26 de febrero de 2009

¿Y esto para qué sirve?

Lo que sigue es una extensa cita del libro ¿Para qué sirve la literatura?, que es en realidad el texto leído por Antoine Compagnon en la lección inaugural de la cátedra de Literatura Francesa Moderna y Contemporánea del Collège de France. Me gusta encontrarme con ideas que comparto, expresadas sin embargo con palabras nuevas, desde otras experiencias. Leo con mucho interés asimismo textos que argumentan lo contrario de lo que pienso, pues eso me hace afinar o alterar mis propios argumentos. Pero no oculto que me satisface mucho encontrar otras formulaciones de mis propios pensamientos. Ocurre así con los párrafos que siguen, cuya lectura, si no les amedrenta su extensión, confío en que les guste.

"La literatura desconcierta, molesta, despista, desorienta más que los discursos filosóficos, sociológicos o psicológicos, porque se dirige a las emociones y a la empatía. De este modo, recorre regiones de la experiencia que los otros discursos desdeñan, pero que la ficción reconoce en los menores detalles. Según la hermosa expresión de Hermann Broch, recordada por Kundera, 'la única moral de la novela es el conocimiento; es inmoral aquella novela que no descubre parcela alguna de la existencia hasta entonces desconocida'. La literatura nos libera de nuestra forma convencional de considerar la vida -la nuestra y la de los otros-, destruye la buena conciencia y la mala fe. Por definición contraria y paradójica -protestante, como el protervus de la antigua escolástica; reaccionaría en el buen sentido-, resiste a la estupidez, no con la violencia, sino de una manera sutil y obstinada. Su poder emancipador, que nos conducirá en ocasiones a buscar derrocar a los ídolos y cambiar el mundo, permanece intacto, aunque más a menudo nos hará, sencillamente, más sensibles y más sabios, en una palabra: mejores.

No es que encontremos en la literatura verdades universales ni reglas generales, como tampoco ejemplos incuestionables. [...] La literatura, al ejemplificar la excepción, procura un conocimiento diferente del conocimiento erudito, pero se muestra más capaz que éste a la hora de esclarecer los comportamientos y las motivaciones humanas. La literatura piensa, pero no como la ciencia o la filosofía. Su pensamiento es heurístico (no deja nunca de investigar), no algorítmico: procede a tientas, sin cálculo, por intuición, guiándose por el olfato. [...]

La literatura nos enseña a sentir mejor, y como nuestros sentidos no tienen límites, no concluye jamás, sino que permanece abierta -como un ensayo de Montaigne- después de habernos hecho ver, respirar o tocar las incertidumbres y las indecisiones, las complicaciones y las paradojas que se esconden detrás de las acciones, meandros en los cuales los discursos del conocimiento se pierden. [...]

Existe, por tanto, un pensamiento de la literatura. La literatura es un ejercicio de pensamiento; la lectura, una experiencia de las posibilidades. Nada me ha hecho nunca percibir mejor la angustia de la culpa que las apasionadas páginas de Crimen y castigo en que Raskolnikov reflexiona sobre un crimen que en realidad no ha tenido lugar, y que cada uno de nosotros ha cometido. Incluso cuando la novela moderna -en Proust o en Musil- incorpora el ensayo, y las situaciones son razonadas al mismo tiempo que son relatadas, no ilustra un sistema, sino que inventa una reflexión indisociable de la ficción, apuntando menos a enunciar verdades que a inmiscuir en nuestras certidumbres la duda, la ambigüedad y la interrogación. 'La omnipresencia del pensamiento -concluye Kundera- no le ha quitado a la novela su carácter de novela; ha enriquecido su forma y ampliado inmensamente el terreno de lo que sólo puede descubrir y decir la novela'.

Así es como una novela nos cambia la vida sin que haya razón aparente para ello, sin que el efecto de la lectura pueda ser comparado con la enunciación de laguna verdad. No es tal o cual frase de Proust la que me ha hecho convertirme en lo que soy, sino toda la lectura de la Recherche, después de la de Rojo y Negro y la de Crimen y castigo, porque la Recherche refundió todos los libros que yo había leído hasta entonces. "¡Llega a ser el que eres!", me susurra la literatura, según el mandamiento de la Segunda Píitica de Píndaro, retomada por Nietzsche en Así habló Zaratustra".

22 de febrero de 2009

22 de febrero de 1939

Hace setenta años, tal día como hoy, moría en Collioure (Francia) el poeta Antonio Machado. Es tal vez la persona más reconocida de la larga nómina de exiliados españoles que, al término de la Guerra Civil, se vieron obligados a abandonar su casa y su mundo. El destierro es, después de la muerte, la más cruel de las secuelas de una guerra.

En su recuerdo, en homenaje también a los que como él sufrieron la humillación y el descrédito, he querido evocar algunos textos de su Juan de Mairena, su 'alter ego', aquel apócrifo profesor de Retórica por cuya mediación expresó Antonio Machado su bonhomía, su inteligencia, su compromiso con la vida de los desfavorecidos y con los ideales pedagógicos de la República española.

No es fácil seleccionar cuando todas las sentencias y apuntes de Mairena merecen conmemoración. Sólo aspiro a rememorar y, sobre todo, alentar la lectura de ese admirable libro.


He aquí algunas reflexiones de Juan de Mairena:


(Las clases de Mairena.)


Juan de Mairena hacía advertencias demasiado elementales a sus alumnos. No olvidemos que éstos eran muy jóvenes, casi niños, apenas bachilleres; que Mairena colocaba en el primer banco de su clase a los más torpes, y que casi siempre se dirigía a ellos.

***

(Proverbios y consejos de Mairena.)

Los hombres que están siempre de vuelta en todas las cosas son los que no han ido a ninguna parte. Porque ya es mucho ir; volver, ¡nadie ha vuelto!


***

(Mairena lee y comenta versos de su maestro.)


Mairena no era un recitador de poesías. Se limitaba a leer sin gesticular y en un tono neutro, levemente musical. Ponía los acentos de la emoción donde suponía él que los había puesto el poeta. Como no era tampoco un virtuoso de la lectura, cuando leía versos -o prosa- no pretendía nunca que se dijese: ¡qué bien lee este hombre!, sino: ¡qué bien está lo que este hombre lee!, sin importarle mucho que se añadiese: ¡lástima que no lea mejor! Le disgustaba decir sus propios versos, que no eran para él sino cenizas de un fuego o virutas de una carpintería, algo que ya no le interesaba. Oírlos declamados, cantados, bramados por los recitadores y, sobre todo, por las recitadoras de oficio, le hubiera horripilado. Gustaba, en cambio, de oírlos recitar a los niños de las escuelas populares.

***

- Hoy traemos, señores, la lección 28, que es la primera que dedicamos a la oratoria sagrada. Hoy vamos a hablar de Dios. ¿Os agrada el tema?
Muestras de asentimiento en la clase.
- Que se pongan en pie todos los que crean en Él.
Toda la clase se levanta, aunque no toda con el mismo ímpetu.
- ¡Bravo! Muy bien. Hasta mañana, señores.
- ¿...?
- Que pueden ustedes retirarse.
- ¿Y qué traemos mañana?
- La lección 29: "De la posible inexistencia de Dios".

***

Sed originales; yo os lo aconsejo; casi me atrevería a ordenároslo. Para ello -claro es- tenéis que renunciar al aplauso de los snobs y de los fanáticos de la novedad, porque ésos creerán siempre haber leído algo de lo que vosotros pensáis, y aun pensarán, además, que vosotros lo habíais leído también, aunque en ediciones profanadas ya por el vulgo, y que, en último término, no lo habéis comprendido tan bien como ellos. A vosotros no os importe pensar lo que habéis leído ochenta veces y oído quinientas, porque no es lo mismo pensar que haber leído.

18 de febrero de 2009

Constelaciones y libros

"Hace ya tiempo que somos muchos quienes compartimos la convicción de que la educación literaria de los adolescentes reclama otros caminos que los habitualmente transitados, y que más allá de las iniciativas individuales andamos necesitados de construir, colectivamente, una alternativa a la tradición escolar consistente en la transmisión enciclopédica de la historia literaria nacional".

Con esas palabras comienza el libro titulado Constelaciones literarias. 'Sentirse raro. Miradas sobre la adolescencia', publicado por el entusiasta y laborioso equipo de Biblioteca Escolar - CREA de la provincia de Málaga y cuya autoría pertenece a un grupo de profesoras y profesores de diversos institutos de la Sierra de Guadarrama, en Madrid, coordinados por Guadalupe Jover. Puede descargarse desde la propia página web o, si lo prefieren, pedirlo directamente a la Delegación Provincial de Educación de la Junta de Andalucía en Málaga, cuya dirección postal pueden obtenerla aquí.



Como en otros muchos ámbitos, en el de la educación literaria suele ser la adolescencia un tiempo propicio para todo tipo de quejas y controversias. La propia naturaleza de esa edad, convulsa y contestataria, la hace más proclive a la inquisición obsesiva de los adultos y a la proyección de sus temores, no siempre fundamentados. Si los niños no leen, suelen emplearse no pocas dosis de paciencia ('ya adquirirán el gusto, están formándose'); si los jóvenes no leen se invoca su autonomía y sus antojos ('son libres de leer o no leer, ya saben lo que se hacen'). Pero si los adolescentes no leen... ay, cuánta desazón, cuántos lamentos, cuántos nefastos augurios. Se supone que lo que sucede en esa etapa inestable de la vida determinará irremediablemente el futuro de los individuos, también en el campo de la pasión literaria. Lo cual no es del todo cierto. Sí es verdad que la adolescencia es un tiempo en que las transiciones hacia los mundos de los adultos se hacen más imperiosas, más incómodas. Y entre esos mundos que les aguardan está el de la literatura escrita no para lo que son sino para lo que serán. Favorecer ese largo y complejo itinerario es uno de los mayores retos pedagógicos.

De esa transición, de la ineludible cooperación de los profesores, trata el libro del que les hablo, cuya lectura recomiendo vivamente. Está lleno de ambición, de experiencia. Trata sobre todo de restañar la fisura que se evidencia entre los gustos personales de los alumnos, que suelen ser satisfechos en la biblioteca, y los programas académicos, cuyos objetivos no suelen enlazar con los intereses de los adolescentes, que en absoluto están degradados o corrompidos. No parece razonable censurar que un chico o una chica de 15 años tenga inclinación a buscar en la literatura reflejos de sus propias zozobras vitales, como si fuese algo muy distinta a lo que busca la mayoría de los lectores adultos en las novelas, por ejemplo. ¿Aceptar esa evidencia significa limitarse a satisfacer esos deseos, a contentar sus impulsos con cualquier libro? No, claro está. Hacer 'interesante' una literatura que vaya más allá de los estrictos problemas juveniles y el tiempo presente significa ser capaces de armonizarla con los intereses de los jóvenes. Y ahí es donde la pedagogía de la lectura se perfila como un asunto primordial.

Una de las propuestas capitales de los autores es la de considerar la literatura bajo la especie de 'constelaciones', es decir, agrupamientos de libros en torno a un tema o un personaje o un género, cuya relación (arbitraria, naturalmente) la establecen los profesores a modo de orientación y pasaje. La demostración que se hace en el libro que vengo comentando se refiere a la 'rareza', a las diversas expresiones de la excepción, a las anormalidades que afectan a la adolescencia. Pueden establecerse tantas como se quiera, claro está, y ahí es donde se requiere voluntad y talento por parte de los profesores. Para los autores del libro lo importante es el canon que las sustente, que debe ser universal, tener en cuenta la realidad de los alumnos concretos, tan diferentes a menudo de los estereotipos sociales, y aspirar a enlazar la literatura contemporánea con la clásica. En su organización radica uno de los aciertos más sobresalientes del libro.

Y para quienes se preocupan sobre todo de los 'cómo' no escasean las propuestas y las tareas, a veces demasiado exhaustivas, incluso abrumadoras. Las entiendo, sin embargo, como una indicación, como una sugerencia. Pienso que los autores no desconocen los riesgos de la excesiva prescripción y las ventajas que reporta una lectura espontánea o desflecada. Pero el esfuerzo por relatar las muchas posibilidades de trabajo en el aula resulta admirable. Me parece especialmente relevante el trabajo con fragmentos de las obras, 'trailers' en la terminología de los autores, como preparaciones y anticipaciones para la lectura completa del libro, así como la elección de otros libros o películas que, por su proximidad, pudieran formar parte de la constelación y permiten mirar el inabarcable universo literario con una atención más comprensiva, más aguda.

He aquí, pues, un libro comprometido y comprometedor, conveniente.

15 de febrero de 2009

Mis libreros

¿Qué sería de los lectores sin los libreros? ¿Cuántos felices descubrimientos no les debemos a ellos? ¿Cómo imaginar una biografía lectora sin su sombra, sin su colaboración?

A lo largo de mi vida he sido cliente de muchas librerías, he tratado con muchos libreros. Si los he abandonado ha sido, por lo general, porque ellos me abandonaron antes. Es decir, cerraron la librería. Soy un cliente fiel, estable. No me gusta la dispersión. A la hora de comprar prefiero recorrer caminos transitados, recalar en espacios familiares. En mis viajes, me emociona conocer nuevas librerías, sobre todo si tienen un nombre llamativo o una fachada decadente o un interior con recovecos, pero en mi ciudad tiendo a la rutina. Salvo en caso de urgencia, prefiero la reincidencia.

La librería a la que acudo habitualmente se llama Atlántida y está ubicada en la Gran Vía de Granada, a espaldas de la catedral. Después de muchos años me siento parte del entramado, entro y salgo despreocupadamente, sé que mis gustos y mis manías están ya incorporados al ambiente. Disfruto además del privilegio consuetudinario, regio, de entrar sin dinero y comprar un libro, sostenido el gesto en una confianza mutua, antigua.


Si acudo a esa librería no es por su amplitud o su inabarcable fondo bibliográfico (en realidad es más bien estrecha y el flujo incesante de las novedades crea amontonamientos y obstáculos), sino porque allí me encuentro cómodo, soberano, bien atendido. La responsabilidad de ese bienestar es de los libreros que la atienden, Claudio y Mercedes, o Mercedes y Claudio. En realidad no son los dueños de la librería, sino dos empleados, pero para mí son los verdaderos libreros.

Ambos son gentiles, eficientes, sabedores. Me ofrecen la seguridad de que localizarán cualquier libro que les solicite, por muy rara o recóndita que sea la editorial. Y eso me tranquiliza. Conocen mis preferencias y me anuncian las novedades que suponen que pueden interesarme. Puedo conversar con ellos sobre libros, gustos, autores, tendencias. Son receptivos y agradecidos. Cada Navidad me regalan la pequeña joya que la editorial Aguilar publica para la ocasión, los ambicionados 'crisolines'. Me tratan con deferencia, afectuosamente (aunque en ese sentido no creo tener ventajas). Me allanan el camino hacia los libros deseados, me descubren los ignorados. Se disculpan cuando piensan que no pueden atenderme adecuadamente. ¿Qué más puedo desear como lector? Soy afortunado.

Me parecía que les debía este reconocimiento público.

12 de febrero de 2009

Cortazariana

Tal día como hoy, hace veinticinco años, murió Julio Cortázar. Lo queremos tanto, nos hizo tan felices leyendo sus relatos, que deseo recordarlo aquí copiando un brevísimo capítulo, casi un aforismo, perteneciente a su libro Un tal Lucas.


Amor 77

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

11 de febrero de 2009

Un teatro, un poeta

Asistí ayer tarde a una lectura de poemas de Pablo Neruda en el vestíbulo de un teatro que lleva su nombre, recién inaugurado en Peligros, un pueblo próximo a Granada. Es un teatro muy bello, armonioso, coronado por una cenefa con un fragmento de la partitura del movimiento coral de la Sinfonía nº 9 de Beethoven, conocido como Himno a la Alegría.

Con motivo de su apertura, la concejalía de Cultura ha organizado un programa de actos en torno al poeta chileno con incursiones no sólo en la poesía sino en el teatro, la música, la pintura, el ensayo, la educación. El propósito merece alabanza: dotar al edificio no sólo de un nombre, sino de un sentido. Si se ha optado por ese nombre, ¿cómo no habitarlo de palabras, con sus palabras? Inaugurar, ya se sabe, es un modo de augurar, de vaticinar el porvenir, de invocar la fortuna. ¿Y qué mejor invocación que colmar el teatro de versos, imágenes, ideas, sonidos celebratorios de la potestad literaria de Pablo Neruda?

Para comenzar, y como una manera de trabar ese nombre en la conciencia de los jóvenes, los alumnos de Educación Secundaria del IES Clara Campoamor han ido leyendo en las aulas obras de Neruda y han dado una respuesta plástica a las imágenes poéticas que les asaltaban. Sus personales modos de recrear ese imponente universo lingüístico, de mostrar la naturaleza emocional de sus lecturas, ocupan, a modo de salutación y agradecimiento, el espacio que antecede a la sala
.

En la sala y en el vestíbulo del teatro se han sucedido estos días representaciones, exposiciones, lecturas y recitales en su homenaje. Anoche, junto a los paneles con las obras de los alumnos, se celebraba la tercera de las lecturas poéticas en torno al poeta. En esa ocasión estaba centrada en sus poemas amorosos. La voz transparente y tersa de la profesora Andrea Villarrubia condujo suavemente a los oyentes por las volcánicas, arrebatadas, solares sendas del sentimiento erótico de Neruda.

Ocurre siempre con los grandes poetas: aún leídos muchas veces, sus poemas siempre parecen recién llegados. ¡Qué plenitud verbal la de Neruda! ¡Qué deslumbrantes metáforas! ¡Qué modo tan insólito de dar palabras a emociones tan ancestrales, tan íntimas! A medida que escuchaba sus sonetos o sus odas me invadía la sensación de que expresaban una manera universal de sentir, a la vez que creaban modos inéditos de percibir. Pensaba que la poesía nos ayuda a reconocer lo vivido pero también nos revela lo desconocido. Uno se siente, ay, mejor amante si alguien acierta a convertir en literatura nuestros propios sentimientos. Por eso no acertaba a entender la amenaza del grupo municipal del Partido Popular de sustituir de inmediato el nombre del teatro por el de un artista local, no sé si un pintor o un escritor, en caso de acceder algún día al gobierno municipal. Podría ser juzgado ese desplante como una más de las muchas mezquindades de la acción política, pero resulta extraño todavía que el localismo se considere un valor prominente a la hora de construir la ciudadanía, que rendir un homenaje en un pequeño pueblo de España a un inmenso poeta nacido en Chile sea entendido como una afrenta, como una traición. Pero esas nimiedades quedaban pronto sepultadas por las palabras cautivadoras de Neruda, por el vitalismo que contagiaban, por la belleza que desprendían. La luna llena que nos acogió al salir a la calle parecía prolongar el eco de la lectura: Sólo la luna en medio de su página pura / sostiene las columnas del estuario del cielo, / la habitación adopta la lentitud del oro / y van y van tus manos preparando la noche...

8 de febrero de 2009

Placeres cómplices

El azar yuxtapone a veces placeres que no siempre se experimentan a la par. Puede suceder que acudas a la bodega de tus sabores, ocupes el rincón donde tantas veces te has sentido feliz, y junto al vino que ansías beber te llegue también la ocasión de leer pausadamente algunos poemas a él dedicados.

Ocurre así. Entras en 'La bodeguilla de al lado', nuestra bodega de guardia, te sientas y poco después nuestra sumiller de cabecera, Fuensanta, quien a sus conocimientos enológicos suma una gentileza obsequiosa y hospitalaria, pone en nuestras manos dos copas e, inesperadamente, un libro.


En realidad es una revista, voluminosa como un libro. Es el número 245 de la Revista Litoral, un monográfico dedicado en esta ocasión al vino. Como saben, esa revista, una de las más acrisoladas y hermosas que se publican en España, dedica cada número a un tema o a un autor, con tal mimo que de inmediato se convierte en referencia, en manantial de imágenes e informaciones.

Humedecidos los labios, satisfecho el paladar, agradecidos los ojos, los oídos atentos si es la voz de la persona amada la que se apresta a leer, los versos de José Hierro florecen de repente entre el murmullo desinhibido y risueño de la concurrencia.

El vino

Puentes de yedra. Arroyos largos
como brazos. Sol amarillo
entre las ramas despojadas.
¡Qué mundos nuevos pinta el vino!
Deja su sangre en los toneles,
en nuestro pecho hunde su pico.
Con ramas y hojas del otoño
en las frentes hace un nido.
Si bebemos su roja música,
su caliente, su denso río,
bajo los pies vibra la selva
con tambores de sacrificio.
Nace en nosotros una fuerte
pasión de seres primitivos
y todo es viento, vida: fuego
en que ardemos sin consumirnos.
Alegría, tu rosa roja
nos inunda de ocasos tibios.
Y cuando ya te desvaneces
¡qué solitarios nos sentimos!
¡Qué despertar a la tristeza
sin engañosos espejismos!
Y nos reímos de nosotros,
pero no nos arrepentimos.


Escuchas mientras bebes y percibes que el vino agrega a la lectura una sensualidad corpórea, celebratoria, expansiva. La vida se muestra fácil y deseable. E intuyes también que los versos regalan al vino el placer de la ensoñación, el asombro, el pensamiento. Las emociones se duplican, cooperan para que te sientas dichoso, en paz.

Al cabo de la larga conversación abandonas ese refugio cordial y antes de salir observas que en el dintel de la puerta, lindando con las ofertas de los vinos de la semana, Fuensanta ha manuscrito con tiza unos versos de Carmen Conde:

¡También yo soy la vid!
¡También yo soy el vino rojo que abrasa!
Y los labios que se unen a los pechos, bebiéndoselos.
Y las lenguas que se juntan en lumbre de eternidad.
Sobre la tierra que olvida los secretos de los muertos,
¡qué fuerza es la mía de vivir!

Sales al frío nevoso de febrero, pisas la noche con el sabor del vino resistiéndose a desaparecer, con la luz de la poesía iluminando el camino. Te sabes feliz, terrenal. Agradeces los dones de la vid, de la literatura.

5 de febrero de 2009

Historias, caminos y antimanuales

Cumplo lo anunciado y hablo hoy de algunos libros que estimo y recomiendo. Son ensayos sobre la lectura escritos por Juan Domingo Argüelles, poeta, crítico literario y editor mexicano. No conozco personalmente al autor, pero siento que es, recurriendo al conocido verso de Charles Baudelaire, "mon semblable, mon frère". Y ese sentimiento de hermandad, de projimidad (me gustaría que el diccionario de la RAE admitiera alguna vez esta palabra, más carnal y emocional que 'proximidad'), me invade con la lectura de sus libros, lamentablemente no muy difundidos en España. En sus textos descubro un rumor fraternal de razonamientos y pasiones, un espejo en el que me miro y me reconozco.

He aquí algunos títulos:

. ¿Qué leen los que no leen?
. Leer es un camino
. Historias de lecturas y lectores
. Ustedes que leen
. Del libro, con el libro, por el libro... pero más allá del libro
. Antimanual para lectores y promotores del libro y la lectura

Pueden ustedes deducir fácilmente que el escritor del que les hablo no es alguien que haya improvisado algunas opiniones sobre la lectura para aprovechar el interés colectivo por esa materia, sino un autor obstinado en ahondar en una cuestión que, precisamente por su auge social, no está exenta de banalidades, dogmas y no pocos fundamentalismos. El empeño de Juan Domingo Argüelles, que es un lector tenaz y copioso, es justamente desproveer a la lectura de aquellas adherencias que la hacen áspera y temible a fin de presentarla como una práctica libre, singular y gozada. Es decir, lo contrario de una actividad impuesta, reverencial o aristocrática. O dicho con sus palabras:

A la luz de las políticas de lectura, he escuchado tantas veces el desprecio y aun la agresión verbal, el insulto, contra los que no leen, que he terminado por no sentirme ni sentarme a gusto entre tan nobles y distinguidos lectores. Me avergüenza pensar que se me ubique en esas filas por mi disposición proselitista a favor del libro y la lectura. [...] A pesar de lo grotesco de estos extremos 'cultos', hay quienes ni se dan cuenta ni se percatarán jamás de esta barbarie ilustrada. La invitación a la lectura no puede darse ni emocional ni racionalmente en estos términos. Ni los que leen libros están exentos del fanatismo, el fundamentalismo y la intolerancia. Pero, en este caso, mejor no ser lector. ¿De qué sirve leer libros si a pesar de los libros tenemos alma de gañán? Algún día, contritos, tendremos que explicar, y explicarnos, esta terrible contradicción. (Antimanual..., p. 376)

Una de las cosas que más me gusta de las opiniones de Juan Domingo Argüelles es que, siendo un lector voraz, posee una sensible comprensión hacia los no lectores, a los que no ve como subalternos o deficientes sino como personas que de modo voluntario o forzadas por su formación no han incrustado la lectura en sus vidas. Y aun cuando, naturalmente, él escribe en México y pensando en su país, sus reflexiones tienen perfecta vigencia en España. O, para ser más exactos, en cualquier país donde la lectura se haya convertido en una urgencia pública y en un tedioso tópico académico.

No es fácil aunar sensatez, talento, pasión y seriedad a la hora de defender la lectura. Con demasiada frecuencia se incurre en redundancias, reproches y jergas, y a poco que uno se descuide puede verse actuando con la misma intransigencia de un evangelizador bíblico. Es justamente lo que trata de evitar Juan Domingo Argüelles y por ello me seduce y por ello recomiendo sus libros. Si defiende la lectura es porque la considera una forma gratificante de vivir no una forma exclusiva o superior de vivir. Leyendo sus libros uno adquiere conciencia de que el elogio de la lectura puede ser una declaración de amor a la vida, que en cualquier caso siempre puede gozarse más allá de los libros. Mejor decirlo con sus palabras:

Sí, casi seguramente, leer es mejor que no leer. Y tal vez algún día lo sepan aquellos que hoy son adolescentes o jóvenes (no todos, por supuesto), como hoy saben, perfectamente, que leer no es mejor que vivir, aunque leer -muchos lo sabemos- sea también una de las formas más extraordinarias y maravillosas que nos regala la existencia. (Ustedes que leen, p. 69)


Sé que un breve texto como éste no puede dar cuenta exacta de un pensamiento complejo y nada complaciente, pero consideren estas palabras como una cordial invitación a leer alguno de esos libros.

1 de febrero de 2009

Disculpen la presunción

No oculto que escribir esta entrada me incomoda un poco. He dudado mucho si redactarla o no. Es la primera vez que me enfrento a una situación semejante y me ha resultado un poco embarazoso decidirme. ¡Qué ridículo!, pensarán muchos cuando descubran el origen de mis preocupaciones. Y quizá no les falte razón. Pero no puedo evitar la sensación de impudor que me asalta al tener que hablar de algo que me concierne directamente. Justo lo contrario de lo que se supone que es un blog: una expresión, casi una exhibición, de la propia vida. Pero así son las cosas.

La cuestión es que he meditado mucho si sería conveniente dar a conocer la publicación de mi último libro. ¿Eso es todo?, se preguntará más de uno. ¿Tanta incertidumbre para tan poco asunto? ¿Acaso no son los blogs un escaparate personal? Sí, respondo sin vacilar. Pero admito que me siento más cómodo hablando de los demás que de mí mismo, y cuando no tengo más remedio que hacerlo procuro siempre adoptar un tono distante, casi velado, como si fuese otro el que escribiera. Es mi discreta manera de relacionarme con los lectores.

Estoy seguro de que ustedes sabrán disculpar la inmodestia.

El libro que les anuncio se titula
10 Ideas Clave. Animación a la lectura, y agrega el siguiente subtítulo: Hacer la lectura una práctica feliz, trascendente y deseable.

Hace un tiempo acepté el encargo de la editorial Graó de escribir para su colección 'Ideas Clave' algunas reflexiones claras sobre una materia tan común y sabida como controvertida. Eso he tratado de hacer. Asumí la propuesta a sabiendas del riesgo que corría. La 'animación a la lectura' es, al menos en España, un concepto que provoca todavía mucha desconfianza y a la par es invocado como panacea pedagógica. Se emplea con muy distintos propósitos y ampara a menudo prácticas que, siendo sinceros, no conducen a la lectura. Muchos profesores le achacan una gran inconsistencia conceptual, pero a la vez es invocado por los bibliotecarios como un medio irrenunciable de estímulo para leer. Es una locución, en fin, muy evidente y a la vez muy difusa. Por ello mismo, resultaba comprometido hacer un análisis minucioso evitando los lugares comunes y procurando a la vez aportar una pizca de novedad, algo de luz. Suelo decir que en éste como en otros asuntos no somos radicalmente innovadores, sino que actuamos más bien como intérpretes de una partitura ya conocida, a la que aportamos sin embargo matices, ritmos, énfasis, emociones o significados muy personales, que es lo que de verdad puede interesar al lector.

En ese sentido, he discurrido acerca de la historia del concepto de 'animación a la lectura', el significado del placer de leer, el valor de la comprensión lectora, el conocimiento de los autores clásicos, la relación entre juego y lectura... En fin, asuntos que a tantos preocupan y a tantos mueven a pensar y debatir. Me sentiría recompensado si lograra alimentar las conversaciones en torno a esas materias, si diera que hablar a quienes están interesados en alentar la lectura.

Y como soy consciente de que hoy he abusado de la primera persona, espero redimir ese exceso hablando de algunos excelentes libros sobre estas mismas cuestiones escritos por Juan Domingo Argüelles, libros que estimo mucho y cuyo valor me gustaría compartir con ustedes. Pero eso será en la próxima entrada.