30 de diciembre de 2008

Brossa nos acompaña

Esta mañana, antes de redactar y publicar esta entrada en recuerdo de Joan Brossa, que se sumará a las muchas que en decenas de blogs le rendirán homenaje hoy, cuando se cumplen diez años de su muerte, he hecho un gesto que vengo repitiendo desde hace años a la hora del desayuno. He tenido que desplazar un pequeño objeto colocado sobre la mesa donde hacemos las comidas.

Es un gesto elemental, rutinario, que hago al menos dos veces al día, en el desayuno y en el almuerzo. Para colocar los platos y los cubiertos debo apartar ligeramente un delicado objeto verde a fin de que no estorbe nuestros movimientos. Es ligero, grato al tacto, discreto.

La escultura-poema, pues eso es en realidad, tiene nombre, Ou amb dos rovells (Huevo con dos yemas) y su autor es Joan Brossa. Como todas sus obras, es una muestra de ironía, sutileza e inteligencia. ¿De qué naturaleza son las yemas encerradas en el huevo? Ese huevo, como si fuese el principio del que nace la vida, contiene... dos libros. La primera yema es un libro de poemas, que Brossa tilda de ' conversables'; la segunda yema es un libro de poemas objeto.

Así pues, las palabras y las imágenes sediciosas de Brossa escoltan nuestras conversaciones cotidianas, pues además del huevo hay una serigrafía suya colgada en una pared del mismo comedor. Me gustaría poder decir, sin engreimiento, con la misma sencillez con que puedo describir las sillas o las cerraduras, que Brossa es parte de nuestra casa. Es el mejor homenaje que uno puede tributarle en un día como hoy.

A los ojos de Brossa, el reverso del mundo siempre es más interesante. Cuando se leen/observan sus obras literarias o artísticas (¿es posible tal distinción en el caso de Brossa?) resulta imposible escapar a la impresión de que, hasta que él nos lo hizo notar, desconocíamos los rostros invisibles de la realidad. Su mirada nos hace menos confiados, más audaces. En sus manos, el lenguaje muestra su lado más festivo, pero también más turbador. Las palabras, la gran obsesión de Brossa, alteran lo evidente y crean lo presentido. Sus imágenes restan solemnidad a la vida cotidiana, la hacen más poética, más alada, más subversiva.

Sus libros de poesía, tan iconoclasta y fértil, alegran las estanterías de nuestra biblioteca.


Reproduzco aquí un poema que bien pudiera entenderse como una definición precisa de su trabajo:


Ser i obrar

Una paret blanca pot servir de carta.
La cara i els fets no són sempre el mateix.
Veig empremtes de peus estampades al sostre.
No hi ha res més mort que un amor quan mor.
Poc vull que la Paraula es quedi en paraules.
Tampoc no demano ajuda a cap dels qui llegeixen.
(Els llibres no poden substituir la vida,
però la vida no pot substituir els llibres.)
Les lletres s'escapen de les paraules
i viuen la seva pròpia vida.
Fugen els números del calendari.
Als límits del pensament, tot ho descobreixo
en els primers moviments de la gent que passa.
D'un cop de martell parteixo una roca
i de l'esquerda en surt
un vol de papallones.


[Ser y obrar

Una pared blanca puede servir de carta.
La cara y los hechos no son siempre lo mismo.
Veo huellas de pies estampadas en el techo.
Nada hay más muerto que un amor cuando muere.
No quiero que la Palabra se quede en palabras.
Tampoco pido ayuda a ninguno de los que leen.
(Los libros no pueden sustituir a la vida,
sin embargo la vida no puede sustituir a los libros.)
Las letras se escapan de las palabras
y viven su propia vida.
Huyen los números del calendario.
En los límites del pensamiento, todo lo descubro
en los primeros movimientos de la gente que pasa.
De un martillazo rompo una roca
y de la grieta sale
un vuelo de mariposas.

Traducción de Andrés Sánchez Robayna]

25 de diciembre de 2008

Lugares para leer V

Hay en el libro Las palabras de la vida, una deslumbrante evocación del novelista Luis Mateo Díez de su infancia y el inicio de su amor por la literatura, un capítulo que me gusta especialmente. Se titula Clima del corazón y en él rememora los momentos compartidos con su hermano Antón en el desván del Ayuntamiento del Valle de Lanciana, en León, donde descubrieron, entre muy heterogéneos objetos, unos cajones que contenían los libros requisados por las autoridades franquistas tras la Guerra Civil española, libros considerados peligrosos y dañinos para la juventud. De entre aquellos libros prohibidos, y que los hermanos hojeaban clandestinamente y con incontenido temblor, hubo uno que los marcó de un modo imborrable. Era Cuore, escrito por Edmondo De Amicis, que había sido una lectura habitual en las escuelas republicanas. De ese capítulo que tan delicadamente narra el descubrimiento de la lectura y las emociones ligadas a ella extraigo algunos párrafos:

"Yo observé que Antón subía al desván en cualquier momento, más allá de las horas habituales de nuestros juegos, y que no soltaba el dichoso libro.

Mi lectura era más lenta, aunque debo reconocer que más contundente en los resultados emocionales que provocaban mis lágrimas, pero eso no era de extrañar porque yo era dueño de las lágrimas más fáciles de mi pueblo: un niño llorón que había alcanzado con el llanto el prestigio de quien es capaz de batir todos los récords y lograr la coartada de sus caprichos.

Lo que pasa es que también Antón lloraba leyendo, como en seguida descubrí, aunque de modo más retardado y congruente, y en el llanto común de alguno de los cuentos mensuales del libro, tal vez con 'El tamborcillo sardo', con 'El pequeño escribiente florentino' o con 'Sangre Romañola', comenzamos a ser conscientes de la extraña intensidad de aquellas lágrimas compartidas, que algún pedagogo avispado podría achacar a una pena moral, entendiendo que los pobres niños, escondidos en el desván, lloraban transidos por la emoción de aquellos otros infantiles sacrificios en bien de la patria, el honor y la familia.

Lágrimas que por vez primera no venían de la vida, de la reprimenda, del castigo, del disgusto, del daño, del capricho inatendido, de la desgracia, sino que saltaban al filo de las palabras y los renglones, con menos dolor que placer, con más fascinación que preocupación.

De eso debía tratarse, de una pena moral derivada sin remedio de una pena literaria, y de eso era revelador el llanto de Antón, un niño alegre donde los hubiese, porque el mío, dada mi facilidad y propensión, podía justificarlo cualquier cosa, o el mismo contagio de su aflicción, no en vano algunas tardes, cuando no había otra cosa que hacer, me iba a llorar con un amigo al monte y mano a mano llorábamos hasta hartarnos.

A lo mejor en Corazón encontré sin darme cuenta y, por supuesto, sin ser consciente de ello, una justificación literaria a mi llanto, lo que sería el colmo de la ambición para alguien tan aficionado.

El caso es que Antón y yo llorábamos leyendo como dos almas en pena, lágrimas tristes repletas de orfandad, lágrimas que podían caer en los pupitres de la escuela Baretti, diluirse en los tinteros de los compañeros de Enrico que nos acompañaban: el calabrés Garrone, Garoffi, Nobis, Stardi, Franti, Precossi y, por supuesto, el mejor de todos, el más trabajador, el que ganaba todos los premios y todo lo sabía: Derossi.

Niños más bien lánguidos y preocupados a cuyo alrededor sucedían muchas desgracias, accidentes, defunciones, miserias, propensos a que la temperatura de la vida siempre estuviese marcada por el clima del corazón, ya que el corazón era la medida de todas las cosas."

22 de diciembre de 2008

Una niña esboza su porvenir

Después de un año rodando por el mundo, llega a este blog esta conmovedora fotografía. Y lo hace gracias a la colaboración de mi querida y admirada amiga Guadalupe Jover, a quien debo el descubrimiento. La fotografía, obra de Wasem Kheir Beik, fue reconocida como la mejor fotografía de prensa árabe del año 2007.

La imagen, captada en una calle de Damasco, muestra a una niña de 7 años parapetada tras su improvisado puesto de galletas y golosinas mientras realiza, absorta, sus tareas escolares. Es el ensimismamiento de la niña lo que me maravilla. Da la impresión de saber que, a pesar de las adversidades, con ese gesto, sumado a los muchos otros que le seguirán, está bosquejando el rumbo de su vida, para lo cual no hay un minuto que desperdiciar ni un espacio donde no sea posible desplegar la voluntad de conocer. La menudencia de su cuerpo y la
endeblez del tenderete otorgan a la escena un sentido de extrema incertidumbre.

De un modo bastante elemental, la Unión de Agencias de Noticias Árabes, promotora del premio, tituló la fotografía 'Educación y trabajo', describiendo algo que salta a la vista. El autor de la fotografía, con más perspicacia, la había titulado, 'Desafío'. Pienso, sin embargo, que esa imagen merecía otro rótulo, otro pie de foto. Si de mí dependiera yo la titularía 'Contra el destino', o tal vez 'Determinación', o también 'La fragilidad de la esperanza'. Porque, en efecto, el minúsculo acto de garabatear en un cuaderno posee una significación más ambiciosa: sin apenas darse cuenta esa niña puede estar quebrando el fatalismo, una herencia de generaciones, el sino de los pobres y los excluidos. Para el grupo social al que presumiblemente pertenece resulta siempre más laboriosa cualquier conquista cultural, se requiere a sus miembros una fortaleza fuera de lo común para alcanzar lo que otros consiguen apenas sin esfuerzo. Y eso es lo que esa imagen nos recuerda. Pero también nos indica lo vulnerable que puede ser todo, lo fácil que es imaginar un porvenir doméstico y sometido para esa niña y lo arduo que se presiente su camino hasta culminar sus sueños, que uno supone poblados de risas, libertades, viajes, libros, trabajos.

19 de diciembre de 2008

Tiempo de preguntas

No suele apreciarse la voluntad filosófica de los niños. La consideración más vulgar de la infancia tiende a considerarla como una etapa ingenua y ensimismada, cuyas mayores virtudes son la felicidad y la inocencia, que van perdiéndose conforme pasan los días y se dejan atrás los juegos, los compañeros, los asombros. La melancolía decepcionada de los adultos tiende a creer que en sus vidas hubo un pasado puro y despreocupado, perfecto, del que fueron expulsados injustamente. La infancia suele ser vista como un paraíso del que uno se aleja o es desterrado. Los deseos, sin embargo, suelen enmascarar o desvirtuar la memoria. Porque lo cierto es que la infancia es también una época de incertidumbres, miedos, desengaños y tristezas, que se soportan y se vencen como cada cual puede. Basta, eso sí, un momento de vehemente alegría para compensar las muchas decepciones que abruman a diario a los niños.

La infancia es asimismo una época de preguntas, tal vez el tiempo en el que son más intensas y más persistentes. Los porqués de los niños no son una expresión de simplicidad o empecinamiento, sino la muestra de una invencible curiosidad hacia el mundo y el comportamiento humano. Quieren saber qué es lo que hace que el universo sea como es y los artefactos funcionen como lo hacen, sienten verdaderos deseos de conocer el significado de las palabras y la razón de las normas y las conductas, porque todo para ellos es nuevo, apasionante. En sentido estricto, se comportan como genuinos filósofos y científicos. Únicamente la ceguera y la arrogancia de los adultos impiden entender la infancia como la época de la suprema curiosidad.

La literatura infantil y juvenil tiene en cuenta a veces esa realidad y afronta directamente, sin temor, algunas de las cuestiones que, desde hace siglos, son patrimonio de la filosofía. Quiero hacerme eco de dos libros que, cada cual a su manera, dan que pensar, es decir, ofrecen oportunidades para razonar y conversar. El primero, y pues hablamos de interrogaciones, es
La gran pregunta, escrito e ilustrado por Wolf Erlbruch.

Para Erlbruch, como para millones de personas, la pregunta capital es la que afecta a nuestra propia existencia, a nuestro papel en el mundo, al sentido de nuestra experiencia. ¿Qué respuesta dar a esa pregunta? Tantas quizá como personas. Pero son justamente las tentativas de respuesta las que otorgan significado a la vida. En el libro, cada personaje ofrece un argumento a ese niño que interroga, y es esa pluralidad de razones lo que afina y ensancha el pensamiento del lector. Las transparentes y sugestivas imágenes que lo ilustran no hacen más que acrecentar su valor.

Quienes piensen que los niños son incapaces de plantearse esa pregunta, y por supuesto de dar una respuesta, deberían pensar cuál es el significado de sus continuos porqués acerca del nacimiento, la muerte, la violencia o el día y la noche. No hay más que escucharlos seria y atentamente para darse cuenta de sus peculiares inquietudes, de sus profundos y emocionantes razonamientos. Un libro de reciente publicación (gracias Ricardo, gracias Pepa, por descubrírmelo) quiere diversificar las preguntas y enfrentar a los lectores con algunos de los contrarios filosóficos con los que los seres humanos vienen reflexionando desde hace milenios: razón y pasión, ser y apariencia, yo y el otro, cuerpo y mente, causa y efecto...


El libro, en cuyos textos (obra de Oscar Brenifier) resuenan las voces de los antiguos filósofos y cuyas expresivas imágenes (obra de Jacques Després) hacen contemporáneas las viejas indagaciones, bien podría servir como un manual para jóvenes filósofos. El conocimiento no es algo inerte ni es patrimonio de especialistas. Es necesario que salga al encuentro de los que aún no recelan de las cuestiones enigmáticas y peliagudas. La mera incitación a pensar es ya una cuestión filosófica y justifica con creces el compromiso de preguntar.

16 de diciembre de 2008

Celebración

El día 16 de diciembre es la fecha escogida para celebrar el Día de la Lectura en Andalucía. En tal día como hoy del año 1902 nació Rafael Alberti, y en tal día como hoy, pero de 1927, tuvo lugar la primera de las dos veladas celebradas en el Ateneo de Sevilla en homenaje a Luis de Góngora y en las que participaron muchos de los poetas que, posteriormente, fueron encuadrados en la generación literaria que recibió el nombre de aquel año y a partir de aquellos actos de reconocimiento al poeta cordobés.

Cada año, el Pacto Andaluz por el Libro encarga a una persona relacionada con el mundo de los libros la redacción de una alocución pública en defensa de la lectura. La de este año ha sido escrita por el novelista Eliacer Cansino. Habla del silencio que acompaña a todo libro y al que hay que acoger con delicadeza para poder penetrar en la frondosidad de sus palabras. Si quiere leerla puede pinchar aquí.

Y pues celebramos el aniversario de Rafael Alberti vamos a recordar un poema suyo.

A LA PINTURA

A ti, lino en el campo. A ti, extendida
superficie, a los ojos, en espera.
A ti, imaginación, helor u hoguera,
diseño fiel o llama desceñida.

A ti, línea impensada o concebida.
A ti, pincel heroico, roca o cera,
obediente al estilo o a la manera,
dócil a la medida o desmedida.

A ti, forma; color, sonoro empeño
porque la vida ya volumen hable,
sombra entre luz, luz entre sol, oscura.

A ti, fingida realidad del sueño.
A ti, materia plástica palpable.
A ti, mano, pintor de la Pintura.

13 de diciembre de 2008

Estampas de mi ciudad. Plazas y Jardines

Estos son algunos de los lugares por los que camino casi a diario, solo o acompañado de amigos.

Plaza de la Trinidad. Granada.

Jardines del Paseo del Salón. Granada

Plaza de Bibataubín y Plaza del Campillo. Granada.

Jardines del Generalife. Granada.

Plaza de Mariana Pineda. Terraza del Café Fútbol. Granada.

Carrera del Genil. Granada.

Plaza Bib-Rambla. Granada.

Plaza de la Romanilla. Granada.

Jardines del Triunfo. Granada.

11 de diciembre de 2008

Árboles y libros

En el primoroso Jardín Florido de la Fundación Lázaro Galdiano, en Madrid, sobrevivió hasta hace unos meses un haya roja que, en cierta medida, constituía el emblema de la institución. El haya enfermó y se secó. Las últimas hojas del centenario árbol brotaron en la primavera del pasado año. Ahora es tan sólo un árbol sin vida, enhiesto, decorativo. Tan lastimosa pérdida no podía ser desatendida y el Patronato de la Fundación decidió dar una respuesta artística a la muerte del árbol. Para ello decidió encargar a Miguel Ángel Blanco la realización de un homenaje. El resultado es la exposición Árbol caído que en estos lluviosos días otoñales puede verse con un placer teñido de melancolía.

Miguel Ángel Blanco es un creador singular. Hace casi un cuarto de siglo inició un ininterrumpido y unitario itinerario artístico cuyo nombre genérico es Biblioteca del Bosque.


Tan personal biblioteca responde a su deseo de dar cuenta de su relación física y poética con los árboles, a los que considera fuente de conocimiento y testimonio de sabiduría natural, y a los que ve permanentemente amenzados por la codicia o la indiferencia humanas. La biblioteca está compuesta actualmente por más de mil libros-caja, de distintos tamaños y distintos contenidos, cuyo alfabeto está constituido por elementos de los árboles legendarios, antiguos o caídos que Miguel Ángel Blanco ha ido conociendo a lo largo de su vida: cortezas, hojas, frutos, líquenes, resinas, ramas, astillas... Con ellos compone hermosas y delicadas piezas que deposita en una caja a la que incorpora hojas de papel hecho a mano sobre las que estampa imágenes -fotografías, grabados, pinturas, fotocopias, frotaciones...- que guardan una íntima y simbólica relación con el árbol de referencia.

Libro nº 1027
ÁRBOL INTERIOR SAQQARA
4.4.2007 - 102 x 102 x 28 mm
4 páginas de papel verjurado y papel vegetal con estampación fotográfica
Caja con tres astillas de una viga de madera que sobresalía desde el interior de la cara oeste de la pirámide escalonada de Saqqara, sobre algodón y arena de Egipto


Libro nº 965
PALO DE TRES COSTILLAS
15.7.2005 - 185 x 93 x 42 mm
4 páginas de papel de grabado con gofrados de acículas y grafito
Caja con palo de tres costillas (Serjania mexicana), Museo de Tepoztlán, exconvento de La Natividad, Morelos, sobre carborundo irisado, Cuenca


Libro nº 954
CÚPULAS SINFÓNICAS DE ENCINAS
4.4.2005 - 250 x 250 x33 mm
Caja con 216 cúpulas de encinas de La Ardosa, Valle de Alcudia, arena del crematorio de Mari Karnika a orilla del Ganges, Veranesi y tierra de Jaisalmen, desierto del Thar, India


Libro nº 916
PICÓN DE ENCINAS
26.5.2004 - 295 x 415 x 30 mm
4 páginas de papel verjurado y papel mexicano de pochote hecho a mano con quemaduras
Caja con picón (encina carbonizada) del Valle de Alcudia sobre parafina


Libro nº 776
RASCAFRÍA. ULMUS MINOR LUX
31.3.2000 - 420 x 640 x 60 mm
4 páginas de papel reciclado y papel de Nepal con frotaciones de cortezas de olmo
Caja con secciones del tronco de la olma de Rascafría, caída por el peso de la nieve, y cristal de roca sobre polvo de mármol



La impresión que uno recibe al ver esos libros-caja es la de estar ante objetos que interrogan y emplazan. Poseen la rara cualidad de modificar la mirada sobre el mundo. La naturaleza, y los árboles en particular, adquiere una nueva perspectiva, una distinta consideración. Al término de la visita, uno nota que comienza a observar los árboles con otra conciencia, con los ojos con que el artista los había contemplado previamente. Esa transferencia constituye el don más preciado del arte. Gracias a ello el espectador comienza a ver de otro modo, a leer la realidad con más sutileza, con más conocimiento.

Para el homenaje al haya roja del jardín de la Fundación Lázaro Galdiano, Miguel Ángel Blanco ha ideado, aparte de las intervenciones en el propio jardín y en los cristales de algunas ventanas, dos cajas-libro que representan la faz y el reverso, la apariencia y la interioridad, lo visible y lo invisible del árbol caído. De ese modo, el haya desaparecida se perpetúa en la memoria de los lectores.



No me resisto a reproducir las palabras de Miguel de Unamuno que cita Miguel Ángel Blanco en el catálogo de la exposición: "Hubo árboles antes de que hubiera libros, y acaso cuando acaben los libros continúen los árboles. Y tal vez llegue la humanidad a un grado de cultura tal que no necesite ya de libros, pero siempre necesitará de árboles, y entonces abonará los árboles con libros".

8 de diciembre de 2008

Poesía y lectura VI

Muchos lectores de poesía acuden a los libros a robar palabras, o, para ser más exactos, a pedir prestadas algunas palabras con las que manifestar lo que se siente cuando uno está, por ejemplo, enamorado. Los versos leídos hablan de cada lector aunque se refieran en realidad a un amor extraño, desigual y secreto. Ayudan a decir lo inefable, a dar nombre a lo que aún no lo tenía aunque lo reclamaba insistentemente. ¡Esto es lo que siento yo!, dicen los lectores incipientes cuando descubren en un poema las palabras precisas para su estado de ánimo. Y no sólo sirven de reflejo. Los versos ayudan también a construir sentimientos, a dar forma a las sensaciones difusas y a las irreconocibles conductas. En efecto, al mostrar sus emociones, los poetas las propagan o las descubren en otros.

El soneto de Rafael Juárez que reproduzco hoy recrea esa doble actitud ante la poesía: el reconocimiento y el estímulo. Uno ve en la escritura y en la vida de otros una sombra de la propia vida, pero a la vez se sirve de ellas para decir lo que no debía ser callado. Leyendo el soneto no será difícil encontrar algunas de las imágenes que nos definen. En el amor, todos nos reconocemos indecisos y atrevidos. La poesía se ocupa de ello y la lectura nos lo hace comprender de mil maneras. Leer es elegir a alguien para que nos acompañe unas horas o una vida, para que nos diga lo que no podíamos o no queríamos saber; escribir es ofrecerse como acompañante, acaso como amigo.
Al escribir, confirma Rafael Juárez, se perpetúa la compañía recibida mientras estuvieron abiertos los libros.


La compañía

Cobarde como Borges o entregado
como Lorca, todo hombre tiene dos
maneras de vivir enamorado:
yo he vivido escondido entre las dos.

Silencioso en la línea de Machado
y elocuente en la lengua de Neruda,
ni he dicho lo que pude ni he callado:
para cada pasión tuve una duda.

Garcilaso discreto y dolorido,
Bécquer directo, lúcido y ligero
como un dardo, áspero Blas de Otero,

ayudadme a decir lo que he querido:
escribir para dar mi compañía
y acompañarme de los que leía.

Rafael Juárez, Métrica y tristeza

3 de diciembre de 2008

Fragmentos de textos, fragmentos de vidas

Estábamos leyendo y debatiendo algunos textos del libro de Michèle Petit, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, y una alumna reparó en la siguiente afirmación: "La lectura está hecha de fragmentos y algunos de ellos funcionan como haces de luz sobre una parte de nosotros, oscura hasta ese momento. Haces de luz que van a desencadenar todo un trabajo psíquico, a veces mucho después de haber leído aquellos fragmentos". Le parecía que la autora tenía razón, pues en la memoria de cada persona hay frases o palabras que, al cabo de los años, se recuerdan con excepcional nitidez, cuando tantas otras experiencias acaban olvidándose sin remedio. Los compañeros asentían.

Se me ocurrió entonces que era un buen momento para enlazar las investigaciones de una antropóloga francesa con sus propias vidas, así es que les pedí que sondearan en su memoria en busca de esas frases o afirmaciones que les habían marcado de algún modo, que les habían iluminado esa íntima zona "oscura" de la que hablaba Petit. Y entonces llegó la sorpresa. Para ellos y para mí.

En la siguiente clase fueron desgranando algunos de los fragmentos que les habían resultado reveladores e inolvidables, o inolvidables por reveladores. El primer asombro provenía de la disparidad de los textos, que iban desde aforismos y poemas a cartas de amigos o ensayos filosóficos, lo que no había impedido que la repercusión en sus conciencias hubiera sido de igual intensidad. Pero a la par que la diversidad textual destacaba el modo en que esos textos habían llegado a cada uno de ellos. Sus relatos confirmaban que las palabras que dejan huella no están exclusivamente en los libros o que, aun estando allí, viajan libremente por los caminos más imprevistos.

Un alumno citó una frase de Platón ("Fácilmente podemos perdonar a un niño que teme a la oscuridad, la verdadera tragedia es cuando los hombres temen a la luz") que había escuchado en la serie televisiva Mentes criminales, en la que se intercalan citas célebres al inicio y al final de cada episodio; una alumna citó algunos fragmentos de una novela de Almudena Grandes; otro alumno recordó un diálogo entre los protagonistas de la película El niño con el pijama de rayas; otra citó canciones de Joaquín Sabina y Fito Páez;
uno más habló del poema "Te quiero" de Luis Cernuda; alguno recordó unas frases de uno de los libros de Harry Potter; otra alumna citó una canción de Rosa León sobre un lobito bueno y un príncipe malo, sin saber que estaba recordando un poema de José Agustín Goytisolo; otra más rememoró un aforismo leído en un sobre con azúcar servido en una cafetería; varios aportaron diálogos o canciones de películas infantiles como Tarzán, La sirenita o La Bella y la Bestia; no faltaron las inevitables frases de Jorge Bucay y Paulo Coelho, como tampoco faltaron los máximas presentes en los calendarios, las ideas descubiertas en ensayos de psicología o pedagogía, las citas atrapadas al azar en foros o páginas de la Red, los comentarios de amigos o padres o maestros hechos de viva voz, las letras de canciones de rock, heavy-metal o rap, versos hallados en los libros de texto... En fin, una ancha constelación de textos, lecturas, ritmos, experiencias... que compartían, sin embargo, destinos semejantes e iguales significados.

Confirmábamos así que el lenguaje nos conforma y nos sostiene, que leer o escuchar son senderos que propician el descubrimiento y el encuentro. Y afirmaba mi ambición de dar a conocer a mis alumnos aquellos textos que, por su hondura y su brillantez, pudieran ser fuente clara de emoción y conocimiento. Y si bien las palabras que los cautivarán les seguirán llegando por las vías más dispares me parece necesario que se topen con los libros donde esas iluminaciones abundan:

"Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas puede ser un estímulo para el amor. Se da por ejemplo el caso de un hombre que es ya abuelo que chochea, pero sigue enamorado de una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw, hace veinte años. Un predicador puede estar enamorado de una perdida. El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo más mínimo por eso. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es sólo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor. Por eso la mayoría, preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes" (Carson McCullers, La balada del café triste)

"Morir por la 'verdad'. No iríamos a la hoguera por nuestras opiniones: no estamos tan seguros de ellas. - Pero, tal vez, sí para que se nos permitiese tenerlas y modificarlas" (Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano II)

"Si vas de prisa,
el tiempo volará ante ti, como una
mariposilla esquiva.

Si vas despacio,
el tiempo irá detrás de ti,
como un buey manso" (Juan Ramón Jiménez, Eternidades)

Los ejemplos serían inagotables.