades o influencias en el mundo editorial, haga gestiones para que vuelva a ser publicado.

¿Y por qué habría de publicarse de nuevo? Sencillamente, porque es una muy buena novela de ese impreciso género llamado 'literatura juvenil'. Es, en verdad, una novela fronteriza, capaz de interesar por igual a jóvenes lectores y a lectores avezados. Yo la leí con mucho gusto y mucha atención. Y la he recomendado siempre que he podido, a sabiendas de su incorpórea situación. El protagonista, Jacob Todd, un joven de 17 años, es un personaje verosímil, interesante, complejo. Y siendo como es un relato de iniciación, la novela se abre a conflictos y descubrimientos que poseen las dosis necesarias de 'verdad' para que no decaiga en sentimentalidad, moralismo o educación en 'valores' (¡ay!). Posee densidad narrativa, psicológica y léxica, que es algo que tanto autores como editores esquivan muy a menudo. El autor eslabona muy bien asuntos arduos, cuyo tratamiento no resulta sin embargo artificioso o insubstancial. Pienso, en fin, que es una novela susceptible de hacer de su lectura una experiencia recordable para cualquier joven.


¿Se reeditará la novela? ¿Regresará de nuevo a las librerías y a las bibliotecas? Me queda la esperanza.